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2010: disputas y el agotamiento del sistema de partidos

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+ Abuso de choque electoral: no es práctica, sino tiempos

 

Más allá de la especulación y los chismes que abundan en el ambiente político actual, tanto en Oaxaca como en el ámbito nacional debía haber una preocupación genuina: todos —partidos políticos, facciones, dirigentes formales, jefes políticos y candidatos— deberían comenzar a preocuparse por las importantes señales de agotamiento que comienza a presentar nuestro sistema democrático. El abuso de las prácticas nocivas, del choque violento, de las inmoralidades políticas y acuerdos inconfesables, y de las descalificaciones entre competidores electorales, están en vías de provocar un colapso del que nadie parece percatarse.

Por principio de cuentas, pareciera que el escenario —y la arena— electoral de 2010, es en nada distinto a los del pasado. Ahora, como antes, las fuerzas políticas definieron sus estrategias y a sus abanderados, de acuerdo a sus prácticas antidemocráticas de siempre; están preparándose para ir al proceso electoral formal, valiéndose de recursos y fuentes de financiamiento indebidas pero con posibilidades de ser “legalizables”; afinan, cada una desde su trinchera, los obuses, escándalos mediáticos y revelaciones que harían caer de las preferencias electorales a sus oponentes; e incluso, en Oaxaca y en el ámbito nacional, hoy se sabe cierta la existencia de un acuerdo escrito y formal entre las dos fuerzas políticas más importantes del país —PRI y PAN— para la no realización de alianzas electorales.

Cualquier político avezado podría asegurar que es errado hablar de un agotamiento del sistema democrático, porque las prácticas antes descritas han prevalecido desde siempre, sin provocar un desgarramiento del tejido que sustenta a la democracia electoral en México. Lo que no parece tomarse en cuenta, es que 2010 no es 1988, 1994 e incluso el año 2000; que la sociedad de hoy no es la misma que la de hace una década y media. Y que hoy, como nunca antes, el ciudadano común comienza a cuestionar con energía la existencia de prácticas que son nocivas para cualquier democracia.

Es evidente que hoy los partidos políticos, y sus dirigentes, no parecen tomar en cuenta esas variantes. Por esa razón, desde hace más de medio año, el PAN ha buscado alianzas con sus otrora enemigos recientes; por eso el PRI se ha encargado de descalificar esas coaliciones aduciendo razones morales e ideológicas de las que tampoco ellos han sido un modelo a seguir. Y todos juntos han entrado en la ruta de las descalificaciones mutuas, los amagues sobre la revelación de escándalos de corrupción, y los señalamientos encaminados a que el elector desestime la entereza política o la moralidad de una u otra fuerza partidista.

El problema, en realidad, es que esa vorágine de prácticas nocivas, se presenta hoy ante una sociedad que cuestiona mucho más que antes. Lo verdaderamente preocupante de toda esta situación, es que mientras las fuerzas juegan a la descalificación y ponen en práctica las estrategias duras de siempre, el ciudadano hoy ha optado por cuestionar no sólo a los partidos o sus candidatos, sino al sistema mismo que ya mira con desconfianza, y con la idea de que más allá de los colores y las descalificaciones, todos incurren en la misma práctica.

¿Cómo asegurar lo contrario, si en una u otra medida hoy el PRI, PAN y las fuerzas de izquierda (PRD-PT-PC) son parte del mismo juego de espejos, verdades a medias y descalificaciones? ¿Cómo creer que, en todo eso, uno es menos responsable que otro, si todos han participado de lo mismo? ¿Cómo dejar de entender al ciudadano que no vota, que anula su boleta electoral, o que deja en blanco la papeleta, por una fundada desconfianza al partido y los candidatos que, según ellos, lo “representan?

Lamentablemente, el escenario —local y nacional— deja ver que ese es el rumbo que lleva, en su conjunto, el sistema de partidos. Poco pueden hacer los defensores de la democracia electoral, frente a la ola de afrentas y descalificaciones que han puesto en práctica —y que preparan— las fuerzas políticas como estrategias de campaña. Si esto no cambia, dentro de no mucho tiempo nuestro sistema democrático comenzará a agotarse. Y sin una transformación efectiva en la práctica política, las reformas legales seguirán, como hasta ahora, sirviendo sólo para el autoengaño de quienes las promueven.

 

¿Y LAS PROPUESTAS?

Otro de los grandes problemas, en este sentido, es que las fuerzas políticas no han dejado de privilegiar la descalificación, por encima de la propuesta efectiva de gobierno y, en su caso, de Estado. En el caso de Oaxaca, los partidos en disputa paulatinamente comienzan a arreciar el choque y el encono electoral, sin que hasta ahora se haya presentado, más allá de la declaración demagógica coyuntural, un solo viso del proyecto de gobierno que le urge a la entidad, entre quienes pretenden erigirse en Gobernador del Estado.

Lo mismo ocurre en el ámbito nacional. A nivel de partidos, éstos han comenzado su configuración estratégica rumbo a los dos años que siguen. El PAN, por ejemplo, sabe que el enemigo a vencer ya no es el PRD, sino el PRI; así, perredistas y panistas insisten en su unión, porque saben que ese es el único camino para hacer un papel decoroso en los procesos electorales que se avecinan. Y los tricolores hoy apuestan todo a la estrategia mediática y electoral que les permita conservar el poder donde ya lo tienen, y hacerse de él donde son oposición.

Todo esto parece lógico. Sin embargo, los mexicanos hemos corroborado una y otra vez el altísimo costo que paga un país —o una entidad federativa— por tener un gobierno sin proyecto y, por lo tanto, sin rumbo. El problema es que, hasta ahora, eso es lo que menos les preocupa a quienes tienen en sus manos la parte activa de los procesos democráticos. En su lógica, primero hay que obtener el poder, para después ver qué se hace con él. Y esa visión demagógica, es la que ha llevado a improvisar estrategias, programas y “rumbos” del gobierno, que al final terminan siendo fiascos de altos costos para el territorio y la sociedad en que se ejecutan.

 

MUCHOS PREMIOS

Evencio Martínez Ramírez hoy tiene bajo su control, cuando menos, la Secretaría General de Gobierno, la Procuraduría de Justicia del Estado, y la Comisión para la Defensa de los Derechos Humanos de Oaxaca. ¿Necesitará de todas esas apéndices para desempeñar sus funciones, mientras la gobernabilidad se descompone rápidamente? Esa concentración no habla de su “poder”, sino de cómo ante la falta de capacidad, ni con la bendición divina es posible hacer un buen trabajo.

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Eviel-Gabino: las cartas están echadas

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Esta semana, en el Partido Revolucionario Institucional ocurrió el registro de un precandidato único, que de modo inminente se convertirá en abanderado priista a la gubernatura del Estado. En el otro frente, el opositor, todos los partidos integrantes de la Coalición Unidos por la Paz y el Progreso de Oaxaca, ratificaron al senador con licencia, Gabino Cué Monteagudo como su candidato a Gobernador. Así, las cartas de las fuerzas políticas en el estado son hoy visibles y se aprestan a librar una batalla electoral que se antoja como una de las más competidas y trascendentales que hayan ocurrido en el Estado.

Oaxaca, por su ubicación estratégica dentro del mapa electoral del país, ha sido siempre un referente de lo que ocurre en el país, y particularmente en el priismo. Como uno de sus principales bastiones, es una de las pocas entidades federativas en la que el tricolor sigue siendo una fuerza hegemónica, independientemente de las circunstancias de atraso o democracia por las que ha atravesado el país.

Es esa misma razón, la que recurrentemente ha tentado a las fuerzas opositoras a tratar de lanzar ofensivas electorales determinantes, para tratar de arrebatar no sólo un gobierno estatal, sino sobre todo uno de los puntos neurálgicos y emocionales en los que se determina el empuje del priismo.

De ahí que prácticamente desde que ocurrió la alternancia de partidos en el poder federal, los gobiernos del Partido Acción Nacional, y de la Revolución Democrática que hicieron presencia en otras entidades de la República y el Distrito Federal, hayan tratado de emprender estrategias para lograr el ansiado cometido de convertir un territorio eminentemente tricolor en azul, amarillo o de los colores de alguna otra fuerza política distinta al priismo.

Eso es lo que ha ocurrido alrededor de Oaxaca. Si se mira con objetividad, la nuestra no es una entidad que tenga una representación determinante en los márgenes de votación, que sea esencial por su número de votantes o por su empuje político o electoral hacia el priismo. Más bien, al ser una de las pocas entidades en las que recurrentemente se refrenda la hegemonía priista, se ha convertido en un espacio en el que se pretenden, además de las victorias electorales, los triunfos morales que tienen un valor agregado para las fuerzas políticas.

