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Oaxaqueños: Dejemos ya de aprovecharnos de nuestro entorno

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+ Ciudadanos, sin autocrítica ni ganas de mejorar

 

Hoy que inician oficialmente las festividades del Lunes del Cerro en Oaxaca, quienes aquí habitamos debiéramos hacernos una serie de preguntas sobre lo que verdaderamente somos de cara a quienes nos visitan, y sobre todo, sobre qué tanto contribuimos a fomentar, o lastimar, a la única industria que aquí genera una derrama económica de la que, directa o indirectamente, vivimos miles de oaxaqueños.

Contextualmente, queda claro que la buena fama pública de nuestra entidad, radica en su riqueza cultural, en su capacidad de generar un mosaico de temas, colores, sabores y expresiones artísticas, y por la forma en que se planeó, edificó y conservó esta capital oaxaqueña, que a decir de propios y extraños, es una de las ciudades más bellas del país, del continente, y del mundo. No obstante, nosotros, los oaxaqueños, no siempre parecemos estar a la altura de las circunstancias. Y esto debiéramos verlo con más seriedad, porque ni nuestra ciudad ni nuestra cultura ni nuestra capacidad turística son árboles de inagotable vida. Y no hacemos nada para preservarlos.

En ese sentido, es evidente que, en primer término, los oaxaqueños no terminamos de entender que nuestro alto grado de conflictividad política genera perjuicios permanentes a nuestra forma de vida. Financiera y fiscalmente, la nación entera se queja de que Oaxaca es una de esas entidades que está a millones de años luz de ser presupuestalmente autosuficiente, y que por esa razón cada año se engulle miles de millones de pesos que recaudan y producen otras entidades federativas.

Esa inconformidad, en buena medida nace del hecho de que nos ven como unos conflictivos que lo conseguimos todo a base de presiones y de arrebatos. Y aunque es cierto que el atraso oaxaqueño es producto del singular federalismo de nuestro país, lo cierto es que también hay una parte de razón en el hecho de que nosotros mismos, los oaxaqueños, no sólo no hacemos mucho para progresar, sino que también parecemos tener una extraña proclividad por terminar con todos los factores favorable con los que contamos.

Uno de esos factores, fundamental, se llama turismo. Y a ese turismo nacional e internacional —que muchas entidades federativas quisieran tenerlo para tratarlo tan bien, y dejarlo tan satisfecho que siempre quisiera regresar—, los oaxaqueños parecemos siempre dispuestos a ahuyentarlo con nuestro radicalismo y proclividad al conflicto, y con el poco tacto que tenemos para poder distinguir entre lo que necesitamos y lo que nos conviene. ¿Por qué lo decimos?

Porque, en general, los oaxaqueños no entendemos esa distinción. Y por esa razón, por cualquier inconformidad, somos capaces de generar un conflicto potencialmente dañino para el bienestar general, y para la buena imagen de nuestra entidad. Por eso, en Oaxaca a nadie le causa el menor pudor cerrar carreteras, tomar oficinas, generar disturbios e incluso ensañarnos contra los paseantes que nos visitan.

Y es que si a todos nos queda claro que a nadie le gusta ir a donde hay conflicto o problemas para tener una estancia confortable, también debería quedarnos bien entendidos que los oaxaqueños a veces hacemos todo porque el turismo se vaya, o porque la pase de la peor manera posible, y no porque los visitantes se queden más tiempo, o regresen a Oaxaca en sus próximas vacaciones.

 

MALOS SERVICIOS

Otra cuestión que debiera preocuparnos en serio a los oaxaqueños, es la casi nula capacidad que tenemos de tratar a los turistas no sólo como se merecen, sino sobre todo lo como lo marcan ciertos estándares de calidad en el servicio. Si queremos asumirnos como una ciudad de primer nivel, o de gran turismo, y pretendemos seguirnos autoengañando con el hecho de que así como vamos, vamos bien, lo cierto es que sólo estamos destinados al fracaso.

¿Por qué? Porque, como destino turístico, en los últimos años se ha tratado de ubicar a Oaxaca como una opción de los visitantes de mayor poder adquisitivo y de mejor nivel social y cultural. Muchos de los esfuerzos de las autoridades de los tres órdenes de gobierno están encaminados a eso. Sin embargo, basta con haber visitado otros destinos de gran calado, y corroborar el tipo de servicios turísticos que se prestan, y luego compararlos con los que se ofrecen en Oaxaca, para saber que ahí existe un déficit que ya nos cuesta dinero y preferencia cada año. ¿Por qué?

Porque el tipo de turismo que tiene gran capacidad económica (como para pagar algunos de los mejores hoteles, restaurantes, servicios y destinos que existen en Oaxaca), generalmente tiene también una gran cultura y un hábito bien construido de viajar y esperar y exigir siempre el mejor servicio.

El problema nuestro es que, salvo excepciones, aquí los prestadores de servicio siempre están bien atentos al momento en que se puedan aprovechar de los turistas, de cobrarles de más, de prestar un servicio de mejor calidad que el ofrecido a cambio de su costo, o simplemente de no entender que el gran turismo merece y exige en todo momento un trato de ese mismo tipo, o simplemente decide no volver y buscar otros puntos donde sí se cumplen con los estándares que esperar, y por los que paga grandes cantidades de dinero.

Los oaxaqueños no hemos entendido eso, pero además hemos estado siempre embriagados por la soberbia de creer que Oaxaca es tan grande, y de que nuestros destinos son tan atrayentes como un imán, que por eso suponemos que tratemos como tratemos al turismo, de todos modos éste volverá, que pagará lo que se le cobre, y que además aguantará todas las condiciones adversas que nosotros mismos podamos generarles.

A partir de eso se explica mucha de la resistencia que existe al buen trato, del poco interés que hay en todo el sector para dar una capacitación uniforme y eficaz a todos sus empleados sobre cómo deben tratar al turismo, y sobre todo que por eso mismo hay grandes resistencias a comprender que el buen trato y el buen servicio no son sinónimo de servilismo ni de rendición, sino de una competitividad y un deseo de construir (que sí tienen otros destinos turísticos, que con menos atractivos y con menos cultura que Oaxaca, logran captar más turismo), que los oaxaqueños no tenemos y que nos negamos a ver.

 

OAXACA, GRANDE

Sin embargo, Oaxaca cada año nos demuestra que su grandeza es intrínseca. Cada mes de julio reinventa su belleza, del tal modo que siempre asalta a la capacidad de asombro de propios y extraños, que no dejamos de maravillarnos de sus expresiones culturales.

Una pregunta incómoda: ¿quién sostuvo la votación del PRI en Oaxaca?

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+ Voto duro y operación electoral, sólo mitos

 

Habiendo entendido que los priistas tuvieron innumerables deficiencias en la organización de sus campañas, y que el trabajo proselitista estuvo marcado por los distanciamientos, por los recelos, por las traiciones y por el encono mutuo, entonces es necesario preguntarnos: ¿quién sí votó por el PRI en Oaxaca?

La pregunta no es ociosa. Porque en cierto sentido, todos militantes priistas con los esta columna ha tenido contacto que en los últimos días, coinciden en señalar, y en quejarse, por el hecho de que en esta campaña proselitista, las acciones de operación electoral, de movilización de votantes, e incluso el estímulo al voto duro clientelar que tradicionalmente tiene el priismo, fueron prácticamente nulas.

En todo, dicen, hubo trabas, “atorones” y traspiés. Pues si bien es cierto que el PRI oaxaqueño siempre aseguraba contar con un voto duro de más de 600 sufragios, lo cierto es que todo eso lo conseguía únicamente gracias a una pesada y costosa maquinaria electoral que sí podía mantener cuando un priista tenía en sus manos el gobierno estatal. Por conveniencia, ningún tricolor quiso reconocer que una vez siendo oposición ese número tendría una reducción natural importantísima, y todos optaron por negar la realidad y continuar asegurando que continuaría habiendo una votación y aceptación alta para cualquier priista que fuera presentado como candidato.

