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Manejar la expectativa, mal cálculo del gobierno

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+ Saldo a favor, revertido por errónea concertación

 

Queda claro que una de las cuestiones que, hasta hoy, ha afectado en mayor medida al Gobierno del Estado, es el mal manejo de la expectativa ciudadana sobre sus alcances iniciales y resultados en el corto plazo. Aunque las premisas básicas de esa esperanza ciudadana parecen ser fáciles de plantear y alcanzar, todo esto se convirtió en un auténtico búmerang para quienes perdieron la prudencia en los momentos determinantes, y ahora no pueden resolver un problema que a todas luces parecería innecesario.

En primer término, habría que definir dos cuestiones. La primera, respecto al significado del término “expectativa”; y el segundo, en relación a los alcances que posiblemente habría de tener este factor en una sociedad políticamente tan particular como la nuestra, para funcionar efectivamente a favor de un gobierno, y no terminar siendo un auténtico dolor de cabeza, como lo es hoy para el gobierno de Oaxaca.

En el primero de los aspectos, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra expectativa tiene tres acepciones. La primera de ellas, se refiere a “la esperanza de realizar o conseguir algo”; la segunda, a la “posibilidad razonable de que algo suceda”. Y la tercera, alude a la “posibilidad de conseguir un derecho, una herencia, un empleo u otra cosa, al ocurrir un suceso que se prevé”.

Lejos de cualquier intento de teorización o conceptualización, queda claro que en una sociedad como la nuestra la expectativa ciudadana real, se funda en un puñado de cuestiones que no tendrían por qué ser difíciles —o imposibles— de alcanzar para un gobierno legitimado que, además, se jacta de contar con el respaldo ciudadano.

En ese sentido, queda claro que la ciudadanía común tiene expectativas sencillas pero importantes, las cuales apuntamos y definimos en este espacio desde hace ya bastante tiempo. En relación a ello, desde noviembre pasado —antes de que el actual gobierno asumiera su mandato— aquí consideramos que más que grandes obras o cambios radicales, la sociedad oaxaqueña tenía, y sigue teniendo, una altísima expectativa, más allá de las promesas de quienes estaban a punto de asumir como gobernantes, respecto a que ahora sí se hiciera efectiva la justicia, el orden y el cambio de actitud en el ejercicio del poder.

Apuntamos, particularmente, que “contrario a las expectativas fantásticas, e imposibles de cumplir en el corto plazo, que fomentan erróneamente los gobernantes, la ciudadanía continúa esperando el momento en que pueda ver que las promesas de cambio se reflejan verdaderamente en la realidad. Una de esas promesas, dijimos desde entonces, radica en que el gobierno se ejerza de un modo menos excesivo. Pero otra tiene que ver no con venganzas, sino con el cumplimiento de ciertos estándares de legalidad y honestidad, que inician por demostrar que no hubo pactos de impunidad entre las dos administraciones.”

¿Este mensaje ha sido comprendido por quienes se supone que hoy ya detentan plenamente el poder? Y sobre todo, ¿la expectativa —o esperanza, o posibilidad razonable de conseguir un derecho cuando suceda algo que se prevé— ha sido bien manejada por el régimen gobernante para actuar a su favor? Es claro que de la respuesta a esos cuestionamientos, se desprenden muchas de las decisiones y hechos que involucran (y desgastan) a la administración estatal, las cuales pudieron ser evitadas al hacer una lectura e interpretación correcta de lo que la ciudadanía esperaba de ellos.

ATENCIÓN TARDÍA

Tal y como fueron lo apuntaron los vaticinios, el amplio margen con el que ganó los comicios el actual gobierno, y la importante expectativa ciudadana (con la consiguiente aceptación) que generaron, hicieron a los integrantes del actual gobierno, llegar al poder con la soberbia que se esperaba.

Como sentían que ganaron a pesar de muchos (personas, grupos, factores, camarillas, etcétera), y que tenían un respaldo popular sin precedentes, también creyeron que podían hacer su gobierno, sin atender los rasgos sensibles de la esperanza ciudadana. Aquí y en China, es imposible pensar que alguien puede hacer con el poder lo que le venga en gana (mucho o poco), y que todo eso no tendrá consecuencias.

Ese fue el rasgo con el que, en alguna medida, inició la presente administración estatal. Consideraron que a pesar de la altísima expectativa que generaron, podían seguir replicando prácticas de poder propias del pasado, y que eso no habría de tener efectos colaterales. Olvidaron, en términos sencillos, que la Tercera Ley de Newton también aplica en cuestiones políticas. Ésta, recordemos, dice que con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria.

Hasta hoy, alcanzan a ser apenas destellos los logrados para satisfacer la expectativa ciudadana. Hay, apenas, algunas cuestiones bien conseguidas respecto a la procuración de justicia; pero la seguridad pública sigue siendo un tema pendiente; lo mismo que la concertación política y la solución pacífica de las controversias sociales. Incluso, tampoco ha habido contrastes —simples o sustanciales— relacionados con la interacción que cotidianamente tiene el gobierno estatal con las personas.

Hoy, sin embargo, parece ser que al menos en el terreno de las percepciones, el gobierno estatal comienza a reaccionar tomando cartas para “explicar” a la ciudadanía algunas de las medidas tomadas. Comienza a haber, por ejemplo, una aparición recurrente de explicaciones oficiales sobre el cobro de impuestos estatales, sobre la aplicación de la fuerza pública, o sobre decisiones importantes relacionadas con los conflictos sociales. Todo esto se aparece, más que como un acto de voluntad, como una especie de control de daños.

Con algo de tardanza, comienzan a entender que el gobierno no se hace a partir de la soledad del gobernante. Pero de haber comprendido esto a tiempo, y de haber establecido los canales de comunicación oportunamente, el tiempo que hoy gastan en componer los platos que ya están rotos bien podrían ocuparlo para afianzar una expectativa ciudadana que hoy ya se nota algo maltrecha.

RECICLAJE

Por cierto, en el IEBO dicen que luego de tanta persecución contra los priistas de la administración anterior, ahora les dan más de lo mismo. Miren si no: recientemente nombraron a Luis Víctor Ortiz Bautista como director de Planeación de ese Instituto. Sólo que éste era, hasta hace poquísimo tiempo, presidente de la Liga de Economistas Revolucionarios del PRI. ¡Cuántas convicciones y congruencia! Ver para creer.

CORTV: ahí no llegó ni el cambio ni la reforma

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+ Concepto extraviado; sigue siendo el “invisible”

Ahora que los trabajadores de la Corporación Oaxaqueña de Radio y Televisión lograron captar la atención del Gobierno del Estado, deberían plantear que junto con la revisión a sus demandas también se hiciera realidad el tantas veces prometido rescate de los medios electrónicos oficiales. Es lamentable que a pesar de que han cambiado las administraciones y los partidos en el poder, ésa siga siendo una pequeña isla gubernamental en la que ni el tiempo pasa ni la visión cambia.

Aunque hoy parezca algo imposible de concebir, en algún tiempo —y hasta eso, hace no tantos años— la televisión gubernamental de Oaxaca era considerada una de las más importantes del país.

En aquellos momentos —tomando en cuenta su cobertura en las más importantes regiones del Estado, y el hecho de que en cientos de comunidades rurales las señales de Cortv son las únicas que captan los aparatos de radio y televisión— el Canal 9 de televisión oficial tomó la responsabilidad de contribuir a la educación básica, a través de proyectos como el de la Teleprimaria, que tuvieron amplio reconocimiento a nivel nacional, y que incluso sirvieron de base para la creación de esquemas similares en otras entidades de la república mexicana. Esto, además de que también gozaba del reconocimiento por el contenido cultural y de divulgación de la diversidad de costumbres y tradiciones existentes en nuestro estado.

