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Relación gobierno-Sección 22: quitan de en medio a los sectores radicales

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S22

+ Acuerdos de diciembre son muy trascendentes para estar sujetos a radicales


 

Este fin de semana el gobierno de Oaxaca y la Sección 22 del SNTE establecieron acuerdos importantes que lo que buscan es darle estabilidad a sus relaciones y negociaciones del presente año. Para ambos bloques, resulta por demás trascendente defender los acuerdos del siete de diciembre del año pasado. Pero para que eso ocurra era necesario establecer los parámetros de influencia que pueden tener los sectores más radicales del magisterio, al interior de sus órganos de decisión. Por eso, lo establecido el sábado por la dirigencia de la Sección 22 resalta en la consolidación de sus acuerdos.

En efecto, a través de su Secretario de Prensa y Propaganda, la Sección 22 anunció que actuará con “mano firme” contra “aquellos traidores y mercenarios del movimiento que en reiteradas ocasiones han intentado violentar y bloquear los diferentes acuerdos tomados en las asambleas estatales anteriores y la última reciente, en donde con toda puntualidad se ha acordado el cumplimiento de la minuta del 7 de diciembre del 2016, la misma que contempla el tema de regularizados y su certeza laboral a partir del cumplimiento del proceso administrativo, señaló que este grupo de compañeros ha sido utilizado como bandera por los mercenarios y traidores del movimiento a fin de conseguir dividendos económicos”.

Del mismo modo, la Comisión Política de la Sección 22 expresó que “se debe denunciar a todos aquellos dirigentes que impidan o intenten boicotear los acuerdos de asambleas estatales, a aquellos que se movilicen al margen de los acuerdos de las instancias de toma de decisiones y lo más grave, que intenten señalar o afectar a aquellos que han cumplido con la minuta respecto al tema de regularizados, y que amenacen o amedrenten a los compañeros que de manera disciplina a los resolutivos de las asambleas estatales y mesas de trabajo”.

La propia Sección 22 reconoció que sus agremiados que son parte del acuerdo del siete de diciembre del año pasado “asistirán a la ciudad de Puebla para presentar su evaluación que los Acredite como trabajadores con movimiento 95, todos los que asistan a la evaluación estarán siendo respaldados por este movimiento y los niveles serán garantes del cumplimiento de todas las partes”, y exhortó a toda la estructura del Comité Ejecutivo Seccional “a estar vigilantes de denunciar a todo esquirol que se movilice al margen de las instancias de este movimiento”.

¿Por qué es tan importante este reconocimiento expreso al acuerdo del siete de diciembre? Lo es porque, en términos económicos, ese acuerdo tiene gran significado para el propio magisterio primero por el monto económico que representa, pero también por su trascendencia política dentro del movimiento magisterial, porque lo que hicieron tanto la SEP como el IEEPO y la Sección 22, fue avalar un acuerdo —el del siete de diciembre— que tiene un costo anual superior a los mil 200 millones de pesos.

Eso es lo que cuesta la regularización de las más de cuatro mil plazas docentes y administrativas que demandaba la Sección 22, y por eso este acuerdo era también muy importante para la dirigencia magisterial que encabezaba Rubén Núñez Ginez al momento de la firma, y que es lo que ahora está defendiendo el sucesor de Núñez, Eloy López Hernández.

VAN TRAS EL ACUERDO

Este acuerdo, de hecho, es la más importante conquista que la Sección 22 ha conseguido desde que se rompió el diálogo previo a los comicios federales de 2015, cuando Gobernación dio por concluidas las negociaciones de orden político con el magisterio oaxaqueño, y canalizó todas las demandas a la autoridad administrativa en la Secretaría de Educación Pública.

En este sentido, para la SEP y el IEEPO era muy importante avanzar en esta negociación, así tuviera que generar cuatro mil plazas más con cargo al presupuesto educativo federal, y permitir que éstas fueran un logro político de la Sección 22, y no del gobierno de Oaxaca. Esa importancia radicó siempre en el hecho de que asegurar esas plazas significaba, primero, desactivar la principal demanda magisterial de los últimos años; y, segundo, afianzar la realización de los procesos de evaluación, a los que quedarán supeditadas esas nuevas plazas ya regularizadas.