 

EL CONTEXTO

Oaxaca representa varias paradojas. Luego de haber sido un actor decisivo en las batallas revolucionarias, y en la democratización del país en el siglo XIX y principios del XX, es hoy una de las pocas entidades en las que la fuerza disciplinada del priismo continúa ganando todo.

Eso habla, es cierto, de la construcción de una estructura electoral sólida que ha podido traspasar a los hombres y las generaciones, y se ha mantenido como un eje sólido en el que convergen la mayoría de los intereses políticos fundamentales para la entidad. Sin embargo, esa situación denota también un atraso en cuanto a la evolución de la democracia y la manutención de una forma de gobierno vertical y rígida, que paulatinamente se ha ido superando en otras regiones de nuestro país.

A Oaxaca no llegó con una fuerza determinante la fiebre de la alternancia en el año 2000. Para entonces, ya algunos gobiernos estatales y municipales se encontraban gobernados por fuerzas de oposición al PRI. Incluso, la capital oaxaqueña fue ganada y retenida por el Partido Acción Nacional, que se convirtió en punta de lanza para los primeros intentos por derrocar al priismo.

No pudieron hacerlo en los comicios de 1998, cuando José Murat ganó, para el PRI, la gubernatura del Estado. Tampoco en 2001, cuando la capital oaxaqueña fue ganada por el convergente Gabino Cué Monteagudo, pero todas las posiciones legislativas retenidas por el priismo. Tampoco pudieron en 2004, cuando la oposición se juntó en una sola causa, sin poder arrebatar la gubernatura y ni siquiera lograr una presencia importante, o equilibradora, en el Congreso del Estado.

2006, sin embargo, fue la punta de lanza para la reactivación de los intentos opositores. El contexto particular de ese año fue determinante: cuando ocurrieron los comicios, aquí se desarrollaba uno de los conflictos sociales más álgidos de que se tenga memoria en Oaxaca y en el país. Todo se desató ante una mala decisión del gobierno de Oaxaca, de emprender una intervención policiaca a un plantón del magisterio que entonces se encontraba en el zócalo.

El repudio popular a esa medida fue enorme, y el voto de castigo no se hizo esperar, y al priismo le arrebataron las senadurías por mayoría relativa, y 9 de las 11 diputaciones federales que entonces estaban en disputa, y que quedaron en manos del Partido de la Revolución Democrática y las fuerzas políticas que lo acompañaban. El resultado estatal de los comicios presidenciales, fue arrolladoramente favorable al candidato Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, los malos resultados y los malos candidatos propuestos por el PRD, que ganaron en la vorágine del 2006, pronto hicieron que el electorado retornara a las preferencias anteriores. En 2007, al año siguiente del conflicto, el PRI arrasó nuevamente en los comicios estatales; y en 2009, recuperó las 11 diputaciones federales que se disputaron en la elección federal intermedia.

Esto último, junto con la implacable victoria del priismo en la mayoría de los distritos electorales del país, llevó a decidir una alianza electoral que hoy está representando altos costos para todas las fuerzas involucradas. El PAN se alió nuevamente con el PRD, PT y Convergencia para impulsar, de nuevo, a Gabino Cué como candidato a la gubernatura.

 

PUJA EN EL PRIISMO

En el priismo pesó de manera determinante la institucionalidad que los caracteriza. Aunque en noviembre pasado comenzó un proceso interno en el que aseguraron que habría democracia, al final pesaron más las decisiones del priismo tradicional, y finalmente el elegido como candidato a Gobernador, fue el diputado federal con licencia, Eviel Pérez Magaña.

Sobre él pesan cuestionamientos y confianzas importantes. En el primero de los casos, porque es un personaje con poca ascendencia y experiencia dentro de la clase política tricolor, y porque no había tenido un desempeño que le permitiera posicionarse con antelación ante el electorado. Sin embargo, y en contraparte, el proviene de una casta priista que, a pesar de las circunstancias, lo ha ganado todo. Todos podrán cuestionar lo que sea al gobierno de Ulises Ruiz. Pero nadie puede argumentar en contra de que ésta ha sido una clase política que se ha podido imponer a todas las adversidades y retos que le han presentado las circunstancias.

Los números, como se ha apuntado en otros espacios, no mienten. Independientemente de los resultados de las últimas votaciones, lo que queda claro es que aquí triunfará quien emprenda la mejor estrategia electoral, independientemente del posicionamiento de cada uno de los aspirantes, o su ascendencia política. La confianza priista radica en que su inminente candidato a gobernador es un personaje alejado de las cargas políticas que podrían tener otros de los aspirantes, y es también un elemento perteneciente al núcleo más cercano al actual gobernante.

LAS CARTAS, ECHADAS

Hoy puede verse, ya, en toda su magnitud lo que será la elección de julio próximo. El priismo se jugará no sólo las batallas morales o la gubernatura del estado, sino un proyecto político que pretende tener alcances nacionales. La oposición, por su parte, pretende arrebatar al priismo uno de sus bastiones morales más importantes, para ir abonando la causa del 2012, en la que la consigna fundamental parece ser la de impedir que el PRI regrese a la Presidencia de la República.

Poco es, en realidad, lo que puede confiarse a la fuerza en sí de cada uno de los candidatos. Cada uno de ellos, en el priismo y la oposición, representa una porción apenas de lo que será esta batalla, en la que estarán presentes no sólo las fuerzas políticas o los abanderados, sino también los recursos y los operadores tanto del gobierno federal, como de los gobiernos perredistas y panistas en las entidades federativas, y lo más granado del priismo en las lides electorales que, valga decirlo, de Oaxaca se exportan al resto del país.

Aquí se enfrentarán la innovación de Eviel Pérez, con el segundo intento por ganar la gubernatura de Gabino Cué. Nadie, evidentemente, querrá venir a Oaxaca a hacer el ridículo o a perder arrasadoramente los comicios. Más bien, este será el ejemplo de cómo se ha perfeccionado la maquinaria de los procesos electorales, y de cómo los mecanismos electorales tienen aún la posibilidad de ser el elemento determinante para la democracia en México.

A Oaxaca vendrán a jugarse las primeras batallas políticas que se avecinan para el futuro. Los antecedentes dan pautas. Pero nadie puede asegurar que tiene la partida en la bolsa.

Apuesta a inestabilidad ¿y desmovilización social?

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+ Zozobra proporciona márgenes de gobernabilidad

Se equivoca cualquiera que suponga que la lucha contra el crimen organizado, anunciada y emprendida por el gobierno federal en los últimos días de diciembre de 2006, fue una simple estrategia policiaca y militar que no tenía más objetivos que los visibles. Se equivoca, también, quien pretenda asumir hoy los primeros signos de inestabilidad social en Oaxaca, como parte de una estrategia emprendida por los grupos opositores —o beligerantes— ante el proceso electoral que se avecina. Ante este escenario, es necesario comprender qué efectos tiene la inestabilidad social, y a quién beneficia en realidad.

En el ámbito federal, el gobierno del presidente Felipe Calderón Hinojosa, comenzó en un riesgoso marco de inestabilidad, y con una falta indiscutible de legitimidad frente a amplios sectores de la población. Si bien se recuerda, después de los comicios federales de julio de 2006, el gobierno del entonces presidente Vicente Fox vio desdibujadas todas sus posibilidades de diálogo y concertación con los partidos de oposición, y la transmisión de poderes —ocurrida el 1 de diciembre de ese año— se dio en un contexto excepcional de incertidumbre, en el que nadie podía asegurar si quiera que el Mandatario entrante podría rendir la protesta constitucional correspondiente ante el pleno de la Cámara de Diputados.

Aunque en esos momentos la inestabilidad parecía encontrarse en la sede de los Poderes Ejecutivo y Legislativo, en realidad los riesgos se hallaban en otros lados. La toma de la tribuna de la Cámara baja, la manifestación y el plantón emprendido por Andrés Manuel López Obrador durante varias semanas en el Paseo de la Reforma, y los llamados a la resistencia civil, eran apenas un reflejo de la inestabilidad social que sufría el país. ¿De qué hablamos?