Sin embargo, desde entonces y hasta ahora el problema central de la Cortv, respecto a los contenidos que ofrece al público oaxaqueño, ha sido exactamente el mismo: que éstos se encuentran sujetos siempre al arbitrio, la imaginación y las ocurrencias del director en turno.

Incluso, además de que hace mucho tiempo que no llega a dirigir la Cortv una persona verdaderamente especializada en esos temas, también queda claro que la programación, los contenidos y el enfoque de esas señales no ha tenido ni un rumbo definido, ni recursos económicos, ni ha habido sensibilidad para hacer a un lado la improvisación, y poder hacer verdadera televisión pública de calidad para los oaxaqueños.

El problema no es de ahora. Hace más o menos una década, comenzaron a eliminar de sus contenidos mucho de lo que caracteriza a la radio y televisión pública y, por meras conveniencias políticas, se enfocaron a hacer de los noticieros el eje fundamental de sus transmisiones.

A partir de entonces, se marcó una inercia que no ha podido ser interrumpida: siempre, la producción de verdaderos programas relacionados con la televisión pública han sido menospreciados; se ha dado preeminencia a los noticiarios para tratar de “posicionar” al gobernante y los funcionarios en turno que interesan al régimen; se ha menospreciado la posibilidad de tomar decisiones, o establecer criterios, para garantizar un manejo informativo verdaderamente imparcial y no sujeto al interés o la censura del grupo gobernante.

E incluso, la otrora premiada televisión oficial de Oaxaca ha servido como escaparate para el ensayo o la imitación de programas (infantiles, de “revista” para la mujer, e incluso musicales) propios de la televisión comercial, pero inadmisibles —y muy mal logrados— para el tipo de programación que debían tener señales como las de la Cortv.

RESCATAR LOS

MEDIOS OFICIALES

Particularmente, el conflicto magisterial y popular ocurrido en 2006 en la capital oaxaqueña, demostró el potencial y la incidencia que tienen la radio y la televisión en el ánimo social: si bien se recuerda, el incremento en el nivel de crispación de los oaxaqueños en aquel momento, fue directamente proporcional a la cantidad de medios electrónicos que los profesores integrantes de la Sección 22 del SNTE, y de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca, tenían en su poder.

De hecho, el 1 de agosto de aquel año un grupo de mujeres integrantes de los grupos inconformes, llegó hasta las instalaciones de la Cortv para exigir a su entonces directora, Mercedes Rojas Saldaña, que les diera espacios en radio y televisión para la difusión de su propia versión de lo que entonces ocurría. Ante la negativa natural de la funcionaria, éstas decidieron tomar indefinidamente las oficinas, y hacer uso de las señales para dar a conocer lo que ellas defendían.

El resultado fue que un importante número de habitantes de la capital oaxaqueña y municipios conurbados, pudo conocer por primera vez, de viva voz, lo que pretendían tanto la Sección 22 como la APPO. Y luego, con la ocupación y utilización clandestina de otras radiodifusoras comerciales, el problema social alcanzó dimensiones de enojo social que, aún con el repudio popular por la represión, no había alcanzado hasta entonces.

El resultado fue el nuevo arrinconamiento de la Cortv. Una vez terminado el conflicto, el gobierno estatal ya había decidido dar por concluidas las transmisiones de la Corporación (utilizando una lógica que, en sentido coloquial podría resumirse en el dicho popular de que “muerto el perro se acabó la rabia”) y liquidar uno de los involuntarios iconos del conflicto popular ocurrido aquel año.

Sólo que la insistencia tanto de los trabajadores, como la necesidad de explotar los permisos federales para la utilización del espectro radioeléctrico, fue lo que impidió que eliminaran al Canal 9 y las estaciones de radio, de la oferta de medios de los oaxaqueños.

Sin embargo, de nuevo nadie se preocupó por hacer de esas señales algo mejor. El actual gobierno nuevamente prometió hacer un rescate de las señales y reenfocar sus contenidos, pero tal parece que todas fueron promesas lejanas. Hoy se siguen reproduciendo las mismas prácticas, vicios e insuficiencias en el Canal 9. Y tal parece que lo único que cambió fueron los conceptos y los colores de su imagen institucional. Pero todo, incluyendo la parcialidad informativa, la improvisación, y la visión equivocada de siempre, sigue igual que cuando no había promesas de cambio.

 

UN TIP

Según su ley de creación, la Cortv tiene como función: “La planeación, elaboración producción y transmisión de programas de radio y televisión que promuevan el desarrollo del Estado, difundan y preserven la cultura de sus pueblos, los programas educativos de las autoridades competentes y las actividades gubernamentales que en cumplimiento a disposiciones legales y al contenido del Plan Estatal de Desarrollo, realicen por conducto de órganos y dependencias del Estado”. Dejar de improvisar, y cumplir con ese mandato podría ser un buen comienzo.

¿Y la Ley para el Uso Racional de la Fuerza?

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+ Textitlán debe ser severo llamado de atención

 

Desde mediados del pasado mes de febrero, los sesudos funcionarios estatales encargados de la Seguridad Pública, anunciaron la creación de una Ley sobre el Uso Racional de la Fuerza, que normara la actividad de las fuerzas policiacas en la contención de eventualidades sociales. Hoy, teniendo enfrente los graves hechos ocurridos en Textitlán, esas mismas instancias deberían comenzar a tomar con más seriedad el asunto, para no convertirse en simples repetidores —y represores— del pasado.

El asunto no es menor. Por un lado, queda claro que más allá de cualquier explicación que pueda hoy ofrecer tanto la Secretaría General de Gobierno, como la de Seguridad Pública del Estado, y la propia Policía Estatal, sobre la intervención policiaca ocurrida al terminar la semana anterior dizque para tratar de evitar un enfrentamiento entre pobladores de Santiago Textitlán y San Pedro el Alto, lo que ocurrió fue un abierto acto de brutalidad y excesos en el uso de la fuerza pública. Las imágenes captadas de los hechos, los testimonios y el resultado (en heridos y daños materiales) de la refriega, así lo confirman.

Junto a esto, queda también claro que la falta de una regulación clara sobre las formas y, características, y casos concretos en que la fuerza pública puede intervenir en un conflicto de naturaleza social o política, fue lo que en el pasado contribuyó grandemente a que a los regímenes de gobierno se les acusara de represión.

En este sentido, aunque se tomaban medidas para tratar de garantizar el uso adecuado de la fuerza (como la certificación en el no uso de armas de fuego, la presencia de representantes de organismos públicos y ciudadanos de defensa de derechos humanos en las intervenciones, el testimonio de los medios, etcétera), lo cierto es que casi siempre quedaban dudas sobre la correcta aplicación de la fuerza del Estado, y sobre la posible confusión o exceso, que pudiera derivar en actos de brutalidad o de represión, que tienen graves recriminaciones morales, políticas y hasta judiciales para quienes las cometen.

Frente a esos dos escenarios, cabe la pregunta: ¿Qué no una de las promesas fundamentales del actual gobierno, fue precisamente la de no volver a cometer un acto de barbarie policiaca en contra de la población? ¿No se dijo también que se castigaría con todo el rigor de la ley a quien lo hubiera hecho en el pasado reciente, y que se sancionaría ejemplarmente a quien ordenara o ejecutara un acto de exceso policiaco en la presenta administración? ¿No fue el de la represión, el tema central del leitmotiv en el que convirtió para este gobierno la frase “nunca más”?

Lo cierto, en todo esto, es que el asunto de Textitlán, además de ser un severo llamado de atención tanto para los funcionarios encargados de la concertación política como para quienes tienen encomendadas las labores de seguridad por su respectiva inoperancia, debe también convertirse en el punto clave para la demostración de que sí existe voluntad tanto por aplicar la ley a quienes se excedieron en sus funciones, como también para empujar con mayor fuerza la creación de la norma que regula, y establece límites y condiciones, al uso de la acción policiaca para contener conflictos de naturaleza no delincuencial.

