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Oaxaca y Edomex: los contrastes del ajuste político

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+ Operación: perfeccionan el cómo; deprimen el qué

 

Una elección no se gana sólo en las urnas. Más bien, un triunfo electoral se construye a partir de diversos factores que arrancan con la actuación del propio gobernante, y con el proceso para elegir al sucesor. Al no existir titubeos ni rompimientos en esos dos factores, se tienen ya ganados dos elementos que son fundamentales para todo proceso comicial: uno es el del cálculo preciso sobre lo que se puede y no se puede hacer desde el poder; y el otro, es la unidad real de todos los factores internos del partido postulante.

Todo eso pareció quedar perfectamente claro en la elección de gobernador en el Estado de México, que se resolvió el pasado domingo. En este caso, quedó perfectamente claro que el resultado positivo no fue producto de la operación política, e incluso ni del carisma o el arrastre ciudadano de su candidato electoral. Todo fue consecuencia del orden y la prudencia que tuvo el gobernante en turno (el gobernador Enrique Peña Nieto) tanto para hacer el cálculo del valor de su capital político, como para generar las verdaderas condiciones de unidad dentro de su partido. Veamos si no.

La operación electoral en el Estado de México no fue distinta a la que lleva a cabo el priismo en todas las entidades del país en las que gobierna, o en las que tiene presencia. Independientemente de sus capacidades de movilización el día de los comicios, el priismo está acostumbrado a los actos multitudinarios, al ruteo de zonas, y a la operación electoral que aún tiene innumerables resabios de las campañas políticas tradicionales. Pretenden ganar siempre con “músculo” y con la generación de percepciones de fortaleza, que luego complementan con la operación quirúrgica el día de los comicios.

Junto a ello, queda claro que el candidato priista tampoco era impactante. Lejos de la aceptación fanática, disciplinada o militante que tienen muchos simpatizantes o miembros del PRI por su abanderado —y que lo llevan al auténtico endiosamiento o magnificación de sus virtudes—, queda claro que Eruviel Ávila es un candidato promedio. Es decir, no tiene grandes escollos, pero tampoco grandes virtudes. Actúa, habla y propone tal y como lo marca “el librito” de la política eficaz. Pero no tiene los grandes elementos de empuje que necesitaría un verdadero líder arrasador.

Ahora bien, ¿si la operación y electoral y el candidato a Gobernador son elementos promedio de cualquier elección —es decir, son lo mínimo que dispondría un gobernante que desea repetir en el poder a través de los suyos—, entonces qué fue lo que construyó ese triunfo de más de 40 puntos de ventaja para el priismo en el Estado de México? Queda claro que lo construyó su Gobernante, estableciendo reglas claras e inamovibles del juego, tendientes no a buscar algo en pro o en contra del interés o del bienestar general, sino a conseguir la conservación del poder.

Una parte importante del resultado electoral se construyó a partir no de una actuación moralmente aceptada del gobernador Peña Nieto, o de su impecable ejercicio como gobernante; más bien, construyó el triunfo electoral tomando las decisiones estratégicas para que la mayoría del electorado lo aceptara y decidiera votar por él.

Por eso, aunque su administración está llena de cuestionamientos, él abonó sobremanera su imagen en medios, decidió casarse con una estrella de telenovelas, cuidó al máximo su gestión de los escándalos, e incluso ponderó la unidad dentro de su partido sobre la posibilidad de imponer al posible candidato que personalmente era su favorito.

Todas esas decisiones, en conjunto, explican por qué Eruviel Ávila ganó los comicios con más de 40 puntos de ventaja. Empero, eso mismo también explica por qué en otros escenarios —como Oaxaca— en los que aparentemente el PRI tenía todos los hilos del poder en las manos, ocurrieron sendas derrotas que le costaron no sólo el poder a los grupos, sino también márgenes importantísimos de votos que ahora debe remontar nacionalmente el priismo si es que quiere ganar los comicios presidenciales del año próximo.

CASO OAXACA

Prácticamente todas las que fueron virtudes para el priismo en la elección de Gobernador en el Estado de México, en Oaxaca fueron defectos. Aquí, el año pasado, el gobernante en turno (el gobernador Ulises Ruiz) perdió la dimensión de los alcances del capital electoral de su partido, y creyó que imponiendo hasta a un pato como candidato —su favorito, y el que más le convenía a él—, éste podría ganar por obra y magia de las estructuras electorales.

Si en el Estado de México se cuidó sobremanera el no involucramiento en escándalos públicos al gobierno estatal, y se privilegió la unidad real dentro del partido —además de generar una imagen pública verdaderamente atractiva para los electores—, aquí ocurrió todo lo contrario.

Y es que en Oaxaca, el gobernante y la administración pasada, estuvieron involucrados en todo tipo de escándalos por su evidente proclividad a la corrupción, la frivolidad y los excesos; el proceso para elegir a su candidato a gobernador dejó agraviados a todos los participantes; la campaña electoral fue un ejemplo de derroche, falta de compromiso y descoordinación interna. Y creyeron que aún así podían alzarse con el triunfo, gracias a un electorado acrítico que, según ellos, pasaría por alto todos sus excesos y desprestigios, y de nuevo volvería a votar por ellos.

Tal parece que en el Estado de México tomaron las lecciones que dejaron otros procesos electorales del país en los que el tricolor, y los procesaron adecuadamente para no cometer los mismos errores. Y por eso, queda claro que si el resultado adverso de los comicios del año pasado en Oaxaca no fue sólo culpa del candidato Eviel Pérez Magaña, en este caso la victoria tampoco puede ser adjudicada del todo —y acaso, ni siquiera en un porcentaje importante— a las virtudes del abanderado priista del Estado de México, o a la “operación electoral” de quienes, protagónicos, hoy pretenden colgarse milagritos que en ningún sentido les corresponden.

DISIMULO

Queda claro, por último, que los buenos cálculos del gobernador Peña Nieto no significan, necesariamente, un beneficio para el país. Su triunfo fue concebido gracias a la alianza de poderes fácticos, cálculo político, y suma de factores. ¿Creen que será la panacea para 2012? Sólo vean sus alianzas, y la situación en que dejará al Estado de México. Ahí estará la clave de todo.

GCM: Un año después, el choque con la realidad

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+ ¿Cómo diferenciarse de regímenes del pasado?

 

Ha pasado un año desde los comicios locales en los que Gabino Cué Monteagudo se alzó con la victoria, en la disputa por la gubernatura del Estado. Ha pasado un año en el que se logró una transmisión de poderes relativamente civilizada y pacífica, pero en el que aún no parece encontrarse la fórmula para resolver los dos retos que, al inicio, son fundamentales de todo gobierno de alternancia: primero, cómo diferenciarse —para bien— de sus antecesores; y segundo, cómo controlar la expectativa ciudadana, pero a la vez dar respuesta moderada a los cambios radicales que ésta exige.

Sin duda, por sí mismo el triunfo de los partidos de oposición marcó un episodio fundamental para la historia reciente de nuestra entidad. Históricamente, en el ámbito nacional Oaxaca era considerada como uno de los bastiones del Partido Revolucionario Institucional, que en cada proceso electoral era capaz de aportar una cantidad importantísima de votos, que servían para abonar los proyectos políticos del otrora partido oficial.

En el ámbito estatal, y hasta hace muy poco tiempo, el priismo era capaz de arrasar también en los procesos electorales, y llevar al poder (gubernatura, diputaciones y alcaldías) a la gran mayoría de los personajes que eran postulados por el grupo y partido gobernantes. Sólo en función de ello, la posibilidad del triunfo opositor parece ser un paso importante para toda democracia funcional, independientemente del buen o mal proyecto de gobierno que planteen tanto el oficialismo hegemónico, como la oposición pujante.

