Transición a la democracia: 10 años después, sigue pendiente

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+ Fox y Calderón, incapaces de comprender el reto democrático

Hace exactamente diez años, el 2 de julio del año 2000, el candidato presidencial del Partido Acción Nacional, Vicente Fox Quesada, ganó aventajadamente los comicios federales, para convertirse en el primer Presidente de la República emanado de un partido distinto al Revolucionario Institucional, desde 1929. Su victoria fue asumida como un sinónimo de cambio en el ejercicio del poder público, pero también como un parte aguas para una posible transición a la democracia.

A pesar de que la mayoría de las condiciones políticas en aquel momento estaban dadas, una serie de traspiés, que se replicaron en el siguiente sexenio, tienen hoy al país sumido en una importante crisis política en la que la discusión de fondo, y pendiente, sigue siendo precisamente la de los cambios democráticos que faltan.

Vicente Fox llegó a la Presidencia en un contexto inmejorable. Contrario a todos los cambios sustanciales de régimen habidos en México a lo largo de su historia, éste fue uno de esos casos no comunes en la que la transmisión del poder entre bloques se dio en un contexto de paz, de legalidad y de institucionalidad. Ni siquiera los sectores más recalcitrantes del Revolucionario Institucional, fueron capaces de esgrimir razones para pensar que los comicios habían sido fraudulentos, o que no se había respetado la voluntad popular. Si no abrumadoramente, Fox sí ganó los comicios del año 2000 en un marco de holgura, que hizo constatar su legitimidad incluso frente a los adversarios.

Por si fuera poco, en la Cámara de Diputados el Partido Acción Nacional también tuvo una bancada importante que, sin embargo, no alcanzó la mayoría absoluta. El Senado de la República fue la única de las cámaras federales en las que el priismo mantuvo su hegemonía. Y el otrora poder presidencial —en el que no se distinguían diferencias entre las facultades constitucionales del Titular del Ejecutivo y las del Jefe Político del PRI— se decantó respecto a los gobernadores de las entidades federativas, en las que el tricolor seguía teniendo mayoría.

Aún frente a esa composición de las fuerzas políticas en los principales núcleos del poder público, parecía que a partir del año 2000 estarían puestas todas las condiciones para comenzar un proceso de transición a la democracia. Si el primer paso era el de la alternancia de partidos en el poder federal, el segundo tendría que ser el de la desincorporación del mando y la decisión avasalladora que tenía el Presidente sobre todos los demás actores y grupos políticos del país, para dar paso a formas más democráticas, equilibradas y transparentes en el ejercicio del poder. Eso era lo que se esperaba de Vicente Fox como Primer Mandatario.

Sin embargo, ¿qué ocurrió? Que la alternancia se quedó en eso. Fox como Presidente, fue incapaz de ver y asumir que el poder tenía que cambiar. Actuó como un gobernante más, pero no como un estadista. A pesar de no tener la mayoría legislativa, pudo haber encauzado reformas importantes —en lo político, económico, y demás— si en lugar de valerse de las posiciones políticamente correctas, hubiera emprendido verdaderas acciones de consenso con las demás fuerzas políticas. Lejos de hacer eso, emprendió una persecución a ciertos actores priistas que terminó en nada, entabló un diálogo lejano, provocador y estridente con el Congreso, y desaprovechó gravemente el bono de legitimidad y credibilidad que, por lo menos en los dos primeros años de su gobierno, le entregó casi incondicionalmente el pueblo mexicano.

El final de ese gobierno lo sabemos todos: la pluralidad política se convirtió en un sinónimo de falta de entendimiento y confrontación no sólo entre el PRI y el PAN, sino entre todas las fuerzas políticas del país. El primer gobierno federal emanado del PAN se negó a reformar el poder para democratizarlo y, lejos de eso, se convirtió en una mala copia del priismo, al disponerse a gobernar con la misma estructura, con los mismos poderes avasalladores y las mismas prácticas antidemocráticas que sus antecesores, para finalmente entregarlo a otro integrante de su partido que tampoco ha podido lograr prácticamente nada de la tan anhelada transición democrática.

PLURALIDAD, ¿DAÑINA?

Hay quienes aseguran que buena parte de la inmovilidad institucional que existe desde hace una década en el país, tiene que ver con el planteamiento constitucional actual de la pluralidad política. En 1997 el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, y lo más cerca que ha estado de recuperarla, es en la actual Legislatura federal, en la que tiene 237 diputados. El problema es que en todo ese periodo, ninguna fuerza política ha conseguido esa ansiada mayoría absoluta en las cámaras federales.

¿Por qué es un problema? Porque en 1997 el gobierno federal era priista, y las fuerzas de oposición tomaron el control de la Cámara de Diputados, oponiéndose por primera vez a algunas decisiones trascendentales del Presidente de la República, que en otro momento se habrían convertido en ley gracias a su mayoría de legisladores. En 2000, el gobierno federal pasó a manos del PAN, pero éste no tuvo la posibilidad ni de interactuar estratégicamente con el Congreso, y tampoco de conseguir la mayoría de diputados y senadores, como para poder consolidar más rápidamente el proyecto democrático —si es que existía— del foxismo.

Esa pluralidad ha sido constante desde entonces, como también lo ha sido la falta de acuerdos. Esto ha sido, en buena medida, gracias no sólo a las torpezas del Presidente en turno, sino también a la visión que tanto critica ahora el PRI al gobierno federal, pero de la que también se ha valido. Los tricolores, como en otro momento los perredistas, han antepuesto el interés de sus grupos al nacional. Por eso, más allá de las discusiones de corto plazo, hoy podemos ver que México no ha resuelto (del modo que sea) la gran mayoría de sus reformas estructurales, y mucho menos lo relativo a la transición democrática.

CASO OAXACA

Hoy que los oaxaqueños estamos en el umbral del proceso electoral para renovar la gubernatura, el Congreso del Estado y los Ayuntamientos, debemos reflexionar sobre las promesas de cambio y las posibilidades reales de que esto ocurra. Gane quien gane, si no existe voluntad para transformar y democratizar el poder, esto no ocurrirá. Es lamentable lo que ocurre con el país; lo sería más que se replicara, de nuevo, en Oaxaca.

almargen@tiempoenlinea.com.mx

almargenoaxaca.wordpress.com

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