ACTUAR CON INTELIGENCIA

Desde febrero pasado, cuando se anunció casi con fanfarrias que se elaboraría y se sometería a consideración del Congreso una iniciativa de ley que contenía la Ley para el Uso Racional de la Fuerza, en este espacio (Ver Al Margen del 23 de febrero de 2011) señalamos que lejos de ser una innovación, esa propuesta se encontraba ya contenida y desarrollada con amplitud en el programa preliminar de gobierno, y que por tanto lo que tenían que hacer los funcionarios estatales, es recuperar el trabajo que ya se había realizado para el arranque de la administración.

¿Por qué era desde entonces importante no “soltar” el tema? Porque más de uno erróneamente consideró, al escuchar el discurso de toma de posesión del gobernador Gabino Cué Monteagudo, el 1 de diciembre del año pasado, que su promesa de no volver a utilizar, nunca más, a la fuerza policiaca para cometer actos de represión, que eso significaba que nunca más habría de intervenir la policía para evitar que una manifestación afectara a terceros o provocara perturbaciones a la paz o el orden público.

Esa apreciación era totalmente errónea. Desde entonces, las personas que entienden la diferencia entre una promesa riesgosa, y la necesidad del gobernante de sostener el Estado de Derecho por encima de los intereses particulares, sabían que a lo que se refería el Gobernador era a que a partir de ahora se normaría el uso de la fuerza pública, y se establecerían reglas y principios específicos para que la intervención en asuntos como estos tuviera criterios claros, y no quedara al arbitrio, a la discrecionalidad, o a la intensidad que desearan imprimir los mandos políticos o policiacos. De lo que se trataba, pues, no era de ya no volver a usar la fuerza para mantener el orden, sino evitar que el uso de esa fuerza se convirtiera en un acto de perjuicio para la población.

El problema real, sin embargo, es que entre las intenciones iniciales y los hechos ya existe una brecha importante. La intervención policiaca en Textitlán, a todas luces constituye uno de esos actos que justamente este gobierno deseaba evitar. La fuerza policiaca ahí se aplicó indiscriminadamente, con excesos, y sin tener una ruta o finalidad específica.

Y aunque hoy el gobierno estatal no tiene encima los estruendosos señalamientos mediáticos nacionales e internacionales por un posible acto de represión o brutalidad policiaca —tal y como ocurría en el pasado—, lo cierto es que este debe ser el más importante llamado de atención para agilizar el trabajo, y perfeccionar la visión sobre lo que tienen que hacer los que tienen en sus manos el uso de la fuerza. No esperen a que haya uno, o varios muertos, para comenzar a tomar previsión sobre un asunto que se supone que ya conocían.

RUPTURA EN PUERTA

Al menos al interior del Partido Acción Nacional ya se notan fracturas graves entre sus cúpulas de poder. El fuego amigo, como bien dicen, está a todo lo que da. El problema es que eso podrá en riesgo la alianza legislativa en el Congreso del Estado. Aquí se dijo desde diciembre pasado, que esa unión de fuerzas podría durar menos de seis meses. Los vaticinios siguen siendo vigentes.

Tránsito del Estado: Dirección, a subasta

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+ Pondrán “a Iglesia en manos de Lutero”

 

Entre los integrantes de las corporaciones policiacas que dependen de la Secretaría de Seguridad Pública Estatal, comenzó a circular como un documento interno la convocatoria para seleccionar al próximo Director de Tránsito del Estado. Esta decisión, además de riesgosa, pone en claro la contradicción entre lo que dijeron al iniciar la administración y lo que hacen ahora, y el descuido que tienen los mandos policiacos estatales de una instancia tan importante como esa.

A grandes rasgos, la convocatoria referida establece, limitativamente, que sólo podrán competir por el cargo de Director de Tránsito del Estado, aquellos elementos pertenecientes a las corporaciones de la Secretaría de Seguridad Pública, que demuestren tener estudios de nivel medio superior, y que reúnan ciertas condiciones y exámenes de probidad y proximidad social, además de conocimiento de la labor que tiene encomendada realizar esa corporación.

Aunque de entrada esta pareciera ser una convocatoria democrática, incluyente, y que podría tomar en cuenta la experiencia de los mismos elementos, en realidad puede ser también un problema de alto riesgo para la ciudadanía.

Si el mismo secretario de Seguridad Pública, Marco Tulio López Escamilla, llegó hace apenas unos meses a Oaxaca preocupado porque las corporaciones estatales no están certificadas, porque tampoco han pasado todos los elementos por el proceso de control de confianza, y porque no hubo depuración de posibles malos elementos, no parece tener una explicación lógica el hecho de que hoy pretendan entregar la dirección de una corporación a elementos que no son del todo confiables, y que apenas si pueden demostrar preparación académica de nivel medio superior —es decir, preparatoria o bachillerato.

Pero además, si existe una corporación policiaca estatal que despierta dudas e recelo entre la ciudadanía, sin duda esa es Tránsito del Estado. Son viejas, y abominables, las historias de cómo ahí se ha anidado la corrupción; de cómo desde los mismos mandos policiacos se fomentaron prácticas “culturales” como la de la “mordida”, la renta de delegaciones regionales, el pago de cuotas semanales, y el establecimiento de tarifas para el uso de patrullas, motocicletas, o para la designación de zonas de la ciudad en las que es alta la incidencia de imposición de infracciones, o el cobro de “ayudas” para no sancionar a los automovilistas.

Si bien es cierto que mucho de todo esto fue generado por los mandos policiacos (directores, subdirectores, delegados regionales, etcétera), lo cierto es que lo que se creó fue una auténtica red de colaboración para la corrupción, en la que también los agentes fueron parte, y fungieron —o han fungido— como el eslabón ejecutor de esas conocidas cadenas de corrupción.

Por esa razón, ante la falta de mecanismos de control y de candados para evitar la corrupción, y ante la ausencia de instrumentos de certificación de confianza, y de una auténtica depuración interna entre los agentes, los mandos policiacos han cambiado —y ha habido ahí todo tipo de personajes, desde los que escalaron toda la cadena de subordinación hasta llegar a la dirección, hasta los que llegaron ahí por casualidad o por decisión arbitraria del Gobernador del Estado— pero las prácticas y la corrupción han seguido siendo exactamente las mismas.

(DES)CONFIABILIDAD

Dice la convocatoria, por ejemplo, que los aspirantes al cargo de Director de Tránsito del Estado, deben demostrar que tienen proximidad social. Es decir, que han interactuado favorablemente con la sociedad, y que ésta tiene posibilidad de reconocerlos como autoridad y como garante del orden en la labor que desempeñan.

¿Existe posibilidad de demostrar esa proximidad social? Tal parece que no. Y es así porque la proximidad social —es decir, la interacción entre el representante de la ley y el ciudadano— únicamente puede darse en seis momentos o lugares perfectamente definidos: en la casa, en el trabajo, en la escuela, en las calles, en las carreteras o en los sitios de esparcimiento.

De entrada puede preguntarse: ¿En algún momento, antes o ahora, los agentes de tránsito han participado en labores de prevención, de orientación y concientización, que den la pauta de que, en efecto, existe esta proximidad social? Incluso, ¿cómo podría demostrarse que la ciudadanía confía o reconoce la labor de los agentes de tránsito, cuando éstos tienen una ascendencia y una historia que apunta en un sentido exactamente contrario al que se pretende?

Más bien, lo que esa convocatoria parece ser, es una peligrosa balandronada que puede poner a Tránsito del Estado en manos de los peores. No se duda que dentro de la corporación existan elementos de valía que puedan hacer un trabajo efectivo. Sin embargo, más allá de la “proximidad social”, lo primero que debió haber habido fue un proceso escrupuloso de depuración, y de establecimiento de mecanismos de control de confianza, para verdaderamente tener certeza de que quienes son parte de la corporación tienen la capacidad, el conocimiento y el sustento de honorabilidad suficiente ya no digamos para actuar como mando, sino para generar confianza con la ciudadanía en el trato directo.

