Una contingencia, suficiente para sacarnos de la ilusión de que ‘todo está bien’

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+ Esencial, asumir los riesgos con capacidad institucional y sentido de previsión


En otro momento, pudiera parecer increíble no que un huracán, sino una depresión tropical, pusiera en jaque a los tres órdenes de gobierno en una entidad. Eso es exactamente lo que ha pasado en Oaxaca ante el inicio de la temporada de lluvias. Pues aunque los fenómenos naturales que han ocurrido en las últimas dos semanas se han manifestado con intensidad inusitada, también lo es que ello ha dejado ver la enorme fragilidad real de ese sentido de normalidad y control que tienen tanto las autoridades, como nosotros los ciudadanos, ante el estado de cosas hasta que ocurre una contingencia.

En efecto, el paso de la tormenta tropical “Beatriz” dejó a su paso una enorme estela de destrucción que debería ser evaluada más allá de las solas pérdidas humanas o de los daños carreteros o a las comunidades que quedaron incomunicadas. En realidad, el fenómeno natural nuevamente sirvió para demostrar que en Oaxaca existe no sólo poca cultura relacionada con la protección civil, sino también con la previsión de situaciones de riesgo.

La acción tardía y desarticulada de la Coordinación Estatal de Protección Civil de Oaxaca (CEPCO), aunada a la nula planeación de los asentamientos humanos, y el también inexistente trabajo de previsión de riesgos, trajo como consecuencia la tragedia que vimos los oaxaqueños en la semana previo, y su repetición durante los dos últimos días con el paso de la depresión tropical “Calvin” prácticamente por las mismas regiones del Estado (Costa, Istmo y Sierra Sur) que antes fueron azotadas por “Beatriz”.

Pues en primer término, queda claro que aún existe mucho por hacer en materia de protección civil, independientemente de la incapacidad demostrada por la CEPCO que encabeza el ex diputado local Amando Demetrio Bohórquez Reyes, quien reiteradamente ha dado muestras de no ser capaz de enfrentar las responsabilidades técnicas y operativas que debiera estar encabezando frente a las contingencias. En los propios municipios azotados por los fenómenos de la naturaleza, ha habido muestras de la inexistencia de medidas de previsión; de una total incapacidad para establecer perímetros y situaciones de riesgo para la población; y también una total incapacidad para actuar cuando los efectos del fenómeno natural son inminentes y ponen en riesgo a la población.

El hecho de que muchos de los municipios primero azotados por Beatriz y luego por Calvin, hayan recibido los efectos de los fenómenos naturales casi en un estado total de indefensión, hace evidente que no existe ni la claridad, ni la capacitación, ni el sentido de previsión para poder enfrentar una situación en condiciones por lo menos mínimamente aceptables.

Las inundaciones, los deslaves, los aludes que enterraron las casas y a sus habitantes, las crecidas de afluentes que provocaron daños y pérdidas humanas, en realidad no son consecuencia de “la furia de la naturaleza” —porque la naturaleza no es buena ni mala, sino con su complejidad y su simpleza, es la naturaleza misma— sino de la incapacidad de las personas, primero para no habitar o ubicarse en zonas de riesgo, y segundo, para lograr ponerse a salvo en el momento adecuado frente a los fenómenos naturales.

REPETIR LOS RIESGOS

Pareciera, además, que en Oaxaca estamos destinados a repetir indefinidamente las tragedias. Por ejemplo, cuando hace veinte años el Huracán Paulina azotó la región de la Costa oaxaqueña, hubo incalculables daños que —en apariencia— luego fueron reparados; hubo el recuento de las pérdidas humanas y, se supone, debió haber habido la capacidad de aprender del fenómeno.

Es cierto: no ha habido desde entonces —y qué bueno— un fenómeno natural de tal intensidad como el Huracán Paulina. Sin embargo, lo verdaderamente grave es que nadie haya aprendido las lecciones de aquella tragedia, y que hoy fenómenos menos intensos que esos sigan provocando dolor y pérdidas para las personas de esas regiones, y desastres que luego el gobierno debe reparar en el fondo como una consecuencia de su falta de previsión en los riesgos.

En esa lógica, debiéramos preguntarnos si en realidad cada autoridad municipal sabe cuáles son los riesgos en las localidades que integran su municipio; debiéramos también preguntarnos si el famoso “Atlas de riesgos” de la entidad contiene la información adecuada, correcta y actualizada de las zonas y las situaciones posibles que pueden desquiciar la atención del Estado frente a un fenómeno natural, o que pueden colapsar la capacidad misma del Estado frente a una situación en concreto. Incluso, el propio Estado debería evaluar, en tiempos de calma, cuál es su verdadera capacidad de respuesta frente a un fenómeno de mayor envergadura.

Pues aunque no es afortunado, lo cierto es que el dolor de cabeza para la población y el gobierno con los fenómenos naturales de los últimos años, han sido generalmente los relacionados con el clima —y el cambio climático—. No obstante, habría que considerar que esos no son los únicos fenómenos de la naturaleza por los que estamos amenazados como población y como entidad federativa. Hay otros de mucha mayor magnitud, como por ejemplo el hecho de que Oaxaca se encuentra en una de las mayores zonas sísmicas de la entidad, y de que esos fenómenos son verdaderamente imprevisibles y, cuando se manifiestan intensamente son de altísimo riesgo para la población.

En esa lógica, ¿Oaxaca como gobierno, estaría preparado para enfrentar una contingencia del tamaño de un terremoto, no sólo en la capital del Estado sino en algunas de las regiones rurales que año con año revelan su fragilidad frente a fenómenos como las lluvias o la crecida de ríos? ¿Cuál sería la capacidad real de las instituciones del Estado para atender a la población frente a algo como eso? No son temas menores: hasta ahora las lluvias y la sequía hacen padecer muchísimo a amplias zonas de la población. Y esos son fenómenos que ni cercanamente tienen consecuencias tan graves y masivas como los que podría tener un terremoto.

En el fondo no se trata de ser agorero de las tragedias sino de establecer parámetros de actuación y de previsión. Queda claro que el desorden en todos los sentidos relacionados con el ordenamiento territorial; la indolencia de las autoridades municipales en las localidades; la falta de preparación y disposición de las autoridades estatales; y la lejanía que tiene Oaxaca —geográficamente— con el centro del país, además de todas las implicaciones de la propia naturaleza, hacen que el sentido de normalidad que percibimos encierre muchísima fragilidad. Esa debilidad se manifiesta a través de estas cuestiones que debieran no ser motivo de sufrimiento y riesgo para las personas, pero que lo son gracias al abandono y la irresponsabilidad de quienes permiten que, en tiempos de calma, esos peligros se engendren y se conviertan en problemas inminentes. De ello, existen pruebas sobradas.

EL CAMBIO CLIMÁTICO

Hace dos meses el templo dominico del pueblo viejo de Jalapa del Marqués, era un atractivo turístico. Ese pueblo viejo quedó bajo la presa Benito Juárez que, repetimos, hace dos meses estaba a menos del 15 por ciento de su capacidad. Por eso, la gente de la comunidad —pescadores, que se quedaron sin materia de trabajo— colocaron enramadas y convirtieron el templo en un atractivo turístico “mientras llegan las lluvias”. Hoy, reiteramos, dos meses después la presa debe ser desfogada para evitar su desbordamiento porque con una semana de lluvias, prácticamente se llenó. Con esas “pequeñas muestras”, ¿alguien duda del cambio climático?

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