La capital de Oaxaca sigue sufriendo por la apatía y los enconos políticos

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+ La Ciudad paga por afanes y desavenencias políticas de quienes gobiernan


 

Parece hasta una maldición que a pesar de las alternancias de partidos tanto en el gobierno estatal, como en el municipal de Oaxaca de Juárez, la capital oaxaqueña siga padeciendo permanentemente por los enconos políticos de sus respectivos gobernantes. Desde hace veinte años, la ciudad ha sido rehén casi permanente de las desavenencias, los cálculos y los enconos. Y aunque pudiera pensarse que éste es un nuevo periodo de florecimiento —por la coincidencia de gobernantes en los dos ámbitos—, es evidente que la realidad está muy lejos de esa suposición.

En efecto, para mal de los habitantes, y de la propia ciudad, desde hace dos décadas, Oaxaca de Juárez no ha tenido un gobierno municipal que se jacte de estar verdaderamente preocupado por las demandas y problemas de las personas, y el espacio físico al que se deben. Si volteamos al pasado reciente, podremos darnos cuenta que ninguna de las últimas ocho administraciones municipales consecutivas, se ha centrado verdaderamente en la labor administrativa, y más bien han ocupado al Ayuntamiento citadino como caja chica, como agencia de colocación para desempleados, como trampolín político; y, ahora también, como uno de los espacios favoritos para los ajustes de cuentas políticos.

Veamos si no. El gobierno del entonces panista Alberto Rodríguez González, fue un auténtico desastre, que comenzó marcado por la ineficiencia y la falta de sentido sobre las necesidades de la capital, y terminó marcado por los excesos, las pifias del Munícipe, y los frentes de guerra que entonces se abrieron, entre los grupos políticos, con el gobierno del estado. Éste fue el primero, sin embargo, de una larga lista de gobernantes que independientemente de la razón, no concluyeron el periodo para el que fueron electos.

Luego de él, llegó Gabino Cué Monteagudo. Éste, independientemente de las acciones favorables o no para la ciudad que emprendió su administración, ocupó al Ayuntamiento citadino como un escaparate para las aspiraciones que ya abrevaba de gobernar la entidad. Así, en 2004, siendo presidente Municipal, consiguió una postulación conjunta de las fuerzas de oposición como candidato a Gobernador, y dejó encargada la administración municipal a dos concejales (Alicia Pesqueira Olea de Esesarte, y luego María Luisa Acevedo Conde) que hicieron exactamente eso: administrar, pero no resolver —por falta de tiempo y recursos, además de la guerra política que desató la disputa por dicho cargo edilicio— los problemas más apremiantes de la capital.

En octubre 2004 el PRI recuperó la alcaldía citadina. Jesús Ángel Díaz Ortega se alzó con la victoria en los comicios municipales, arrastrado por el triunfo que dos meses antes había conseguido el entonces candidato a la gubernatura por ese partido, Ulises Ruiz Ortiz. Su gestión estuvo marcada por importantes decisiones impopulares —como la de la instalación de los parquímetros—, pero determinada por la ausencia del munícipe, y el abandono total de sus funciones, durante el conflicto magisterial y popular de 2006. La gestión la concluyó Manuel de Esesarte, quien no hizo un mejor gobierno que quien le legó el cargo.

DOS VECES FRAGUAS

En 2007, sin embargo, el PRI repitió su triunfo en las manos de José Antonio Hernández Fraguas. Éste, también aspirando ya desde entonces a la gubernatura del Estado, se sintió ofendido ante el cuestionamiento sobre si concluiría su gestión. Expresamente manifestó que su gobierno sería de tres años, y que se dedicaría a ser Presidente Municipal, y no precandidato a otros cargos.

Hernández Fraguas mintió, y de la peor forma: ni siquiera obtuvo la candidatura a Gobernador (que hubiera sido un argumento irrefutable para justificar su separación del Ayuntamiento), y sí abandonó sin ningún pudor su labor como munícipe, para ir a realizar una gris labor como “coordinador” de la campaña priista en los Valles Centrales, y engancharse en una diputación local plurinominal.

Luego vino a la capital Luis Ugartechea Begué, que pareció llegar de la mano de entonces nuevo régimen gobernante pero que terminó en una confrontación casi campal con el gobierno de Gabino Cué. Inexperto e insensible, Ugartechea no fue capaz de conciliar los intereses de su propio grupo político y rápidamente fue reducido y arrinconado en un complicado proceso de ahorcamiento financiero que dejó a la capital casi colapsada.

Después de él vino Javier Villacaña Jiménez, que durante casi toda su gestión fue el único que demostró tener la capacidad política necesaria para conciliar sus propios intereses políticos con los del grupo que tenía el control del gobierno estatal, sin hacer padecer de más a la capital oaxaqueña por la falta de servicios o condiciones de estabilidad. En gran medida, la repetición del triunfo electoral del año pasado fue resultado de esas condiciones, además de la inercia electoral que traía el hecho de ser una elección concurrente a la de Gobernador del Estado.

El elegido para suceder a Villacaña fue Fraguas, a pesar de la tormenta política que había generado en la víspera de la unción del candidato a Gobernador. Fraguas se pronunció abiertamente en contra de la candidatura de Alejandro Murat, y respaldó las aspiraciones de Eviel Pérez Magaña. Su cálculo, en el fondo, se centraba en su eterna forma de negociación, que parte de golpear al adversario para luego obligarlo a pactar. Así ocurrió su reintegración al priismo en 2016, y luego su unción como candidato a la alcaldía citadina como una especie de “pago” por recular en su repudio a quien ya era el candidato a Gobernador.

El problema es que Fraguas no consideró que no es lo mismo ser un civil que ser una autoridad, y que tampoco sería lo mismo criticar desde la oposición partidista que enfrentar la indisposición del Gobernador para respaldar a quienes antes lo señalaron. ¿Qué ocurre? Que las acciones soberbias de Fraguas, combinadas con el enfrentamiento casi patológico que sostiene con Javier Villacaña, no encontraron un punto de equilibrio y de avenencia en la figura del Ejecutivo estatal, que claramente está dejando correr las diferencias municipales como una forma de demostrar que todo lo que se hace, irremediablemente se paga.

Pues, iracundo, al día siguiente de que se canceló la sesión de Cabildo por falta de quórum, Fraguas salió a decir que esto era consecuencia de una acción política concertada, y de un estado de emergencia financiero por el que atraviesa el Ayuntamiento. El problema es que aún teniendo razón, a propios y extraños les queda claro que la base de su crisis política se centra en su incapacidad para generar gobernabilidad al interior del órgano colegiado —el Cabildo— que él encabeza; y en la falta del respaldo político que en otro momento le habrían brindado desde el Ejecutivo estatal para no permitir que esta situación escalara hasta sus niveles actuales, en los que más que los grupos políticos o los gobernantes, quienes sufren son los habitantes de la capital.

ESPACIO DE LAS AMBICIONES

Fraguas, evidentemente, está siendo sometido a las presiones naturales de cualquier lucha de fuerzas. Él quiere reelegirse y hay muchas personas interesadas en que eso no se consume. ¿Cuál es la mejor forma de lograrlo? Obstaculizándolo, como lo harían con cualquier otra persona. El problema es que él, con su ya conocida actitud poco conciliadora al interior de su cabildo, y teniendo ante sí a un gobierno estatal que le desconfía todo, ha contribuido de manera importante a generar esta nueva crisis —enésima crisis— que ahoga a la capital oaxaqueña.

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