Todo esto es importante de ser tomado en cuenta, no obstante que también hoy resulta ser un simple dato que queda para la historia, pero que no es fundamental para el momento actual. La historia de la hazaña electoral se acaba justamente en el momento del triunfo. Y de ahí para delante todo debe verse en función de las decisiones, de la eficiencia y eficacia de los hombres del poder, y de la capacidad que éstos tengan para replantear funcionalmente la administración pública.

En este sentido, nadie regatea las hazañas sobre la larga batalla política que dio, durante casi una década, el ahora gobernador Cué Monteagudo; del mismo modo, nadie tiene la calidad o los méritos suficientes, para regatear algo del histórico triunfo electoral obtenido hace exactamente un año por la coalición opositora. No obstante, para los efectos prácticos del presente, nada de eso resulta ser importante, porque hoy es innecesario hablar de las glorias del pasado, cuando éstas no sirven para fundamentar los grandes proyectos del presente.

Hasta ahora, queda claro que tanto en su etapa de gobierno electo, como ahora ya de régimen constitucional de gobierno, la administración estatal ha tenido serios problemas para verdaderamente poder replantear las inercias del pasado, y para romper con los esquemas por los que justamente la ciudadanía se hartó del priismo hegemónico y votó mayoritariamente por un cambio.

El problema, en todo esto, es que el desencanto social, y eventualmente el abierto rechazo de la ciudadanía, irán creciendo proporcionalmente al tiempo y las dificultades que sigan encontrando los funcionarios actuales para cumplir con las expectativas, los objetivos y el proyecto de gobierno que haya definido el gobernador Cué Monteagudo al arranque de su administración.

 

FÓRMULA PERDIDA

No parece una tarea complicada la de buscar la forma de diferenciarse positivamente del régimen anterior. Desde cuestiones tan banales como los excesos en las custodias, la fanfarronería y la altanería, e incluso el derroche de frivolidades o alardes de abundancia, hasta la demostración precisa de eficacia en las tareas recomendadas, eran un buen inicio para marcar diferencia entre un gobierno y otro.

Algunas de esas cuestiones las lograron a un inicio. Sin embargo, queda claro que el trecho es mucho más largo, y varios funcionarios de la administración estatal han tenido serios problemas para seguir alimentando la necesidad de diferenciación a partir de la demostración de eficiencia y eficacia en las tareas encomendadas.

Debería preocupar sobremanera a los funcionarios de la administración actual, que luego de que ha pasado ya más de medio ejercicio anual aún se siga anunciando el arranque de la obra pública. En ese sentido, sobran las justificaciones o las acusaciones de corrupción en el pasado.

No arrancar la obra equivale a mantener paralizada la economía estatal, y demostrar que la inexperiencia o la ineficacia tienen un alto costo no sólo para los funcionarios o el régimen que es cuestionado, sino también para todos aquellos que directa o indirectamente sobreviven a partir del funcionamiento de la maquinaria transformadora que se impulsa desde el gobierno estatal.

Otro rasgo importante: este gobierno creó nuevas dependencias y coordinaciones, a las cuales no se les ha visto trabajo articulado ni resultados tangibles: ¿De verdad era necesario tener más burocracia? El problema es que los resultados de todo eso no pueden ser percibidos por la ciudadanía. De nada sirve que se le cambie el nombre a las Secretarías, o se decrete la creación de nuevas instancias, si éstas no alcanzan a aportar lo suficiente para generar por lo menos las percepciones que la ciudadanía espera.

Los ajustes debían hacerse con urgencia, antes de que el inmovilismo y la resistencia a ajustar hagan más costosos estos fallos. Aunque no lo parezca, el Primer Informe de Gobierno ya se acerca, y los funcionarios eficientes e ineficientes deberían comenzar a preguntarse qué se va a informar a la ciudadanía y a los otros poderes, si no ha existido la capacidad de establecer los parámetros mínimos que la ciudadanía esperaba de un gobierno de alternancia.

Frente a todo esto, los dichos sobre logros “históricos” o “acuerdos inéditos” deberían ocupar menos espacio en la conciencia y léxico de quienes gobiernan, para pasar a las demostraciones contundentes de evolución y eficacia. Eso, y no más machaconerías sobre el pasado, es lo que espera y demanda la ciudadanía.

 

OPOSICIÓN ANÁRQUICA

Bonitos se ven los tricolores endureciendo las patadas y los golpes bajos que se profieren en su ruta al Senado. Debían preocuparse más por los asuntos públicos, y menos por sus grillas internas. Finalmente la ruta no es sencilla y las definiciones no van a partir de ellos. Por eso mismo, debían preocuparse más por Oaxaca y menos por sus intereses facciosos. Abundaremos.

2 de Julio: ya nadie se acuerda del “cambio”

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+ Fox, Calderón y oposición, juntos en el fiasco

 

Si otra fuera nuestra historia, hoy sería un día de fiesta para México. Hace once años —y quizá sea el último que conmemoremos de este modo— ocurrió el “histórico triunfo” de la oposición que sacó al Partido Revolucionario Institucional del poder federal.

El 2 de julio del año 2000, el candidato del PAN a la presidencia de la República, Vicente Fox Quesada, ganó las elecciones presidenciales por un amplio margen. Contrario a como había ocurrido en diversos países del orbe en sus procesos de desmantelamiento de los regímenes autoritarios y/o hegemónicos, aquí la alternancia llegó luego de un proceso electoral competido, en el que relativamente hubo una amplia participación democrática de la ciudadanía, y que finalmente se coronó con una transmisión de poderes pacífica e institucional, para dar paso al inicio de gobierno de un hombre legitimado y respaldado por la mayoría de la población. Teniendo un escenario así, podría parecer que ese sería el principio de una historia importante —y hasta “gloriosa”— para un país que desea democracia y un mejor porvenir. Podría haber pasado eso en cualquier otra nación… menos en México.

Aquí, en el año 2000, parecería que hubo las condiciones perfectas no sólo para la alternancia de partidos en el poder, sino también para el proceso de transición que pudo haberse esperado. El candidato ganador de las elecciones presidenciales arribó a la Presidencia rodeado de un amplio respaldo popular; tenía un bono democrático altísimo, que en sí mismo se convertía en una fuerza de empuje importante frente a todas las demás fuerzas políticas para consensar y llegar a acuerdos.

Si bien no contaban con mayoría absoluta, sí había también una presencia importante del ahora partido gobernante en las cámaras que integraban el Poder Legislativo. Y sobre todo había llegado al gobierno con un ánimo reformador que era bien visto por la ciudadanía, y era necesario para dar viabilidad tanto al gobierno como a los procesos de estabilidad, desarrollo y crecimiento que eran necesarios para el país. Y por si fuera poco, sus principales opositores llegaban a ese escenario cargando una losa de falta de credibilidad que en sí misma desacreditaba sus proyectos y dichos de oposición al poder.

Ese era, a grandes rasgos el escenario del presidente Vicente Fox Quesada. Llegó al poder el 1 de diciembre del año 2000, y a partir de entonces comenzó a dilapidar el poder que le había sido conferido. Su gobierno fue errático, dilapidador del bono democrático, y carente de un sentido propio de lo que debía ser tanto la transición democrática como el encaminamiento de los nuevos procesos, reformas e instituciones que eran necesarios para el fortalecimiento del país.

El gobierno foxista fue siempre calificado como desastroso. Y no era para menos. Buena parte de la expectativa ciudadana se diluyó por culpa de los errores y excesos de un gobierno que quiso administrar al país como si fuera una empresa a partir de un mal gerente. No obstante, y aunque es una carga que a nadie le gusta que se la achaquen, el fracaso de ese primer proceso de transición democrática también fracasó por la visión cortoplacista y partidizada de quienes jugaron el papel de fuerzas opositoras.

Si bien unos erraron en la administración y en la concertación política, quedó claro que los otros, sus contrarios, hicieron todo para que los primeros no avanzaran. El problema, en todo eso, es que el futuro del país era lo que estaba en juego.