Ese argumento (que el priismo seguía teniendo incólumes sus 600 mil votos) fue el que sirvió de base para la disputa entre factores de poder en Oaxaca, y para el arreglo cupular entre la dirigencia nacional y los ex Gobernadores de la entidad. Como se supone que esa cantidad de votos estaba segura, y como los cuatro ex mandatarios querían su tajada de ese potencial triunfo de cualquiera que fuera candidato a diputado o senador, entonces por eso decidieron repartir el pastel electoral entre esos cuatro factores, y con ello se pensó que cada uno tendría satisfechos sus intereses a través de las curules y escaños que obtuviera, y que así estaría liquidada la disputa por el control del priismo en la entidad.

El cálculo fue erróneo. En efecto, se hizo el reparto y comenzaron las campañas, pero lo cierto es que éstas no fueron funcionales ni eficaces en ningún momento. Como apuntábamos ayer, no hubo ningún tipo de coordinación real entre dirigencia, sectores y representantes o delegados distritales, con los candidatos. Cada uno hizo la campaña que pudo e imaginó. Y todos se fueron por una ruta peligrosa de tratar de hacer todo a espaldas de los demás, de aprovecharse de los apoyos y recursos que obtenía, y de tratar de lograr que sus adversarios internos pagaran las consecuencias de las disputas y las traiciones.

A eso hubo que sumar, primero, el hecho de que los recursos que el Comité Ejecutivo Nacional había destinado para la operación electoral, fueron insuficientes y llegaron a destiempo; y que, además de lo anterior, no faltaron los vivales que vieron en el manejo y distribución de esos recursos, una ocasión perfecta para sacar provecho personal de la situación, y para rasurar los montos que estaban destinados para el tiempo previo a la elección.

Muy tarde, todos se dieron cuenta que todos aquellos que habían recibido recursos económicos durante toda la campaña, para implementar los distintos programas de promoción al voto, simplemente habían hecho nada. Cuando a pocos días de culminar el trabajo proselitista se hizo una evaluación general del trabajo realizado, y se dejaron de lado las posiciones triunfalistas de quienes decían haber hecho todo sin poder comprobar nada, lo único que pudo corroborarse es que esquemas completos de trabajo territorial de promoción del voto, no se habían realizado.

Sin embargo, nadie quería responsabilizarse de ninguna de las fallas. Por eso, aunque parezca extraño, los priistas oaxaqueños dejaron a la deriva toda posibilidad de por lo menos tener estimaciones previas de la cantidad de votos que obtendría cada uno de los candidatos a diputados y senadores. Y, si vale la expresión, únicamente se encomendaron a lo que pudiera conseguir su candidato presidencial, y al arrastre que éste pudiera darle a sus respectivas campañas.

 

TODOS FALLARON

Hoy, cuando la elección ya pasó, y los resultados (y el mayúsculo descalabro del PRI en Oaxaca) son ampliamente conocidos, todos pretenden responsabilizar únicamente a la dirigencia del PRI, a los candidatos derrotados, o incluso a los ex Gobernadores, de lo que estuvo mal hecho en esta operación electoral. Lo cierto, al final, es que todos, puros y conversos, son responsables de esta derrota.

Y es que grupos como el llamado Frente Renovador, hoy no encuentra las palabras suficientes para fustigar a la dirigencia y a los sectores priistas por la derrota. Es cierto que ellos tienen una gran responsabilidad por los resultados. Pero también lo es que, si se supone que todos son priistas y que todos trabajaron para dos causas esenciales (una llamada PRI y la otra llamada Enrique Peña Nieto) entonces nadie debería sentirse absuelto de responsabilidades.

Porque si la dirigencia y los candidatos no hicieron el trabajo político que les tocaba, fue evidente que todas las corrientes de la disidencia priista (el Frente Renovador y todos los demás) tampoco hicieron la parte que les tocaba para conseguir que su partido hiciera un mejor papel en esta contienda.

Al final, queda la pregunta: si no hubo voto duro; si tampoco hubo movilización electoral; si un puñado de aprovechados se robaron el dinero para la riega y aseguramiento del voto clientelar; si las campañas fueron estuvieron marcadas por las zancadillas y por el encono; y si al final la dirigencia, los sectores, la movilización, y todo, falló, ¿entonces quién votó por el PRI?

 

MALAGRADECIDOS

La respuesta es obvia: por los candidatos del PRI en Oaxaca votó, por un lado, la militancia priista real (esa que sí está convencida, y que no es clientela de nadie); y por el otro, votaron también aquellos a los que captó la campaña presidencial de Peña Nieto. La disparidad en los votos que obtuvo el candidato presidencial, y los alcanzados por los abanderados al Senado y las diputaciones, hablan sólo de eso. Por eso, todo aquel que tuvo, o dijo tener, una responsabilidad en esta campaña, falló vergonzosamente. Y por eso, de esta derrota no se puede excluir ninguno de los que tuvo el deber de asegurar una votación, y dejó todo a una suerte que de todos modos no les favoreció.

Esta, para el PRI de Oaxaca, fue una elección con 4 campañas

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+ Exclusión fue la constante entre candidatos

 

Uno de los principios fundamentales de toda campaña proselitista, en la que se juegan varios espacios al mismo tiempo, radica en hacer una verdadera unificación y coordinación de todas las fuerzas con las que cuenta un partido, para que la aceptación de su mayor capital político arrastre a los demás. Aunque esta es una constante bien entendida en todas las campañas y en todos los momentos políticos de nuestra entidad, nada de esto operó en los comicios federales del pasado 1 de julio. Este es otro de los factores esenciales para entender esta colosal derrota del priismo oaxaqueño.

En efecto, aunque en toda democracia se dice que cada ciudadano tiene la posibilidad de elegir y razonar libremente su voto, y aún cuando también decimos que en México tenemos una democracia plena, lo cierto es que aquí la gran mayoría de los capitales electorales continúan generándose por francas clientelas, y alrededor de liderazgos políticos de todos niveles que, en el mejor de los casos pueden considerarse como caudillismos, aunque —al menos en Oaxaca— la gran mayoría de ellos no dejan de ser meros cacicazgos.

Esto explica buena parte de la lógica de la operación electoral descrita en líneas anteriores. Esa lógica se basa en el clásico relativo a que la unión hace la fuerza. Y por eso, en una elección en la que se juegan tanto la Presidencia de la República, como las curules y escaños que componen la representación legislativa estatal en el Congreso de la Unión, lo predecible es que la campaña se construya no sólo alrededor del mayor liderazgo entre los candidatos, sino también considerando la primacía de cada uno de los factores de control distritales, regionales o estatales, y dando preponderancia a esos caciques partidistas que, nos guste o no, lo aceptemos o no, controlan clientelar miles de votos que bien pueden inclinar la balanza al triunfo o la derrota a cualquier candidato.

Esa lógica impone que, valga la redundancia, la campaña sea una sola campaña. Es decir, que todos los candidatos a Diputados, Senadores y Presidente, tengan como eje de rotación una sola coordinación general, una sola línea de acción para la promoción del voto que no es cautivo de las clientelas o del llamado “voto duro”, y un solo mando en cuanto a la operación electoral específica para movilizar a quienes ya se tienen como votos asegurados. Esto, con sus particularidades, lo sabe todo aquel que ha conducido, o que al menos ha sido parte de cualquier campaña proselitista seria, en la que hay orden o trabajo real a favor de todos sus candidatos.

Este tipo de operación tiene ganancias para todos, ya que, de algún modo, todos los candidatos se montan en la operación electoral del abanderado más fuerte (que siempre es su candidato presidencial), y para asegurar el triunfo únicamente alimentan la estructura electoral planteada de antemano, y se dedican a trabajar en coordinación con ella.