Finalmente, contrario a lo que se piensa, este no debe ser un asunto ni de falsa “democracia” ni autoengaños. Las decisiones deben ser lo suficientemente firmes y sustentadas porque lo que está en juego es la seguridad de los ciudadanos. Por eso mismo, las decisiones tomadas al respecto debían abarcar muchos más aspectos que los establecidos en la convocatoria.

En todo caso, si se pretende poner a consideración la designación de un mando policiaco, debía también abrirse a la sociedad, para que ésta tuviera un mayor rango de participación y de incidencia en la decisión.

Dejar esto en el rumbo que lleva hasta ahora, no significa más que echar una moneda al aire, y dejar a que sea el azar, o la suerte, la que determine algo que debía estar regido por el principio de que en esos cargos deben estar los mejores, y los más honestos y capacitados, hombres y mujeres que requiere un estado como el nuestro. Mucho cuidado con tomar decisiones aventuradas, o equivocadas.

OFICINA OLVIDADA

Se supone que el 1 de julio debe haber Director de Tránsito del Estado. Nada menos que ocho meses después de arrancada la administración. ¿Pensarán que este asunto no urge? ¿O será que la tardanza es reflejo de lo “mucho” que les importa esa Dirección? Ambas, son preguntas.

Tenencia: gobierno tardó de más en reaccionar

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+ Tema ajeno, que por error dejaron en su cancha

 

Más allá de los lugares comunes, se supone que en una democracia madura y consolidada como la que busca representar el primer gobierno estatal de alternancia en Oaxaca, sí se debía comenzar a gobernar “escuchando a la ciudadanía”. Esta, que es una premisa que más que otra cosa lo que implica es sensibilidad por parte del gobernante, no fue atendida en una de las primeras pruebas que representó el tema de la tenencia vehicular. Por haber reaccionado tarde, y mal, el gobierno estatal hizo suyo un tema en el que, en realidad, bien pudo haber sacado provecho político.

Hoy la historia de esa disputa es conocida por todos. A mediados de diciembre, cuando se aprobó la Ley de Ingresos del Estado para el ejercicio 2011, se contempló la continuación del cobro del impuesto sobre la tenencia y uso de vehículos, ya como un gravamen de carácter estatal. En aquella sesión legislativa, no estuvo presente la fracción parlamentaria del Partido Revolucionario Institucional, que era única que podía controvertir la inclusión de un asunto como el del referido impuesto vehicular.

Hoy queda claro que el gobierno estatal, ya bajo el mando del gobernador Gabino Cué Monteagudo, incluyó el cobro de la tenencia vehicular no por gusto o porque fuera una forma de molestar o cobrar afrentas a la ciudadanía, sino porque existen necesidades presupuestales importantes y, además, porque —como él mismo lo señala— los recursos provenientes del cobro de derechos vehiculares sí fueron comprometidos por la administración de su antecesor, el gobernador Ulises Ruiz Ortiz.

Como es evidente, más que una bandera política o una decisión avasallante de su gobierno, el cobro de la tenencia vehicular en realidad parece haber sido decidido por el gobierno actual, en función de las necesidades y la imposibilidad de conseguir mayores márgenes de maniobra, en ese momento, para obtener recursos económicos frescos para ejecutar su programa de gobierno. Y con todo eso queda claro, pues, que pudo no haber sido de su interés cobrarlo; pero que, por las circunstancias, de todos modos se vería obligado a hacerlo.

¿Y por qué, entonces, si este no era un asunto de su interés, sino una decisión necesaria, el gobierno estatal decidió hacer suyo este asunto? Tal parece que tomó el tema no por decisión, sino más bien por un evidente error de cálculo y visión política. Existen, por lo menos, tres razones que pudieron haber sido esgrimidas por el gobierno estatal antes de cualquier polémica, para evitar los cuestionamientos y señalamientos negativos de que hoy son objeto.

El primero de ellos —que sí ha esgrimido, pero tardía y deficientemente— es el relativo a que si alguien es responsable por el cobro de la tenencia hoy en Oaxaca, esos son ex funcionarios emanados de gobiernos del Revolucionario Institucional, que contrajeron créditos dando como garantía de pago, a un plazo de una década, los recursos obtenidos por los derechos vehiculares cobrados a los ciudadanos.

El segundo de esos argumentos —que nadie ha tomado en cuenta— es la ausencia de la fracción priista en la sesión donde se aprobó el Paquete Fiscal para 2011. No se trataba de que el PRI fuera el “gran salvador” de la ciudadanía (porque por sus antecedentes negros está lejos de serlo), y tampoco que “frenara” la aprobación de un impuesto tan rechazado como ese (porque no le alcanzan ni la representación ni los votos en el Congreso), pero sí que por lo menos estuviera ahí para brindar alternativas al gobierno estatal para que obtuviera los recursos que necesitaba, sin necesidad de seguir cobrando derechos vehiculares a la ciudadanía.

(Incluso, debió haber acudido a esa sesión el dirigente estatal, y ex candidato a la Gubernatura, Eviel Pérez Magaña, para dar luz sobre qué decisiones alternativas habría tomado él para desaparecer el gravamen, ya que fue él quien estableció, como una de sus promesas de campaña, eliminar el impuesto).

El tercer argumento, pudo haber sido el del establecimiento del destino específico que tendrían los recursos obtenidos del cobro de ese impuesto, junto con el otorgamiento de facilidades para que la ciudadanía regularizara la situación legal de sus vehículos ante la Secretaría de Finanzas.

 

OPORTUNIDAD PERDIDA

Quizá respecto a la tenencia, el PRI de Oaxaca dio una primera muestra de lo que deben ser las fuerzas de oposición. Cuando hace un mes el dirigente estatal de la CNOP, Jorge Toledo Luis hizo el llamado a la derogación del impuesto, lo hizo dejando voluntariamente (o descaradamente) de lado toda la responsabilidad que tiene su partido en este asunto. Más bien, tomó la bandera y comenzó a explotarla, como siempre hacen en otros ámbitos las fuerzas de oposición para atacar a sus adversarios del oficialismo, independientemente de si fueron o no parte de las causas que originaron el problema.

Queda claro que argumentos había de sobra para atacar las exigencias del priismo. Sin embargo, también queda claro que por no tener la sensibilidad suficiente, en el momento preciso, el gobierno estatal dejó pasar una oportunidad inmejorable para establecer que si ese impuesto se cobra no es porque ellos quieran, sino porque los priistas comprometieron los recursos, y luego fueron mezquinos al no establecer qué posibilidades había de eliminar ese cobro sin que las arcas estatales dejaran de percibir esos recursos.

Parece claro que, más bien, el gobierno estatal tomó el asunto por el lado partidista, y decidió resistir para no dar gusto a sus adversarios. Lo que no calculó, es que detrás de esa bandera hay miles de ciudadanos que, independientemente del partido político, lo que quieren es no seguir pagando ese gravamen, o cuando menos tener una alternativa al cobro que tradicionalmente se ha realizado.

 

YA PARA QUÉ

Por eso hoy le sirve políticamente de poco al gobierno estatal, el haber emitido un decreto para pagar hasta en 12 parcialidades tanto la tenencia 2011, como la regularización de los adeudos anteriores de los vehículos de motor. Las alternativas llegan tarde por un error de visión y cálculo, y por tomar del lado partidista un asunto que más bien se inscribía en el interés ciudadano. Y por eso mismo, aún con todo el control de daños que ya aplican en estos momentos para apaciguar este asunto, será el gobierno estatal quien cargue con el costo de un asunto que originalmente no era suyo, y al que sí le pudo haber sacado importantes ventajas políticas.