De hecho, si se revisa el pliego de demandas de la Sección 22 en el último año, la regularización de esas más de cuatro mil plazas era la que estaba a la cabeza, de entre todo lo que sí podía ser alcanzable. Es decir, que al margen de las demandas políticas (como la abrogación de la reforma educativa, la libertad de los presos políticos y algunas otras), la exigencia de la regularización de dichos trabajadores es para la 22 oxígeno puro en su necesidad de demostrar que sigue teniendo capacidad para avanzar en sus demandas sustantivas, como las salariales y de condiciones de trabajo de sus agremiados.

Para el IEEPO y la SEP, avanzar en esa negociación era también importante porque lo que han buscado es la implementación gradual de la reforma educativa, y el establecimiento de una relación más civilizada con las secciones integrantes de la Coordinadora. En esencia, eso es lo que explica por qué el acuerdo del siete de diciembre fue tan trascendente; por qué lo llevó de inmediato la dirigencia a su Asamblea Estatal; y por qué, aunque la propuesta fue inicialmente rechazada por la Plenaria del magisterio oaxaqueño en diciembre del año pasado, de todos modos era previsible que al final dicho acuerdo sería confirmado por la Asamblea Estatal y avalado por el Comité Ejecutivo para no poner en riesgo la regularización y la estabilidad laboral de los más de tres mil nuevos integrantes que tiene la Sección 22 gracias al acuerdo.

En esa lógica, queda también claro por qué desde hace por lo menos un mes y medio el gobierno y la Sección 22 han venido trabajando en la construcción de este acuerdo que se concretó el fin de semana. Tenían que construir el acuerdo milimétricamente de tal forma que cuando se diera a conocer, quedara claro que ni el gobierno ni el propio Comité Ejecutivo le darían más cabida ni eco a los grupos radicales que reiteradamente intentaron romper esta importante posibilidad de acuerdo, y que —algunos— lo hicieron como una respuesta de los grupos políticos a los que ellos responden, pero que —otros— lo hicieron porque tienen una especie de convicción por no aceptar ninguna negociación con el gobierno porque para ellos eso significa claudicar en su movimiento y traicionar las causas por las que iniciaron sus movilizaciones.

Esto resulta importante para todos, porque el gobierno de Alejandro Murat debe preparar sus verdaderas baterías de negociación y diálogo rumbo al año próximo, que es de elección presidencial; y para la Sección 22 también era relevante porque al menos en 2017 esto deja prácticamente conjurada la posibilidad de un paro indefinido de labores, y los deja también a salvo en el proceso de acumulación de fuerzas para poder participar políticamente en la elección presidencial del próximo año, a través de sus ya conocidos mecanismos de influencia en los procesos electorales.

¿QUÉ SIGUE?

Administrativamente, continuarán las mesas de trabajo entre el gobierno y la Sección 22, para establecer los “cómos” que le darán contenido y estructura a los acuerdos ya alcanzados. Políticamente, lo que queda es generar las condiciones para que el previsible enrarecimiento que intentarán sembrar los grupos radicales, no merme el delgado equilibrio que está intentando alcanzar la relación gobierno-sindicato en las condiciones actuales.

Contrarreforma penal: ¿de verdad no podemos seguir las nuevas reglas?

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Mancera

+ La intención por el retroceso viene desde la reforma en derechos humanos


Apenas se cumplió el primer año de la entrada en vigor del sistema de justicia penal acusatorio, y un peligroso cúmulo de voces se pronuncia reiteradamente a favor de una reforma que frene al sistema de justicia. La razón principal que se esgrime radica en que la modificación del esquema actual es necesaria, a partir de que en el último año se ha incrementado la delincuencia por la laxitud del nuevo sistema de justicia, que permite a los imputados por diversos delitos se les procese en libertad. Esa tentación, que no es nueva, debe ser frenada.

