+ Gobiernos de coalición, necesario normarlos luego de reestructurar al poder
Con toda candidez, las dirigencias nacionales del Partido Acción Nacional, y del de la Revolución Democrática, comienzan a esbozar la posibilidad de generar una coalición electoral rumbo a los comicios presidenciales del año próximo. Lo están haciendo como movimientos internos, pero también lo están haciendo a la vieja usanza. Es decir, pensando sólo en el proceso electoral y no en el programa de gobierno. Por eso, parece que siguen dando pasos sin ver que, al menos en las experiencias estatales, las coaliciones electorales en México han sido, recurrentemente, desastrosas.
En efecto, luego del resultado electoral en el Estado de México, Acción Nacional y el PRD no piensan en otra cosa que la posibilidad de una coalición. El resultado de la votación en aquella entidad, combinados con los resultados de los otros procesos electorales, parecieron dejarles —a las dirigencias de ambos partidos— la idea de que sólo unidos podrán ser competitivos en la elección federal de 2018.
A ello se unieron otros elementos, como el hecho de que el PRD recuperó terreno electoral en espacios que pensaba irremediablemente perdidos gracias a la frescura de su candidato en el Estado de México; o como que comenzaran a circular las primeras versiones sobre la buena competitividad que tendría el PAN si Margarita Zavala fuera su candidata. En cualquiera de los casos, parece que la única ruta que les queda disponible para cuando menos pensar en la posibilidad de hacer un papel decoroso en la elección presidencial, es la de la coalición.
En todo esto hay varios problemas que ya se vislumbran. El primero de ellos es la falta de criterios homogéneos, al interior de esos partidos, para impulsar las alianzas. Otro problema importante es que las respectivas rutas que están impulsando las dirigencias de los partidos no pasan por un proceso previo de la reforma al sistema político para poder hacer viables los gobiernos de coalición. Y un tercer problema, concomitante al anterior, radica en que tampoco están hablando de cuál sería el contenido de esos gobiernos de coalición que estarían impulsando al hablar de alianzas electorales, para poder ir al siguiente nivel de cómo han sido hasta ahora las alianzas electorales en México.
Para entender todo esto, es necesario ir por partes. Pues aunque en el primero de los temas hay declaraciones de las dirigencias nacionales al menos visualizando la posibilidad de alianzas, lo cierto es que esos están lejos de ser criterios homogéneos. En el caso del PRD, por ejemplo, hay más voces discordantes con el Comité Ejecutivo Nacional, que las que están de acuerdo con ellos. Básicamente hay dos razones: la primera, que es la menos recurrida, es la ideológica: hay muchos militantes del PRD que siguen viendo —con toda lógica— la unión con el PAN como una alianza contranatura, y que por ende se pronunciarán en rechazo prácticamente ante cualquier circunstancia.
La segunda razón es la electoral, a partir de la cual no parecen tener claro cuáles son sus espacios naturales para ser competitivos: el PRD estaría sacrificando la candidatura presidencial a cambio de pelear en la Ciudad de México con un candidato propio, acaso desconsiderando a Miguel Ángel Mancera que, con todo lo cuestionado que ha sido, es el mejor prospecto político que hoy tiene el perredismo, y ponderando el escenario del Estado de México, en el que Andrés Manuel López Obrador les ha dado sobradas muestras de ser quien en realidad tiene el control de los niños de votación en la capital del país.
En esa lógica, el panismo tendría un escenario mucho más cómodo, ya que “sacrificarían” a la Ciudad de México —donde tienen una presencia meramente testimonial, que incluso riñe con la casi desaparecida presencia del PRI en la capital del país— a cambio de la candidatura presidencial quizá con Margarita Zavala, que parece la mejor posicionada en las encuestas. Aunque hoy perredistas y panistas digan misa, lo cierto es que la ecuación es a todas luces desigual y desventajosa en diversos puntos para ambos partidos. Y por eso la construcción de una alianza electoral tendría que ser mucho menos simplista y reduccionista de cómo hoy la quieren presentar a la sociedad mexicana.
REFORMAR AL PODER
Hay, además, aspectos aún más complejos. Por ejemplo, para hacer realmente operantes a las coaliciones, antes tendría que haber una reforma profunda al poder para quitarle los candados que hoy tiene respecto a los gobiernos concentrados y de minoría. A nivel estatal, muchos gobernadores han sido electos por coaliciones, que luego no logran sostener un programa de gobierno por la falta de estructuras institucionales para el cumplimiento de esos compromisos conjuntos, tanto respecto a ellos mismos y frente a la sociedad.
Si acudimos al ejemplo de Oaxaca podremos ver que los partidos que llevaron a Gabino Cué al gobierno, intentaron construir un gobierno de coalición que terminó en un desastre. No ha sido el único caso en el país. ¿Por qué fue un fiasco? Porque los compromisos fueron meramente potestativos y porque nadie asumió realmente la necesidad de que esos gobiernos de coalición fueran algo más que las poses que sirven para las fotos y para los discursos sobre los “momentos históricos”.
Es decir, esos “programas de gobierno” no eran sino documentos potestativos e irrealizables, y su falta de cumplimiento no implicaba sanción alguna tanto para los partidos como para los integrantes del gobierno. Por eso, volviendo a Oaxaca, una vez que Gabino Cué llegó a la gubernatura, tomó la ruta fácil de convertir a la administración estatal en un gobierno de parcelas, que discrecionalmente entregó a sus aliados para que ellos hicieran lo que quisieran, mientras él continuó gobernando sobre una estructura vertical e inamovible que le permitió no cumplir la gran mayoría de sus compromisos políticos y democráticos, y aún así tener la posibilidad de terminar cómodamente su administración a pesar de haberse quedado sin el apoyo de sus antiguos aliados, y con una debilitada mayoría legislativa que sólo respondía a sus intereses cuando les era conveniente.
¿Qué tendría que cambiar? Primero, que el propio poder lograra quitarse por lo menos algunos de los visos del sistema presidencial que hace fuerte al Poder Ejecutivo y lo convierte en un espacio de poder inamovible, independientemente de las circunstancias. Como los partidos de coalición no forman parte del gobierno, y éste no depende o de la mayoría, o de la confianza, de los partidos de coalición, entonces los espacios que se les entrega a las fuerzas coaligadas se convierten en verdaderas parcelas. Ahí está el caso de la Secretaría del Trabajo en Oaxaca, fue entregada por Cué como una parcela su aliado, el Partido del Trabajo, y su titular, Daniel Juárez López, incurrió en cualquier cantidad de prácticas indebidas sin consecuencia alguna.
Luego tendrían también que normarse de manera específica los programas y los gobiernos de coalición, para quitarles el velo de lo potestativo y lo no vinculante, y establecer entonces los mecanismos para el establecimiento de compromisos obligatorios y por ende necesarios de cumplir para la permanencia del gobierno de Coalición.
SÓLO SUEÑOS
Por eso, para no hablar sólo de pragmatismo y de coaliciones que sólo tienen como objeto un triunfo electoral, tendríamos que hablar de una verdadera reforma al poder público, como el paso previo a la construcción de candidaturas. Mientras, todos los ensayos no dejan de ser demostraciones concretas de ambición por el poder, y de ganas de sólo ganar elecciones independientemente de cuál sea el precio —o las consecuencias funestas— de éstas.