IEE: Su integración, con corta visión del poder

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+ Institución, sujeta al interés y vaivén partidista

 

Más allá de la polémica por la forma en cómo fue realizada la conformación del nuevo Consejo General del Instituto Estatal Electoral y de Participación Ciudadana, quedó claro que tanto los diputados que integran la coalición legislativa en el Congreso del Estado, como en el propio grupo gobernante, no existe visión de largo plazo. Tal y como está, el órgano electoral quedó, además de cuestionado, sujeto a todos los vaivenes políticos, electorales y hasta de coyuntura, a los que esencialmente no debía estar condicionado.

Constitucionalmente, el Instituto Estatal Electoral es uno de los órganos a los que se les brindó autonomía y “ciudadanización”, justamente para que tanto su integración como sus determinaciones fueran ajenas a todo partidismo, y por tanto no estuvieran influenciadas por quienes detentan el poder.

Para reforzar esa aspiración, la elección de sus integrantes está determinada por la no pertenencia a partidos políticos y la no participación en el ejercicio público en el pasado reciente (esto es lo que da la certidumbre de la integración ciudadana). Y por esa misma razón, la elección de los integrantes del Consejo General del órgano electoral está encomendada a los representantes del pueblo en el Poder Público, que son los integrantes del Congreso local.

En ese sentido, se supone que éstos salvaguardan el interés de la mayoría, y que al ser sólo ellos quienes eligen a los integrantes del IEEPC, sin la intervención del Gobernador del Estado, garantizan que el órgano electoral no responda a los intereses del poder gobernante. Y, en todo esto, la autonomía del órgano electoral se refuerza con la disposición de que sus integrantes tendrán un periodo de funciones estable y firme, no sujeto a los cambios de gobierno.

Esos son, en esencia, los planteamientos de fondo que caracterizan al órgano electoral. Ahora bien, frente a ellos, preguntémonos: ¿De verdad están garantizados los principios de autonomía y ciudadanización requeridos para el funcionamiento no sólo legal, sino legítimo, estable y reconocido del órgano electoral? Tal parece que en el terreno de lo estrictamente formal, sí; pero si vamos más allá, a una cuestión de mera práctica política y de ejercicio del poder, veremos que las cosas son mucho menos halagüeñas de lo que hoy parecen.

Formalmente, ni el consejero Presidente, Alberto Alonso Criollo, ni alguno de los integrantes del Consejo General del IEEPC, tiene cuestionamiento alguno. Todos cumplieron con el perfil profesional y ciudadano que se requería; todos comparecieron ante el Congreso local, y la única cuestión que queda pendiente es que los tribunales jurisdiccionales de la materia convaliden, o manden a reponer, la elección de uno o todos los integrantes del Consejo General. Sin embargo, aún con eso el órgano electoral podría funcionar plenamente.

Sin embargo, más allá de esa situación —legalmente superable o corregible— habría que preguntarse qué pasará en el terreno de la legitimidad y la estabilidad de un órgano como este, no ahora, sino dentro de un tiempo cuando posiblemente cambie la integración del Congreso del Estado, o simplemente cuando se disuelva la coalición legislativa que hoy existe entre los diputados integrantes de los partidos que apoyan al gobernador Gabino Cué Monteagudo.

Es posible que en ese punto quede en evidencia que no todo radica en el estricto cumplimiento de los requisitos legales, sino que también es necesaria una alta dosis de legitimidad política para que un órgano como el IEEPC pueda funcionar plenamente, para que pueda fungir como árbitro en los procesos electorales, y para que pueda llevar a término el programa de trabajo que tienen sus integrantes actuales. Este asunto, pues, rebasa la simple polémica legal, o jurisdiccional, sobre su integración.

ESCENARIO INESTABLE

Pensemos, por ejemplo, qué podría pasar si en los comicios locales intermedios de 2013, el PRI obtiene mayoría simple o calificada de diputados locales en el Congreso, y por un ánimo de venganza o de demostración de fuerza, decide ir a reformar el IEEPC.

También es posible un escenario como el de la elección federal de 2006, en el que la competencia política fue tan ríspida, y como al árbitro electoral le faltó sustento y legitimidad para fungir como regulador y garante democrático, entonces al primero que todos los partidos decidieron cobrarle la afrenta fue precisamente a éste, renovándolo en un proceso que dejó profundamente lastimado al IFE.

Veamos, particularmente, lo que pasó con el IFE después de la elección federal de 2006. Luego de éstos comicios, todos los partidos coincidieron en que al órgano electoral le había faltado sustento para evitar que ese proceso electoral terminara en crisis. El IFE, según ellos, no pudo garantizar la ausencia de inequidad, excesos, violaciones a la ley, y demás; por eso, por todo lo que ellos habían cometido, decidieron “renovar” al Consejo General de ese instituto.

A Luis Carlos Ugalde nadie puede negarle sus credenciales como profesional, como académico y como representante del interés ciudadano. Sin embargo, nada de eso le bastó para ser removido de su cargo. Finalmente, como consecuencia de una negociación política se decidió su salida (así como fue una decisión política carente de legitimidad plena la que lo llevó, de la mano de la entonces priista Elba Esther Gordillo, a la presidencia del Instituto). Y hasta hoy, no ha habido poder humano que impida que sean las decisiones políticas las que prevalezcan frente a los órganos autónomos.

Como en política nada está escrito, esos son escenarios posibles que, independientemente de sus particularidades, serán de alto riesgo para una institución que hoy carece del sustento político que requería para funcionar plenamente. Nadie puede hoy asegurar que en el futuro próximo el PRI seguirá siendo minoría, o que al pasar a ser mayoría legislativa siga respetando la integración de un órgano en el que, sea como sea, éste no está representado.

RIESGO REAL

Si el escenario hoy tan favorable para la coalición legislativa cambia, entonces los primeros que estarán en problemas son los integrantes del IEEPC; todo eso no habría ocurrido si su integración hubiera estado legitimada, políticamente, por todos los integrantes del Congreso del Estado. Y finalmente, en el mediano plazo esta vulnerabilidad afectará a los partidos, pero será mucho más riesgosa para la aún incipiente democracia electoral que hoy prevalece en Oaxaca.

Dirigencia del PRI: ¿Cuáles son sus prioridades?

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+ El miedo a Franco los domina; esa, no es política

 

Conforme se acerca el mes de mayo, el oaxaqueño común comienza a sentir ya la resaca de lo que fue nuestra propia versión de la borrachera democrática del año pasado, la cual culminó con la alternancia de partidos en el poder.

Cuando se hace inminente el momento clímax de la algidez política en Oaxaca —por la revisión anual de los asuntos magisteriales— todos nos preguntamos en dónde está el gobierno, pero también dónde están las fuerzas de oposición que, se supone, debían robustecer en conjunto esa democracia que nos permitiría un mejor nivel de vida. La respuesta a esa doble pregunta, constituye una verdadera incógnita.

Habríamos de preguntarnos, en un primer momento, dónde se encuentran los hombres y mujeres que integran el gobierno estatal. A Oaxaca, la seguimos viendo como la ínsula en la que todos los problemas pueden convivir sin que sea necesario resolverlos. Propios y extraños, no se han cansado —o no nos hemos cansado— de señalar que los retos siguen siendo exactamente los mismos, al igual que los problemas y las afectaciones que día a día sufrimos los ciudadanos; y que por eso puede decirse que la alternancia de partidos en el poder no nos vino ni mejor ni peor de como estábamos.

Todo eso, aunque parece ser un problema grave, en realidad no lo es tanto: aún hoy, y durante todo el primer año de ejercicio, a estos señalamientos puede oponerse la justificación de que las personas que gobiernan están apenas tomando las riendas de su labor, y que será sólo cuestión de tiempo que puedan encauzar tanto la administración como la atención a los problemas que afectan a los oaxaqueños.

Y aunque objetivamente ésta no es una justificación (porque los ciudadanos no tenemos por qué pagar el alto costo del “curso propedéutico”, ya en funciones, de quienes detentan el poder), sí resulta ser una práctica moral y políticamente recurrentemente aceptada en nuestro entorno local.