Por razones obvias —que van desde su propia popularidad, pasando por la capacidad de disponer de recursos económicos para la operación electoral, y culminando con su capacidad de exposición en medios de comunicación e inversión en propaganda—, un candidato presidencial casi siempre tiende a crecer. Y si detrás de él van todos los demás candidatos, únicamente regando, cuidando y abonando un terreno que ya fue arado y sembrado por el abanderado presidencial, lo lógico es que finalmente, el día de los comicios, el arrastre del más fuerte jale a los demás; y que las operaciones para evitar el voto diferenciado terminen de hacer el trabajo para que todos ganen.

Eso es lo que se supone que debe ocurrir en todas las campañas electorales y, de hecho, es lo que ocurre casi siempre. Sólo que en Oaxaca esta operación tuvo una lógica distinta, que más bien estuvo ubicada en el predominio de las razones de encono y desorden.

De ahí puede explicarse perfectamente por qué, a pesar de las inversiones económicas que hizo el PRI nacional en Oaxaca, nada fue suficiente para evitar la caída de los candidatos a diputados y senadores; e incluso por qué éstos mismos, por las mismas razones, fueron también corresponsables de sus propias derrotas.

 

CUATRO CAMPAÑAS

Como lo hemos apuntado en nuestras entregas anteriores, y como es bien sabido por todo el priismo oaxaqueño, las candidaturas fueron repartidas en base a un criterio poco claro, que no hizo sino desterrar cualquier posibilidad de reconciliación entre los tricolores y que, al contrario, generó más enconos y divisiones entre dirigentes partidarios, líderes regionales, candidatos y resentidos.

Como no hubo conformidad ni un criterio uniforme en el reparto de las candidaturas y de las principales posiciones, entonces era imposible que hubiera una sola lógica en la coordinación de las campañas proselitistas. Eso explica buena parte del desastre de la operación electoral, y la responsabilidad de todos en la construcción de su propia derrota. ¿De qué hablamos?

De que, hablando en términos llanos, cada candidato “caminó solo”. Es decir, que cada uno construyó su propia campaña, estableció su propio esquema de operación, hizo sus propios pactos y se acercó con sus propios medios a cada uno de los operadores y líderes regionales involucrados en su distrito. Y si esto era ya de por sí grave, lo peor estaba por ocurrir.

Esto, debido a que hasta en ese trabajo predominaron los enconos sobre el interés partidario y la supuesta intención de ganar. Los candidatos a diputados hicieron su propio esquema de operación. Pero como no había coordinación con los dos candidatos al Senado, cada uno hizo sus propios pactos, encimados a los que ya había hecho el aspirante a diputado. Y si tres campañas ya eran muchas para un solo territorio, todavía a ello se le agregó que el coordinador de la campaña presidencial en Oaxaca hizo exactamente lo mismo.

 

DESASTRE ELECTORAL

Eso dio como resultado que hubiera cuatro campañas en paralelo, en las que todos estaban peleados con todos, y en las que todos querían ganar pero viendo perder a los otros candidatos de su mismo partido. Por eso, contrario a toda lógica, todos pidieron voto diferenciado, todos socavaron a sus correligionarios, todos se pusieron trabas, y todos hicieron trabajo político para rumbos distintos. Por eso no hubo dinero o acuerdo cupular que alcanzara. Y por eso, todos fueron alcanzados por una derrota que agarró parejo, y en la que hasta los “ganadores”, como Eviel Pérez Magaña, lo lograron perdiendo.

 

PRI Oaxaca: la “reconciliación” que nunca llegó

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En los últimos dos años, al menos en un par ocasiones se anunció que la militancia priista de Oaxaca había realizado procesos de reconciliación. Hoy, ante la derrota, se sabe que esa reunificación nunca fue real; que fueron también más poderosas las mezquindades y los enconos entre la militancia; pero también que las sucesivas dirigencias del priismo local no fueron capaces ni sensibles a las necesidades que imponían los complicados escenarios que enfrentaban. Esta es una más de las aristas que explican la derrota priista en Oaxaca del pasado 1 de julio.
En efecto, si bien se recuerda, ante la derrota electoral de 2010, Ulises Ruiz, todavía en su calidad de Jefe Político del priismo local, determinó que la dirigencia del tricolor en el Estado sería ocupada por el candidato perdedor, Eviel Pérez Magaña. Como Ruiz era aún Mandatario de la entidad (y por tanto tenía cierto control y capacidad de coacción sobre sus correligionarios, muchos de ellos incrustados en espacios públicos), pocos fueron los que públicamente protestaron. Pero eso no significaba que todos estuvieran de acuerdo con sus decisiones. Al contrario.
Por esa razón, una vez que Ruiz dejó el cargo, comenzó una auténtica guerra interna entre todos los factores priistas. De entrada, todos los diputados federales se dijeron con derecho a querer, o cuando menos a poder, ocupar el cargo de dirigente estatal en su partido. Eso mismo dijeron querer otros líderes regionales, concejales o dirigentes sectoriales del partido, que asumieron que en ellos se depositaba gran parte de la ascendencia política, o de la representación política de la militancia, y por esa razón comenzaron a cuestionar la dirigencia de Pérez Magaña. ¿Qué decían de él?
Decían, de entrada, que su cargo como dirigente era artificial, que era también impositivo, y que era insostenible. Según ellos, era artificial porque había sido producto no de un acuerdo cupular, sino de una decisión simple y vertical del entonces gobernador Ruiz. Decían que era impositivo, porque para ungirlo como dirigente no consensaron a nadie, ni pidieron la autorización de nadie, ni estuvieron dispuestos a escuchar a nadie. Como si el PRI oaxaqueño fuera una franquicia, simplemente Pérez fue impuesto como líder. Y a todos se les invitó a sumarse incondicionalmente… a cambio de nada.
Fue tal el cuestionamiento a la dirigencia de Pérez Magaña, que en un momento él mismo tuvo que simular la posibilidad de un arreglo. Entonces llamó a algunos dirigentes regionales, a algunos diputados locales, y a un grupo minoritario de legisladores federales del PRI por Oaxaca, y con ellos elaboró un primer acuerdo de unidad, en el que se cedían algunos espacios partidistas a cambio de reconocimiento y legitimidad, pero que de ninguna manera significaba que las divisiones entre la militancia real estaban resueltas, o que verdaderamente se había incluido a todos los grupos y a todas las expresiones políticas del priismo local.
¿Cuál fue el resultado? Que, aquel primer anuncio de unidad y reconciliación tuvo un efecto exactamente contrario al esperado. Como habían sido más los excluidos que los tomados en cuenta, y como ya había un interés específico del Gobierno del Estado (ahora en manos de los opositores al PRI) por tomar parte en esa trifulca interna (a través de priistas orgánicos que se vendieron desde antes a la oposición y que luego tratarían de servir como esquiroles y colonizadores), entonces la división se hizo todavía mayor y se abrieron varios frentes desde donde se alimentó el discurso de la apertura y de la inclusión, cuando realmente lo que ocurría era que intentaban cobrar sus propias venganzas y obtener sus propios espacios.

