Adrián Ortiz Romero Cuevas
La coalición entre el Partido Acción Nacional, de la Revolución Democrática, Convergencia y del Trabajo, está prácticamente concretada. Desde hace meses, las dirigencias estatales y nacionales de esas fuerzas partidistas, habían venido manifestando su “disposición” para establecer mecanismos a través de los cuales pudieran construir plataformas conjuntas de gobierno, e impulsar a candidatos comunes a los cargos de elección popular, que se disputarán en los comicios estatales a celebrarse en Oaxaca en julio de 2010. La consolidación de esta coalición, reviste cuestionamientos que deben ser fundamentales para la discusión y el entendimiento de la democracia, pues con ello queda claro que ésta se enfrenta hoy a dilemas novedosos que deben ser resueltos, antes de que esto ocasione más incertidumbre e inmovilismos, que sólo afectan al país.
LOS ANTECEDENTES
Dos puntos deben quedar claros, de entrada, en esta discusión. El primero de ellos, tiene que ver con el hecho de que las coaliciones de partidos ni son nuevas en el país; el segundo punto tiene que ver con la plena legalidad que la norma electoral federal reconoce a los institutos políticos nacionales, para que éstos postulen candidatos comunes y compartan plataformas electorales y de gobierno. Esto debe servirnos de parámetro, y también de punto de partida para un asunto que va mucho más allá de cualquier antecedente —de hecho y de derecho— que pudiera tener la democracia electoral en la historia reciente de nuestro país.
Desde hace poco más de dos décadas habían existido acercamientos importantes entre fuerzas políticas de diversos órdenes. En los comicios federales de 1988, un importante conjunto de partidos políticos de izquierda crearon el Frente Democrático Nacional, postulando a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano como candidato a la Presidencia de la República.
Luego de los comicios del 6 de julio de ese año, en el que resultó ganador el abanderado presidencial del PRI, Carlos Salinas de Gortari, tanto Cárdenas Solórzano como Manuel J. Clouthier (candidato del Partido Acción Nacional) se proclamaron ganadores de la contienda comicial. Esto generó una crisis de legitimidad, en la que finalmente tanto los que se identificaban con los partidos de izquierda, como quienes lo hacían con los de la derecha, se unieron en un solo frente político para denunciar el fraude electoral y exigir la anulación de la votación en la que había ganado el candidato priista Salinas de Gortari.
Ese fue apenas un primer viso de acuerdos sólidos entre fuerzas aparentemente disímbolas. El momento histórico que fue 1988 era excepcional, y tal parecía que más allá de las ideologías, había un sentimiento superior de que el interés era la democracia en México. Nadie cuestionó, entonces, el hecho de que, al menos en ese momento, los sectores más representativos de la izquierda estuvieran compartiendo intereses con quienes representaban las banderas ideológicas más opuestas.
Luego, años después, en el año 2000, en México ocurrieron dos alianzas políticas fundamentales para los comicios federales de ese año. El Partido Acción Nacional, que había postulado al entonces gobernador de Guanajuato, Vicente Fox Quesada, se unió con el Verde Ecologista de México para formar la Alianza por el Cambio; por su parte, el Partido de la Revolución Democrática constituyó, junto con los partidos del Trabajo, Convergencia, Alianza Social y el Partido de la Sociedad Nacionalista, una coalición llamada Alianza por México. La legalidad y el resultado de los comicios en los que resultó ganador el panista Vicente Fox Quesada, fue incuestionable para las demás fuerzas políticas que participaban del proceso.
Cuando eso ocurrió, pocos fueron los cuestionamientos habidos alrededor de estas fuerzas políticas. En realidad, lo que más se discutió fue la supervivencia de fuerzas políticas minoritarias, como las que se aliaron al PAN y PRD en sus respectivas coaliciones, al “colgarse” de los altos porcentajes de votos que esos partidos obtenían, para conservar sus propios registros y tener representaciones legislativas en el Congreso de la Unión.
CONTRADICCIONES
DE 2004 Y 2006
Por esos mismos tiempos se crearon diversas coaliciones en las que participaron juntos los partidos de izquierda y derecha nacionales, para comicios de las entidades federativas. Un caso paradigmático fue el de la coalición Todos Somos Oaxaca, erigida en 2004 por todas las fuerzas opositoras —con excepción del Partido Unidad Popular, que por su carácter de partido estatal de reciente creación, no podía participar en coaliciones—, y que llevaron como abanderado a la gubernatura al entonces presidente municipal de Oaxaca de Juárez, Gabino Cué Monteagudo.
Dos años después, sin embargo, la historia cambiaría. Al postular a Andrés Manuel López Obrador como candidato presidencial, en 2006 el PRD, PT y Convergencia se unieron en la Coalición Por el Bien de Todos. El PRI trabó alianza con el Partido Verde para crear la Alianza por México. Y el Partido Acción Nacional —ya entonces en el poder— decidió ir solo a los comicios federales.
El choque de trenes fue brutal: el abanderado panista, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, sólo pudo aventajar al aspirante de la Coalición por el Bien de Todos, por un 0.2 por ciento. Algo así como 220 mil votos, de una elección en la que participaron, según información del Instituto Federal Electoral, 41.8 millones de ciudadanos mexicanos. La inconformidad postelectoral no se hizo esperar, y lo que inició como un conflicto que debía dirimirse en los Tribunales de la materia, fue llevada a la calle a través de una inconformidad social en la que las acusaciones se convirtieron en ofensas, las ofensas en insultos, y los insultos en un riesgo fundamental para la gobernabilidad del país.