No obstante, algo en lo que la mayoría de los oaxaqueños hemos fallado, es en preguntarnos dónde está la otra mitad del ejercicio público. Es decir, dónde se encuentran las fuerzas de oposición que debían estar siendo el principal acicate, para que quienes detentan el poder hicieran una labor más eficaz en el servicio público.

Y es claro que si nos deshacemos en cuestionamientos por las fallas del Gobernante, también debíamos hacer lo mismo con las fallas, y la ausencia, de los opositores. Y es que si bien dice el refranero que “tanto peca el que mata a la vaca, como el que le agarra la pata”, entonces debíamos comenzar a ser parejos y exigir lo mismo a quienes se supone que luchan por lo mismo. Esto es, que buscan el bien común a través de la lucha por la detentación del poder público.

La pregunta, y el señalamiento, no parecen ser ociosos. Es claro que si en Oaxaca el gobierno está lejos de lo que merecemos, en lo que corresponde a las fuerzas de oposición esto se encuentra en iguales o peores circunstancias. Y no hay nada peor, que tener un gobierno titubeante, que además juega solo en una cancha en la que, por una total ausencia, no existe un competidor que le obligue a elevar su nivel de juego, y a demostrar que tiene tácticas dignas de su categoría.

OPOSICIÓN AUSENTE

Parte del comenzar a sentir esta resaca, tiene su origen en la superación de la borrachera democrática relativa al proceso electoral. Esto es que, para los ahora detentadores del poder, deben comenzar a dejar atrás todo lo relativo a su victoria en las urnas, y concentrarse en el trabajo que les corresponde. Pero algo similar, en toda la extensión de la palabra, debía ocurrir para sus opositores.

Ahí es donde, sin embargo, se encuentra el mayor cuestionamiento al PRI de Eviel Pérez Magaña, que hace todo menos ser una oposición verdadera en la escena pública de Oaxaca.

Expliquémonos: pareciera ser que, en primer sitio, son ellos quienes no han podido superar los dolores de la derrota electoral; que son ellos quienes no pueden ver más allá de sus intrascendentes disputas internas y de sus enemigos de papel; y que son quienes no han entendido que el papel de oposición es tanto o más constructivo que el de oficialismo. Al no poder ver todo eso, están echando por la borda la oportunidad inmejorable que hoy tienen, de reconstituir su presencia como partido determinante y protagonista de la actividad política de nuestro estado.

El PRI oaxaqueño se encuentra en una situación de extravío total. Una forma sencilla de “medir” el nivel de debate e intervención de la dirigencia priista en los asuntos públicos, es a través de los medios de información. ¿Qué dice Eviel Pérez en la prensa de por lo menos uno de todos los asuntos que están en la agenda pública de Oaxaca? ¿Cuál es la participación constructiva del PRI, más allá de la actividad de sus diputados o sus representantes sectoriales? ¿Cómo incide para mejorar, el otrora “partidazo” en los asuntos en los que se supone que el gobierno falla, y sus opositores se lo deben señalar?

Es claro que, frente a todo eso, la Dirigencia Estatal del PRI debía dejar de hacer su tema principal —o su único tema— la disputa entre Eviel Pérez y Jorge Franco Vargas. Es verdaderamente lamentable para la vida pública, y para todos los problemas que tiene Oaxaca, que mientras la entidad sigue esperando el momento de la reconstrucción y la mejora en el nivel de vida, el gobierno se la pase dando bandazos, y los opositores desperdicien su tiempo —el tiempo de todos los oaxaqueños— en “dirimir” cuestiones (una dirigencia partidista, que además no está en juego) que en realidad preocupan e interesan a muy pocas personas.

Por eso, esta resaca democrática debía ser también un llamado a la recuperación de la noción de lo que es, o debería ser, el interés público. Dejar de lado esa idea, equivale a sacrificar el interés de todos, en aras de la atención a los temas que sólo benefician o perjudican a unos cuántos. Quienes tienen al PRI en las manos debían dejar atrás sus fantasmas y ponerse a hacer algo por Oaxaca. De no hacerlo, perderán ellos pero esencialmente perderá el interés de la mayoría que, siendo priista o no, espera tener una mejor calidad de vida.

OPORTUNIDAD PERDIDA

¿Qué pierde el priismo por sus extravíos actuales? Nada menos que la oportunidad de revertir la situación de derrota y arrinconamiento en que se encuentran. Es decir, que en la elección intermedia puedan volver a ser mayoría en el Congreso del Estado. Esa posibilidad envidiable se aleja hoy aceleradamente.

Tenencia vehicular: urgente, elevar el debate

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+ PRI-Gobierno: disputa rebasa a partidismos

 

Hasta hoy, el debate sobre la permanencia o derogación del impuesto a la tenencia y uso de vehículos en Oaxaca, ocurre en por lo menos tres bandas distintas que, por ser paralelas, no tienen posibilidad de hallar coincidencias. El problema, en todo esto, es que tanto gobernantes como opositores nuevamente dejaron en medio a la ciudadanía oaxaqueña, que es quien finalmente paga el costo económico tanto del impuesto como del bajo nivel del debate.

Esta discusión —si es que puede calificarse así— ocurre en varias bandas, paralelas, por las razones siguientes. A principios de mes, el líder de la CNOP, Jorge Toledo Luis, demandó que el gobierno estatal derogara el referido impuesto vehicular, argumentando que al ser éste un gravamen que no cumplía ya ni con la finalidad para la que fue creado, y tampoco tenía la legitimación federal, además de ser oneroso, debía desaparecer.

Dos días después, el Gobierno del Estado respondió que el impuesto a la tenencia de vehículos era imposible de derogar, debido a que con el producto de su recaudación se cubrían ciertas necesidades presupuestales básicas, pero enfatizando particularmente que ellos mismos (los priistas) “en el pasado aprobaron el impuesto para cubrir la deuda de los complejos administrativos.”

A esta polémica, incluso, hubo una nueva respuesta del Dirigente sectorial del PRI, quien a través de un comunicado estableció tres ejes que, según ellos, son esenciales para apuntalar la exigencia de derogación de la tenencia vehicular. El primero de los ejes establece que con ello se responde al clamor: “¡Basta de impuestos, sin un fin claro y definido!”

El segundo eje establece que si Oaxaca tiene un bajo nivel de recaudación fiscal, es porque éste es un estado pobre, y que por esa razón los contribuyentes dejan de pagar obligados no por la voluntad sino por las circunstancias, y que por esa razón gobiernos de oposición al PRI, como Puebla, decidieron eliminar tal gravamen.

Y el tercero, que pretende ser más preciso, en realidad pone en evidencia que la Secretaría de Finanzas y el Sector Popular del PRI parecen referirse a temas distintos. Aunque el gobierno estatal nunca se refirió a los programas sociales, sino al pago de los complejos administrativos, el Líder Cenopista señala que “es falso que el gobierno del estado requiera de recursos, como el pago de la tenencia vehicular, para impulsar los programas sociales. Los recursos del combate a la pobreza provienen de los fondos federales…”

Y recalca el logro presupuestal de los diputados del tricolor, además de reprochar que ni ellos ni el pueblo de Oaxaca son responsables de que éstos no sepan cómo utilizarlos, o que estén echando mano del cobro de impuestos, o del endeudamiento.

Ante ese panorama somero, queda claro que tanto en la CNOP, como en el gobierno estatal, debían debatir con mayor inteligencia no sólo para hablar con verdades objetivas, sino también para no tratar de timar o de menospreciar al pueblo de Oaxaca.