SEGUNDA “RECONCILIACIÓN”
Durante la dirigencia de Pérez Magaña en el PRI estatal, se crearon varios frentes opositores. Uno de ellos, el más conocido, fue el llamado “Frente Renovador por un PRI para todos”, en el que se aglutinaron todos aquellos que no habían sido parte de los acuerdos de la dirigencia priista de la entidad, pero también había aquellos que, no queriendo arreglo, integraron ese grupo en aras de demostrar que había una disidencia, que esa disidencia estaba organizada, y que también estaba enojada por una exclusión que ellos habían tomado voluntariamente.
Así, para el reparto de las candidaturas a diputados federales y a senadores, se llegó a un acuerdo cupular con los ex Gobernadores oaxaqueños (que ninguno respetó) para que todos recibieran candidaturas, a cambio de que todos sumaran trabajo político para el partido. Así se dividió la geografía política estatal no para el priismo, sino para los ex Mandatarios. Y sólo después de eso se intentó un segundo arreglo que incluyera a todas las fuerzas dispersas del priismo.
Así fue como trató de integrarse al Frente Renovador a una estructura que tenía tantas deficiencias como los intentos de acuerdo de unificación. Los renovadores no tuvieron capacidad de acción. Los puestos importantes de la dirigencia fueron también cedidos en aras de un intento de “operación cicatriz”, con dos diputados locales que hicieron valer su ascendencia ante el hecho de que no habían sido beneficiados con candidaturas. Y, de nuevo, se anuló la posibilidad de una integración real, porque nadie tenía el compromiso real de ceder espacios en aras de que todos trabajaran juntos.
Esto llevó a una tercera división. Ya en las campañas, ni la dirigencia del partido, ni los candidatos, tuvieron la sensibilidad o disposición para pactar con los factores reales de poder de cada distrito electoral, o cuando menos para escucharlos. Todos caminaron solos. Todos hicieron sus campañas según sus ideas o intuición. Muchos tuvieron que cargar con esos liderazgos como lastre, y no como ayuda. Y más de uno simuló trabajo territorial porque realmente ni conocía el distrito ni tenía nociones de cuál debía ser la ruta a seguir para obtener resultados.

TODOS PIERDEN
El resultado es el conocido. Errores de campaña hubieron tantos que hoy son incuantificables. Sin embargo, lo cierto y real en todo esto, es que todos esos errores fueron advertidos y señalados, pero que nadie tuvo disposición para escuchar y ceder ante el otro, en aras de que ganaran todos. Eso refuerza la idea de que los priistas oaxaqueños, estuvieron siempre dispuestos a pagar el costo político de esta derrota, con tal de ver derrumbados a los adversarios que contaban dentro del mismo PRI. Algo inimaginable. Pero real.

PRI Oaxaca: su derrota la construyeron ellos

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+ Traiciones y pugnas pudieron más que EPN

La monumental derrota del PRI en Oaxaca era un hecho que podía preverse desde mucho tiempo atrás. Aunque en el ámbito nacional tenían un candidato presidencial con gran fortaleza, y un equipo electoral con gran capacidad de movilización e inducción del voto, lo cierto es que en Oaxaca nadie estaba comprometido con nada. Las heridas de la derrota de 2010 continuaban supurando. Y en esta ocasión, quedó claro que los agravios pudieron más que un interés partidario que todos demostraron no tener.
En efecto, si alguien tiene ánimo de preguntarse por qué perdió el PRI en Oaxaca de la forma en que ocurrió, tendría que ir a algunos hechos concretos. Si hacemos un recuento somero de esos factores, necesariamente debemos pasar por los hechos del 2010, para luego entender la construcción de una disidencia artificial, y finalmente entender cómo ocurrieron, y qué incluyeron los acuerdos cupulares con los que según se sanaron las heridas y se unificó al priismo oaxaqueño. Si todo eso fue siempre un desastre, la construcción de las campañas en la entidad no fueron la excepción. Y a partir de ello se generó una derrota de la que, lo acepten o no, son responsables todos.
Ante tal cúmulo de hechos, es necesario ir por partes. Pues, aunque en primer término la derrota electoral del PRI en 2010 parece un acontecimiento lo suficientemente analizado, es claro que de ahí parten algunos factores fundamentales que derivaron en esta elección, en este escenario y en esta derrota. ¿Por qué? Porque, en esencia, los agravios del priismo oaxaqueño, y del otrora grupo gobernante, no partieron de la derrota, sino de la determinación arbitraria en el reparto de un poder que aún no tenían.
Y es que en aquellos tiempos, el entonces gobernador Ulises Ruiz inclinó la balanza sobre la sucesión en favor de Eviel Pérez Magaña, dejando con ello agravios en los otros cinco aspirantes priistas a sucederlo. Para legitimar su decisión, Ruiz utilizó al PRI para simular un proceso democrático de elección interna del candidato; aunque lo cierto es que nunca consensó su decisión ni permitió una cesión correcta de poder entre los otros aspirantes, que permitiera el tránsito de su candidato hacia la gubernatura.
Como nunca hubo arreglo, entonces todos optaron por la traición. Como pudo, se hizo un intento del reparto del poder, pero fue evidente que nadie se quedó conforme. Entonces vinieron las traiciones y los desánimos. Y por esa razón, la indolencia y la simulación dentro del mismo PRI, permitieron el paso libre de los opositores, y el derrumbamiento de una campaña proselitista que no tenía un mal planteamiento ni contaba, hablando en términos estrictamente electorales, con un mal candidato.
Con los resultados de 2010 todos quedaron enojados. Todos se sintieron agraviados por las malas decisiones, pero nadie asumió las consecuencias. Lo cierto es que, ante lo poco que quedaba del gran poder que ostentaron, cada quién tomó lo que pudo y se puso inopinadamente a cuidarlo.
Como todos se convirtieron adversarios de todos, y como muchos envidiaban el poder de sus compañeros-adversarios de junto, entonces inició una guerra interna en la que no hubo posibilidad de ponerse de acuerdo en quién debía conducir el proceso de transición hacia la oposición, y en el que muchos se asumieron como depositarios del PRI y lo mismo trataron de llevarlo a la oposición radical o al choque, que a la concertacesión y a la entrega total a los intereses oficiales, a cambio de beneficios personales.
En ese escenario nació, además, una disidencia que era, y sigue siendo, financiada desde el sector oficial. Propios y extraños comenzaron a exigir democratización del partido. Pero nadie tenía voluntad para verdaderamente deponer sus intereses personales, en aras de la reconstrucción del partido.
Nunca hubo posibilidad de diálogo, porque los priistas “oficiales” (los que se habían quedado con el partido) nunca tuvieron disposición para dialogar; pero también porque los disidentes tenían claro que su objetivo era desacreditar a la dirigencia, antes que tratar de concretar un arreglo verdaderamente democrático, que los incluyera a todos.

MAL ARREGLO
En eso estaban los priistas oaxaqueños, en medio de una —literal— batalla campal, cuando el CEN del PRI decidió ocuparse del tema Oaxaca. En la cúpula nacional priista, el secretario de Organización del CEN, Miguel Ángel Osorio Chong, propuso un arreglo en el que, supuso, alinearía a todas las fuerzas y reordenaría al priismo oaxaqueño.
Su gran solución consistió en convocar a los ex gobernadores priistas de Oaxaca para proponerles un reparto tanto de las posiciones partidiarias, como de las candidaturas a diputaciones federales y al Senado de la República. Creyó que con eso involucraría a todos en el trabajo electoral, pondría en juego sus propios intereses, y los obligaría a alinearse en torno al trabajo político del PRI, y del candidato presidencial, Enrique Peña Nieto.
Osorio no calculó que Oaxaca era ya un caso aparte. Primero envió a Arturo Osornio como delegado especial del CEN para que él “aterrizara” el arreglo que sí aceptaron los ex Gobernadores; aunque ya aquí, éste se dejó cooptar abiertamente por lo que quedaba del ulisismo en las posiciones partidarias del PRI. Esto enconó todavía más a los otros grupos.
Y ya en medio de la campaña, con las diputaciones y las posiciones partidarias repartidas según el criterio del arreglo cupular, el CEN priista envió a Jorge Sandoval Ochoa —un viejo lobo en la operación electoral en entidades donde el PRI es competitivo como fuerza de oposición— para tratar de que condujera la campaña.
Éste trató de hacer lo que pudo, hasta que se dio cuenta que aquí había intereses opuestos a los de cualquier priista en el país: aquí, todos estaban dispuestos a ver una derrota priista, con tal de ver hundidos a sus adversarios internos. Por eso hubo traiciones, abandonos, acuerdos con la oposición y cero arriesgue de recursos para las campañas. Esa es sólo una parte de la película. Mañana seguiremos con otros aspectos que explican a detalle esta gran derrota.

