Las comparecencias ya no sirven ni para el show legislativo

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+ La glosa servía para informar; ahora ya es sólo un monólogo


Se le llama “glosa” al desdoblamiento y análisis del informe de gobierno por parte del Poder Legislativo. Se supone que la glosa sirve para que una vez que el Ejecutivo haya presentado el informe de labores del ejercicio anual, el encargado de cada una de las áreas del gobierno acuda ante el Poder Legislativo al “acto republicano” —derivado del  informe— de escuchar a los representantes del pueblo (los legisladores), explicarles la razón y los alcances de la labor realizada, e incluso aclarar sus inquietudes o cuestionamientos. Para eso según sirve la glosa. Pero hoy en Oaxaca no sabemos cómo debiera calificarse a las comparecencias, que ya perdieron hasta su naturaleza interpelativa y la calidad de vodevil político que tuvo hasta el año pasado.

En efecto, han acudido al Congreso diversos funcionarios, y contrario a lo que ha ocurrido en otros años, ahora ya no hubo ni glosa, ni cuestionamientos, ni show legislativo, ni nada. Básicamente, lo que hasta ahora ha ocurrido es la presencia de los titulares de las dependencias estatales, prácticamente a hacer monólogos en los que ya nadie los interpela, les cuestiona o los critica.

Quedaron lejos aquellos años en los que había un verdadero debate sobre el ejercicio público o las metas alcanzadas. Y de hecho, parece que también quedaron atrás los tiempos en los que la glosa servía para que los diputados les reventaran la burbuja de soberbia en la que vivían los colaboradores del Gobernador en turno. Más bien, hoy parecen trabados en un estado de codependencia que no beneficia a nadie. ¿De qué hablamos?

De que prácticamente todos los funcionarios que han comparecido ante el Congreso del Estado, han sido recibidos con el más sospechoso desdén por parte de los legisladores locales. Contrario a lo que ocurría en otros años, pareciera que los legisladores ya encontraron la forma de “domar” a los funcionarios de la administración estatal: quién sabe si lo hicieron a través de dádivas o del hecho de que de verdad ya no les importe lo que deben ir a informar, y que entonces por eso ya ni siquiera tengan interés en cuestionarles sus funciones. Lo que no han entendido es que, domando a los funcionarios, los legisladores se terminaron domando a sí mismos. ¿Por qué?

Porque la naturaleza del informe y de la glosa, es justamente la de la rendición de cuentas. Al informar sobre el estado que guarda la administración, se supone que el Ejecutivo le está haciendo saber al Legislativo —los “representantes del pueblo”— en qué se ocuparon tanto el poder popular como los recursos aportados por todos a través de los impuestos. Y la glosa constituye —valga la expresión— el desglose de toda la información contenida en el informe.

Por eso, cuando los legisladores han tenido voluntad de verdaderamente glosar el contenido del informe, han puesto a trabajar a sus asesores, han corroborado cifras y confrontado los dichos con los hechos. Pero al no hacer nada, y dejar que las comparecencias sean prácticamente monólogos, lo que están haciendo fácticamente es dejarle el camino libre al Ejecutivo para que prácticamente haga lo que se le antoje.

Y si bien hay áreas del gobierno en las que existe un trabajo aceptable, hay otras en las que la función es nula; pero independientemente de eso, resulta que este año a nadie se le ha cuestionado ni interpelado, y lo que finalmente está ocurriendo es que ya ni siquiera fueron los funcionarios, sino los propios legisladores, quienes lisa y llanamente le dieron el primer jalón a la cortina con la que dentro de pocos meses buscarán cerrar la administración. Quizá haya, apretadamente, algunas comparecencias en el marco de la glosa del sexto informe. Pero eso ya ocurrirá ante la siguiente Legislatura.

FORMATO INSERVIBLE

Frente a todo esto, queda claro que el problema del formato actual del informe y su glosa, no sólo radica en el hecho de que las comparecencias sean un auténtico circo, sino sobre todo en el hecho de que éstas no tienen impacto alguno en la evaluación del trabajo realizado, o en el establecimiento de compromisos sobre las deficiencias en el ejercicio de la administración pública. No. Porque en realidad las comparecencias sirven sólo para que los diputados se luzcan señalando, cuestionando y descalificando a los servidores públicos; para que éstos vayan e informen lo que les viene en gana; o, como ocurrió este año, para que unos hablen y otros escuchen, pero sin ningún tipo de diálogo efectivo.

Ahí existe un problema de fondo que, deliberadamente, no ha sido atacado. Pues desde que ocurrió el establecimiento de las comparecencias de secretarios de despacho ante el pleno del Congreso del Estado, se han ido anidando un conjunto de prácticas que hoy hacen no sólo inviables las comparecencias como una forma de rendir cuentas, sino que incluso las convierten en un ejercicio nocivo porque lo que se hace año con año es refrendar las prácticas de connivencia que no debían existir en algo a lo que muchos insisten en llamar como “democracia”.

Y es que a la distancia se ha podido corroborar que la fragilidad de ese mecanismo de rendición de cuentas, y las amplias libertades que permite tanto para quienes comparecen, como para quienes examinan, permite que en realidad las comparecencias se hayan convertido ya en un auténtico “toma y daca” de negociaciones, prebendas y hasta extorsiones, en las que diputados y funcionarios se reúnen previamente para negociar no los compromisos, sino la cordialidad o dureza con la que serán tratados. Lo grave es que en esas “negociaciones” lo que se pone sobre la mesa es impunidad, recursos económicos, prebendas y “colaboraciones en conjunto”, que en realidad no son sino una forma de institucionalización de muchos de los negocios turbios que siguen existiendo en el ejercicio del poder público.

Hasta hoy, los diputados han omitido de forma deliberada revisar el formato de las comparecencias. En el inicio de la LXII Legislatura, los legisladores aparentaron estar metidos en la ingenuidad que escondía la voluntad porque las cosas no cambiaran; y hoy sólo parecen buscar el provecho de su silencio.

NO HAY CONSECUENCIAS

Ese es el problema: que no hay consecuencia ni compromiso alguno derivado de las comparecencias. Por eso todos van a prometer lo que quieren, y a cumplir lo que pueden o que se les antoja. Y los diputados siguen voluntariamente atados de manos dejando de lado la posibilidad de que este sea un ejercicio provechoso para Oaxaca.

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