En efecto, hay voces como la del jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera Espinosa, quien tomó la bandera de la contrarreforma en materia penal como propia, a partir del desbordamiento de la delincuencia que había tenido más de una década controlada al menos en la capital del país. Como hoy la comisión de ciertos delitos violentos ha vuelto a florecer en la Ciudad de México, Mancera pareció hallar su justificación idónea en el nuevo sistema de justicia y no en el descontrol operativo que su propio gobierno generó frente a la delincuencia.

En esa lógica, Mancera ha seguido adelante y en el camino ha ganado otras voces que hoy se pronuncian en el mismo sentido. En el primero de los casos, Mancera sostiene que el sistema penal acusatorio “tiene bondades, sobre todo en transparencia, en derechos humanos, en seguridad y en una exigencia de mayor capacitación”, pero advierte que “cuando pasamos a la práctica, hay problemas que se deben afinar”. Por eso, dice que la Conago —que él preside actualmente— ha preparado un documento que tiene toque de reforma constitucional y procesal, para 34 o 35 artículos.

De acuerdo con Mancera, uno de los problemas es lo que calificó de liberación masiva de delincuentes. La curva es perfectamente observable, dice. Lo vivimos en todas y cada una de las entidades y lo tenemos que complementar, pues es un tema de interpretación, que tiene un margen muy abierto; es algo de lo que consideramos en el análisis, más el consenso de la Conago

En esa misma lógica se ha pronunciado el comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales Heredia, quien consideró que el incremento delictivo que se registró el mes de mayo —el más alto en veinte años—, se debe a que el Nuevo Sistema de Justicia Penal dejó fuera la prisión preventiva a delitos cometidos con arma de fuego. Pues de acuerdo con el corte sobre incidencia delictiva del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el mes de mayo registró dos mil 186 homicidios dolosos, por lo que superó a este mes pero, del 2011 que alcanzó dos mil 131. Sin embargo, hay un delito que es la portación de arma de fuego reservada para uso exclusivo del Ejército, que ahora no amerita prisión preventiva oficiosa, antes de junio del 2016 si. Esto ocasiona que al detener personas con armamento de alto poder, por ley, el juez ordena que sigan su proceso en libertad.

Sales atribuyó la alta incidencia de homicidios al sistema de justicia penal, por lo que también se sumó —sin apoyar directamente a Mancera, aunque sí argumentando en el mismo sentido—, a quienes dicen que es necesaria una reforma al sistema de justicia penal, dicen que no para desmantelarlo sino para “mejorarlo”. Esa mejora, sin duda, implicará necesariamente un retroceso, ubicado coloquialmente como lo que se entendería una contrarreforma.

¿Por qué una contrarreforma? Porque a diferencia del sistema inquisitivo, que establecía penas de prisión a partir de la existencia de un amplísimo catálogo de delitos considerados como graves, en el nuevo sistema de justicia penal acusatorio son muy pocos los delitos por los que se decreta la pena de prisión preventiva oficiosa —homicidio, secuestro, violación, y delincuencia organizada, entre algunos otros— al ser considerados como graves.

Sin embargo, frente a la comisión todos los demás delitos, tanto el ministerio público como el juez, en cada caso, deben valorar una serie de circunstancias para solicitar la aplicación de alguna medida cautelar, con los límites que establece la propia ley, como en el caso de lo que señala hoy Sales Heredia respecto al delito de portación de arma de fuego.

TENTACIÓN REGRESIVA

Algo más o menos similar ocurrió cuando en 2011 se aprobó la reforma constitucional en materia de derechos humanos, que es considerada la más importante de los últimos tiempos. Esa modificación a la Constitución de la República estableció en el punto más alto de la escala jurídica a los derechos fundamentales de las personas, e incorporó a la legislación nacional todos los tratados internacionales firmados y ratificados por México en los que estén contenidos derechos fundamentales, incluso independientemente si esos tratados tienen como fin normar derechos humanos, o si éstos se desprenden de alguna parte de su contenido, aún persiguiendo los tratados otros fines.