DEBATE VEDADO

Asegurar, por ejemplo, que un impuesto altamente impopular debe permanecer para costear algo tan fatuo e innecesario para el interés general, como son Ciudad Administrativa y Ciudad Judicial, es tanto como creer que Oaxaca es una isla en la que todos están pensando en las pugnas entre el gobierno y sus opositores; que creen que todo se puede resolver a través de las cargas partidistas; e incluso que la militancia tricolor debe cargar con los latrocinios y deshonestidades de unos cuantos ex funcionarios corruptos. Expliquémonos.

La mayoría de los oaxaqueños estaría dispuesto a pagar ese y otros impuestos, si tuviera certeza de en qué se están utilizando los recursos que se captan por ese concepto. En el Distrito Federal, por ejemplo, el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard fue enfático al señalar que con el impuesto a la tenencia vehicular se subsidia el sistema de transporte colectivo, y que por eso era imposible derogarlo. Frente a ese argumento sólido, nadie protestó.

Aquí, sin embargo, a pesar de que todos los servicios públicos relacionados con la vialidad son una auténtica calamidad (baches, agentes de tránsito corruptos, inexistencia de obras viales, nula señalización, etcétera), el gobierno estatal es incapaz tanto de establecer un destino específico para esos recursos, como —sobre todo— de decírselo de manera clara a los ciudadanos. Aquí, el oaxaqueño común siente que paga un impuesto costoso, a cambio de nada. Y ahí se origina mucho del rechazo que tiene ese gravamen.

El otro problema, que es igualmente grave por el mal enfoque que se da, es que el gobierno estatal pretende seguir lavando sus afrentas partidistas particulares a partir de temas que interesan a todos. Es claro que sólo al uno por ciento —si mucho— de los oaxaqueños le interesa saber, o asume con remordimiento, el hecho de que hoy tenga que pagar impuestos por las deudas de un gobernante pasado. En todo caso, el grueso de los oaxaqueños reacciona, ante el señalamiento de que es por culpa de los gobiernos priistas que se debe seguir cobrando la tenencia, con un sonoro y comprensible “¿Y yo por qué?”

Pero, en todo eso, los priistas que dicen defender las causas populares se achican y evaden el señalamiento, innegable, de que fueron militantes de su partido quienes contrataron los créditos para la construcción de los complejos administrativos; que fueron ellos quienes comprometieron la continuidad del cobro de derechos vehiculares; y que de todo eso hicieron millonarios negocios.

En ese sentido, queda claro que el PRI de Eviel Pérez, de Jorge Toledo, y demás, pretende no abordar el tema porque ello implicaría reconocer los errores, o la voracidad de gente a la que en realidad parecen proteger, o a la que se sienten dispuestos a seguir defendiendo, cuando lo que debían hacer es unirse a la exigencia de justicia.

RUTA SUICIDA

¿Qué este PRI que pretende “recuperar” la confianza ciudadana, seguirá protegiendo a personajes priistas impresentables como Bulmaro Rito, Miguel Ángel Ortega Habib, y todos los que se enriquecieron de forma extraordinaria a costa de asuntos como la contratación de deuda, el manejo presupuestal, o la construcción de obra pública? Si Toledo Luis de veras promueve la defensa del interés ciudadano, debía también deslindarse de esos personajes nocivos para su partido y, junto con los representantes del gobierno estatal, entrar a un debate verdaderamente serio sobre el destino del impuesto a la tenencia vehicular.

Auditorías: resultado, lejos de las expectativas

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+ Golpes mediáticos, en el fondo de esta disputa

 

Todo aquel que tiene nociones básicas de cómo operan algunos procesos de la administración pública, como lo son los relativos a la auditoría y revisión de la gestión, sabe que las palabras de la secretaria de la Contraloría y Transparencia Gubernamental, Perla Woolrich Fernández, tienen una alta carga de interés y mensajes políticos, pero muy poco sustento en la realidad. Cuatro meses son insuficientes para realizar una auditoría parcial a toda una administración, y las cifras que componen los supuestos faltantes, finalmente habrán de ser distintas (y menores) de las que ahora se asegura.

Este asunto, de entrada, deja ver el ánimo del actual gobierno tanto respecto a sus antecesores, como en relación al sostenimiento de su propia imagen como régimen de alternancia. Una de las necesidades básicas de todo gobierno —como el actual de Oaxaca—— que arriba al poder venciendo a sus adversarios históricos, es la de ir a revisarlos lo más escrupulosamente posible para tratar de hallar cualquier irregularidad, a través de la cual fundamentar tanto las acusaciones indispensables que ellos utilizaron en campaña, como también para legitimar el “cambio” prometido.

En este sentido, en el terreno político el actual gobierno de Oaxaca no se ha despegado ni un ápice de estas necesidades. Hasta ahora, lo que hemos visto son recurrentes acusaciones, que luego son referidas por medios informativos de la capital del país, a través de las cuales se está señalando a la administración anterior por actos de corrupción.

Es, incluso, hasta cierto punto parte de las necesidades políticas básicas de todo gobierno de alternancia que inicia, acusar de “algo” a sus antecesores ante la mirada de la opinión pública, para así establecer parámetros de “lo malo” que prevalecía antes, y “el cambio” que se está procurando ahora. Oaxaca no es hoy un estado excepcional por esas acusaciones, como lo es tampoco la administración actual por estar revisando a sus antecesores. Más bien, esos señalamientos son los que siempre ocurren. Y nuestra entidad, hoy, no es la excepción.

Incluso, la parte política y de impacto mediático de estos señalamientos, son parte de una estrategia que se delineó desde antes de que el gobernador Gabino Cué Monteagudo tomara posesión de su cargo. Si bien se recuerda, desde noviembre del año pasado, el entonces Gobernador Electo aseguró que indagaría todo lo relativo a la construcción y créditos contratados por el gobierno estatal para edificar Ciudad Administrativa y Ciudad Judicial.

Después, la contralora Woolrich Fernández dijo algo similar, y anunció que se habían encontrado ya irregularidades en varias dependencias estatales. En esa misma lógica, el secretario de las Infraestructuras, Netzahualcóyotl Salvatierra anunció que también por un asunto de ineficiencia y posible corrupción se había cancelado el contrato existente con la empresa Isolux para la construcción de la velaria del Auditorio Guelaguetza.

Hasta hoy, todo lo dicho son meras declaraciones de prensa. Nadie ha aportado elementos más sostenibles al respecto. Y también se está aprovechando la notoriedad de los presuntos desfalcos, y el desconocimiento que tiene la mayoría de las personas de cómo se lleva a cabo un proceso de auditoría, qué pasos se deben de seguir antes de integrar los procedimientos administrativos y penales, y cuáles son las sanciones reales que puede tener un ex servidor público por haber incurrido en responsabilidad por el manejo de recursos o el no ejercicio de las atribuciones que le confiere la ley.

 

VERDAD, NO PERCEPCIONES

Hasta ahora son sólo golpes mediáticos los que busca el gobierno estatal a través de las declaraciones de la Titular de la Secretaría de la Contraloría y Transparencia Gubernamental, porque de sus mismas declaraciones se desprende que ni las auditorías han concluido, ni se han iniciado los procedimientos administrativos o penales respectivos, ni se ha dado tiempo para que los involucrados se defiendan, solventen lo que puedan, y comparezcan para saber de qué asuntos se les acusa.

El primer paso que debe ocurrir, en este sentido, es la conclusión de las revisiones. El monto de alrededor de mil 700 millones de pesos que hasta ahora se ha manejado en la prensa, puede incluso aumentar. No obstante, las normas relativas a la auditoría y el procedimiento administrativo establecen que esos faltantes iniciales pueden ser solventados a través de la ampliación de documentación que acredite el monto ejercido, la restitución y otras vías.

En todas las auditorías, que se hacen en todas las dependencias de todos los órdenes de gobierno, siempre se observan (o se señalan) montos que finalmente son ajustados. Y, en este sentido, un desfalco sólo ocurre cuando después de todo ese proceso de solventación se concluye que hubo un ejercicio incorrecto, un robo o desvío de recursos, o una mala aplicación de los mismos, y entonces el funcionario responsable es sometido a procedimientos administrativos (para ser multado o inhabilitado para el servicio público, o incluso la imposición de ambas sanciones), o penales, para pagar con penas privativas de libertad por los actos derivados del ejercicio público que constituyen la comisión de delitos del orden común.