De que, entonces, como nunca antes en las últimas décadas, se vivió un riesgo inminente de estallido social por conflictos político-electorales. Existía una percepción, no del todo errada, de que el entonces recién ungido “gobierno legítimo” de López Obrador, los grupos más radicales que daban fuerza a dicho movimiento, y amplios sectores de la población civil inconformes con el resultado de la elección, pudieran en cualquier momento transformar la lucha política en inestabilidad, o confrontación armada, para tratar de deponer por la vía de la fuerza al gobierno recién instituido.

Existían razones fundadas para considerarlo. Fueron los grupos más representativos de la izquierda nacional, un importante sector de la ciudadanía, e integrantes de los grupos de lucha social más duros, los que apoyaban la causa del derrotado candidato presidencial tabasqueño del PRD-PT y Convergencia. Había, por esa y otras razones, posibilidad de que la efervescencia social se desbordara, y entonces se generara un caos político en el país.

Esa fue una de las razones de fondo por la que el gobierno federal emprendió la lucha contra el crimen organizado. Si se revisa el discurso y las promesas del entonces candidato presidencial del PAN, Felipe Calderón, éste nunca sostuvo como uno de sus ejes de campaña, o sus propuestas de gobierno, la de la seguridad pública y el combate al crimen organizado.

¿Para qué, entonces, asumir una tarea que no figuraba entre sus planteamientos iniciales? La respuesta está en la desmovilización ciudadana que esto creó: a partir del lanzamiento de la lucha anticrimen, el Ejército salió a las calles, la fuerza policiaca se incrementó, y se tornó en un riesgo la posibilidad, en amplias regiones del país, de erigirse en grupos ciudadanos inconformes con el gobierno.

Es cierto que, en todo esto, a la distancia el gobierno parece estar perdiendo más de lo que ganó. Su victoria consistió en desmantelar un riesgo de inestabilidad social que lo aquejaba y que cuestionaba su legitimidad en los momentos de mayor debilidad. Su derrota, en que esa guerra se tornó en una carnicería que hoy le ha cobrado facturas electorales. Aunque en realidad, lo “importante” radica en que la población sigue aterrorizada, y continúa prefiriendo la vía política o electoral, que salir a las calles.

CASO OAXACA

Existe la posibilidad de que en la entidad pudiera estar ocurriendo algo equiparable. Con el inicio del proceso electoral, comenzó también un oleaje de zozobra e intentos de atemorización de la ciudadanía, a través de la extorsión, las amenazas de bomba, e incluso la colocación calculada de artefactos explosivos para que la autoridad los localice antes de provocar algún daño.

La lectura corta de los hechos, ha pretendido achacar este asunto a los opositores que, en 2006, incendiaron Oaxaca. Es posible que esto pueda ser así. Sin embargo, más allá de las especulaciones sin sustento, lo que es evidente es que si esta es una estrategia política o electoral de las fuerzas opositoras o de grupos beligerantes, que buscan lastimar las posibilidades de triunfo del partido y el grupo en el poder, tal estrategia sería no sólo equivocada sino incluso contraproducente.

¿Por qué? Porque en una entidad en la que el voto la determinan las estructuras electorales disciplinadas, por encima del voto ciudadano (llamado “voto volátil” o “útil”, según sea el caso), lo que más conviene al partido que maneja esas estructuras, es precisamente que quienes representan el voto volátil, no salgan a votar. Así, en una lógica sencilla, las estructuras aseguran márgenes de votación superiores, que no encuentran competencia o equilibrios frente al sufragio común, y así pueden obtener ventajas irreversibles en los procesos electorales.

No tiene lógica alguna, como estrategia, que sean los opositores quienes se aventuren a generar la inestabilidad como un factor electoral benéfico a su causa. Más bien, en la mayoría de los periodos de incertidumbre, ganan los que la saben manejar a su favor. Y es evidente que hoy no es el momento excepcional para la oposición que fue 2006, en el que arrasaron electoralmente Oaxaca. Más bien, esta posible estrategia de inestabilidad, parece estar ligada con una intención de lograr la desmovilización ciudadana.

¿MANO DURA?

Como ocurre cada que las manifestaciones, el cierre de calles y las marchas se desbordan en la capital, la IP exige al gobierno que atienda los problemas y que, de ser necesario, aplique la mano dura en contra de quienes lastiman los derechos de la mayoría. La primera exigencia tendría que ser a la Secretaría General de Gobierno para que busque los mecanismos efectivos de concertación. Evencio Martínez, en este sentido, comenzó mal su gestión. Lo cual, frente a sus antecedentes en la PGJE, no es una novedad.

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UABJO: tragedia de la que nadie se responsabiliza

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Autoridad y gremios: soluciones, sólo de corto plazo

La Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca es, en sí, un problema de grandes dimensiones que a nadie parece interesarle. Como cada año, la Máxima Casa de Estudios entró nuevamente en su dinámica de negociaciones, huelgas y arreglos parciales, aunque hasta el momento ninguno de sus problemas de fondo ha sido, cuando menos, parcialmente resuelto. Parece que, a la Universidad, todos pretenden dar por desahuciada, antes que intentar corregir cualquiera de sus males.

El panorama actual de la UABJO no es distinto al de todos los años. Como siempre, al comenzar el año, la administración universitaria inició también los procesos de negociación con cada una de las organizaciones gremiales que integran sus trabajadores. Al igual que cada año, esas negociaciones implicaron peticiones, ofrecimientos, rechazos y reiteraciones, que luego devinieron en amagos, llamados a la conciencia, y finalmente en huelgas y posteriores arreglos económicos parciales.

Esta es, sin embargo, apenas una de las aristas del lamentable círculo vicioso en el que se encuentra inmersa la vida académica de la Universidad. A todo esto, debemos de sumar las discordancias propias que se generan por la actuación de la autoridad universitaria, los problemas propios de las facultades, y la mancha indeleble que, reiteradamente, deja el porrismo en el rostro de la UABJO. ¿Cómo resolver todo esto?

Sin duda, en la primera línea de la responsabilidad se encuentra la administración universitaria. Sin embargo, sería corto y limitativo considerar que todos los males de la Máxima Casa de Estudios son deber de atender de un solo grupo, o que éste tiene todas las potencialidades para resolver los problemas que la aquejan. Junto a la autoridad universitaria se encuentran los propios trabajadores, los académicos, los alumnos y, sin duda, las autoridades del orden estatal y federal. Así, la UABJO lleva un rumbo bien definido —que, sin duda, es nocivo—, ante la indolencia y el desinterés de todos los involucrados, que sólo se cruzan de brazos ante las circunstancias.

¿Cuál ha sido el sello de la actual administración universitaria? Si hubiera que resumirlo en unas cuantas palabras, éstas serían dos: “pasividad” y “derrotismo”. En los casi dos años que lleva de gestión el rector Rafael Torres Valdez, él y sus colaboradores se han caracterizado por el inmediatismo y por las soluciones de corto plazo que, de antemano lo afirman, no resuelven los problemas de la Universidad.

¿De qué hablamos? De que, no sólo ante las presiones sindicales, sino frente el mar de problemas que significa la Universidad, sus autoridades asumen como una realidad infranqueable el hecho de que la Máxima Casa de Estudios implica inestabilidad y controversias, y que todo esto es “propio” y natural de una institución educativa como la UABJO.

Con ese argumento —que de antemano denota su derrotismo—, el rector Torres y su administración, han tratado de justificar sus escasísimos arrestos para atender hasta las vicisitudes menos álgidas de la Universidad, y sólo se aprestan a intervenir cuando los problemas ya rebasaron, o agotaron, todos los canales de diálogo, y trascienden a los muros de Ciudad Universitaria para convertirse en huelgas, marchas o bloqueos viales que no sólo los presionan a ellos, sino que sobre todo afectan a miles de ciudadanos que nada tienen que ver con los líos de la Universidad.

PROBLEMA COMÚN

Sin embargo, los malos resultados de la administración universitaria se ven aderezados por una comunidad universitaria y gubernamental a la que tampoco parece interesarle la Universidad. Vayamos a ejemplos tangibles de ello.

Prácticamente desde que comenzó el año, el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la Universidad emplazó a huelga, y detuvo las labores en varios momentos, como una muestra de presión a la autoridad para que cumpliera con planteamientos desbordantes. Sabían, de antemano, que la mayoría de sus exigencias son imposibles de cumplir.

Sin embargo, el problema no radica en lo desproporcionado de sus exigencias, sino en el hecho de que tanto los trabajadores como la autoridad, se encuentran en una dinámica de llevar, siempre, cualquier negociación, al punto de la huelga. La autoridad, en ello, se queja por la intransigencia de los trabajadores, y éstos por los incumplimientos de la autoridad. Al final, ¿quién hace algo para hacer cambiar esta situación? Nadie.