Esta cuestión alarmó a diversos sectores económicos y políticos que luego también pugnaron por una contrarreforma. En muchos de los casos, los detractores de dicha reforma señalaban que la incorporación al orden jurídico nacional de la legislación internacional en materia de derechos humanos, era algo así como abrir la caja de pandora porque se desconocían los alcances que pudieran llegar a tener la aplicación de dichas normas y las resoluciones basadas en esas nuevas disposiciones. En términos generales, sectores como el bancario le temían enormemente a que un mayor garantismo jurídico pusiera en riesgo el estado de cosas favorable a ellos que han defendido con todo denuedo durante décadas.

Afortunadamente, en aquellos momentos —los años 2012 y posteriores— los sectores que se pronunciaban contra la reforma no hallaron el suficiente eco entre los sectores políticos más influyentes del país, como para poder impulsar una contrarreforma en esa materia y hacerla transitable en el Congreso de la Unión. El problema hoy en día, sin embargo, radica en que parece existir cierto consenso entre los gobernadores a favor de una contrarreforma al sistema de justicia, y eso sí podría abrir la posibilidad real de que eso se concretara, máxime si se considera que también el gobierno federal parece estar viendo la situación en ese mismo sentido.

Pues resulta que, en el caso de los gobernadores, éstos generalmente tienen amplia capacidad de interlocución con los diputados federales y senadores por su estado, y una reforma al sistema de justicia penal no pasaría por la Constitución, sino básicamente por la modificación de varios artículos del Código Nacional de Procedimientos Penales para “moderar” el garantismo actual de la ley. La Conago puede impulsar cualquier cantidad de iniciativas pero se seguirá enfrentando al hecho de que, jurídicamente, la Conago no existe. Sin embargo, lo que sí tienen es la suficiente fuerza a través de sus diputados y senadores, como para impulsar la contrarreforma, y como para tratar de convencer a la sociedad mexicana, de que la ley intenta ser bondadosa en un mundo sin moral, y que por eso es mejor envilecer la ley para adecuarse a los torcidos cánones sociales de la actualidad mexicana.

OTRAS CONTRARREFORMAS

¿Alguien recuerda un intento más? Ahí estuvo el de Gabino Cué, durante años, por lograr una contrarreforma en materia educativa para congraciarse con la Sección 22. De ese tamaño son los miedos y los complejos de algunos, frente a la modificación del panorama jurídico y social. Es importante no olvidar cada uno de los decimonónicos intentos contrarreformistas y reaccionarios que ha padecido nuestro país en los tiempos actuales.

Nochixtlán: un año después, una riña pone en claro qué intereses pululan

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Fuerza

+ Peimbert, fustigado por su empecinamiento de mantener latente el conflicto


La riña que se suscitó el pasado 19 de junio en uno de los actos conmemorativos al primer aniversario del desastre de Nochixtlán, entre personas afines al ombudsman local Arturo de Jesús Peimbert Calvo, e integrantes de otras organizaciones periféricas de la Sección 22 del SNTE, es una muestra clara de cómo la aparente lucha por la defensa de las víctimas de aquellos hechos, se encuentra plagada de intereses y posiciones políticas que no necesariamente tienen que ver con la justicia y la reparación a las víctimas, sino con el empecinamiento de mantener viva la crisis incluso a costa del dolor y la revictimización de quienes sí sufrieron algún quebranto en la refriega del año pasado.

En efecto, desde el fin de semana se realizaron tanto en la capital oaxaqueña como en Nochixtlán, diversas actividades conmemorativas al primer aniversario del enfrentamiento en aquella comunidad de la Mixteca oaxaqueña. Cada quien por su lado, tanto la Sección 22 del SNTE como algunas organizaciones afines al titular de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca, Arturo Peimbert Calvo, realizaron actividades encaminadas a rememorar los hechos de aquel fatídico 19 de junio de 2016, así como a denunciar otras violaciones a derechos humanos por parte del gobierno estatal y federal en los últimos años.

