“Perdonar a los que generan violencia”, o cómo seguir engañándonos con las palabras

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Una de las cosas que generalmente dicen los extranjeros que nos caracterizan a los mexicanos, es nuestra excesiva capacidad de buscar formas aparentemente comedidas para evitar llegar de manera directa a lo que en realidad queremos decir. Tal pareciera que eso es lo que todo un sector de la sociedad mexicana intenta frente a la propuesta del candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador de “perdonar a los que generan violencia”. Esa es una forma cándida de evitar una afirmación tajante. Y eso mismo provoca desde interpretaciones bien intencionadas, hasta lo que pudieran ser considerarse como verdaderas apologías de lo inaceptable.

En efecto, hoy es ampliamente conocida la afirmación hecha el fin de semana en Guerrero por el Líder Nacional del partido Movimiento de Regeneración Nacional, en el sentido de que analizaba otorgar el perdón a todos los que generan violencia, asegurando que en esa consideración podría incluir a la delincuencia siempre que las víctimas estuvieran de acuerdo. Esta declaración, ambigua en sí misma, ha demostrado que la polarización que genera un proceso electoral en las circunstancias actuales del país, puede llevar un conjunto de palabras a cualquier cantidad de interpretaciones. Lo cierto es que, en realidad, poco se ha atendido a la literalidad y el sentido de las palabras, y se han privilegiado las posiciones políticas a favor y en contra del tabasqueño.

Pensemos: qué es el perdón. Según el diccionario, perdonar significa olvidar (por parte de una persona) la falta que ha cometido otra persona contra ella o contra otros, y no guardarle rencor ni castigarla por ella, o no tener en cuenta una deuda o una obligación que otra tiene con ella. Amnistía, por su parte, equivale al perdón de penas decretado por el Estado como medida excepcional para todos los presos condenados por determinados tipos de delitos, generalmente políticos.

Violencia es el uso de la fuerza para conseguir un fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo. No toda la violencia es legítima: sólo el Estado tiene el monopolio del uso legítimo de ella; cualquier otro acto violento es ilegal, porque implica la comisión de un delito, que a su vez es una acción que va en contra de lo establecido por la ley y que es castigada por ella con una pena grave

De todo eso, ¿qué podemos deducir? Que el perdón implica dejar atrás ciertos actos o cuestiones que lastiman física, emocional o moralmente a un conjunto de personas; que la amnistía es ese perdón, pero institucionalizado y reconocido legalmente por el Estado; y que lo que se puede hacer susceptible de perdón o amnistía, según resulte, son las consecuencias de un acto violento y, en este caso, ilegal, por constituir la comisión de un acto penado por las leyes vigentes.

¿Por qué acudir a este recuento de palabras? Porque queda claro que aquellos que ejercen violencia, en general, están cometiendo delitos. Cuando esto lo hacen con un fin eminentemente lucrativo o para obtener un provecho indebido, estamos frente a actos delincuenciales comunes u organizados, que al consumar esas conductas dañan los derechos y la integridad de las demás personas.

Por esa razón, en la sola literalidad de las palabras, no parece algo posible ni aceptable la decisión de perdonar institucionalmente —es decir, conceder la amnistía— a quienes han cometido delitos, porque ello significaría deponer a la ley a la voluntad de los delincuentes, y por eso mismo someter al Estado a la acción impune de quienes cometen delitos.

 

DELINCUENTES COMUNES Y DE CUELLO BLANCO

Está de más hacer juicios de valor sobre las palabras y las intenciones de López Obrador. Sus vaguedades son tales que por eso prácticamente cada persona interesada está en posibilidad de sacar sus propias conclusiones. No obstante, quedan algunas cuestiones que sí vale la pena revisar porque son parte de la forma en cómo muchos satanizan o justifican inopinadamente al líder tabasqueño.

Por un lado, hay quienes afirman que cualquier posibilidad de acercamiento entre “quienes generan violencia” y un candidato, significaría en automático un pase al “narco estado” que, por distintas razones, muchos quisieran ver. En el otro extremo, hay quienes ven una luz de esperanza en esa posibilidad, que al otro extremo simplemente le aterra. En esa polaridad no debemos confundir a unos delincuentes con otros.

Por ejemplo, hay quienes dicen que lo único que haría visible López Obrador, son los acuerdos que siempre han existido entre gobernantes y delincuentes. Eso pudiera ser cierto, aunque en realidad un cambio de fondo para la obtención de un verdadero Estado de Derecho tendría que consistir en que esos pactos o acuerdos no existieran, y no en el hecho de “transparentarlos” o “hacerlos visibles” porque eso sería tan oprobioso como lo son los presuntos pactos secretos entre políticos y delincuentes.

Hay también quienes afirman que en realidad de quienes debemos preocuparnos son de los delincuentes de cuello blanco, y no de los que quiere perdonar López Obrador. Eso es parcialmente cierto. Aunque en realidad deberíamos temer y repudiar del mismo modo a unos y a otros, y no suponer que como los de cuello blanco son peores y hacen más daño por el dinero que se roban, la corrupción que promueven y el daño que le provocan a los más pobres, los delincuentes comunes y organizados —narcotraficantes, secuestradores, extorsionadores, rateros y demás— son blancas palomitas a las que se les debe tratar con consideración, y no con todo el peso de la ley. De nuevo: la intención correcta sería perseguirlos a todos y no suponer que la maldad de unos, disculpa o atempera la de los otros.

Al final, lo que parece es que la gran mayoría de las interpretaciones de las palabras del tabasqueño están sujetas al criterio político de quien las hace, y de quien las lee o escucha. Por eso, no resulta raro que cualquier afirmación en contra de dichas palabras sea tomada como una posición en contra del tabasqueño, y que lo mismo ocurra con quienes lo defienden con argumentos que muchas veces resultan limitados en el fondo y el sentido de lo que se pretende decir. Es un signo más de nuestro tiempo en el que, lo que sí debemos cuidar, es que esto no sea la caja de Pandora que lastime irremediablemente nuestra frágil democracia.

 

CONFUSIONES

Parte de esa rareza que vivimos está también en otros frentes: los de un partido que recurren a lo externo para aparentar que ya no son lo que todos saben que son y por lo que los rechazan; los frentes ciudadanos secuestrados por los partidos; o las minorías partidistas queriendo decidir el destino de las mayorías. Algo andamos haciendo mal.

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