Sin memoria, quienes luego del 1-J, insisten erróneamente en vivir en un país sin matices

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Hoy es común en redes sociales, ver que quienes antes de la jornada electoral del 1 de julio atacaban denodadamente al agonizante régimen gobernante, sean hoy quienes defiendan hasta la ignominia decisiones como la “propuesta” (¿ante quién?) de que Manuel Bartlett Díaz sea el director de la Comisión Federal de Electricidad en la administración presidencial de Andrés Manuel López Obrador. La discusión sin matices, lleva a todos a la estratagema de atacar y defender sin distingos, como si esta tercera transición fuera producto de la generación espontánea y no resultado de un largo proceso democratizador en el que todos —‘priistas’ y ‘chairos’— fueron igualmente participantes.

En efecto, pocas de las muchas decisiones anunciadas en las últimas semanas por el ganador avasallante de la jornada electoral del 1 de julio, ha sido tan polémica —y cuestionada, y hasta rechazada— como la relativa a la propuesta de Bartlett Díaz como próximo titular de la CFE. El pasado viernes 27 de julio López Obrador hizo el anuncio, y ante el rechazo a la propuesta de Bartlett, por parte de innumerables voces que antes habían respaldado el proyecto lopezobradorista —incluso de su ex coordinadora de campaña, Tatiana Clouthier, que se pronunció en contra de dicha propuesta—, justificó su decisión argumentando que el ex Secretario de Gobernación ha sido uno de los más importantes opositores a la reforma energética concretada durante el presente sexenio, y que su presencia en la CFE garantiza la defensa de la industria eléctrica nacional.

Esto, además, ha generado un intenso e interesante debate en redes sociales, entre quienes rechazan el nombramiento de Bartlett y las decisiones de Andrés Manuel López Obrador, y quienes pretenden defenderlas con argumentos que no siempre son sustantivos, sino que más bien apelan al pasado, a la antidemocracia, al autoritarismo, al priismo y a una cantidad enorme de circunstancias que no están directamente relacionadas con los argumentos que se esgrimen. Por ejemplo, cuando en redes alguien cuestiona la nominación de Bartlett, hay docenas de cuentas que cuestionan las razones por las que en el pasado, esa misma persona que ahora cuestiona las decisiones del nuevo gobierno, no atacó a los priistas —como Bartlett— que tuvieron responsabilidades públicas y que dejaron al país en las circunstancias en las que se encuentran.

¿Existe conexión entre los argumentos? Evidentemente, no. Lo cierto es que es una cosa es lo que ocurrió en otras administraciones —particularmente la que está a punto de concluir, del presidente Enrique Peña Nieto— y otra muy distinta lo que ahora está ocurriendo. ¿Por qué? Por una cuestión básica de democracia. Quienes antes cuestionaban son los que ahora defienden, así como había muchos que antes defendían al priismo o panismo, y ahora cuestionan a López Obrador o a Morena; aunque también hay muchos que han evitado caer en el garlito de las justificaciones o descalificaciones sistemáticas, y que por eso de manera permanente han mantenido una postura crítica con todos los gobiernos.

Así, si esa falsa discusión no lograría pasar ni la más mínima prueba de la lógica del pensamiento por las falacias en las que incurren sus participantes, también es cierto que dicha discusión pretende inhibir el hecho de que la pluralidad y la riqueza en el intercambio público, fue lo que en gran medida ha impulsado este proceso democratizador del país que ahora abre la puerta a una tercera alternancia de partidos en el poder presidencial en México, en menos de dos décadas.

PLURALIDAD Y LIBERTADES

Muchos de los que ahora defienden, antes cuestionaron y lo hacían con fuerza. Qué bueno que haya sido así, porque esa convicción denodada de millones de personas por no permitir la reinstauración de un régimen de partido hegemónico en México luego del año 2000 —primero con las dos administraciones panistas, y luego con la actual emanada del PRI que está a pocas semanas de entregar el poder presidencial—, fue la que se dejó sentir de manera permanente a través de la crítica y el cuestionamiento a las decisiones de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

Esas mismas voces, ahora deben reconocer que ellos representan a una porción del país que fue creciendo gracias a la convicción que paulatinamente fueron generando en más personas, sobre la necesidad de reprobar a los dos partidos que gobernaron el país del año 2000 a la fecha, y de buscar una tercera alternancia.

En esa misma medida, deberían también reconocer que si bien la democracia está determinada por una mayoría que se sobrepone en las decisiones —todos los que le dieron el triunfo no sólo a Andrés Manuel, sino a una cómoda mayoría de diputados federales, senadores, diputados locales y alcaldes emanados de Morena—, en el otro extremo existe una minoría que asume sus costos, pero que debe ser respetada tanto en sus convicciones como en la posibilidad de establecer posturas críticas, sin ser aplastada, cuestionada o perseguida por no estar de acuerdo. De hecho, en ello ha radicado la construcción de la democracia mexicana en los últimos tiempos.

Pensar de otra manera, y rechazando los argumentos de quienes hoy son minoría —argumentando que en otros tiempos ellos no cuestionaron ni rechazaron como ahora lo hacen frente a las decisiones del próximo Presidente—, lo único que hacen es descalificar su propio papel y relevancia como opositores en el pasado. Es cierto que muchos de los que ahora cuestionan fueron quienes defendieron o sirvieron en regímenes anteriores. Pero también lo es, que quienes entonces ejercieron ese papel no fueron aplastados a partir de argumentos engañosos ni de las descalificaciones que ahora se pretenden validar, como una forma propia de nuestra democracia.

Al final, queda claro que la democracia está construida con base en la pluralidad, y que ese es un valor que nadie, ninguna sociedad, debiera perder. En México no habrá forma de que se inhiba el intercambio público, porque los mexicanos tenemos más de dos décadas no sólo ejerciéndolo, sino haciéndolo piedra angular del proceso democratizador que periódicamente evalúa a los gobernantes.

¿ACTO DE FE?

Queda claro que la victoria de López Obrador es un reconocimiento al enorme liderazgo y reconocimiento que goza entre la mayoría de los ciudadanos; pero también lo es, que muchas de las personas que votaron por él o por su partido, lo hicieron en rechazo de otras fuerzas políticas o de otras prácticas, y no necesariamente como un acto de fe. Eso debería quedarnos claro a todos, y por eso mismo deberíamos todos nutrir el intercambio libre de ideas —independientemente de su contenido— y no proscribirlo. Incurrir en ello equivaldría a dinamitar la democracia que hemos construido los mexicanos desde la victoria, y desde la derrota.

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