Por todo eso, para hacer un juicio desprovisto de cargas o filias políticas o partidistas, y de ánimos de justificación o revancha, habrá que esperar a que todas las auditorías culminen, a que pase el proceso de solventación, a que se den a conocer los montos que no pudieron ser justificados, para entonces sí poder hablar de que tal o cual funcionario se robó o malversó los recursos del Estado.

Bien dice la sabiduría popular, que “lo que se ve no se juzga”. Sin embargo, la Contralora de lo que habla no son de sospechas ni de percepciones, sino procedimientos jurídicos enmarcados por el derecho. Así, habrá que ser mucho más mesurado y esperar a que concluyan las indagatorias, para saber cuánto se robaron, y quiénes fueron los ladrones de la administración anterior.

 

¿Y CIUDAD ADMINISTRATIVA?

Asimismo, la Contralora debía también estar indagando todo lo relativo a la construcción de Ciudad Administrativa y Ciudad Judicial. Insistimos en que si algo de bien le quieren hacer a Oaxaca, deben ir al fondo de esos complejos, y evitar que se siga consumando ese robo en despoblado que costará a los oaxaqueños, en 15 años, más de 8 mil millones de pesos.

Transporte público: la autoridad, de adorno

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+ Siempre han sido cómplices; ahora, también

 

No extraña que, en un tono de supuesta sorpresa y preocupación, por la situación de anarquía total en que se encuentra el transporte concesionado de la entidad, el titular de la Coordinación de Transporte del Gobierno del Estado, Pedro Silva Salazar, admita que “el tema no se ha tocado” y que “los acuerdos están parados” pero que en breve “vamos a darle seguimiento a los acuerdos que se hayan hecho, para que se cumplan”. La autoridad estatal del transporte siempre ha actuado como cómplice y protectora de los concesionarios y sus intereses. Y la actual no parece ser la excepción.

Lamentablemente, la historia recurrente del transporte público puede resumirse en tres aspectos. El primero de ellos, es la total anarquía; la segunda, es la simulación de la autoridad; y el tercero es el desencanto ciudadano. Esto, más que preocupar, debía ocupar a las autoridades actuales para evitar que esta trágica historia se siga repitiendo.

Si volteamos a revisar lo que ha ocurrido por lo menos en la última década, no encontraremos más que historias de voracidad y falta de cumplimiento a sus propias promesas por parte del llamado “pulpo camionero”; simulación de la autoridad, que hace como que preserva el interés público, aunque en realidad siempre termina salvaguardando los intereses de los dueños de las concesiones. Y el desencanto de los ciudadanos, que parecen cansados de esperar una mejoría en servicio, y que incluso ya parecen estar resignados a pagar lo que sea sin esperar nada a cambio, aún cuando el costo sea alto y el servicio sea pésimo.

Veamos si no. En diciembre de 2007, el entonces coordinador de Transporte del Gobierno del Estado, Gonzalo Ruiz Cerón, anunció que el gobierno estatal había decidido autorizar casi un treinta por ciento al incremento de la tarifa por pasaje, debido al incremento en los costos de los insumos y el combustible, y como una medida que ayudara a mitigar a los dueños de las unidades por las pérdidas que habían sufrido por motivo del conflicto magisterial que había ocurrido un año antes.

Anunció, también, que a cambio del incremento los concesionarios se comprometían a mejorar la calidad del servicio, a capacitar mejor a los conductores de las unidades, a otorgar seguro del usuario a los pasajeros, y a sacar de la circulación todas las unidades que rebasaran cierta antigüedad, para de ese modo evitar la contaminación y brindar un servicio más confortable a los usuarios.

Aunque todos los argumentos y promesas, además de falaces eran inmorales, el usuario del servicio —a quien no le quedaba de otra— de todos modos aceptó el trato y resolvió pagar por seguir gozando de él. Pasaron los meses, y tanto los abusos, como la imprudencia de los conductores que costaban vidas y daños materiales, e incluso el incumplimiento hasta de las promesas más básicas, siguieron siendo cosa de todos los días.

Nada en absoluto cambió. Y la autoridad, que se supone que estaba para obligar a los concesionarios a cumplir con lo que habían prometido, y a constreñirlos para que se ciñeran a la ley —y con ello salvaguardar el interés público—, más bien se dedicó a justificar los incumplimientos y a defender a los dueños del transporte.

Todo esto ocurrió, a pesar de que Ruiz Cerón, hasta donde se sabe, no era ni parte del sector del transporte, ni tampoco tenía más interés que el de cumplir con sus responsabilidades públicas. (Es decir, que se supone que contaba con todos los elementos para ser una autoridad imparcial y determinada, lo cual se ponía de todos modos en duda por su actuación). Y aún así, de todos modos los abusos, el incumplimiento y la voracidad de los concesionarios, siguió sin encontrar límite alguno.

AUTORIDAD ¿LEGÍTIMA?

Tal y como lo apunta la nota principal de TIEMPO en su edición de ayer martes, de nuevo los concesionarios cumplieron ocho meses desde que el gobierno estatal les autorizó una nueva tarifa por pasaje, por la que también hicieron promesas de reciprocidad con el usuario, y de la que nada se ha cumplido en beneficio del usuario.

Y esta historia, que ya comenzó mal, ahora se corona tanto por las “sorpresas” del titular de Cotran, como —sobre todo— porque ahora sí existen elementos objetivos para asegurar que éste sí puede fungir más como parte que como juez, tanto en la protección de los intereses de los concesionarios, como en la actitud de desdén respecto a la defensa de los intereses de los usuarios.

Si bien se recuerda, hace unos meses, cuando los concesionarios incrementaron la tarifa del transporte, ni siquiera esperaron a que fuera el gobierno estatal quien se la autorizara. Unilateralmente la impusieron, y luego a base de resistencia, bloqueos viales y presión a la autoridad, lograron que ésta les reconociera lo que ya habían decidido ellos. Luego se encargaron de legitimar sus decisiones, a través del ofrecimiento de ciertas medidas de reciprocidad para según ellos retribuir al usuario por este nuevo incremento.

Los concesionarios, para lograr su objetivo, fueron no sólo voraces sino también desvergonzados. Como si fueran prestadores de un servicio que afecta y no beneficia a sus bolsillos, se lamentaban públicamente por el incremento de los insumos y el encarecimiento del servicio. Decían, según ellos, que el servicio era ya incosteable. Y que por esa razón, no es que ellos quisieran, sino que se veían obligados a incrementar la tarifa.

Nadie reconocía, sin embargo, que lo que trataban de hacer era cargar, como siempre, al usuario el encarecimiento del servicio, para ellos mantener a salvo el redituable negocio que siempre ha sido el lucrar con quienes menos tienen.

Frente a todo esto, Pedro Silva no debía hacerse el sorprendido. Para legitimarse, debe demostrar que a pesar de que él lideraba —o lo sigue haciendo— a concesionarios, tiene la determinación para actuar como autoridad. Sus antecedentes no lo ayudan. Y el problema es que su sola preocupación, que no se traduce en hechos, no ayuda en nada a resolver los problemas de transporte caro y malo que todos los días afectan a miles de oaxaqueños.

 

DUDAS QUERETANAS

Mucho cuidado debían tener todos aquellos que señalan a la dirigencia del PRI por haber copiado el documento de impugnación por la elección de Consejeros del IEE, de un recurso presentado en Querétaro hace algún tiempo. Si no tienen el documento en la mano para corroborarlo, entonces debían preguntarse si esa no es una más de las intrigas que salen desde la oficina de Benjamín Robles Montoya. Aguas.