Y aunque siempre lo supieron, y aunque siempre parecieron estar concientes de ello, también quedó claro que voluntariamente decidieron no permitir que avanzara el partido gobernante, aunque a costa de ello también se detuvieran y estancaran las condiciones más importantes de crecimiento para México.

 

¿Y LA TRANSICIÓN?

Hoy nos seguimos preguntando eso: dónde quedó la transición. Y también debíamos preguntarnos en qué momento perdimos los mexicanos el ánimo y la entereza para exigir e inconformarnos con el tipo de gobierno y representantes que queremos. Todos nos quejamos de que las condiciones de vida, económicas y sociales son cada vez más adversas. ¿Pero cuánto hacemos los ciudadanos, para exigir que nuestros representantes populares actúen con un mayor grado de responsabilidad, y tomen decisiones alejados de la demagogia y los falsos dilemas democráticos?

En México, todas las promesas están pendientes. Vicente Fox dijo que reformaría el poder para hacerlo más democrático, y falló. También dijo que resolvería el asunto de Chiapas, y falló. Se comprometió a impulsar sendas reformas económica, fiscal, laboral y política. Y no cumplió. Fueron sólo destellos del cambio los que pudieron verse seis años después de que éste llegara a la Presidencia de la República.

Aún con eso, el panismo repitió en el poder, y hoy no vemos sino prácticamente lo mismo: el presidente Felipe Calderón, como candidato, prometió que su administración sería la del empleo; prometió menos impuestos, y lejos de cumplirlo hoy pagamos más gravámenes que antes. Prometió un combate sin igual contra la pobreza, y terminó combatiendo a los criminales. Dijo que transformaría al país y falló.

Quizá todo esto no sólo sea resultado de las promesas deschavetadas de personajes locuaces que llegan al poder. Quizá es también consecuencia de que no existen las condiciones necesarias para poder lograr alguna de estas metas; que no se han dado los pasos previos para llegar a ese punto. También es responsabilidad de todos aquellos que fueron corresponsables de que hoy México sea un país del mañana, del pasado mañana, o del quién sabe cuándo.

Estamos tan mal, que ya ni siquiera nos acordamos que hace once años el rumbo del país pudo cambiar. No nos acordamos, porque tampoco queremos que eso nos traiga a la memoria el fracaso que hoy es evidente. Y lo peor, es que estamos frente al peor escenario posible: en serias posibilidades de presenciar, el año que entra, que el PRI regrese a la Presidencia de la República.

 

MUNDO AL REVÉS

Tan mal estamos que ahora mismo vemos a un ex “presidente del cambio” vaticinando triunfos del PRI. Vemos también a los viejos opositores emulando a los viejos priistas, ahora que “ya son poder”. Y vemos a los tricolores rasgándose las vestiduras y hablando de democracia, como si de verdad fueran ejemplo. México es un país donde todo pasa al revés. Y, o está mal el país, o estamos —o somos malos— los mexicanos.

Velaria: ¿Qué pasará después con ese “adefesio”?

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+ Urgente, ubicar puntos de referencia para discusión

 

Si ya hace tres días, el gobernador Gabino Cué Monteagudo dijo expresamente que, en lo personal, a él no le gusta la velaria, y anunció que el destino de dicha obra se decidirá a través de una consulta popular en la que se tome en cuenta no solamente no sólo el agrado o disgusto de la población, sino también las posibilidades de retirar la estructura y el uso alterno que pueda dársele, entonces debe ser momento de que tanto el Gobierno del Estado como los sectores de la sociedad, y los expertos —a nivel local, nacional e internacional— interesados en el tema, establezcan los puntos de referencia sobre los cuales podría llevarse a cabo esta discusión sobre la permanencia o retiro de la velaria.

Sin duda, tiene razón el gobernador Cué cuando, al dar su punto de vista personal sobre la velaria, señala que éste no es suficiente para determinar el retiro de la misma, y que incluso también debe valorarse qué desea la mayoría de los oaxaqueños, cuánto costaría quitarla, y qué uso se le debería de dar. En realidad, determinar el destino de esa obra a partir de la percepción o el deseo personal, sería tanto como negar que este sea un asunto de interés general, y que por tanto se deban tomar en cuenta todas las aristas tanto de la población, como del gobierno y los especialistas.

Hasta ahora, la culminación de la obra proyectada e iniciada por la administración del gobernador Ulises Ruiz, ha sido fuertemente criticada; esta crítica ciudadana se ha acentuado, particularmente porque desde los tiempos de las campañas electorales, tanto el ahora Mandatario Estatal, como su equipo de gobierno, dejaron perfectamente claro que ellos no estaban a favor de dicha obra.

Frente a esa postura inicial, parecía un contrasentido, y una falta de congruencia, el decidir terminar una obra que ellos mismos rechazaban. En ese sentido, existe una justificación técnica para haber tomado tal decisión, pero también un aspecto sin duda excesivo, y por tanto ampliamente criticable, de la administración actual del Gobierno del Estado.

¿Cuál es la justificación técnica? Que, de acuerdo con la Secretaría de las Infraestructuras y el Ordenamiento Territorial Sustentable, la obra sólo pasará a ser patrimonio del estado de Oaxaca cuando esté terminada, y su culminación sea validada por el gobierno federal. A decir de la dependencia, los 100 millones de pesos que costó la velaria, provinieron de recursos federales de un fondo denominado Fonregión.

Y, dicen, si se decidía el retiro de la obra antes de su culminación —cuando sólo faltaba la colocación de la membrana, y ya había sido pagada la mayor parte de la obra, por alrededor de 80 millones de pesos—, entonces el gobierno federal exigiría al de Oaxaca la devolución del monto total (100 millones de pesos), lo cual significaría un quebranto para las arcas estatales, y para la posibilidad de hacer más obras prioritarias con recursos de Fonregión.

Esa es la explicación técnica. Sin embargo, junto a esa justificación —que puede tomarse o no como válida—, se encuentra un cuestionamiento que sin duda proviene de los excesos de un sector de la misma administración estatal, que no comprendió la naturaleza de la inconformidad ciudadana:

Hubo funcionarios que promovieron la culminación de la obra de colocación de la velaria como un “reto cumplido” o como un “éxito” de la actual administración. No entendían que independientemente de que ellos tuvieran que terminar una obra heredada de la administración anterior, nada de lo hasta entonces hecho les daba posibilidad de “presumir” una obra que no les pertenece, de la cual tampoco tienen la paternidad, y por la cual seguramente muy pocas personas tendrán la disposición de aplaudir. No queda duda, en ese sentido, que en la insensibilidad y el exceso de presunción, están también llevando la penitencia.

 

DISCUSIÓN TÉCNICA

Ahora bien, luego de las fiestas de los Lunes del Cerro, habrá de ser momento de ver hacia delante. Esto es, verdaderamente entrar en la polémica, y en la discusión formal, sobre qué pasará con la velaria.

Frente a ello, si de verdad el Gobierno del Estado pretende llevar a cabo un proceso pulcro y ajeno a los cuestionamientos, debe comenzar a generar los puntos de referencias respecto a qué se va a discutir, cómo se va a discutir, y sobre todo, qué voces serán las tomadas en cuenta, qué valorización se le dará a cada percepción, y quién o quiénes serán quienes decidan.

Es claro que este asunto debemos verlo más allá de la demagogia. Es decir, que debemos verlo más allá de la sola opinión de la ciudadanía, o incluso de los “oaxaqueños notables” que, sin excepción, ya opinaron que no les gusta la velaria; también, esta discusión debe estar más allá del solo gusto del gobernante o los funcionarios del ramo.