En esa misma lógica, hoy, por ejemplo, es el Sindicato de Trabajadores Académicos el que mantiene paralizadas las actividades de la UABJO. Acusan incumplimientos por parte de la Universidad, de los cuales dicen tener conocimiento las autoridades laborales. Los catedráticos universitarios exigen un programa de retabulación salarial que los equipare a los profesores de las demás instituciones públicas de educación superior del país. Pero no parecen terminar de comprender que entorpeciendo la vida académica en el modo en que lo hacen, también se boicotean ellos mismos. La autoridad debe ser presionada hasta sus últimas consecuencias. Pero si ellos son académicos, cancelando la educación debía ser menos viable de sus estrategias.

Y mientras, el gobierno estatal ve con paciencia todo lo que ocurre en la Máxima Casa de Estudios. En esa instancia tan parecen haber dado por desahuciada a la UABJO, que por eso año con año impulsan la creación de más universidades estatales. No está mal que lo hagan. Sin embargo, parecería que el avance del Sistema de Universidades Estatales es inversamente proporcional al hundimiento de la Universidad, a la que la administración estatal atiende sólo en lo indispensable, pero nunca con un interés genuino por promover su rescate.

Así, ¿cómo hablar de un futuro mejor para la Universidad? Todas las señales, y todas las actitudes indican, hasta ahora, que la solución real a los conflictos no está cerca.

¿DESTAPE “PLURI”?

La memoria no es la mejor aliada del autor de este espacio. Sin embargo, llama la atención que al director de la Comisión Estatal de la Juventud, Moisés Molina, lo estén “destapando” para ocupar una candidatura a diputado ¡por la vía de representación proporcional! Eso, normalmente, no ocurre. Dos son las particularidades: para esos cargos no hay “tapados”, sino designaciones favorables al grupo en el poder. Y segundo, si las “juventudes priistas” hablan tanto de fortaleza, lo mejor sería buscar una candidatura por mayoría relativa, y ganarla. Así sí, todos, demostrarían el trabajo político entre los cuadros jóvenes del priismo. ¿Entonces?

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Bomba e intimidación en Oaxaca: ¿obra de guerrilleros?

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+ Inestabilidad: acciones con las que oposición no se ayuda

 

El 26 de febrero pasado, un artefacto explosivo fue colocado en el margen de un río, en la zona conurbada del sur de la capital oaxaqueña. Un grupo especializado del Ejército mexicano tomó conocimiento del hecho y acudió al sitio para hacer una manipulación adecuada de la bomba, y realizar un estallamiento controlado de la misma. Ante los hechos, surgió un mar de especulación que, sin embargo, debe ser comprendido en su magnitud.

Casi de inmediato, se dijo que dicho artefacto explosivo pudo haber sido colocado por una organización social, o un grupo armado. Es evidente que, por los antecedentes habidos, y el excepcional momento político por el que atraviesa la entidad, esa podría ser una especulación no sólo válida sino también creíble.

En esa lógica, si estos son momentos determinantes para el futuro del gobierno de Oaxaca, y el grupo en el poder, entonces podría pasar como algo posible que una, o varias, de las organizaciones opositoras comenzaran a apostar por la inestabilidad, para tratar de ganar terreno en el ámbito electoral o político. Sin embargo, ante una posibilidad de esta naturaleza, es necesario tomar en cuenta más elementos que la simple especulación o las visiones sesgadas de la realidad. Pero vayamos por partes.

En primera instancia, podría ser factible suponer que una organización como la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca apostara por la inestabilidad en estos tiempos electorales, emprendiendo acciones beligerantes de gran envergadura, y que para ello se valiera de herramientas de propagandismo que, sin embargo, no le son propias.

En efecto, si ni siquiera en los momentos más álgidos del conflicto magisterial y popular de 2006, los grupos estrictamente sociales que encabezaron el movimiento, apostaron por emprender acciones que implicaran choques armados o la utilización de artefactos que pudieran significar sabotaje o terrorismo, esta no tendría por qué ser la ocasión para que sí lo hicieran. Ahora, y siempre, las acciones de la APPO y otras organizaciones de lucha social, han estado perfectamente delineadas y nunca han incluido acciones de la naturaleza que ahora nos ocupa.

Así, tratar de deducir que fue alguno de los grupos sociales relacionados con el movimiento magisterial, o con la revuelta de 2006, es no sólo inexacto sino también aventurado, e incluso tendencioso. El manejo de materiales explosivos, y la fabricación de artefactos de ese tipo, no es algo que cualquier persona pueda realizar. Y si acudimos a los antecedentes de esas organizaciones, la colocación de explosivos no es algo que haya caracterizado a los grupos inconformes propios de Oaxaca.

Ahora bien, en el segundo de los casos, se aseguró también que la colocación de dicho artefacto, era autoría de alguna organización armada, y particularmente se señaló al Ejército Popular Revolucionario. Nada hay, más que la especulación, de ligas entre tal artefacto y aquel grupo armado. Cuando el EPR ha querido hacer propagandismo a partir de explosivos, nunca ha amagado: más bien, coloca sus artefactos y los hace estallar, para después reivindicar la acción de sabotaje o propagandismo, e inscribirla dentro de sus estrategias de lucha.

En el pasado reciente, encontramos que la única ocasión en la que ha colocado explosivos aquí en Oaxaca, fue en los primeros días de agosto de 2007. Entonces, hizo detonar una bomba de fabricación casera en el acceso principal a una tienda departamental. En esa ocasión, el grupo armado reconoció la colocación de otro artefacto en una sucursal bancaria del norte de la capital que, según dijeron, no se detonó por una falla en el mecanismo de activación.

Así, dos cosas pueden entenderse: primera, que entre los grupos de lucha social no son comunes las prácticas relacionadas con artefactos explosivos; y segunda, que cuando un grupo armado pretende aplicar esas estrategias, no duda, y más bien ejecuta sus planes según lo establecido, sin dar parte a la autoridad o hacer amagues sobre su capacidad de fuego.

 

VISIÓN ERRÓNEA

Quienes de inmediato voltearon a ver a la APPO o el EPR, como probables responsables de esa acción, fundamentan sus razones en el hecho de que durante el conflicto magisterial de 2006, la Asamblea Popular fue infiltrada por la organización armada; porque ésta última fue la que estableció muchas de las estrategias de lucha; y porque finalmente el EPR ha aceptado públicamente que varios de sus integrantes participaron de la revuelta en calidad de luchadores sociales.

Tomando como posibilidad que todo esto fuera así, ¿ello sería determinante para pensar que unos y otros están en acuerdo para colocar bombas y provocar inestabilidad en Oaxaca ahora que se avecinan los tiempos electorales? Aventuradamente, podría asegurarse que sí. Sin embargo, una respuesta más razonada más bien llevaría primero a ubicar cuál fue la relación específica entre unos y otros, para luego tratar de decir si se les puede responsabilizar de lo que hoy ocurre en Oaxaca.

Sin duda, la guerrilla hizo presencia en la entidad, durante el conflicto magisterial. Fueron las organizaciones armadas las que determinaron muchas de las estrategias de autodefensa que fueron determinantes para los participantes del movimiento, y para el crecimiento del mismo. Sin embargo, a lo largo de ese periodo, nunca nadie del EPR hizo presencia como tal, ni llevaron la resistencia popular a la lucha armada, y mucho menos permitieron que las acciones civiles de presión se convirtieran en estrategias de confrontación similares a la de los grupos armados.

Así, de haberlo querido, el EPR —o cualquier organización armada que tuviere presencia en Oaxaca— habría llevado el movimiento popular a una verdadera lucha armada, que pudo haber sido más costosa en todos los sentidos. Hubo, sin embargo, una clara distinción entre unos y otros, y por esas razones no existen motivos fundados para suponer que hoy son los artífices de la inestabilidad, o de la colocación de artefactos explosivos como el dejado el pasado viernes en las márgenes del Río Salado.

 

DAÑOS REALES

Más bien, todos al emprender sus acciones, están dando la cara. Los del FOSDI, por ejemplo, si algo quieren ganar para su candidato, Gabino Cué, con las manifestaciones que han desquiciado la capital oaxaqueña en los últimos dos días, más bien están perdiendo mucho. La ciudadanía, harta de esas acciones, está tomando nota puntual de esas acciones y, llegado el momento, se los cobrará con intereses. Este escenario no es el de 2006. Y si creen que con la agitación ganan, están equivocados.