Por un lado, la Sección 22 realizó varias actividades culturales y de denuncia, y organizó también una marcha en la capital oaxaqueña además de una caravana rumbo a Nochixtlán. Peimbert, por su lado, invitó al ombudsman nacional, Luis Raúl González Pérez, a encabezar varias actividades como si fueran activistas particulares, y no titulares de sendos organismos autónomos del Estado, encargados de proteger los derechos fundamentales de las personas. Como haya sido, Peimbert y González Pérez dejaron de lado cualquier posibilidad de establecer un criterio equilibrado de acuerdo a su investidura y funciones institucionales, y asumieron el rol de denunciantes como lo hacen integrantes de organizaciones civiles cuya única función se centra en denunciar los excesos de unos sin hacer la revisión de fondo del contexto en el que ocurrieron los hechos.

Así llegaron a Nochixtlán el 19 de junio. Por un lado, Peimbert y las organizaciones que lo respaldan, continuaron con su agenda de actividades; y por el otro, la Sección 22 y sus organizaciones periféricas desahogaron su propio programa de trabajo. La trifulca ocurrió cuando, por la tarde, coincidieron en la población las actividades de Peimbert con las de algunos grupos relacionados con el magisterio. Los ánimos no se moderaron porque en realidad existe un cuestionamiento de fondo relacionado con el empecinamiento de algunos grupos porque no se llegue a una solución de fondo en lo relativo a la reparación de las víctimas del enfrentamiento.

Pues resulta que concretamente, la Sección 22 no ha sido obstáculo para que el gobierno federal y estatal brinden las atenciones necesarias a las víctimas para continuar su proceso de la reparación —económica, médica, moral, psicológica, emocional, social, etcétera—, sino que ésta se ha centrado en exigir el castigo —que todavía no llega— para quienes ordenaron y ejecutaron las acciones que dieron como consecuencia ocho muertos y más de un centenar de heridos durante la refriega del 19 de junio.

En esa lógica, la Sección 22 ha reprochado duramente a otras organizaciones, afines a Peimbert Calvo y a los sectores radicales de la Iglesia Católica, que hayan tomado indebidamente el control de varios de los sectores organizados de la población de Nochixtlán que se supone que tienen como objeto pedir justicia, para llevarlos por el ominoso camino del enredo y la obstaculización sistemática a cualquier solución, en aras justamente de mantener vivo el conflicto, la exigencia y las banderas políticas que eso significan.

PEIMBERT Y SUS EXIGENCIAS SIN SENTIDO

A lo largo del presente año, los grupos de víctimas de Nochixtlán a los que ha comandado Arturo Peimbert, han hecho de todo para no llegar a la solución de sus demandas. A lo largo del presente año, por ejemplo, retuvieron varias veces a los funcionarios federales que venían a atender las mesas de trabajo con las víctimas, y de igual manera se dedicaron a maltratar al personal que venía también enviado por el gobierno federal para brindar atención médica a quienes sufrieron alguna afectación a su salud e integridad física.

Luego, cuando lograron construir el acuerdo para el establecimiento de un esquema reparatorio, Peimbert azuzó a sus afines para que exigieran medidas de reparación que eran incosteables, imposibles de cubrir o solventar, o absurdamente innecesarias para lo que ellos se supone que necesitaban. Cada una de esas exigencias, además, venían acompañadas del amague de desconocer a los funcionarios estatales y federales que participaban en las negociaciones si no se cumplía al pie de la letra lo que ellos estaban exigiendo.

Peimbert ha tenido, desde el día en que ocurrió el enfrentamiento de Nochixtlán, un solo objetivo: mantener vivo el señalamiento de violaciones a derechos humanos y crímenes de lesa humanidad en contra de la administración del ex gobernador Gabino Cué Monteagudo, a quien por extrañas razones —personales o políticas— hoy le guarda un sentimiento de aversión, cuando fue Cué quien hizo todo —incluso torcer la ley— para permitirle su arribo a la Defensoría.

Peimbert, además, tiene otras razones: denunciar sistemáticamente a Gabino Cué ha sido su manera de congraciarse con la administración actual. Éste ha buscado no sólo refrendar la amistad personal que dice tener con el mandatario estatal, sino legitimarse a través de la denuncia al propio grupo que lo cobijó y le permitió el acceso a la responsabilidad que hoy ostenta.

