Una visita presidencial no salda el adeudo histórico que la Federación tiene con Oaxaca

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La presencia del presidente Enrique Peña Nieto ayer en Oaxaca, no salda el adeudo histórico que la Federación tiene con nuestra entidad. A estas alturas, es importante considerar que al margen de los partidos en el poder, las circunstancias han sido determinantes para que el gobierno federal omita atender a Oaxaca de la forma que sería quizá merecido, pero sobre todo, necesario. Los hechos de ayer, dan la pauta para considerar seriamente que no existe ninguna razón para sentirse aliviado, ni para creer que es suficiente, con la presencia del Presidente en la entidad.

En efecto, la inauguración del Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca (CCCO) fue la razón para que el presidente Enrique Peña Nieto estuviera, por primera vez en su administración, en visita oficial a la capital oaxaqueña. Había estado en alguna ocasión previa, pero había sido con el objeto de grabar anuncios de televisión para su administración, o por cuestiones de orden social. En un par de ocasiones, quizá tres en toda su gestión, había visitado algunas regiones del Estado para inaugurar obras. Pero no había venido al corazón de la entidad a refrendar el pacto federal, que es la razón política por la que un Presidente visita las entidades federativas, que son partes integrantes de la federación.

No lo había hecho, porque tampoco lo hizo Vicente Fox como presidente, desde el momento en que él mismo alimentó la predominancia de la Sección 22 como un factor de gobernabilidad, y mucho menos lo hizo Felipe Calderón, que sólo al final de su administración —en febrero de 2011— se atrevió a venir a Oaxaca a un evento de la Sedesol en el Palacio de Gobierno y, sobre todo, para inaugurar las instalaciones del campus de la Universidad La Salle, ubicadas en el municipio de Santa Cruz Xoxocotlán.

De hecho, el presidente Vicente Fox vino en muchas ocasiones a la entidad; e incluso parecía que al inicio de su gestión, Ulises Ruiz lo tenía seducido con las visitas constantes a Oaxaca. Sin embargo, pronto quedó claro que cuando tuvo que llegar el momento de las definiciones políticas respecto a Oaxaca en el contexto nacional —la sucesión presidencial de 2006—, Fox decidió que nuestra entidad se jodiera entregándole definitivamente el control de la gobernabilidad a la Sección 22 del SNTE.

Ese fue, en realidad, el golpe final y no el inicial de una larga historia de indolencia federal frente a Oaxaca. Fox venía constante a Oaxaca pero siempre en visitas rutinarias, igual que como lo hizo Ernesto Zedillo como Presidente. Ninguno de ellos tuvo interés o predilección particular con la entidad. Acaso, el único que hizo algo importante por la entidad en los últimos tiempos fue el presidente Carlos Salinas de Gortari, que impulsó obras como la súper carretera que conectó a Oaxaca con la capital del país a un tercio menos del tiempo en que se recorre la carretera federal.

Sin embargo, eso tampoco era suficiente porque Oaxaca estuvo largamente castigada, primero por la negativa federal a impulsar la inversión constante a niveles como lo hizo en otras entidades federativas; y luego porque cuando se decidió a dizque rescatar a Oaxaca en términos presupuestales, lo hizo en medio de un enorme clima de hostilidad en el que, por un lado, la gobernabilidad estaba en manos de la Sección 22, y por el otro había una enorme permisividad frente a la corrupción. Por eso, aquellas descomunales inversiones federales para la entidad sirvieron para enriquecer a algunos funcionarios de las dos últimas administraciones, pero no para paliar las condiciones de atraso en infraestructura, servicios, combate a la pobreza, y otros rubros en la entidad.

ENTONCES, ¿CUÁNDO?

Hay diversas versiones que intentan explicar las razones por las que Oaxaca quedó excluida del desarrollo nacional. Desde aquella leyenda urbana relacionada con una especie de pacto secreto entre los grupos de poder para evitar que otro oaxaqueño llegara al poder luego de las complejas experiencias de los gobiernos de don Benito Juárez y del general Porfirio Díaz —razón por la que incluso, dicen sin ninguna base comprobable, que el presidente Gustavo Díaz Ordaz se dedicó a negar su origen oaxaqueño e incluso cambió su registro de nacimiento al estado de Puebla—.

Otra versión, más convincente, es la que sostiene que Oaxaca quedó definitivamente marginada del proyecto revolucionario, y post revolucionario, desde el momento en que la clase política local se negó a reconocer y apoyar al Ejército Constitucionalista y a su Primer Jefe, don Venustiano Carranza, y que por esa razón Oaxaca ni tuvo una relación fluida con los gobiernos post revolucionarios, ni atendió de inmediato los mandatos constitucionales que establecían la necesidad de que el Constituyente oaxaqueño confeccionara y emitiera una Constitución local, acorde con la federal de 1917.

Incluso, esa es una razón que puede explicar por qué existe un desfase de cinco años entre la promulgación de la Constitución federal, y la emisión de la Constitución del Estado que hoy nos rige, y que data de 1922, lo que refleja que hubo resistencias y vicisitudes políticas que impidieron la emisión inmediata de una nueva Carta Constitucional local inmediatamente después de establecida la federal.  

Así, al margen de las razones, lo cierto es que la visita presidencial de ayer deja en claro que el gobierno federal sigue siendo timorato frente a Oaxaca. El propio gobierno federal debería reconocer que en gran medida, hechos como los de ayer —enfrentamientos, descalabrados, vialidades cerradas, autobuses quemados, y un deplorable espectáculo protagonizado por las fuerzas de seguridad y los integrantes de la CNTE— son consecuencia de la excesiva permisividad que se ha tenido frente al conflicto magisterial. El gobierno federal ha sido quien, con sus omisiones, en otros momentos entregó la gobernabilidad de la entidad a la Sección 22, y ahora no hace lo necesario para recuperarla.

Por eso, no se trata sólo de si hay una o varias inversiones importantes en la entidad, o si se inaugura una obra de gran envergadura como el Centro Cultural y de Convenciones, sino sobre todo del establecimiento de las condiciones mínimas para que ese, y todos los espacios públicos, puedan operar en un marco de normalidad y respeto a las normas de convivencia. En las condiciones actuales no se puede más que esperar que el CCCO se convierta en uno de los protestódromos favoritos de la 22, y de todas las organizaciones que asumen que pueden hacer lo que sea en Oaxaca, sin ninguna consecuencia.

PREOCUPANTE

No es común que en una actividad oficial, una aeronave sea atacada. Menos que dicho ataque ponga en riesgo un sobrevuelo, e incluso al mismo Presidente de la República. La última vez que un helicóptero federal fue atacado, fue cuando intentaron aprehender a un Jefe de Cartel en Jalisco. Por eso, el cohetón que impactó ayer a uno de los helicópteros de la comitiva presidencial, está lejos de ser una anécdota; y más allá de que sea la 22 la aparente responsable, el hecho debe ser investigado a fondo y sancionado hasta sus últimas consecuencias.

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