Tomar esos dos como únicos o fundamentales puntos de referencia, será tanto como tomar una decisión igual de arbitraria y cuestionable, que la que hace unos meses llevó a decidir al gobernante de aquel momento, que se instalaría una techumbre en un Auditorio que esencialmente tenía la virtud de ser a cielo abierto.

Por eso, para centrar la discusión deben promoverse, y sobre todo escucharse y valorarse la opinión de todos los verdaderos expertos posibles de Oaxaca, México, y quizá hasta del mundo; es también necesario tomar en consideración todos los análisis técnicos, presupuestales y de viabilidad sobre un futuro alterno para esa obra.

Y todo eso —que son también cuestiones técnicas, que nunca deben faltar, y que más bien deben ser el soporte de una decisión de esa magnitud—, sin duda debe ser contrastado, con transparencia y pulcritud, con la opinión de la mayoría de la población civil que participe en esa discusión.

Sólo así es como verdaderamente podrá tomarse una decisión condensada, posible y legitimada para el futuro de la velaria. Todos, aisladamente, podemos opinar que la estructura sea retirada. Pero para que verdaderamente se decida eso, debe generarse una discusión mucho más amplia y participativa. Se puede llegar al mismo resultado: que se quite. Pero así se tendrá la seguridad de la decisión y del destino de la estructura, y no será —como su colocación— sólo consecuencia del capricho de una sola persona.

 

TOC, TOC

¿Alguien sabe dónde está el secretario de Turismo y Desarrollo Económico? El fondo PYME —cuyo convenio está listo desde enero— está en riesgo porque José Zorrilla no tiene ganas de reunirse con la Secretaría de Economía federal. Ver para creer.

Convergencia: la historia del cisma en Oaxaca

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+ ¿Cambio de nombre o evolución en la práctica?

 

La disputa por la candidatura presidencial que hoy, aún disimuladamente, protagonizan el ex abanderado Andrés Manuel López Obrador y el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, está impactando en Oaxaca a través del intento de transformación del Partido Convergencia en Movimiento Ciudadano.

Todo esto tiene profunda relación con nuestro estado, particularmente porque el gobernador Gabino Cué Monteagudo es de extracción convergente, y porque al acercarse el momento de las definiciones sobre la candidatura presidencial, será imposible que el gobierno de Oaxaca pueda sostener lealtad con esos dos personajes. Aquí, a través de sus respectivos representantes y grupos políticos, están librando una batalla que tiene lo mismo aristas perfectamente explicables, que tintes de una implacable guerra por el control de ese instituto político.

En el planteamiento de la propuesta para el cambio de nombre del PC a Movimiento Ciudadano, el senador Dante Delgado Rannauro sostiene que “lo hacemos ante la negación de la partidocracia para abrir espacios a las candidaturas de la sociedad; estamos trabajando para consolidar un gran movimiento ciudadano a favor del pueblo, en defensa de los que no tienen voz y a quienes se les pretende engañar desde el poder (…) Una Convergencia constituida en movimiento ciudadano que aliente las candidaturas ciudadanas, esa será la diferencia de nuestro partido con la partidocracia de México”.

Es decir, que en la perspectiva formal de quienes intentan reforma al PC, éste debe abanderar los espacios ciudadanos para tratar de llevarlos —como una alternativa a la fallida reforma política, que incluye la estipulación de las candidaturas sin partido— al poder a través de días distintas a la partidocracia tradicional, que según su visión, sólo impulsan a quienes defienden sus intereses cupulares, y no a los verdaderos ciudadanos que desean hacer algo por la sociedad.

Frente a este planteamiento, ¿cuál es la molestia de un sector importante de militantes de Convergencia, que se niega al cambio? En el aspecto visible, esencialmente, sostienen que el cambio de rumbo, siglas e identificación del PC, minaría el trabajo político que éstos han realizado a lo largo de una década para construir y apuntalar ese partido. Además, se resisten a que desaparezcan los comités directivos estatales, y se centralicen las decisiones y las estructuras electorales en un solo comité central, que disponga para todo el país.

Además de todo eso, queda claro que los grupos de poder dentro de Convergencia sostienen esta disputa por al menos dos razones: la primera, porque a través de la ciudadanización y el cambio de siglas, se pretende también modificar partes importantes del planteamiento político y la estructura de mando de ese partido, centralizándolo.

Y segundo —que parece lo más importante—, porque se dice que todo esto no parece ser sino un “traje a la medida” de Andrés Manuel López Obrador, para que éste asuma la candidatura presidencial a través de la cual compita en los comicios federal de 2012, y para que sus redes ciudadanas “absorban” el trabajo y el capital político —mucho o poco— de Convergencia, justamente a cambio de que todo eso garantice que se obtenga el dos por ciento de la votación total en esos comicios, y el PC pueda mantener su registro como partido político nacional.

 

¿CIUDADANIZACIÓN REAL?

Como ha quedado claro, el planteamiento central de este intento de modificación, es el establecimiento del 50 por ciento de las candidaturas de Convergencia para líderes o representantes ciudadanos, y con ello, dicen, lograr tanto el incremento de su militancia, como la atención a la ciudadanía que hoy se encuentra enojada y desilusionada de la partidocracia que impera en nuestro país.

Más allá de los nombres y las disputas, e incluso de la viabilidad y la buena decisión de abrir el partido y sus candidaturas a la ciudadanía, queda la pregunta: ¿Con este cambio de rumbo, el PC dejará de ser el coto de poder, que fue creado por unas cuantas personas hace casi 15 año, y que en buena medida fue construido y manejado en base a la migración de disidencias de otros partidos, que lograron espacios relativamente importantes de poder a cambio de dejar la dirección real del partido en una sola persona?

Queda claro que en el fondo, un verdadero proceso de democratización sustentable del PC, tendría que pasar no sólo por la apertura de candidaturas y espacios de decisión a la ciudadanía —pues esa es una exigencia hoy para todos los partidos—, sino también por un verdadero proceso de inclusión y democratización interna —que eliminara la figura e injerencia omnímoda del “líder moral” de ese partido, el senador Delgado.

Incluso, tendría que quedar perfectamente establecido que una modificación de tales magnitudes no debe estar encaminado, y ni siquiera tener visos, de ser una reforma a modo que favorecerá a un solo grupo político, o a un solo aspirante presidencial. Queda claro que el PC de hoy, no es aquel instituto político de representación, democracia y alcances meramente testimoniales que fue a un inicio, sino que tiene una militancia que, en su proporción de partido minoritario, es pujante y no está dispuesta a aceptar cambios o imposiciones inopinadamente.

Por eso, y porque Oaxaca es uno de los territorios clave para conseguir la permanencia de ese partido, es que aquí es donde está ocurriendo una de las mayores resistencias que ha presentado el intento de modificación a las estructuras del PC. En el fondo, no sólo se pelean los militantes, sino que también es una medición de fuerzas entre los grupos —hoy enquistados en el poder— que pretenden respaldar el abanderamiento de dos candidaturas distintas: la de López Obrador, y la de Ebrard.

Los intentos reformistas, en este campo de la lucha abierta por el poder, están respaldados por Benjamín Robles Montoya; los opositores tienen el respaldo de Alberto Esteva Salinas. Uno y otro representan intereses contrarios, dentro de su mismo partido, y ambos —aunque lo nieguen— buscan la candidatura al Senado.

 

CIRUGÍA MAYOR

Una intervención quirúrgica mayor al tejido político de su partido y de los grupos de poder, es la que deberá hacer el gobernador Cué para mantener los equilibrios de cara a los comicios del próximo año. Esto no es tan sencillo como decidir “entre melón y sandía”. ¿Recuerdan cuando se advertían los riesgos de las alianzas? Ya casi los tenemos a la vista.