EXTRAÑA DECLINACIÓN
Es la que hizo Rosalinda Domínguez como candidata a diputada federal por el PRD en Juchitán. Con el recuento de votos fácilmente podría ganarle a Samuel Gurrión. Sin embargo, sorprendentemente dijo a la dirigencia perredista que aceptaba la derrota y se retiraba de la contienda. ¿Cuánto costó esa sospechosa declinación? No hay otra explicación posible. Abundaremos.

Gripe aviar revela avaricia de comercializadores

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+ El primer gasolinazo fue también de ambiciosos

Un brote de gripe aviar contagió más de dos millones y medio de aves en la región occidental de nuestro país. De todas las aves infectadas, alrededor de un millón murieron o fueron sacrificadas, y esto obligó a declarar la emergencia sanitaria en uno de los principales asientos de la industria avícola del país. Aunque esto se preveía como una contingencia de consecuencias catastróficas, lo único realmente grave y lamentable que ha dejado toda esta historia es la comprobación de la codicia y la avaricia de quienes, especulando con la comercialización y valiéndose de verdades tergiversadas, han tratado de aprovechar la ocasión de obtener ganancias arteras e injustificadas.
En los últimos días se informó que el gobierno mexicano había decretado, desde el lunes pasado, un dispositivo de emergencia de salud animal en todo el país, a raíz del brote provocado por el virus de la influenza aviar tipo A, subtipo H7N3, que no afecta a los seres humanos, según las autoridades.
Según la información publicada por diversos medios informativos de la capital del país, el brote fue detectado el 20 de junio en una zona de granjas que comprende los municipios de Acatic y Tepatitlán, que concentran la principal zona avícola del estado de Jalisco, el estado mexicano que lidera la producción de huevos. En la zona del brote se concentra una parvada de 14.4 millones de aves de los 90 millones que se estiman viven en Jalisco.
Una vez que se supo lo anterior, comenzó la especulación no de quienes producen, sino de quienes se dedican a la distribución y comercialización sobre todo del huevo de gallina. De inmediato, por todo el país comenzaron a brotar denuncias de personas y comunidades enteras, que aseguraban que argumentando la gripe aviar, en sus localidades se había dado un alza importante a los productos avícolas como el huevo.
En varias zonas del país se detectaron incrementos de casi el 100 por ciento respecto al precio que tenían antes del brote. Esto, también generó la idea de que se podía importar huevo para evitar el alza generalizada. Todo iba en una carrera desenfrenada, en la que los únicos que pagaban las consecuencias eran los consumidores que ya pagaban altísimos sobreprecios por los productos avícolas, hasta que el mismo gobierno federal debió aclarar que no había tal escasez de productos, y que por tanto cualquier alza de precios sería producto de la especulación y no de un encarecimiento justificado del precio del huevo y del pollo.
De hecho, el secretario de Economía del gobierno federal, Bruno Ferrari, afirmó tajante que no hay justificación para los elevados precios que registra el huevo y que si su cotización, es alta responde a especuladores y personas que buscan beneficiarse del actual contexto de la influenza aviar. El funcionario dijo que ya se hizo una solicitud para revertir la escalada de precios de ese alimento y que en caso de que el problema persista, entonces se consideran algunas medidas como la eliminación de aranceles del huevo.
Criticó algunas prácticas como la especulación o el abuso que han tomado algunos productores o comerciantes sobre este asunto e incluso destacó que en Sinaloa se bloqueó la entrada del huevo a esa entidad, medida que afecta a la población, pues hoy es Culiacán donde se reporta el precio más alto en el país con 85 por ciento. Entre las sanciones que se aplicarán a quienes incurran en estas prácticas están una multa que puede ir desde 10 por ciento de sus ingresos hasta la cárcel.
Lo peor de todo esto, es que esta no es una historia nueva en México. De hecho, cada que existe una contingencia relacionada con productos de consumo general, de inmediato surgen los especuladores que están dispuestos a manipular los hechos para sacar algún beneficio de él.
En este caso, manipularon la existencia de una contingencia que afectó a una parte mínima de la población avícola del país, para sostener que derivado de eso había escasez de huevo y pollo para el consumo humano, y que por esa razón los productos tendrían un incremento de precio. Lo más lamentable, es que seguramente ese sobreprecio comenzó a aplicarse sobre productos que estaban almacenados desde antes de que se diera la contingencia, y que su aparente escasez fue producto del tradicional ocultamiento del producto para influir en su precio.

GASOLINAZOS Y ESPECULACIÓN
Eso mismo ocurrió hace unos años, cuando el Congreso de la Unión comenzó a discutir, como parte de las negociaciones del presupuesto de egresos, un posible incremento al precio de las gasolinas. Los grupos políticos de inmediato bautizaron la medida como “gasolinazos”. Pero casi al mismo tiempo, otras personas, con mero ánimo de especular y sacar ganancias del momento y del rechazo popular a la medida, decidieron ocupar la impopularidad de los gasolinazos para dar un golpe a la economía de los mexicanos. Sólo que, a diferencia de lo ocurrido con el precio del huevo y el pollo, entonces los especuladores sí consiguieron su objetivo.
¿Por qué? Porque, en efecto, aquellos gasolinazos comenzaron a discutirse a mediados de septiembre de 2009 mientras también se analizaba la propuesta de Presupuesto de Egresos de la Federación que había enviado el Presidente de la República. Los diputados se inconformaron de inmediato y tomaron la decisión de hacer pública la propuesta de incremento gradual al precio de los combustibles. Sólo que no calcularon que su denuncia tendrían un efecto inusitado en la economía. ¿Qué pasó?
Que casi de inmediato los transportistas, comercializadores y demás comenzaron a incrementar los costos de sus productos y servicios, argumentando un incremento a la gasolina que aún no se daba. Dijeron que como todos los productos debían transportarse, y el combustible es indispensable, entonces se veían en la necesidad de incrementar sus costos para poder cubrir sus gastos. Esto generó una escalada de precios que el gobierno ya no pudo evitar. Lo único que habían hecho los especuladores era incrementar sus ganancias, porque el precio real de los combustibles se incrementó hasta el mes de enero del año siguiente.

TRAICIÓN
Con esas prácticas nos traicionamos a nosotros mismos. Es cierto que nunca faltarán los codiciosos. Pero es inadmisible que el gobierno permita que prácticas como éstas se concreten y prevalezcan. Atentan contra millones de personas que no tienen opción. O pagan o pagan. Porque nadie las protege.

PRI y la vergüenza del “voto de los pobres”

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+ Menospreciar al electorado, del viejo PRI

 

México es una nación compuesta de una sociedad tan plural, que reducir el triunfo de un candidato presidencial a la influencia de la televisión, es tan nocivo o inexacto como afirmar que quienes votaron por los partidos de izquierda fueron únicamente “los pobres”. Si eso consideran en los mismos partidos políticos, entonces queda claro que su perspectiva del país es equivocada y preocupante.

En efecto, en su edición de ayer TIEMPO daba cuenta de una serie de declaraciones lamentables del delegado especial del Comité Ejecutivo Nacional del PRI en Oaxaca, Arturo Osornio Sánchez. Según lo publicado, éste dijo que “fue ‘un voto de la pobreza’ el que provocó el ascenso de la izquierda en la entidad” y que “a pesar de que los niveles de  marginación se han elevado de manera significativa, en Oaxaca decidieron continuar con la pobreza, pero se respeta esta decisión”.

Incluso, no conforme con lo anterior, señaló que “en el caso del Distrito Federal, la izquierda obtuvo también el triunfo que no representa más que el privilegio, porque el ingreso per cápita que tiene la gente es cuatro veces más que el de Oaxaca, el voto del privilegio y de la pobreza es de quienes se identifican con la izquierda”. Qué equivocado está el delegado del CEN del PRI al confundir a su adversario. Pues pareciera que, ante la derrota de su partido, la crítica es contra los ciudadanos a los que ellos mismos no pudieron convencer.