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Violencia, nuevo síntoma de descomposición social

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+ Ejecuciones, bombas, linchamientos: ¿Qué ocurre?

A golpe de vista, la imagen publicada ayer lunes en la portada de TIEMPO, y en los principales medios impresos en Oaxaca —de un joven asaltante atado por pobladores a un poste y a punto de ser linchado en la agencia citadina de Pueblo Nuevo—, evocaba algunos de los más negros episodios del conflicto magisterial y popular ocurrido en 2006. Sólo que, a diferencia de entonces, en esta ocasión había un espeluznante elemento adicional: ahora sí, los enardecidos pobladores estaban dispuestos a golpear y prender fuego al presunto delincuente. ¿Qué pasa en Oaxaca?

Sin duda, las autoridades estatales —o de cualquiera de los tres ámbitos de gobierno— podrían asegurar que estos son hechos aislados. Sin embargo, es evidente que todo incremento de los índices de violencia debe analizarse de forma conjunta y sistemática. Si bien es cierto que es improbable establecer relación directa entre hechos ocurridos en momentos, circunstancias y lugares distintos, es claro que entre todos ellos sí existen ciertos nexos causales que no deberían desdeñarse.

¿De qué hablamos? De que quiera o no aceptarlo la autoridad, en las últimas semanas ha habido un incremento importante en los índices delictivos, y de violencia social en Oaxaca, que no sólo refiere a una mayor actividad del crimen organizado o la delincuencia común, sino que también constituyen un cuestionamiento ciudadano importante a la autoridad, e incluso una afrenta directa a quienes, se considera, no han cumplido con su deber respecto a los delitos que se cometen.

Así, en el recuento, sólo la semana pasada hubo dos enfrentamientos importantes entre presuntos miembros de la delincuencia organizada, y corporaciones policiacas estatales y municipales. En Acatlán de Pérez Figueroa ocurrió, al iniciar la semana previa, un choque violento en el que los criminales demostraron su libertad de actuación, su superioridad, la impunidad con la que operan, y su implacabilidad a la hora de cumplir con sus objetivos. Sólo de ese hecho, resultaron muertas 14 personas. Ninguna baja fue para el comando criminal que ejecutó a civiles y policías no en cuestión de minutos, sino en un operativo que duró varias horas y se desarrolló en diversos sitios.

Casi al mismo tiempo hubo otro hecho importante. Una patrulla de elementos de la Policía Estatal fue atacada por un grupo de sujetos, en un poblado del distrito de Etla, cuando intentó hacer una revisión de rutina. En el ataque, los atacantes sacaron a relucir armas de alto poder y destruyeron la unidad policiaca presuntamente al arrojar una granada de fragmentación que, además, lesionó gravemente a dos efectivos de las fuerzas regionales de la Policía Estatal.

A esto se sumó la colocación de un artefacto explosivo el pasado viernes en la zona conurbada del municipio de Oaxaca de Juárez. El pasado domingo, un grupo de pobladores intentó linchar a un delincuente en la agencia de Pueblo Nuevo. En ese hecho, particularmente, los pobladores no sólo golpearon al presunto delincuente, sino que también agredieron hasta lesionar gravemente a dos elementos de las fuerzas estatales, que intervinieron para intentar rescatar al individuo a quien pretendían prender fuego.

Por si fuera poco, hace dos semanas antes un grupo de enardecidos pobladores del municipio istmeño de Salina Cruz habían golpeado, hasta casi matar, a un individuo que presuntamente pertenecía a una banda de asaltantes. Al tenerlo moribundo, y ante la mirada expectante de la autoridad, el supuesto delincuente fue rociado con combustible y quemado vivo. Hace menos de un año, aquí en Oaxaca de Juárez, otros taxistas por poco asesinan a otro delincuente.

Ante tantas afrentas y demostraciones desproporcionadas de fuerza, por parte de la ciudadanía y de grupos desestabilizadores o violentos, no es excesivo preguntarnos: ¿qué pasa con la autoridad?

AUTORIDAD, SIN RESPETO

Desempolvamos de la memoria los episodios ocurridos aquí durante el conflicto magisterial de 2006 en relación a la delincuencia, porque ante las imágenes, son lo más cercano que tenemos. Hace cuatro años, la ciudadanía cazaba a los delincuentes y los ataba en postes de energía eléctrica ante la ausencia de representantes del orden. Sólo que entonces no existía el ánimo de lincharlos. Y ahora sí. ¿De nuevo estamos en presencia de un vacío de autoridad?

La pregunta no es ociosa. Porque, en realidad, ante lo que estamos es frente a los primeros visos de un hartazgo auténtico, y un desentendimiento del orden, que comienza a materializarse a través de acciones desafiantes a la ley. Otro ejemplo claro de lo anterior, ocurrió al día siguiente de los hechos de Acatlán y Telixtlahuaca, cuando un grupo de individuos realizó pintas en una patrulla de la Policía Estatal, que se encontraba estacionada en las inmediaciones del hospital general del Seguro Social, aquí en la capital oaxaqueña, resguardando a los involucrados en los hechos del día previo.

A plena luz del día, y teniendo a agentes policiacos a unos metros, alguien “rayó” con aerosol una camioneta oficial. ¿No es esta una demostración directa de cómo la autoridad es cada vez más relativa en la entidad? Todo esto deberían comenzar a cuestionárselo no sólo quienes tienen a cargo la labor directa de seguridad pública, sino todos los que se encuentran involucrados en la manutención de esa entelequia que hoy entendemos por “Estado de Derecho”.

Si las fuerzas del orden no pueden cumplir con el combate a la delincuencia común y organizada; si los órganos de procuración de justicia se encuentran desmembrados y cumplen únicamente en lo representativo; si la ciudadanía siente que no se le hace justicia; y si a ésta misma se le permite la violencia y la justicia por mano propia, entonces en Oaxaca tendremos que estar preparados para vivir nuevos episodios de violencia y exceso, que antes ya hemos vivido y que tienen como punto de referencia no sólo el desdén por la autoridad, sino sobre todo la pérdida de la noción de dónde terminan las potestades de los particulares, y hasta dónde éstos se exceden ante la ausencia y la ineficacia de la autoridad. Las afrentas están ahí. Sólo las instancias involucradas saben si lo reconocen o no.

¿COINCIDENCIA?

Quienes pretenden desestabilizar, también pretenden revivir otros episodios de 2006. Habrá que tomar con muchas reservas la versión que la bomba del pasado viernes y otras acciones, tienen como origen la APPO o el EPR. Es lo que, desde el poder, quisieran hacer creer a la población, para asustarla. Abundaremos.

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Negociación partidista de asuntos de Estado, reprobable

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+ Hoy, día importante por registro de aspirantes en priismo

 

Aunque fragmentada, se ha conocido buena parte de la historia sobre las negociaciones y los pactos realizados entre el gobierno federal y el Partido Revolucionario Institucional, en relación al paquete económico del presente año, y la conformación de alianzas electorales en entidades como Oaxaca. Parece raro, pero en nuestro país causó poca sorpresa lo que, en cualquier otro, habría sido un escándalo de grandes magnitudes y daños para los involucrados.

Hace unas semanas, cuando la dirigencia nacional del Partido Acción Nacional presentó al ex senador Gabino Cué Monteagudo como su inminente candidato a gobernador de Oaxaca, las turbulencias se dejaron sentir en diversos frentes. Dentro de la misma coalición opositora, diversos personajes que aspiraban a obtener la candidatura a Gobernador, manifestaron su molestia por la estrategia panista de presentar inusitadamente a quien sería su abanderado.

Sin embargo, esa fue la menor de las turbulencias. En la casa de enfrente, en el Revolucionario Institucional, hicieron revivir una disputa que había comenzado desde septiembre del año pasado, cuando Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática aceptaron públicamente, por primera vez, que estaban explorando la posibilidad de unirse para participar en comicios estatales, como el de Oaxaca.

En aquellos momentos, el anuncio provocó una fuerte declaración de rechazo en la bancada priista, a lo que consideraron como “alianzas contradictorias”. Desde entonces se deslizó el amague de que la bancada tricolor condicionaría la aprobación del Paquete Económico para 2010 del gobierno federal, al compromiso de que el partido que gobierna en el ámbito federal no entablara alianzas ni para los comicios de Oaxaca, Puebla, Veracruz y otras entidades, en 2010, ni para el proceso electoral de 2011 en el Estado de México.