Migrantes: gran pendiente del gobierno de Oaxaca

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+ Proteger DH’s, por encima de cualquier polémica

Cuando en el mes de diciembre del año pasado, el sacerdote católico y director de la casa del migrante “Hermanos en el camino”, ubicada en Ciudad Ixtepec, Alejandro Solalinde Guerra, denunció que habían ocurrido por lo menos dos secuestros masivos de migrantes centroamericanos, el gobierno de Oaxaca —entonces recién asumido por la administración actual— se quedó prácticamente inmóvil ante una avalancha de críticas y de evidencias de inmovilismo que, si bien no eran del todo su responsabilidad, sí ponían en evidencia la falta de criterios y políticas encaminadas a defender los derechos de los transmigrantes.
A partir de diversas evidencias, plenamente estudiadas y documentadas, se sabe que la transmigración está lejos de ser un proceso social nuevo en México. De hecho, año con año, y desde hace décadas, llegan a la frontera de Chiapas, decenas de miles de ciudadanos de varias naciones centro y sudamericanas que pretenden cruzar nuestro país en aras de llegar a Estados Unidos de Norteamérica. Desde hace décadas se sabe de estos procesos de migración, y también se conocen perfectamente los abusos que, tanto autoridades como grupos criminales, cometen en su contra mientras se encuentran en territorio nacional.
Frente a todo eso, durante años la justificación del gobierno federal para no evitar y sancionar las violaciones a los derechos humanos que cometían tanto agentes federales, como policías y corporaciones locales, y grupos criminales, contra los transmigrantes, era que como éstos se introducían al territorio nacional de forma ilegal, entonces el Estado no podía hacerse cargo de ellos, ni de su seguridad ni de la tutela de sus garantías fundamentales. A partir de este criterio legalista, erróneo y decimonónico, todas las autoridades levantaban los hombros para hacerse ajenas a la corrupción y los abusos que estaban a la vista, y de muchos de los cuales también ellas eran parte a través de las redes de trata y tráfico de personas.
Sin embargo, queda claro que más allá de las justificaciones siempre estuvo la realidad y sus sucesos implacables. El recrudecimiento de la guerra que libra el Estado mexicano contra los criminales, y la “diversificación” de actividades delictivas que éstos realizan para sostenerse, provocaron que ese rubro totalmente desprotegido y olvidado por la tutela del Estado se convirtiera en uno de los preferidos de los criminales.
Así fue como las bandas criminales pasaron de ser transportadoras de sustancias prohibidas, para también convertirse en secuestradores, asaltantes y extorsionadores. Y su mercado más fértil fueron los migrantes, a quienes lo mismo podían extorsionar y matar, que enrolar en sus filas, o convertirlos en “dealers” o guardias, y a las mujeres prostituirlas, esclavizarlas, o hacerlas tratantes de personas. Como el Estado no se hacía cargo de ellos, y legalmente “no existían”, entonces eran los elementos perfectos para las actividades que ellos realizaban.
Sin embargo, a la par de todo esto se encontraba la mirada de la ciudadanía que era testigo de esos abusos; además, de decenas de organizaciones civiles nacionales e internacionales que se preocuparon por la defensa de los derechos fundamentales de los transmigrantes, e incluso por la sensibilidad de algunos gobiernos que decidieron no seguir cruzándose de brazos y hacer algo verdaderamente importante para procurar las condiciones mínimas de vida y seguridad para quienes pretenden llegar a los Estados Unidos.

GOBIERNOS INMÓVILES
Así fue como en diciembre, una denuncia de particulares sobre el secuestro de un grupo de migrantes en el municipio de Chahuites, Oaxaca, motivó la alerta de los medios de información nacionales e internacionales. Cuando eso ocurrió, y todos se toparon tanto con el gobierno federal, como con el estatal, se dieron cuenta que ni uno ni otro estaban preparados para el reto que significaba garantizar las condiciones mínimas de seguridad de aquellos seres humanos que, aunque ilegales en México, tienen también la calidad de personas, y por tanto la protección de las leyes nacionales, y diversos tratados internacionales signados por México.
Fue a partir de las denuncias del padre Alejandro Solalinde, que el gobierno federal inició un proceso paulatino de depuración de agentes del Instituto Nacional de Migración, y reforzó los patrullajes en los puntos más importantes de tráfico de migrantes, no sólo para capturar y deportar a los ilegales, sino también para evitar que éstos fueran presa de los grupos criminales.
El gobierno de Oaxaca, por su parte, disimuladamente tuvo que reconocer en diciembre pasado que hasta entonces no existía ningún tipo de política o preocupación oficial, de la pasada administración, por atender un problema que en gran medida estaba haciendo crisis en territorio oaxaqueño, y del que también podrían haber sido parte agentes de corporaciones policiacas estatales o municipales de los territorios involucrados.
Frente a eso, el Gobierno de Oaxaca se comprometió, también en diciembre pasado, a reforzar tanto las medidas de seguridad para los transmigrantes, así como a establecer mejores condiciones para que éstos pudieran tener acceso a la procuración de justicia en caso de ser objeto de abusos. Incluso, se tenía la expectativa de que el gobierno entrante habría de reforzar la política social para brindar cierto tipo de atención a todas aquellas que estaban de paso por nuestro territorio, pero que, aún así, y en ese lapso, son también problema de nuestro gobierno y nuestra ciudadanía.
Hoy, cuando nuevamente existen denuncias de que en la zona de Medias Aguas, en Veracruz, ocurrió un secuestro masivo de transmigrantes, el gobierno de Oaxaca reitera su preocupación, aunque también debiera informar qué medidas sustanciales ha tomado para tratar de disminuir la incidencia delictiva en contra de los transmigrantes.

HACER MÁS
Eso es lo que deberían hacer. De nada sirve, para ningún gobierno o actor político, el irse a tomar la foto con las personas afectadas por cierto problema —como para que la ciudadanía crea que sí existe algún tipo de preocupación oficial por lo que ocurre—, pero que a las primeras de cambio todos se olviden del asunto, y esperen a que todo haga crisis para volver a acordarse de él. Aquí, con sensibilidad, debiera haber más atención a este asunto que todo el tiempo, y por diversas circunstancias, lastima a quienes van buscando una mejor calidad de vida que la que tienen en sus países de origen.

Tenencia vehicular: qué bien que gobierno rectifica

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+ Elevar la recaudación, pero con posibilidades reales

 

Cuando a principios de año se hicieron los primeros señalamientos, respecto al error en que incurría el gobierno estatal en su insistencia sobre el cobro de la tenencia vehicular en las mismas condiciones y montos de siempre, más de uno supuso que los señalamientos, y la inconformidad, tenían algún tinte o trasfondo político o partidista.

Hoy, cuando la recaudación estatal presenta serios problemas por la falta de contribuyentes, y cuando existen además innumerables alternativas para regularizar la situación tributaria de los vehículos de motor, es positivo que la administración estatal reconozca su error y comience a tomar medidas para evitar que los oaxaqueños emplaquen sus vehículos en otras entidades federativas.

En un primer momento debe quedar claro que, contrario a lo que asegura la Secretaría de Finanzas, el hecho de que un contribuyente oaxaqueño emplaque su vehículo de motor en otra entidad federativa, no constituye violación alguna a la ley. Si bien es cierto que es un principio constitucional que todos los ciudadanos tenemos el deber de contribuir, de manera proporcional y equitativa, al sostenimiento del gasto público tanto de la Federación, y la entidad federativa y municipio en el que residimos, también es cierto que la autorización para la emisión y portación de placas de circulación la otorga el gobierno federal a través de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Esencialmente, esa es la razón por la que, independientemente del estado emisor de las placas de circulación, todas las placas son válidas para todos los vehículos automotores de particulares, en todo el territorio nacional, siempre que hayan cumplido con los requisitos que exige la ley.