Y es que es cierto que Oaxaca es una entidad federativa llena de problemas, y que dos cuestiones fundamentales que resaltan de entre todas las adversidades que enfrenta nuestra entidad, son justamente la pobreza y la marginación en que viven millones de oaxaqueños. Sin embargo, es evidente que su derrota electoral no parte de esas condiciones, sino de la persistencia de un conjunto de prácticas y antecedentes que también los incriminan a ellos como partido. Veamos si no.

En primer término, es claro que si Oaxaca es una entidad plagada de pobreza y marginación, éstas condiciones no fueron generadas hace un año o dos: son condiciones que casi parecen intrínsecas a la entidad, y que durante décadas fueron aprovechadas por su mismo partido para alimentar sus clientelas electorales. Si la pobreza es un problema recurrente, la manipulación y la compra del voto a partir de esa condición fue una característica esencial de la operación electoral priista durante los años que tuvo el control político de la entidad.

Ahora bien, suponiendo que, en efecto, el voto a favor de los partidos de izquierda es una convalidación de la pobreza, entonces el delegado Osornio debe también suponer que todos aquellos que se encuentran en esa condición carecen de capacidad de raciocinio y que por esa razón votan en automático por los amarillos.

Esto, sin embargo, es tan ilógico como suponer que por el PRI sólo votan los manipulados por la televisión o las mujeres que quieren tener como presidente a un político “guapo”; o que los electores de zonas urbanas, o de sectores no “pobres” no tienen una sola razón para votar por la izquierda. Es decir, que desde su esencia, el delegado Osornio niega cualquier posibilidad de que ciertos sectores de la población sí razonen su voto, de que sí tengan cierto convencimiento o empatía por un partido o candidato, o de que cualquier persona simplemente decida con convicción que desea votar por cierta ideología o representación política.

 

POBREZA DE VISIÓN

En Oaxaca es un problema grave la falta de voto diferenciado. Eso, en efecto, representa a un electorado con poca disposición a discernir su voto en función del candidato, del grupo o del proyecto que representa, y habla de una práctica de votación a favor únicamente de un partido sin diferenciar entre sus abanderados y los antecedentes específicos que cada uno de ellos representa.

Sin embargo, lo que en este caso más debiera preocupar al delegado Osornio, es que al único partido que los electores oaxaqueños sí le dieron un voto diferenciado en estas elecciones, fue precisamente al PRI.

El asunto no es menor. Porque si de por sí el voto diferenciado es casi un sinónimo de razonamiento del sentido del sufragio, en este caso bien pudo haber sido consecuencia no sólo de ello, sino también de una desastrosa operación electoral por parte de su propio partido. Es evidente que los resultados de su partido en esta votación, no cuadran cuando se comparan lo obtenido por el abanderado presidencial, y por los candidatos a diputados federales y senadores.

Alguien les jugó chueco en esa operación. Y no hay por qué no pensar —y lo saben— que fueron ellos mismos quienes se pusieron el pie y llamaron a diferenciar el voto, y que al mismo tiempo hubo muchos electores que, en el caso oaxaqueño, votaron no a favor de los amarillos, sino en contra de los desaseados acuerdos cupulares que llevaron a las candidaturas a muchos de los representantes del peor priismo que recuerdan los oaxaqueños de los lustros recientes.

En todo esto, es claro que hoy es imposible achacar a una sola causa el sentido del voto mayoritario. Es cierto que en alguna medida el sufragio en México sigue siendo de clientelas y de pobreza, aunque es también evidente que de esa situación y práctica se benefician todos los partidos, incluyendo fundamentalmente al PRI.

Por eso, decir que el voto a favor de los amarillos es de la pobreza, parece tan ofensivo e irreflexivo como suponer que la mayoría electoral que eligió como presidente a Enrique Peña Nieto, lo hizo embobado por la televisión, o que lo hizo para tener a su presidente “de telenovela”. Osornio debería tener más respeto por la decisión de todos los electores —incluyendo los que vendieron su voto, o los que son clientela de algún grupo de poder—, porque los ciudadanos no son los responsables de la derrota de su partido, en una entidad federativa a la que mandaron justo a él a componer las cosas. Que voltee a su alrededor. Ahí, y no en el juicio contra los electores, encontrará la respuesta a sus enconos.

 

REPARTO

El senador Ericel Gómez, con la anuencia del edil citadino Luis Ugartechea, está repartiendo entre sus empleados, los principales puntos de venta del periódico que edita. A cambio de desalojar a los voceadores de cruceros, intersecciones y puntos estratégicos de la vía pública, les ofrece convertirse en comisionistas de Noticias, y recibir el 25% de ganancia sobre el precio de portada. Es decir, que prefiere jugar rudo, antes que ceder a una petición justa de los voceadores.

PAN Oaxaca: dejar sectarismos, indispensable

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+ Refundar panismo local, lo lógico ante debacle

 

Si algo deben considerar seriamente los damnificados de esta elección del pasado domingo, es que no pueden continuar en la ruta hasta ahora trazada. Si ese es un imperativo mayúsculo para el PRI local, lo es casi en la misma proporción para la dirigencia estatal del Partido Acción Nacional. Aunque su catástrofe es silenciosa, y sus efectos reprimidos, lo cierto es que ahí prevalece una situación insostenible que debe pasar por la ruta de la rectificación y no del ocultamiento.

En efecto, en Oaxaca la derrota del PRI es catastrófica no sólo por los números, sino también por el efecto anímico que tiene —a favor y en contra— por haber sido un partido aparentemente invencible que, sin embargo, hoy está pulverizado. Esa catástrofe electoral, sin embargo, también alcanza a Acción Nacional. Sólo que, aunque ésta no es ruidosa, eso no le atempera la gravedad ni la necesidad de un replanteamiento profundo a partir de la crisis.

Y es que si alguien ha apostado a la apariencia de triunfos, pero ha conseguido únicamente pobreza en resultados y en posiciones reales de poder, ese es el PAN oaxaqueño. Si históricamente era un mero membrete como representación partidaria, a partir del triunfo en los comicios presidenciales en el año 2000, el panismo local buscó capitalizar su presencia e influencia, y además explotar a las pocas figuras locales rentables con que en ese tiempo contaba, como Pablo Arnaud Carreño.

Eso les permitió cierta presencia y hasta triunfos, aunque lo cierto es que el partido —junto con sus sectarios “militantes históricos”— nunca consiguió ser más fuerte ni más aceptado que los candidatos que “cachaba” de la ciudadanía para presentarlos como suyos en los procesos electorales. Acaso su momento cúspide se dio a partir del año 2004, cuando pudo tener una presencia más importante en el Congreso del Estado, y ganó importancia a través del impulso a la primera candidatura opositora de Gabino Cué Monteagudo como abanderado a la gubernatura del Estado.

En ese momento se montó en la aceptación del Candidato a Gobernador, y ganó tantas posiciones como nunca antes había conseguido. Pero en las elecciones intermedias volvió a su realidad. Una realidad que se replicaba en Oaxaca (en elecciones locales y federales, en las que solo no ganaba nada) mientras eran parte de la oposición, e iba sin coalición a la competencia electoral.

Tuvo que venir de nuevo el proceso electoral de 2010, y la coalición de partidos, para ganar posiciones. Una vez más se montó en la popularidad de otros (nuevamente del ahora gobernador Cué) para ganar espacios legislativos. Y una vez que se ganó la gubernatura, también reclamaron posiciones. La Coalición defendió sin mucho denuedo una posición legislativa que finalmente le fue respetada al ahora diputado presidente de la Junta de Coordinación Política, Juan Mendoza Reyes. Y en el Gobierno del Estado les dieron algunas posiciones, de las que hoy sólo sobrevive la de la secretaria de la Contraloría y Transparencia Gubernamental, Perla Woolrich Fernández.

Lo evidente, en todo esto, es que el panismo local ha preferido mantener las posiciones cómodas que verdaderamente entrar en un proceso de replanteamiento de cara no sólo a sus militantes, sino al poder gubernamental, y a la misma sociedad.

