+ Candidatos, conminados a no continuar la ruta de los cacicazgos
Uno de los imperativos que tienen los aspirantes a la gubernatura en Oaxaca, es la de romper con la inercia de los cacicazgos. En la entidad, a lo largo de las últimas tres décadas han sido apenas un puñado de personas las que han detentado el poder en distintos momentos. Y esta parece ser una de las cuestiones que más aleja a la política de las nuevas generaciones, que no ven la expectativa, o el espacio necesario, para tratar de participar en las tareas públicas.
En efecto, estamos en un momento determinante de la vida pública de Oaxaca, porque ahora como nunca es demandado el relevo generacional en las esferas del poder. Hoy como nunca son persistentes los señalamientos respecto a que cada proceso electoral se resume en el reciclaje cíclico de personajes y grupos. Todos los que sean candidatos se enfrentarán a ese imperativo de la ciudadanía. Y por eso es tan importante tener presente todo lo que puede significar este aspecto en las campañas proselitistas y el apoyo que logren los aspirantes a la gubernatura de aquellos votantes que no dependen de una estructura electoral.
En ese sentido, es claro que en 2010 Gabino Cué representaba esa aspiración del relevo generacional, que pronto se vio copada por la presencia de varios de los grupos que persistían en la oposición, y que llegaron al poder no para compartir las responsabilidades del gobierno, sino para lucrar con sus espacios. Por un lado, dicho grupo fue copado por el ex gobernador Diódoro Carrasco Altamirano, que tenía una fuerte ascendencia sobre el nuevo gobierno, y cobró con creces las facturas de su apoyo. En el otro extremo estaban las estructuras fundamentalmente perredistas, que también exigieron su parcela dentro del gobierno.
Ante tantas exigencias y amagues, la actual administración pareció nunca encontrar el espacio y la condición para debutar a un nuevo grupo político que fuera parteaguas para su propia sucesión. Por eso, hoy el futuro del grupo en el poder se encuentra en manos de dos personajes que, aunque tienen un fuerte enfrentamiento entre sí, en el fondo resultan ser parte de la misma estructura que no logró trascender y que, por ende, está peleándose entre sí para los años que vienen.
Los nombres y las ascendencias así lo indican. José Antonio Estefan Garfias es un político producto de diversas circunstancias pero con un cuño diodorista y ulisista perfectamente identificable. Por su parte, Benjamín Robles Montoya enfrenta un problema todavía mayor: su único antecedente está en el grupo de Gabino Cué, con el que —ya en el poder— generó más enfrentamientos que sinergias, y al que no pudo aglutinar a su favor para ser garante de ese cambio generacional. Por eso, hoy Estefan está atenido al respaldo cupular del grupo que lo impulsa, y Benjamín le apuesta a las estructuras clientelares que formó con el apoyo de varias organizaciones sociales, en su larga campaña para comprar el apoyo electoral que no pudo conquistar entre los ciudadanos.
Al final, ninguno de los dos ha logrado dar una pauta concreta de la garantía de “no repetición”, que sí espera la ciudadanía de cualquiera que aspire a ser Gobernador de Oaxaca. Esa “no repetición” es, básicamente, relativa a los errores, a la corrupción, al empecinamiento con los cargos públicos y al reciclaje que, de una u otra forma, representan ambos personajes, por los grupos que los respaldan. Ambos, hoy, frente al electorado son víctimas del riesgo de la continuidad… pero, justamente, de esa continuidad oprobiosa que la ciudadanía ya no quiere ver —de ninguno de los grupos— en las tareas de gobierno.
EL RIESGO TRICOLOR
Esa misma inquietud priva del lado priista. Pues resulta que como hacía mucho tiempo no ocurría, en el Revolucionario Institucional hay una verdadera expectativa de que la candidatura de Alejandro Murat Hinojosa marque el relevo generacional no que anhelan los priistas, sino que necesita Oaxaca. Los riesgos, en ese extremo, también están presentes y saltan a la vista.
Pues resulta que, sin ambages, el Abanderado priista ha delineado la distancia que habrá con los grupos políticos tradicionales de Oaxaca. Eso se respalda con la carrera política y en la administración pública que lo antecede, e incluso con los orígenes de su candidatura, que en ningún sentido se encuentran en Oaxaca, y que más bien pueden encontrarse dentro del gobierno federal. El problema es que a pesar de todos esos activos —junto con la juventud y la frescura de su imagen, que constituyen un valor agregado propio del candidato— existe el riesgo de que los pactos políticos al interior de su partido, también terminen diluyendo ese imperativo de cambio. ¿De qué hablamos?
De que, por ejemplo, el viernes pasado se conoció el acuerdo alcanzado por el Candidato con el grupo del ex gobernador Ulises Ruiz, que personifica el senador Eviel Pérez Magaña. En la imagen del encuentro, aparecían diversos personajes que en ningún sentido representan lo que se supone que será el relevo generacional en Oaxaca. Había un cúmulo de personas que, además de acumular derrotas electorales, representan al sector más cuestionado y desprestigiado del priismo en Oaxaca, con el ex gobernador Ulises Ruiz a la cabeza. Y es que el senador con licencia Pérez Magaña llevó a dicho encuentro —y se supone que los presentó, porque son parte del acuerdo político— a personajes como Beatriz Rodríguez Casasnovas, José Escobar, Carolina Aparicio, y varios otros, que no resultan ser sino una garantía de continuidad de las prácticas y los grupos políticos, que las nuevas generaciones de votantes no quisieran ver regresando a los espacios de poder.
Y si bien resulta que la política implica necesariamente los acuerdos, más bien lo que se tendría que valorar es el costo de los mismos en la administración estatal —sopesando “eficiencia” versus corrupción— y, sobre todo, el nivel de empatía o rechazo que eso puede generar ante la ciudadanía, y los mensajes de largo plazo —sobre la continuidad, que evidentemente ya no es un activo político en Oaxaca— que se mandan con decisiones como esas.
FEMINICIDIOS
Sólo en alguien totalmente extraviado de la realidad, puede caber la idea de aspirar a un cargo de elección popular, teniendo como “activo político” su supuesto trabajo por los derechos de la mujer, en un estado —Oaxaca— en el que los feminicidios alcanzan niveles escalofriantes. ¿De verdad es lo que pretende Anabel López Sánchez?