En ese sentido, hasta hace apenas unos años, la discusión sobre la validez de las placas de circulación, y la emisión de las mismas, era prácticamente inexistente, dado que para poder portar las láminas identificadoras, todos los contribuyentes debían pagar un impuesto federal. Esto hacía que, independientemente de que las placas se tramitaran en Chiapas o en Baja California, de todos modos todos tuviéramos que pagar, como requisito previo, la misma cantidad de dinero por concepto de Impuesto a la Tenencia y Uso de Vehículos, y que por tanto todos estuviéramos sujetos a la misma norma.

No obstante, la abrogación de la Ley sobre la Tenencia Vehicular en el ámbito federal, abrió de inmediato el abanico de las posibilidades de no pago a favor del contribuyente. Esto porque aún cuando existen entidades federativas —como Oaxaca— en las que el impuesto (ya estatalizado) subsiste, en otras éste fue derogado.

Así, en estados como Puebla, Tlaxcala y próximamente el Estado de México, el requisito previo para obtener las placas de circulación fue eliminado, dando completa libertad para que cualquier persona pudiera emplacar su vehículo —y regularizar automáticamente su situación fiscal— en ese territorio, y hacerse con ello ajeno a las maniobras de los gobiernos estatales por continuar cobrando altos impuestos vehiculares.

Se sobreentiende que cada ciudadano debe emplacar sus vehículos en su lugar de residencia. No obstante, y por un principio de simple lógica y conocimiento de la realidad de nuestro país, indica que antes que eso el contribuyente siempre buscará pagar menos, o cuando menos hacerlo con las mayores facilidades posibles. Y es que aunque eso último (la facilidad en el pago) parece un requisito paternalista, en realidad en un estado como Oaxaca ello resulta ser determinante.

 

PAGAR, UNA TORTURA

Independientemente de cualquier discusión respecto a si este impuesto prevalece o debe ser eliminado en Oaxaca, alguno de los funcionarios de la Secretaría de Finanzas debería darse una vuelta, cualquier día, por las oficinas de recaudación, Tránsito del Estado, y demás instancias involucradas en el proceso de emplacamiento de un vehículo, para darse cuenta lo complicado, poco accesible, y hasta tortuoso que resulta ese pago.

El primero de los obstáculos con los que se encuentra el contribuyente, radica en las constantes fallas que tiene el sistema interno de la Secretaría de Finanzas, para determinar las cantidades que deben pagar no sólo quienes van a realizar trámites de emplacamiento, sino cualquier otro contribuyente que debe pagar impuestos o los derechos de algún otro trámite ante instancias oficiales. Cualquier ciudadano debe esperar por lo menos una hora —cuando tiene suerte— para poder ser atendido por un funcionario que le proporcione los documentos, la línea de captura y los formatos para luego acudir a una institución bancaria a realizar los pagos correspondientes.

Independientemente del monto del pago realizado por concepto de tenencia, luego el contribuyente debe pasar por un nada sencillo trámite burocrático ante la Dirección de Tránsito del Estado, para que finalmente ésta le otorgue el registro al vehículo, le tome las calcas a los elementos de identificación, y le proporcione las placas, el engomado y los hologramas que acrediten que el procedimiento fue llevado a cabo conforme a lo que marca la ley.

En Oaxaca todo esto resulta ser un trámite poco accesible para el contribuyente. Y toda esta situación se agrava mucho más —para las arcas estatales—, cuando frente a ese procedimiento larguísimo y enfadoso para los particulares, aparecen gestores que ofrecen —y cumplen— realizar ellos todo ese trámite en otra entidad federativa, a un costo mucho menor (incluyendo, lógicamente, los honorarios del gestor) que el que debía pagarse a la Secretaría de Finanzas, y evitando vueltas y mohínas a los contribuyentes locales que prefieren pagar antes que pasar por ese vía crucis.

Es cierto que lo ideal sería que todos pagaran en Oaxaca lo que les corresponde. Sin embargo, como ese es un idealismo lejísimos de poder ser realizado, lo único que le queda a la Secretaría de Finanzas es idear las formas adecuadas no sólo para hacer económicamente más accesible el impuesto a los particulares, sino también (y esos sí son anhelos) que pudieran darle un destino específico a esos recursos, que abrieran verdaderos programas de regularización, y que pudieran hacer más simples los trámites para pagar.

 

¿MUCHO PEDIR?

Más que de fórmulas mágicas, este parece ser un asunto de imaginación y sensibilidad, que si lo lleva a cabo correctamente la administración estatal, para 2012 puede contar con muchos más recursos, de captación propia, que los que tiene ahora. Habrá que ver si hay capacidad para hacerlo.

PRI: el rumbo y el futuro no debían estar peleados

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+ Presente y Senado: ¿Ya estará todo decidido? No

 

Aunque parecen sendos temas partidistas, o de disputas entre grupos políticos, las relaciones internas del Partido Revolucionario Institucional, y entre éste y el Gobierno del Estado, son —o debían ser— del más alto interés público. No se concibe una sociedad democrática en la que la principal fuerza de oposición se encuentra en el extravío total; pero tampoco puede ser esto concebible cuando el grupo gobernante decide entablar relación con sus opositores, pero ocupando no la vía institucional sino el “golpismo”.

Independientemente de qué pase en su relación con las demás fuerzas políticas, queda claro que el priismo hoy se encuentra convertido en una especie de torre de Babel, en la que todos discuten y todos gritan, pero nadie hace ni dice nada concreto.

Mientras desde el poder se enderezan fuertes embates para tratar de debilitarlo y perseguir a ciertos elementos de la administración anterior de origen priista, los más importantes grupos del tricolor se encuentran extraviados en sus propios intereses y proyectos personales. Haciendo un repaso rápido de los militantes que “heredaron” la dirigencia tricolor en Oaxaca luego del 4 de julio de 2010, bien podremos darnos cuenta que todos están, valga la redundancia, en todo, menos en lo que deberían.

¿En manos de quién quedó el priismo? Quedó, formalmente, tanto en manos de la dirigencia estatal, como de quienes encabezan las representaciones legislativas del tricolor oaxaqueño. De ahí que además del diputado Eviel Pérez Magaña, el PRI de Oaxaca en cierto modo también quedó en manos del diputado local, coordinador de su bancada y actual presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado, Martín Vásquez Villanueva, y del diputado federal, y coordinador de los diputados federales del PRI por la entidad, Héctor Pablo Ramírez Leyva.

En cierta medida, además, el PRI en Oaxaca quedó también en manos de los otros diputados federales, del senador Adolfo Toledo Infanzón (tanto en su calidad de legislador, como de líder de la CNC), de los diputados locales y de los dirigentes sectoriales de ese partido.

El problema es que, aunque parecen ser muchos, y muy “importantes”, los nombres de los militantes priistas enumerados, lo cierto es que todos hacen poco o nada por verdaderamente defender las siglas, el posicionamiento y la importancia de su representación partidaria en la entidad.

Todos los enumerados, y varios más, tienen puestas todas sus energías y atención en la disputa por las candidaturas al Senado y a las diputaciones federales que están próximas a disputarse.

A nadie le ha interesado más allá de lo decoroso e indispensable, el hecho de que hoy la presencia política real del priismo está siendo fuertemente minada tanto por el abandono como por sus opositores (que de ladrones y corruptos no los bajan); que el gobierno estatal endereza una guerra feroz en contra de quienes considera “peces gordos” de la pasada administración, y que para ello está utilizando lo mismo métodos legales que abusivos. Todos parecen estar más interesados en las próximas candidaturas que en la estabilidad, la supervivencia e incluso el trabajo verdaderamente decoroso y responsable que pueda estarse realizando hoy, para abonar las candidaturas de mañana.

Vayamos a lo concreto. Hoy, por ejemplo, vemos francas campañas encaminadas a posicionar electoralmente a personajes como Martín Vásquez o Sofía Castro. Ambos tienen ya pagada publicidad a través de diversos medios. Habría que preguntarse, en el caso del primero: ¿De verdad creerá que su trabajo en el Congreso local es, primero, digno de ser presumido ante la ciudadanía; y segundo, creerá que eso (que es sinónimo de entreguismo, sumisión y falta de propuesta y sustento frente al poder) le es suficiente como para aspirar a un nuevo cargo legislativo?