Su falta de arraigo, su lejanía con las causas sociales, e incluso su indolencia frente los asuntos de interés público, han hecho de la dirigencia estatal una mera posición decorativa, en la que presumen de tener mucha ascendencia en el gobierno estatal, y una fuerza electoral decisiva para el Estado, pero que el domingo fueron arrasados por quienes prefieren al trabajo por encima de la pose, y por otras fuerzas que salen a buscar los triunfos sin sentirse herederos o merecedores de nada. Si la crisis del PRI es mayúscula por sus conflictos internos, la del PAN es tanto o más grave por su conformismo e inmovilidad frente a los retos importantes.

 

REALIDAD APLASTANTE

El PAN local no ganó nada por varias razones. Una de ellas, es que —como siempre— dejó solos a sus candidatos, en escenarios electorales en los que la competencia interna y externa es feroz en cada distrito. Otra, es porque hizo gala de un rarísimo pragmatismo, que hasta parecía pactado, en el que marginó a sus figuras tradicionales —que de por sí no eran muy competitivas electoralmente hablando, pero que al menos son algo conocidas entre los electores—, pero sólo para imponer como candidatos a una serie de personajes desconocidos.

Una tercera implica el hecho de que, en todo este proceso, la dirigencia estatal ha actuado siempre como una mera observadora y legitimadora de una serie de decisiones que han tenido siempre procedencias ocultas. El dirigente estatal Carlos Alberto Moreno Alcántara ha mantenido su liderazgo por acuerdos, pero no porque de verdad goce de un reconocimiento expreso por parte de su militancia, y de quienes dicen ser parte de la fuerza panista en el Estado.

¿En qué deriva todo eso? En que el panismo está en una situación catastrófica, que no porque no sea ruidosa o expresamente aceptada, no deja de ser grave. La derrota de Diódoro Carrasco Altamirano debe verse no como un acto de justicia, ni de solo daño colateral frente a la derrota de la candidata presidencial. Reducir los motivos de su derrota en Oaxaca —en todos los distritos, y en las Senadurías—, al solo efecto negativo de Josefina Vázquez Mota, es tanto como negar la existencia misma de una estructura estatal, de un partido que dice ser fuerte pero que demostró no existir.

Por eso, si son inteligentes deben plantear una reestructuración determinada por la congruencia y la honestidad en su autocrítica. Es indispensable que dejen a un lado la idea equivocada de que son un partido de élites, o de que su supervivencia depende del poder estatal, o del poder presidencial. Si lo ven así, seguirán derrotados. Si rectifican, pueden ganar mucho más, antes que sólo pensar en seguir montándose en coaliciones contradictorias.

 

UN LIDERAZGO

Ante la debacle, el único liderazgo panista en Oaxaca que puede asumirse válidamente como aspirante a dirigir ese partido, es el diputado Juan Mendoza Reyes. Fuera de él, los panistas de cepa están ninguneados por su propio presente y pasado. Y los advenedizos fueron derrotados en buena medida por los fantasmas que determinaron la elección del pasado domingo.

Voto amarrillo: PRD postula a lo peor en Oaxaca

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+ Triunfo de relleno: no esperemos mucho

 

A pesar de su aparente fortaleza electoral, el PRD en Oaxaca no tiene mucho que presumir. Es cierto que hoy ese partido tiene una posición privilegiada dentro de las estructuras gubernamentales oaxaqueñas, y que tiene un arrastre excepcional con la figura de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, eso los ha inhibido para fortalecer a los personajes que presentan como candidatos. Por eso, a pesar de todo, y hasta de su triunfo del pasado domingo, la suya es una victoria de lo peor de la política local.

En efecto, salvo honrosas excepciones, con sus postulaciones el PRD repitió la vergonzante historia del 2006. Y es que pareciera que su victoria actual es apenas una repetición de la victoria arrolladora que tuvieron aquel año en las diputaciones federales y el Senado de la República. Entonces y ahora, su bancada era y es impresentable. Y por eso mismo, queda claro que su aparente fortaleza es sólo producto del efecto López Obrador, pero que ésta no podría ser sostenida en una elección local o intermedia, como la del próximo año o la federal de 2015. Es sólo cuestión de tiempo comprobarlo.

Quizá haya quien no lo recuerde, pero en 2006 el PRD en Oaxaca conformó sus candidaturas más en un intento de cumplir las formas, que por tener de verdad ganas de participar en la contienda electoral. En aquellos tiempos, el régimen ulisista vivía sus mejores tiempos en la entidad; y al mismo tiempo, el PRI parecía tener una fortaleza importante con Roberto Madrazo como abanderado presidencial. Ante la aparente figura testimonial de la oposición en Oaxaca, ésta decidió participar, aunque sin calcular el crecimiento que tendría su candidato. ¿Qué pasó entonces?

Sucedió que en menos de seis meses (entre febrero y julio de 2006), la candidatura presidencial de López Obrador creció como la espuma, y que al mismo tiempo la campaña priista tuvo una debacle histórica. Y todo se combinó con la revuelta magisterial y popular de aquel año en Oaxaca. Sólo que cuando AMLO despegó, y cuando se agudizó el conflicto en Oaxaca, las candidaturas a las diputaciones federales y al Senado de la República ya estaban repartidas.

Fue hasta entonces que se dieron cuenta que la campaña presidencial arrastraría a los candidatos a diputados y senadores. Pero para entonces la asignación de candidaturas ya se había hecho. Y, salvo excepciones, los partidos de izquierda habían postulado a una serie de personajes impresentables, sólo por cumplir y por obtener los recursos para esas campañas.

De hecho, en aquel año toda la planilla de candidatos a diputados y senadores buscaba arropar la postulación del ahora gobernador Gabino Cué Monteagudo. En el ámbito local, él era el único que tenía una ascendencia y un capital político propio y consolidado. Era, pues, el único candidato natural de la oposición, que había en Oaxaca para aquella elección.

Pero ni siquiera su suplente (el hoy senador Ericel Gómez Nucamendi), y mucho menos el otro candidato senador integrante de la fórmula (Salomón Jara Cruz) eran líderes reales, representaciones del perredismo, de la izquierda, y ni siquiera de la lucha social. Salvo Cué, todos eran unos oportunistas advenedizos, que recibieron la candidatura como mero requisito, o como premio a una “heroica militancia opositora”, en los tiempos en que el priismo parecía ser uno de los principales bastiones priistas del país.

¿Qué pasó con ellos? Que su actuación como legisladores fue desastrosa. Personajes como  Selene Hernández Gaytán, Carlos Altamirano, Othón Cuevas, Daniel Dehesa, Joaquín de los Santos, y una serie de personas que llegaron al Congreso como una mera casualidad de ese aluvión electoral provocado por AMLO en Oaxaca, fueron a vegetar al Congreso, con una representación popular con la que no estaban comprometidos, y en la que nunca sacaron la cara por la entidad en los asuntos de interés general.

Todos ellos llegaron como una mera casualidad. Y su paso por la Cámara de Diputados fue intrascendente. Por eso en 2009, con un escenario distinto y con un PRI que ya no traía el lastre de Madrazo y que ya había superado el tema del 2006, no sólo remontó aquella histórica derrota, sino que se llevó de nuevo el tradicional “carro completo” ganando las 11 diputaciones de mayoría.

 

PRD, CONFORMADO

Si revisamos hoy la lista de candidatos a diputados electos, nos daremos cuenta que de nuevo el PRD postuló, y llevará al Congreso, a una fauna indeseable de oaxaqueños que ni siquiera alcanzan a representar los intereses del perredismo, y mucho menos los de todos los oaxaqueños.

¿Qué hará el PRD, por ejemplo, para justificar ante la nación la postulación y el triunfo de un personaje, acaso el más impresentable de todos, como Hugo Jarquín? Sobre todo, ¿cómo lo hará no sólo por sus negros antecedentes como un abierto promotor de la desventaja, la transa y la ilegalidad del comercio en la vía pública de la capital, sino sobre todo, por el hecho de que él emanó de un proceso interno supuestamente democrático, en el que sin embargo fue impuesto de la forma más antidemocrática y retrógrada posible?