Tal versión, fue rápidamente desmentida por los propios priistas. En aquellos momentos, los tricolores parecían comprender que la exteriorización de un amague, y un pacto de esa naturaleza, haría cimbrar no sólo al panismo gobernante en el ámbito federal, sino también a ellos.

Y no era para menos. El solo supuesto de que se entablara una negociación a partir del presupuesto público y las alianzas electorales, entrañaba cuestionamientos que iban más allá del partidismo, y se inscribía en los asuntos de Estado. Nunca, en ningún país del mundo —y menos en las naciones que se dicen democráticas— se transigen públicamente temas eminentemente partidistas, poniendo como moneda de cambio algo tan esencial como el gasto público de la Federación.

Por eso, en un primer momento el priismo decidió mantener esa negociación, ante los ojos del público, como un mero chisme que no tenía fundamento alguno, y que más bien había sido inventado como un infundio que lo mismo trataba de amagar al Partido Acción Nacional, que de descalificar la vocación de Estado que siempre aseguran tener los tricolores. Sin embargo, es evidente que los pactos sí existieron, las consecuencias también. Y ni se diga las penalizaciones. Si todo camina como hasta ahora, el país —y no sólo priistas o panistas— se mantendrá en un estado de paralización que, incluidos azules y tricolores, pagaremos todos los mexicanos.

¿NEGOCIAR EL

GASTO PÚBLICO?

En cualquier familia, o sociedad, es una acción doblemente reprobable que una persona apueste el dinero que tiene, y el que aún no gana, en una partida de póquer, o en un juego de azar. Eso es justamente lo que hicieron, a partir de septiembre, panistas y priistas en una —aparentemente inconfesable— mesa de negociación en la que se hizo transitar el paquete económico del presente año, en un marco de relativo consenso, acuerdo y confianza del Poder Legislativo.

Cada uno tuvo sus razones. En primer término, los tricolores han utilizado con eficacia la mayoría legislativa que hoy tienen en la Cámara baja. Saben que, fundamentalmente, esa mayoría sirve para determinar el rumbo del Gasto Público de la Federación. Saben también que esa mayoría es hoy su principal herramienta de acción y negociación electoral. Y saben que el único dique al que se podrían enfrentar en su proceso de reconquista del poder federal, es el de la unión de los partidos que le son opositores, así como el intento de ganarles las batallas previas (los comicios estatales) a la gran guerra electoral de 2012.

¿Por qué, en el ámbito priista, los gobernadores Enrique Peña Nieto, del Estado de México, y Ulises Ruiz, de Oaxaca, fueron determinantes? Porque son los dos líderes regionales del priismo, que más allá de sus demarcaciones, apostaron por apoyar a más aspirantes a cargos legislativos en entidades federativas donde el priismo no es fuerte, y que por tanto tienen el control de importantes bloques parlamentarios que rebasan las solas fracciones legislativas de sus entidades federativas. Esto, además de que en Oaxaca y el Estado de México, es donde se libran las batallas electorales locales que tienen más peso moral, emocional y político, para los partidos políticos nacionales.

Empero, el panismo también tuvo sus razones para la negociación. El gobierno del presidente Felipe Calderón vio reducidos sus márgenes de maniobra, y por esa razón tuvo que llegar al extremo de pactar alianzas a cambio de la aprobación del Paquete Económico 2010. No cumplió. Y los priistas se lo han reprochado a grado tal, que dicen estar dispuestos a mostrar los documentos y demás elementos que muestran que, en efecto, el Secretario de Gobernación comprometió las alianzas, a cambio del apoyo al paquete económico.

¿Cuál es la consecuencia? Que más allá del partidismo, lo que queda en mal —y mucho— es la imagen de México. ¿Con qué confianza se ve México desde el exterior, cuando en guerras partidistas se transige con algo esencial como el gasto público? Es lo mismo, o casi, que si quisieran negociar a partir de los derechos humanos, la democracia constitucional, o las garantías mínimas de seguridad jurídica existentes. Al final, no pierde o gana el PRI o el PAN: pierde el país.

 

PRIISTAS DECLINAN

El sábado, tanto el ex dirigente priista Jorge Franco, como el edil citadino, José Antonio Hernández Fraguas, declinaron a continuar con sus aspiraciones por la candidatura a Gobernador del PRI. Ayer, hizo un anuncio similar el secretario de Administración, José Antonio Estefan Garfias. El senador Adolfo Toledo sigue en silencio. Se allana el destino de la candidatura priista.

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Fuero: Inmunidad e impunidad constitucional

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Adrián Ortiz Romero Cuevas

El pasado 23 de febrero, el pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación determinó que las opiniones de los diputados y senadores ya no estarán protegidas por el fuero parlamentario, cuando las emitan fuera de su labor legislativa, por lo que pueden ser sujetos de demandas por daño moral.

Esta determinación reavivó un añejo debate político y jurídico respecto a los alcances que tiene el llamado “fuero constitucional”, y las limitaciones que algunos sectores sociales y políticos pretenden imponer no sólo a los legisladores, sino a todos los servidores públicos y representantes populares que se exceden en sus funciones a partir de la inmunidad que les otorga la Constitución.

Esta cuestión fue particularmente abordada por el Alto Tribunal, a partir de una disputa legal habida entre dos prominentes personajes de la vida política nacional. En efecto, en mayo de 2006, el entonces diputado federal y representante del Partido Acción Nacional ante el Instituto Federal Electoral, Germán Martínez Cázares, señaló al entonces también senador de la República, Manuel Bartlett Díaz, en los términos siguientes: “La doble cara, el doble discurso, lo tienen ustedes, que ahora abrazan al artífice del fraude electoral de 1988 y presunto asesino de Manuel Buendía, a Manuel Bartlett, que ahora lo tienen que abrazar y besar en su partido”.

Ante tales acusaciones, el priista demandó judicialmente, por daño moral, al panista. El Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal falló a favor de Martínez Cázares, justamente por considerar que tales declaraciones las había realizado en el contexto de la inmunidad que en aquellos momentos le otorgaba la Constitución federal. Ante tal decisión, Bartlett acudió a la justicia federal; y ante la interrogante de interpretar directamente un precepto de la Constitución, el asunto fue atraído por el Máximo Tribunal.

¿Qué decidió la Suprema Corte? Su resolución, fue la de conceder un amparo a Manuel Bartlett, para que el Tribunal de Justicia del Distrito Federal emita una nueva sentencia en torno a la demanda aludida, tomando en consideración que al momento de hacer las imputaciones, Martínez Cázares no gozaba de la inmunidad constitucional respecto a las opiniones vertidas.

Al respecto, la mayoría de los ministros coincidieron en que si bien el artículo 61 constitucional establece la inmunidad de las expresiones de legisladores, ésta no puede ser extensiva a los ámbitos ajenos al Congreso, como sucedió con Martínez, cuando habló como representante partidista y no como diputado.

“No comparto la idea de que la inviolabilidad parlamentaria significa impunidad e irresponsabilidad, por lo que se dice en el ejercicio público de un cargo. No puede afirmarse que esta garantía se haga extensiva de manera irrestricta a otros ámbitos del quehacer público en el que el diputado o el senador participa, pues es solamente en el ejercicio estricto de sus funciones”, aseguró la ministra Olga Sánchez de acuerdo con información obtenida del diario Reforma.

Del mismo modo, el ministro Arturo Zaldívar distinguió al fuero de la inmunidad parlamentaria en opiniones, pues ésta no es un derecho adquirido por diputados y senadores, sino una garantía institucional que gozan dichos representantes, sólo mientras desempeñen su función legislativa.

Argumentos como éstos, fueron suficientes para que una mayoría de ocho ministros votara a favor de limitar la inmunidad constitucional respecto a las opiniones vertidas; y para que en el Congreso federal reviviera el debate no sólo sobre la libertad de opinión de los legisladores, sino también sobre la revisión integral del fuero constitucional que los protege.

LAS RAZONES DEL FUERO

El fuero no es un aspecto privativo ni de nuestro tiempo ni de nuestro sistema constitucional ni de nuestro país. Dicha figura ha existido en diversas épocas y en prácticamente todos los órdenes jurídicos para salvaguardar el debate público y la independencia de quienes ejercen las funciones del Estado.