Y en el caso de la diputada Castro es más o menos similar. El pasado viernes, incluso, ya se “destapó” como aspirante al Senado en un acto proselitista realizado en la región de la Mixteca, al que llevó a la secretaria General del CEN priista, Cristina Díaz. ¿De verdad cree que alterando los tiempos, y convulsionando al priismo con sus futurismos, logrará algo? ¿De verdad son tan ingenuos? ¿O es que las ambiciones de fuero y poder los han enloquecido?

 

RELACIÓN NOCIVA

Empero, no sólo es en esa banda que todas las cuestiones parecen descompuestas. Si mucho de lo que ocurre al interior del priismo por sí mismo está descompuesto, lo está aún más el tipo de relación que se intenta desde el exterior no para entenderse institucionalmente con el priismo, sino para colonizarlo.

Desde hace meses, es clara la intención del gobierno estatal de apersonarse a través de priistas resentidos para tratar de llegar a la dirigencia estatal. Aunque son muchos sus dichos de democracia e institucionalidad, lo cierto es que sus prácticas los revelan como una simple renovación del pasado. El oficialismo, hoy, pretende entablar relaciones con los detractores para tratar de “entablar relaciones” con un priismo a modo, domado y afín a los intereses del grupo gobernante.

Éste, que es un intento temerario y riesgoso, además de ser una moneda al aire, no hace sino enturbiar una relación que ya de por sí es difícil, y que debía encauzarse si es que todos juntos desean el bien para Oaxaca. Es inconcebible la apuesta oficial de impulsar a los peores detractores del priismo, para que a través de llamados “democráticos” puedan derrocar a un grupo que, les guste o no, tiene aún a la dirigencia del priismo en sus manos.

¿De verdad el gobierno cree que teniendo una oposición aparente, orgánica y domesticada, podrá incrementar sus bonos democráticos? Quizá pueda acrecentar su margen de maniobra y su capacidad de decisión. Pero en esas condiciones (un PRI encabezado, por ejemplo, por Jorge Franco o, aún peor, por Germán Espinoza) no podría pasar, ni en lo más mínimo, por el tamiz de la democracia.

 

COMO LOS CANGREJOS

Se supone que en las democracias modernas, a un gobierno fuerte le conviene una oposición fuerte, para que ésta lo legitime. Y los intentos oficiales por desmantelar a un priismo que ya de por sí es débil, no hacen sino dejarlo en las peores condiciones posibles. Porque aún con esa oposición endeble, es poco lo que el gobierno ha podido hacer a su favor en estos primeros seis meses y medio de gobierno. Así, podría decirse que no es que no lo dejen… es que les cuesta trabajo hacer las cosas bien. Grave, ¿no?

México: una nación sin proyecto en siglo XXI

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+ Sólo inmovilismo, improvisación y estruendo

 

Hoy debería preocuparnos sobremanera las múltiples señales, que siguen apareciendo por doquier, de que México es un país sin proyecto y sin rumbo. Aunque somos una nación con más de cien millones de habitantes, y una riqueza natural y productiva inmensa, nuestra sociedad y gobierno no pueden traspasar la barrera de resolver sólo los problemas cotidianos e inmediatos, y desde hace tiempo las grandes discusiones han sido aplazadas, o reemplazadas por la reyerta, las disputas bizantinas, o las francas luchas por el poder.

Uno de los rasgos más característicos de esta situación, es que México ha tratado de ser reinventado cada seis años, no sólo en el ámbito federal, sino también en lo tocante a las entidades federativas, los municipios, e incluso los núcleos sociales más básicos. Se ha vuelto costumbre en nuestra sociedad, que el capricho es bien visto como sinónimo de poder, y que la lejanía con el sentir social y con el disenso, son también características propias de quien ejerce el poder. Bajo esa lógica hemos andado un camino sinuoso que hoy, a la luz de los resultados, sólo nos ha dejado desastres.

Hoy tenemos ejemplos abundantes de ese fracaso. Sólo en las administraciones estatal y federal que tenemos más a la mano (es decir, la recién terminada del gobernador Ulises Ruiz y la del presidente Felipe Calderón), hemos visto cómo las acciones inopinadas e intransigentes no son sino sinónimo de testarudez, de obras controversiales, y de un enorme malestar ciudadano por la carencia no de visión o de talento, sino de sensibilidad de los gobernantes.

En el caso particular de Oaxaca, el gobierno de Ulises Ruiz decidió la construcción de un manteado en el Auditorio Guelaguetza. Aunque lo propusieron desde inicio del sexenio, y luego se resistieron a ejecutarlo por la falta de consenso y aprobación ciudadana, no fue sino la fortaleza (sí, fortaleza) obtenida por el conflicto magisterial del 2006 (cuando el gobierno se dio cuenta que ni la Sección 22 ni los grupos de lucha social organizados eran capaz de derrocarlo), que la administración estatal se decidió a edificar la velaria, independientemente de lo que la ciudadanía dijera o disintiera.

¿Qué beneficio real, tangible, medible, traerá a Oaxaca esa obra? Quién sabe. ¿Qué impacto positivo tiene sobre la ciudad? Más allá de la opinión ciudadana (que es el aspecto subjetivo por excelencia), igual, nadie sabe. ¿Qué consenso tuvo? Ninguno. ¿Y lo necesitaba? En una sociedad democrática, sí. Pero en una como la nuestra —tan apática y a la vez tan urgida de soluciones—, no. Y así fue.

Ahora bien, veamos lo que ocurre con el gobierno federal. Apenas el pasado jueves, hubo un intenso debate, inédito, entre el presidente de la República y el poeta Javier Sicilia, que encabezó por todo el país una marcha en contra de la inseguridad y la violencia, pero también en contra de la política de seguridad federal, por considerarla errónea y promotora de la muerte y el luto en más de 40 mil familias mexicanas.

A pesar de que el diálogo fue fraterno por momentos, y por otros duro e incluso condenatorio, al final todo pasó para que nada cambie. Esto porque si bien el gobierno federal se comprometió a escuchar todas las voces y a rectificar cuando sea necesario, en realidad todos esos fueron planteamientos demagogos, y tendientes a neutralizar las críticas de quienes junto con Sicilia cuestionan la estrategia de seguridad, pero no de verdad para cambiar algo sustancial.

 

PAÍS DE MAGIA

Otro de los aspectos que, además de los anteriores, revela nuestra indisposición al cambio y al debate real de los temas urgentes para el país, es la incapacidad que ha demostrado nuestra clase política para abordar los temas de verdad prioritarios para la nación, y la enorme cantidad de tiempo que ha perdido en la esterilidad del debate inicuo entre fuerzas políticas, partidos o facciones, por la detentación del poder.

Imbuidos en esa lógica, cada seis años los candidatos a cargos públicos prometen la reinvención del país; la solución de los problemas más apremiantes, y la materialización de las respuestas. Pero una vez en el poder se curan en salud asegurando que no existen remedios infalibles para hacer todo lo que antes habían prometido. En esa lógica se nos ha ido gran parte del tiempo como nación.

En este sentido, el periodista René Delgado apuntaba el pasado sábado en su columna Sobreaviso, publicada en el periódico Reforma: “Sexenio a sexenio retumba en los oídos el socorrido recurso o regaño, subrayándole a la ciudadanía que no hay fórmulas ni varitas mágicas para corregir errores o resolver problemas. Los gobernantes regañan a los gobernados por andar creyendo en esas supercherías, pero nomás no se plantean en serio sentar las bases para modificar —así sea, en el largo plazo— esa realidad generadora de resbalones y malestares. No hay magia dicen, pero no trabajan a ciencia, conciencia y paciencia en la solución de los problemas. El absurdo de esa conducta es que los propios dirigentes, sexenio a sexenio, agitan en el aire esas varitas para ver si, de milagro, se hace la magia…

“Desde fines del siglo pasado y dado el robo de autos se determinó la necesidad de contar con un registro de automóviles y ésta es la fecha en que ese registro no acaba de integrarse. Desde fines del siglo pasado y dada la inseguridad pública se determinó la necesidad de integrar una nueva Policía Federal y ésta es la fecha en que se debate el modelo policial nacional deseado.