En el fondo —y más allá de sus esfuerzos y poses de aparente rebeldía y compromiso con la defensa de los derechos humanos— queda claro que si existe un paralelismo entre dos ex aliados traidores de Gabino Cué, esos son Arturo Peimbert y Benjamín Robles Montoya: ambos son hechuras de Cué; los dos son pequeños herederos de su gracia política; y los dos lo han repudiado públicamente como su único camino para tratar de mantenerse vigentes. Quién sabe si lo entiendan, pero ambos son reconocidos únicamente como traidores, y socialmente son tan mal vistos como los amigos, “facilitadores” y socios cleptómanos de Cué.

MANIPULACIÓN

Al final, esa es la razón por la que el lunes la conmemoración por los caídos y el desastre de Nochixtlán terminó en trifulca: porque Peimbert ha utilizado vilmente a las víctimas de aquellos hechos como sus arietes en contra del régimen de Cué —y como su base social para venderle al actual régimen la idea de que él tiene el control de Nochixtlán y por eso necesitan sostenerlo y alimentarlo políticamente—; y porque los grupos más radicales que orbitan alrededor de la Sección 22 no tienen ninguna razón para convalidar —con su silencio o con su apoyo— las intenciones manipuladoras de Peimbert porque no se resuelvan los problemas de fondo derivados de aquel enfrentamiento.

Atroz, que en México se ‘normalice’ espionaje y escuchas telefónicas ilegales

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+ Todos escuchamos con morbo las comunicaciones intervenidas contra la ley


 

Hoy en México hay sorpresa por las revelaciones hechas por un diario estadounidense, respecto a la posibilidad de que, a través de un software muy sofisticado, el gobierno federal mexicano habría ‘infectado’ los aparatos telefónicos de una cantidad indeterminada de personas con alguna actividad relevante en el país, para espiarlos con fines políticos. Sorprende a muchos, aunque no debería ser así a la luz de la forma tan cotidiana y normal en la que, durante décadas, los mexicanos asumido la difusión de conversaciones telefónicas, y comunicaciones privadas, obtenidas ilegalmente, en lugar de rechazar esa práctica como sí lo hacen otras sociedades, máxime cuando las escuchas provienen del propio Estado.

En efecto, el pasado lunes el periódico estadounidense The New York Times dio a conocer que defensores de derechos humanos, periodistas y activistas anticorrupción de México presuntamente han sido espiados por el Gobierno Federal con un software israelí llamado Pegasus, capaz de monitorear llamadas, mensajes de texto, correos electrónicos, contactos y calendarios, que incluso puede utilizar el micrófono y la cámara de los teléfonos para realizar vigilancia.

De acuerdo con las investigaciones del diario estadounidense, las personas investigadas son los abogados que investigan la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, un economista que ayudó a redactar un proyecto de ley anticorrupción, los periodistas Carlos Loret de Mola y Carmen Aristegui; Juan Pardinas y Alexandra Zapata, del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO); los periodistas Daniel Lizárraga y Salvador Camarena, de la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad; y una estadounidense que representa a víctimas de abusos sexuales cometidos por la policía.

The New Times detalla que el gobierno mexicano ha gastado casi 80 millones de dólares en programas de espionaje de la empresa NSO Group, de origen israelí, desde 2011. “La empresa que fabrica el software, NSO Group, afirma que vende la herramienta de forma exclusiva a los gobiernos con la condición de que solo sea utilizada para combatir a terroristas o grupos criminales y carteles de drogas como los que han violentado a los mexicanos desde hace mucho tiempo”, detalla la investigación firmada en The New York Times por los periodistas Azam Ahmed y Nicole Perlroth.

Incluso, el periódico estadounidense corroboró, con ayuda de analistas forenses independientes, que Pegasus ha sido utilizado para vigilar a críticos del gobierno y a sus familiares, y que además el software denominado “Pegasus” no deja rastros del hacker que lo utilizó. informó que el software Pegasus no deja rastros del hacker que lo utilizó.

“NSO Group afirma que investiga el historial de los gobiernos en temas de derechos humanos antes de venderles el software. No obstante, una vez que otorgan la licencia e instalan el hardware dentro de las agencias de inteligencia y los cuerpos de seguridad, la empresa dice que no hay manera de saber cómo se utilizan las herramientas espías o contra quién están siendo usadas”, informó el diario.