En las razones teóricas, el fuero constitucional existe para proteger a los servidores públicos por los embates de que se pudieran hacer objeto como consecuencia de sus funciones. De hecho, no son sólo los legisladores federales, sino una amplia gama de servidores públicos del ámbito federal y estatal y funcionarios judiciales, los que se encuentran amparados por dicha figura. La razón es que tanto en las funciones ejecutivas, como judiciales y legislativas, los asuntos de Estado muchas veces se contraponen con los intereses de ciertos grupos económicos, de poder o facciones que pretenden acotar o limitar la función pública de control.

Esa contraposición podría reflejarse en aspectos judiciales. Y en lo que concierne al fuero constitucional en relación a las acciones judiciales que pueden emprenderse en contra de los servidores públicos y representantes populares antes mencionados, éste se estableció para protegerlos de posibles acciones jurídicas emprendidas ex profeso para perjudicarlos cuando éstos tomen decisiones trascendentales, como representantes del Estado, en contra de un grupo, corporación o factor de poder.

Al estar amparados por dicha figura, los representantes de los poderes tienen amplias posibilidades de ejercer sus funciones con independencia y seguridad de que no serán reconvenidos, a través de acciones judiciales revanchistas, por sus posiciones políticas, actuaciones, determinaciones y demás. Esta es una garantía del servicio público, y del debate y actuaciones plenas de quienes lo representan.

DEBATE, GARANTIZADO

El artículo 61 de la Constitución federal establece que “los diputados y senadores son inviolables por las opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, y jamás podrán ser reconvenidos por ellas. El Presidente de cada Cámara velará por el respeto al fuero constitucional de los miembros de la misma y por la inviolabilidad del recinto donde se reúnan a sesionar.” ¿Qué significa esto?

Estas son las garantías esenciales, que la Constitución establece para el libre ejercicio del debate parlamentario. En el supuesto, se establece que ningún legislador puede ser reconvenido por sus opiniones cuando desempeñan sus encargos, justamente para que éstos tengan plenas posibilidades de debatir, argumentar e incluso señalar cuestiones relevantes que, en otras circunstancias, serían imposibles de señalar.

Lo mismo ocurre con lo relativo al recinto legislativo. La inviolabilidad de los recintos legislativos que expresamente establece la Constitución, tienen como objeto hacer de ellos espacios libres en los que no pueda actuar más fuerza y autoridad que la de los propios legisladores. Ese es el conjunto de garantías que, en otro sentido, se han asumido como sinónimos de extraterritorialidad, impunidad y libertad absoluta para convertir el debate en diatriba, y la inmunidad e inviolabilidad como sinónimos de espacios libres en los que se puede transgredir la ley sin el menor recato.

EXCESOS LEGISLATIVOS

No son escasos los ejemplos de cómo, ante la existencia de actuaciones cuestionables o cuentas pendientes con la justicia, un partido —o facción de éste— impulsa a cierto personaje para ganar un cargo legislativo y, así, gozar de la inmunidad que ofrece la Constitución. En Oaxaca, y en el país entero, existen abundantes ejemplos de cuestiones como esa.

Una situación así, implica al menos dos cuestionamientos: el primero, que hoy el fuero constitucional es utilizado lo mismo como sinónimo de inmunidad constitucional para garantizar el libre debate, que como una herramienta a través de la cual se busca la protección en contra de una efectiva y justificada acción de la justicia. Además, y por si fuera poco, en diversos momentos, diversos legisladores utilizan lo que entendían como “inmunidad parlamentaria” no sólo para debatir libremente, sino también para atacar, descalificar y agredir reputaciones, personas y corporaciones, cobijados en el entendimiento de que, por disposición constitucional, no podían ser convenidos al respecto.

RESISTENCIA PARLAMENTARIA

Ante la determinación de la Suprema Corte respecto a la inmunidad parlamentaria, diversas fracciones legislativas se pronunciaron en contra, e incluso el senador priista Jesús Murillo Karam, lamentó que cuando “fuera al baño” y saliera del recinto legislativo, dejara de tener la protección que le otorgaba la Constitución.

Es cierto que, en uno de los polos, comenzar a judicializar una de las garantías del debate parlamentario podría llevar a entorpecer la labor de las cámaras federales mexicanas; pero que, en el otro, continuar con la vieja usanza que llevaba a entender el fuero como un sinónimo de inmunidad e impunidad, no haría más que permitir la continuación de una práctica excesiva de los legisladores que atenta no sólo contra la honra o la reputación de personas o grupos, sino sobre todo contra su propia responsabilidad y decoro como representantes populares.

Evidentemente, la gran mayoría de los legisladores se pronunció, de entrada, en contra de los resolutivos de la Corte. Sin embargo, habrá de ser necesario un debate más sereno al respecto, en el que ellos mismos manifiesten la disposición a revisar y, en su caso, acotar sus alcances y actuaciones como fuerza democrática, y no simplemente tomen un debate de esta naturaleza como una equivalencia de agresiones, menoscabos o ataques en contra de la función legislativa, y las libertades y garantías esenciales que ésta conlleva.

Día de la bandera: ¿Qué representa?

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+ Identidad nacional: Dilemas del regionalismo

Pareciera raro, pero cada vez son menos las personas que saben bien a bien por qué el 24 de febrero de cada año, se celebra en México el Día de la Bandera. Ese, que acaso es el más conocido y de mayor referencia entre nuestros símbolos patrios, es hoy un icono imprescindible de unidad e identidad entre los mexicanos, no sólo como integrantes de una misma nación, sino también como parte de una misma cultura y origen social. Sin embargo, más allá de eso tendríamos qué preguntarnos algunos porqués de nuestra bandera, y de cuáles fueron los episodios históricos que determinaron su existencia hasta nuestros días.

La celebración del día de la bandera, que ocurre cada 24 de febrero, no evoca en sí misma al lábaro patrio. Es la conmemoración que también simboliza la más importante declaración de independencia de México respecto de la Corona Española, ocurrida en esa fecha, pero del año de 1821. En la población de Iguala, en el actual estado de Guerrero, don Agustín de Iturbide y el general Vicente Guerrero proclamaron el Plan de Iguala, en el que declararon la independencia del país, así como otros principios que resultaron ser determinantes en la emancipación de México.

El Plan de Iguala establecía una serie de criterios políticos y de organización del poder, regidos en tres pilares que entonces fueron considerados como fundamentales para la existencia de la nación mexicana. Dicho plan, establecía la emancipación de México, y el establecimiento de una monarquía constitucional, que habría de ser ofrecida al Rey Fernando VII o a algún otro monarca europeo (porque hasta entonces se pensaba en una separación, pero no en la modificación del esquema de gobierno que había regido a la Nueva España durante los últimos tres siglos); entre sus postulados establecía la eliminación de las distinciones raciales, proclamaba ciertas libertades y derechos de las personas hasta entonces no reconocidos. Y establecía como sus principios fundamentales el establecimiento de la Independencia de España, el catolicismo como religión única y la unión de todas las regiones, grupos sociales e intereses, en la nación mexicana.

Estos tres últimos principios, son los que dieron origen al Ejército de las Tres Garantías; fue llamado así, porque existía la seguridad de que respetando esos tres principios (independencia, religión y unión) habría posibilidades plenas de alcanzar la independencia y consolidar una nueva nación, unida e identificada por rasgos comunes.

Dicho Ejército (que conjuntaba a fuerzas e intereses tan importantes como los representados por Guerrero e Iturbide) sería el encargado de proteger y establecer las tres garantías. Y como símbolo se confeccionó, ahí mismo en Iguala, una bandera con los colores verde, blanco y rojo, enmarcadas por el escudo de un águila coronada devorando a una serpiente, que daría identidad a la empresa independentista y se convertiría en un símbolo perdurable para todos los mexicanos.

Por ello, están —por decir lo menos— equivocados quienes, en casa y en las escuelas, aseguran que los colores de la bandera nacional representan “la esperanza (verde), la unidad (blanco) y la sangre derramada por los héroes (rojo)”; en realidad, la bandera nacional, tiene como significación la independencia, la religión y la unión, que desde el primer momento le dieron origen y cuyo significado no ha cambiado, ni tendría por qué hacerlo.

IDENTIDAD NACIONAL

¿Por qué asegurar que la significación de la bandera no ha cambiado, ni tendría por qué hacerlo? Porque, se acepte o no, esos siguen siendo los tres elementos esenciales de nuestra nación. Los eventos políticos y armados más importantes de nuestra historia, han ocurrido alrededor de la preservación de nuestra independencia; en la lucha por la ubicación de la religión como un elemento más de la identidad nacional que, sin embargo, debe ubicarse al lado y no por encima de los asuntos propios del Estado; y por la concreción efectiva de la unión en un solo proyecto nacional.