“Desde fines del siglo pasado y dado el problema de recaudación fiscal se determinó que no podía seguirse sangrando a Pemex y ésta es la fecha en que la reforma fiscal no acaba de concretarse. Desde principios de siglo y, quizá, desde antes se planteó la reforma del Estado y los diputados están decididos a crear un foro de discusión. Desde hace una eternidad se habla de la simplificación fiscal y, año con año, el asunto se complica: el contribuyente requiere del especialista para saber cómo, dónde, cuándo tiene que pagar impuestos.”

 

LOS MISMOS PROBLEMAS

¿Qué remedio han hallado, con verdadera eficacia, los hombres y mujeres que conducen nuestra nación, a por lo menos alguno de ese listado de problemas? Tal parece que ninguno. ¿Y qué, y cómo, hemos exigido nosotros como ciudadanos? Queda claro que nada. Así no podremos esperar que haya, por arte de magia, solución a ninguno de los problemas que se supone que son apremiantes para toda la población.

CBTIS 123: un feudo más que ignoran IEEPO y S-22

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+ Vicios tolerados y coronados por indolencia oficial

 

No son pocos, ni son recientes los casos de corrupción habidos en las escuelas públicas oaxaqueñas, a todos los niveles. Particularmente, luego del conflicto magisterial ocurrido en 2006, en docenas de instituciones educativas públicas de nivel básico, se destaparon auténticos hoyos de vicios y excesos fomentados por los mismos directores y líderes sindicales de varias escuelas.

En algunas, incluso, hubo hasta auténticos conflictos internos que llegaron a afectar —aún más de lo “normal”— la educación de los alumnos. De ello fueron ejemplo, negro, escuelas secundarias como las Técnicas 1 y 6 de la capital oaxaqueña. No obstante, y como era de esperarse, esos son casos meramente enunciativos de actos de corrupción que, toleradamente, ocurren hasta en las escuelas de nivel medio superior de mayor prestigio en nuestra sociedad.

Un caso lamentable es el del Centro de Bachillerato Tecnológico, Industrial y de Servicios número 123. En esa institución, se han fomentado diversos vicios de corrupción desde la dirección general, que pronto podrían hacer crisis, ante la mirada complaciente tanto de la “democrática” Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca, e incluso la Dirección General de Educación Tecnológica Industrial de la SEP.

¿Qué ocurre en esa popular escuela de nivel medio superior, ubicada en el municipio de Santa Lucía del Camino? Que su director, Mario Mariano del Carpio Laflor, ha tomado a esa institución como una más de sus propiedades, y a partir de ello ha ocupado su prestigio, sus recursos económicos y hasta su infraestructura, para beneficio no de los alumnos ni de la calidad académica, sino de él y su familia. No obstante, tanto sus omisiones como autoridad máxima de esa escuela, como sus excesos en la disposición de los recursos, hoy se encuentran plenamente documentados.

Para muestra, tres botones. Primero. Mario del Carpio llegó a la dirección de ese plantel hace más de una década, en mayo de 2001. Desde su arribo, contrató los servicios de mantenimiento y reparación de todos los equipos de cómputo del plantel, a un individuo de nombre José Luis Mota Ojeda, a través de una empresa denominada Capacitación y Servicios de Cómputo. Cinco meses después, en octubre de 2001, lo contrató a través de una plaza administrativa, y al año lo nombró como jefe del Departamento de Servicios Escolares del turno vespertino.

Mientras todo ello ocurría, y según documentación de la que obra copia en poder de esta columna, la dirección del CBTIS 123 compraba equipos de cómputo a costos mucho más elevados que los precios del mercado; de acuerdo con el detalle de las facturas, asimismo se deduce que al mes de adquiridos los equipos era necesario darles servicio de mantenimiento, a cargo de la misma empresa, que también eran pagados a costos mucho mayores que los de cualquier otro centro de servicios de esa naturaleza.

Lo más grave del asunto, es que el proveedor tanto de equipos como de servicio de mantenimiento, es nada menos que el yerno del director Del Carpio Laflor. De acuerdo con documentos públicos, José Luis Mota Ojeda es esposo de Claudia Eugenia del Carpio Hernández, hija del referido funcionario educativo.

 

DUPLICIDAD DE FUNCIONES

Pero además, y como segundo botón de muestra, Mario del Carpio es socio mayoritario de una preparatoria privada denominada Centro de Estudios Tecnológicos Antonio de León (CETAL). Curiosamente, varios trabajadores del CBTIS 123 aparecen también en la plantilla de de esa escuela particular. Una de ellas es Aracely Fajardo Núñez, quien es socia activa y trabajadora de ambas instituciones.

Aunque originalmente en el CBTIS ella tenía una plaza administrativa, el director del Carpio le otorgó una plaza de 30 horas “Titular A”, en la que es requisito indispensable el trabajo frente a grupo. Sin embargo, sin cubrir ese tiempo de verdadero trabajo docente, y continuando hasta la fecha su labor en cuestiones administrativas, hoy ostenta una plaza de “Titular B”. En ese sentido, nadie se explica cómo la DGETI autorizó una y otra plaza, cuando no existe un horario docente que respalde el movimiento de dichas plazas.

No obstante, eso no es lo peor. Otro más de los fundadores del CETAL que continúan como trabajadores activos del CBTIS 123 es Ubaldo Cruz Vargas. Sorprendentemente, aún cuando éste ostenta una plaza docente de tiempo completo (40 horas/clase a la semana) en el CBTIS, también funge como director general del Centro de Estudios Tecnológicos Antonio de León. Nadie se explica cómo realiza ambas funciones, si se supone que tanto dirigir una institución, como el tener una plaza de tiempo completo, implica la dedicación de todo el tiempo laboral disponible para un solo día.

Y tercer botón de muestra. Desde hace años, el director Del Carpio Laflor tiene conocimiento de la existencia de una empleada de esa Institución, de nombre Blanca Iriarte Aragón, que ostenta un título profesional apócrifo. En ese sentido, aseguran que en un documento expedido en el mes de febrero de 2001, por el entonces director de la Preparatoria Número 2 de la UABJO, Noé Octavio Salinas Carrasco, éste certificó que en el archivo de la institución no existe registro o documentos de la supuesta alumna, con lo cual se corrobora la falsedad de su certificado de nivel medio superior; existe también un documento de la Dirección General de Profesiones, en el que se constata que su título y cédula profesional (número 1613579) corresponden a otra persona.

Todo esto ocurre, además de que al menos en los últimos ocho años no ha habido registro ni rendición de cuentas respecto a los recursos económicos que ingresan a la institución, de los cobros que hace la dirección a las empresas que surten de alimentos y bebidas, a la cafetería, e incluso a las casetas que se encuentran a las afueras de la institución —las cuales, recientemente, fueron colocadas en la cinta asfáltica aún a costa de la seguridad de los estudiantes.

 

¿Y LA AUTORIDAD EDUCATIVA?

A pesar de las promesas de honestidad, pulcritud y cambio, hasta la fecha, ninguna autoridad se ha preocupado por tomar cartas en el asunto. Mientras, esa institución —que fue una de las más competitivas y de mayor prestigio en la capital oaxaqueña— continúa sumiéndose en el abandono, el desinterés y la apatía por parte de quienes algo positivo debían estar haciendo por ella.