Además de todo esto, lo cierto es que, independientemente de lo que diga su locuaz dirigente estatal, la potencial bancada del PRD por Oaxaca no tiene una agenda ni de izquierda ni de centro ni de derecha. Es decir, que como de nuevo no se comprometieron a nada, los candidatos perredistas no tienen compromisos establecidos con el electorado, con la entidad, e incluso con el gobierno estatal afín a su partido, al que se supone que debieran buscar arropar.

De ese tamaño es la desgracia perredista: su bancada es tan pobre que da vergüenza. Y por eso su fortaleza aparente, es tan proporcional a su debilidad real, y es tan visible como el hecho de que su aceptación es meramente artificial. Las diez curules, y los dos escaños, se los deben a AMLO. Y sin él, en 2015 estarán en grave riesgo de perder el gran capital electoral que según ellos tienen hoy asegurado. Al tiempo.

 

DE PENA AJENA…

Es Eviel Pérez Magaña celebrando su senaduría en medio de la derrota colosal de su partido en Oaxaca. Está contento, de seguro, porque por fin a alguien pudo ganarle. Ese alguien fue Diódoro Carrasco, que fue arrastrado por los negativos de su candidata presidencial. ¿Pérez pensará que puede volver a ser candidato a Gobernador? Por favor. Su partido y su grupo están tan pulverizados que hasta parece que el CEN permitió este desastre en Oaxaca para generar la limpia que viene. Pronto lo veremos.

Transición: México será el país que no cambia

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+ Peña Nieto: triunfo no es en grado que querían

 

Enrique Peña Nieto sólo podrá sacar adelante su proyecto reformador, si apuesta por seguir igual que como hasta ahora. En los últimos años, en el sistema político mexicano ha habido una connivencia crónica entre el PRI y el PAN, que ahora se refrendará con este resultado electoral. Es cierto que el PRI ganó. Aunque también lo es que el triunfo llegó, pero no con las características y la holgura que esperaban. Así, o este se convierte en el sexenio de los grandes pactos. O simplemente se buscará regresar al viejo y recurrente gatopardismo, en el que se busca modificar todo para que nada cambie. ¿Por qué?

El PRI pensaba regresar a la Presidencia, contando con el respaldo de una mayoría legislativa, que no ha existido en los últimos 15 años para ningún partido. La aparente fortaleza electoral de Peña Nieto (es decir, el llamado “efecto Peña”), haría posible remolcar al triunfo a docenas de candidatos que por sí solos no podrían ganar. Y eso, según sus cuentas, podría permitir no sólo que el ahora virtual Presidente Electo llegara con un alto grado de legitimidad a la titularidad del Ejecutivo Federal, sino que también lo hiciera arropado por un Congreso de mayoría priista.

Esto era fundamental. Porque sólo los que no conocen la estructuración y el funcionamiento del poder público en México, creen que hoy al ganar la Presidencia se gana todo. Eso era hasta hace tres lustros. Sin embargo hoy, es fundamental que el Presidente en turno pueda tener cierto control e injerencia en el Poder Legislativo, para que éste dé su anuencia, y le permita que sus proyectos de reforma y sus procesos de reestructuración, puedan materializarse, y entonces sí se pueda hablar de cambios de fondo plasmados no sólo en actitudes, sino en leyes.

Como los últimos dos Presidentes no han tenido mayoría legislativa de su partido, siempre han buscado el acuerdo con fuerzas minoritarias para sacar algunas reformas. Sin embargo, es claro que a esto le ha ganado siempre la efervescencia, el cálculo político y la superposición de las agendas partidistas, sobre las necesidades del gobierno y del Estado. Todo esto, además de que tales acuerdos han tenido altísimos costos económicos, políticos y de gobernabilidad para nuestro país.

Peña Nieto pensó que él sería el primer Presidente mexicano de este siglo que contaría con mayoría en el Congreso. Por eso se atrevió a hablar de reformas polémicas como la de la reducción del número de diputados y senadores, y se comprometió a sacar adelante reformas estructurales que en los últimos años han sido simplemente intransitables.

Hoy no estamos ante ningún escenario inédito. De hecho, lo que los mexicanos confirmamos con esta votación es que seguimos dispuestos, los electores, a no dar más poder a nuestros gobernantes, aunque eso signifique que el país continúe condenado al inmovilismo y a la falta de acuerdos. Las grandes reformas que necesita este país han sido intransitables en los últimos 15 años, justamente porque el Congreso mexicano no tiene capacidad, ni disposición, ni talento, para ponerse de acuerdo. Ese fue el gran dolor de cabeza de Vicente Fox y de Felipe Calderón como Presidentes (y, de hecho, eso fue lo que en alguna medida hizo poco eficientes los dos periodos presidenciales del panismo). Y, de no haber un gran pacto —ese sí, inédito— también será el gran lastre del primer tramo de gobierno de Enrique Peña Nieto.

 

¿PACTO O CONNIVENCIA?

Si Peña Nieto quiere contar con cierto grado de gobernabilidad y margen de maniobra como gobernante, necesariamente tendrá que pactar con el adversario. Solo, con su partido, no le alcanza. El problema, sin embargo, no radica en si pacta o no con las demás fuerzas políticas, sino más bien en la forma en cómo esté dispuesto a hacerlo.

El acuerdo puede implicar cierto grado de cesión entre todas las fuerzas políticas, a cambio del reconocimiento mutuo de espacios y de fuerzas. O, como presidente, Peña puede hacerlo como ha sido en los últimos años: trabando alianzas con una sola fuerza política para completar la mayoría que necesitan sus reformas legislativas para ser aprobadas, aunque esto implique la ejecución de una política inmoral que además traiga aparejadas concesiones inconfesables, y que convierta el acuerdo político en una connivencia de efectos nocivos para el sistema de partidos, para la fama pública de los mismos y, en el último de los casos, también para la nación.

El problema es que, en las últimas cinco legislaturas federales el PRI y el PAN han decidido cogobernar de la peor forma posible. Lo hizo el PAN con el PRI cuando éste era aún gobierno, de 1997 al 2000; y, de distintos modos, el PRI ha accedido a las pretensiones del PAN en los doce años siguientes, en los que han tenido como adversario natural al PRD y a las fuerzas de izquierda, que han impedido que los grandes proyectos del grupo gobernante (verbigracia, las llamadas “reformas estructurales”) se lleven a cabo. Y es que el problema no es en sí el pacto, sino los efectos que esto ha tenido. ¿Por qué?

Por sus alianzas siempre son tras bambalinas. Las alianzas que ha generado el gobierno con la minoría (en este caso gobierno panista con fracciones priistas) han sido siempre discrecionales y de contenido vedado para los mexicanos. Es decir, que pactan algo pero nadie, más que ellos, sabe qué. Y, en la mayoría, esos pactos han implicado perdones, impunidades, borrones y cuenta nueva, y una serie de espacios de privilegio que en no pocos momentos rayan en lo indebido.

Por todo ello, si el primer gran reto de este gobierno es el de generar las alianzas necesarias para sacar adelante las reformas y los proyectos que inicialmente creyeron que podrían consolidar sin la ayuda de nadie, el segundo de los retos tiene que ver con la forma en cómo realice su tarea. Puede hacerlo por la vía de siempre (pactando y acordando canonjías a cambio de votos, y dando la misma idea de nuevo viejo PRI), o puede inaugurar una nueva época de pactos realizados de cara a la nación, con compromisos y concesiones que tengan que ver más con la democracia que con los intereses partidistas o personales de quienes detentan el poder. Ahí se demostrará qué tan renovado estará el nuevo (¿viejo?) partido gobernante.

 

CUENTAS RARAS

Las cuentas no salen. ¿Cómo que en Oaxaca hay candidatos a senadores que sacaron más votos que sus candidatos presidenciales? Las traiciones, pues, a todo lo que da. Cuando la los datos lo permitan, abundaremos.