López Obrador, el aspirante derrotado, acusó de ilegitimidad al gobierno entrante, y calificó como “espurio” al entonces presidente electo, Felipe Calderón. El primero de ellos, se enfrascó en una batalla política, que por momentos pareció tener como intención la ruptura del orden social y el inicio de una lucha por el derrocamiento del gobierno en turno. Hasta hoy, no existe un reconocimiento expreso de los partidos y las facciones que secundaron en 2006 a López Obrador, al gobierno que encabeza el presidente Felipe Calderón Hinojosa. Sin embargo, hoy, en medio de ese sinuoso y altamente contradictorio escenario político, las fuerzas políticas de uno y de otro están juntas para encarar cuatro procesos electorales estatales. Entre ellos el de Oaxaca.
“EL AGUA Y EL ACEITE”
Así calificó hace unos meses el otrora líder moral y fundador del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, la alianza que entonces se sospechaba que erigirían las fuerzas de izquierda y el PAN para varios comicios estatales. No se equivocaba: tanto en posiciones ideológicas como en planteamientos de orden político, e incluso en formas de gobernar, una y otra fuerza habían resultado ser totalmente opuestas.
Además, independientemente de esas razones —que podrían ser catalogadas como de un “purismo ideológico” recalcitrante o anticuado—, lo cierto en todo eso es que la unión en particular de esas fuerzas políticas representaba una contradicción aparentemente insuperable: en 2006, López Obrador emprendió una andanada en contra del gobierno federal y del PAN, que partió justamente del desconocimiento de la autoridad constitucional, y que tenía como objetivo romper el orden institucional del país.
Desde entonces se negó a cualquier forma de entendimiento con el oficialismo; e incluso López Obrador se negó a la posibilidad de establecer un dique opositor responsable que equilibrara las fuerzas políticas en el país, y prefirió una desestabilización de tipo callejera que finalmente le hizo perder más adeptos que cualquier capital político que pudiese haber ganado con sus inconformidades. Eso era lo que, en realidad, lo hacía ser una unión catalogada como “entre el agua y el aceite”. No tanto las razones ideológicas, sino las circunstancias de hecho que habían llegado al PAN y PRD a uno de los choques más violentos de que se tenga memoria en la historia reciente del país.
2009 Y 2010: LAS
NUEVAS CIRCUNSTANCIAS
2009 marcó la peor debacle panista desde que llegó al poder federal, en el año 2000. El presidente Felipe Calderón fue incapaz de sostener la mayoría relativa que tenía en la Cámara de Diputados, y en los llamados “comicios intermedios” fue arrollado por una maquinaria priista que, desde los gobiernos estatales, operó de una forma excepcionalmente eficiente. Eso marcó el cambio de la agenda y los intereses políticos del panismo.
Hasta entonces, el PAN —con mayoría relativa en el Congreso— había necesitado del PRI para sacar adelante sus reformas y enfrentar al poder opositor del perredismo. Una vez que el panorama electoral cambió, los blanquiazules cayeron en la cuenta de que el priismo se preparaba para pelear con todo el sustento la presidencia de la República en 2012. Por eso las prioridades cambiaron, y los antiguos enemigos —PAN y PRD, que ahora estaban arrinconados— se unieron para tratar de frenar la fuerza del priismo.
Ninguna razón valió. De nada sirvieron los llamados a la cordura ni los recordatorios sobre las contradicciones ideológicas de una coalición sin sustento. Fueron desoídos todos los llamados relativos a la forma imposible de gobernar entre fuerzas que pertenecen a distintos raigambres, que tienen formas de gobierno distintas, que no comparten el proyecto nacional, y que incluso ni siquiera han demostrado fehacientemente que tienen uno y que lo pueden llevar a cabo.
En esto, Oaxaca ha sido un icono. Esta fue la tierra escogida por AMLO para establecer su resistencia al gobierno federal; aquí, las fuerzas opositoras han tenido fuertes enfrentamientos para tratar de frenar a un PRI que desde aquí parece estar impulsando un proyecto nacional que tiene rumbo en el 2012. Y por eso, aún con todo lo que los separa, tanto el PAN como el PRD decidieron ir juntos a unos comicios en los que ya están comenzando a pagar los costos.
La postulación de Gabino Cué Monteagudo ya costó las primeras renuncias. La más sentida de ellas, fue la del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, y la de varios militantes del PAN y otras fuerzas políticas con intenciones de intervenir en el proceso aliancista.
Más allá de ello, lo que parece ser uno de los riesgos más potenciales, es que ese mismo pragmatismo que se está profesando en la conformación de alianzas, puede ser llevado a la forma de gobierno. Y nadie sabe cuál sería el resultado de un gobierno en el que no sólo se unen los polos de la democracia partidista, sino en el que se unen los polos más opuestos y confrontados de esa izquierda partidista.
El asunto va más allá de cómo ganar una elección: en realidad el dilema se basa en cómo gobernar un Estado cuando no se tienen coincidencias ni proyectos ni identidades sólidas. Ese es el nuevo paradigma al que se enfrenta Oaxaca.