Veamos si no. El primer esquema de gobierno de la nación mexicana era el de una monarquía constitucional. En un principio se consideró ofrecer la Corona al rey Fernando VII, para que la gobernara pero ya sin la dependencia de España; al no reconocer éste la independencia de México, algunas fuerzas nacionales dieron su apoyo a Iturbide para que éste se proclamara emperador.

Sin embargo, pronto diversas regiones del país se pronunciaron en contra del imperio y el centralismo, y fue esto lo que en gran medida impulsó la búsqueda de una forma de organización política basada en el esquema federal, que reconociera la forma de determinación y la autonomía propia de las diversas regiones y provincias que entonces existían en el territorio que hoy, y antes, era parte de México.

Luego, otras guerras existieron en función de la independencia nacional, de los excesos y el control de la religión católica, y de la urgencia por mantener la unidad e identidad nacional frente a los embates anexionistas o intervencionistas de otras naciones. La independencia fue defendida no sólo cuando los franceses intervinieron México y trataron de imponer un segundo imperio, sino también cuando las batallas entre liberales y conservadores implicaban el regreso no sólo de la monarquía, sino de las formas de gobierno que contravenían los principios, derechos y libertades que se habían conseguido a partir del proceso independentista que se concretó, formalmente, en el año de 1821.

Hoy, los problemas de México poco tienen que ver con la identidad. A diferencia de otros países, en los que existen claros intentos separatistas, aquí podemos atrevernos a decir que pocos, pero en verdad muy pocos, son los mexicanos que ponen en duda o reniegan de su identidad. Incluso los grupos armados que existen en nuestro país —que son el ejemplo más hostil de las reivindicaciones sociales y políticos— siempre establecen como uno de sus principios esenciales el de la identidad como mexicanos, e incluso utilizan la bandera nacional como principal símbolo de las causas que abanderan.

OTRAS AMENAZAS

Sin embargo, ello no significa que México no esté sujeto a presiones y hostilidades importantes. Más bien, éstas se encuentran incrustadas en los grupos que están buscando mellar en el ejercicio pleno de la democracia, y la legitimidad de algunas instituciones. Las grandes discusiones nacionales debaten sobre el control del poder, pero no en nuestra viabilidad como nación, en la continuación de la forma de gobierno o el modelo de Estado.

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Radio Zaachila: ¿comunitaria o de Sección 22?

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+ Radio Plantón y el eco del conflicto magisterial

Al iniciar la semana, fue dado a conocer que a una estación de radio comunitaria, Radio Zaachila, le fue otorgado un permiso de operación por parte de la Comisión Federal de Telecomunicaciones. El anuncio fue realizado en la sede de la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, y ahí, el dirigente de ese gremio, Azael Santiago Chepi, aseguró que otra frecuencia hasta ahora ilegal, Radio Plantón, se encuentra en proceso de conseguir su respectiva autorización por parte de la instancia federal. ¿Qué podemos esperar de esas decisiones del gobierno federal?

Este asunto tiene, de entrada, dos vertientes. Porque por un lado, se encuentra el aparente triunfo de un sector de la radiodifusión que por mucho tiempo ha batallado por el reconocimiento legal y gubernamental, de un tipo de frecuencias que son altamente benéficas, pero que no se encuentran reconocidos y reglamentados en las normas actuales.

Pero frente a este aspecto, y en el caso particular de Oaxaca, existe también la amarga experiencia de cuando la llamada “radiodifusión alternativa” cae en manos irresponsables y es utilizada no con fines culturales o de difusión social, sino como un instrumento para la agitación social y la desestabilización política. Sería imposible, e irresponsable, dejar de tomar en cuenta el papel que jugó la radiodifusión durante el conflicto magisterial y popular de 2006 en Oaxaca.

En la primera de las vertientes, hablamos de lo que se conoce como “Radios comunitarias”. Éstas existen en todo el país y, en su gran mayoría, no cuentan con reconocimiento alguno ni regulación por parte del gobierno federal. En la esencia de ese tipo de radiodifusoras, se establece que éstas sirven como instrumento de difusión no sólo de ciertos acontecimientos relevantes para comunidades rurales e indígenas, sino como un eficaz medio de comunicación en el aspecto social. Las estaciones radiofónicas comunitarias, han ayudado en gran medida a difundir aspectos de salud, culturales, sociales y de identidad en las comunidades en las que se desenvuelven.

Sin embargo, este tipo de radiodifusoras no cuenta con reconocimiento por parte de la Ley Federal de Telecomunicaciones ni de la Ley de Radio y Televisión. En éstas, y particularmente en la segunda de las citadas, se contempla únicamente la existencia de frecuencias concesionadas y permisionadas; justamente, quienes impulsan las radios comunitarias buscan una tercera vía a través de la cual se reconozca a los que buscan hacer radiodifusión comunitaria, que no necesariamente tiene que ver con aspectos comerciales o culturales, como los hasta ahora comprendidos en las normas vigentes.

Lamentablemente, en el aspecto legal no ha habido eco en los proyectos de reforma existentes. De hecho, cuando en 2005 se aprobó la llamada “Ley Televisa”, uno de los grandes cuestionamientos tenía que ver con el hecho de que no existía mayor reconocimiento a los aspectos sociales en el uso del espectro radioeléctrico, y todo se hacía girar alrededor de las concentraciones y capitales económicos, en los que dicha televisora, y su competidor directo, Televisión Azteca intentaron hacer girar todos los intereses relativos a la explotación de frecuencias de radio y televisión en el país.

La llamada Ley Televisa, fue declarada inconstitucional en 2008; la Ley de Radio y Televisión regresó a su texto original. Hasta ahora, ha habido por lo menos dos intentos por reformarla. Pero en éstos, el Congreso de la Unión no ha manifestado un interés genuino por dar reconocimiento y regulación específica a las radios comunitarias.

RADIO MANIPULACIÓN

Sin embargo, junto a todos los aspectos positivos de las radios comunitarias, y en contraposición, se encuentra la experiencia de Oaxaca. Hasta ahora, son menos de 20 las estaciones de ese tipo que han recibido reconocimiento legal por parte de las instancias federales.

Además de la recién reconocida Radio Zaachila, otras tres estaciones (una en Santa María Tlahuitoltepec, mixes; otra en Mazatlán Villa de Flores, y la tercera en San Antonino Castillo Velasco) habían recibido antes la autorización de operaciones. Lo importante de esta última autorización, sin embargo, es que existe una vinculación manifiesta y reconocida entre los operadores de la frecuencia y el sindicato magisterial que encabezó la revuelta del 2006.

Nada habría que decir al respecto, si no fuera porque Radio Plantón, y todas las estaciones de radio que ilegalmente fueron ocupadas por los grupos inconformes durante el conflicto magisterial, fueron el detonador de la grave crisis social que ocurrió en Oaxaca. Lo acepten o no en la actualidad, en aquellos momentos hubo un entendimiento específico sobre la importancia de las frecuencias, y fue a través de éstas que se multiplicó el llamado a la rebelión y se incitó a la población a emprender acciones no siempre confesables.

Si bien se recuerda, el gobierno estatal únicamente pudo contrarrestar algunos de los efectos que había tenido el uso de la radio por parte de los grupos inconformes, cuando ellos mismos establecieron una radiodifusora, también ilegal, denominada “Radio Ciudadana”, a través de la cual se manifestaban todos aquellos que estaban en contra de quienes encabezaban la revuelta social.

En ese sentido, una de las condiciones que impuso la Sección 22 del SNTE al gobierno federal, para ceder en las acciones violentas del conflicto, fue justamente que se iniciara el proceso de reconocimiento de varias estaciones vinculadas a ellos, principalmente Radio Plantón. Hoy, según lo que se ve, el magisterio oaxaqueño está comenzando a tener respuestas positivas y cumplimiento a los compromisos pactados.

¿ARMA POLÍTICA?

Lo relevante, en todo esto, radicará en el modo en cómo se conducirá tanto Radio Zaachila, como Radio Plantón, y las demás frecuencias que pudieran llegar a tener reconocimiento de la Cofetel. Si se conducen con corrección, habrán de ser altamente benéficas para sus comunidades. Si tomamos en cuenta que este es un año electoral, y que la Sección 22 jugará sus propias posiciones dentro del proceso sucesorio, entonces habremos de ver cómo el propio gobierno federal habrá legitimado un instrumento que serviría para fines distintos a los que, en sí mismas, buscan las estaciones de radio comunitarias, en Oaxaca, y en el país.

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