Este caso, en particular, es relevante no sólo por la práctica de las escuchas telefónicas por parte del Estado —que es harto común en nuestro país— en contra de quienes considera como personas con actividades “sensibles” o de riesgo, aunque no precisamente para la seguridad nacional, la seguridad pública o el combate a la criminalidad, sino por su trascendencia social o política. En este caso, fue revelado que el uso del software por parte del gobierno mexicano ocurrió lo mismo con relación a delincuentes, que respecto a personas que tienen actividades periodísticas o profesionales que implican cuestionamientos al régimen gobernante.

No obstante toda la gravedad que puede revelar una práctica como ésta —llevada al más alto nivel del gobierno federal—, lo cierto es que las llamadas “escuchas telefónicas” en México son casi tan comunes, periódicas y tradicionales, como lo son los procesos electorales en los que casi siempre salen a flote grabaciones telefónicas, todas obtenidas ilegalmente.

“FILTRACIONES”

Dice el duodécimo párrafo del artículo 16 constitucional: “Las comunicaciones privadas son inviolables. La ley sancionará penalmente cualquier acto que atente contra la libertad y privacía de las mismas, excepto cuando sean aportadas de forma voluntaria por alguno de los particulares que participen en ellas. El juez valorará el alcance de éstas, siempre y cuando contengan información relacionada con la comisión de un delito. En ningún caso se admitirán comunicaciones que violen el deber de confidencialidad que establezca la ley.”

Este precepto, igual que varios otros —aunque sin duda con menos intensidad—, es letra muerta en México. Pensemos sólo en el caso oaxaqueño: durante cada campaña electoral han surgido actividades de espionaje que básicamente se centran en las escuchas telefónicas que son utilizadas o para tomar ventaja sobre el adversario político, o bien para ser utilizadas para su difusión a través de la tristemente célebre forma de los “audioescándalos”.

Repasemos para constatar su cotidianidad, y la normalización de la práctica que hemos permitido los propios ciudadanos. Si buscamos en la red social de Youtube, fácilmente podremos encontrar una enorme colección de llamadas obtenidas ilegalmente y difundidas en medios de comunicación —ahora en redes sociales— con el fin de desprestigiar al adversario político.

Hay algunas grabaciones que tienen ya el carácter de “históricas” como la que se difundió entre Raúl Salinas de Gortari y su hermana Adriana Salinas, mientras éste se encontraba en prisión y hablaban del origen de la fortuna económica que la familia amasó durante el gobierno de su hermano, el presidente Carlos Salinas de Gortari. ¿De dónde salió esa grabación? Evidentemente, de las propias escuchas gubernamentales.

Incluso, en Oaxaca hay ejemplos abundantes de ello: ¿Se recuerda toda la colección de llamadas interceptadas en las que aparecía hablando el entonces gobernador Ulises Ruiz con sus colaboradores? ¿Las llamadas que le fueron interceptadas a Jorge Castillo “amarrado” negocios políticos con diversos personajes de diversos partidos durante el tiempo que fungió como ministro sin cartera y virrey oaxaqueño oaxaqueño? ¿Las que se han ido revelando con el paso del tiempo bajo la figura de “audioescándalos”, cada que la entidad atraviesa por un momento de determinaciones políticas álgidas? ¿La grabación en la que se revela la existencia de un “pendientito”, o en la que aflora el lenguaje pedestre y rapaz de quien gobernó Oaxaca de 2004 a 2010?

NORMALIZAR LO ILEGAL

En realidad, el problema no sólo son las escuchas, sino la normalización de la práctica por parte de la sociedad. Cuando sale un nuevo audioescándalo, la gran mayoría estamos atentos al contenido sin cuestionarnos nunca el origen ni la legalidad de las mismas. Quién sabe si de todos los casos conocidos a lo largo de los años existen investigaciones o resultados. Pero lo cierto es que el principal aliciente que tienen quienes obtienen grabaciones ilegales se encuentra justamente en la incapacidad del Estado por cumplir lo que dice la Constitución, y también en el “buen recibimiento” que le da la propia sociedad a ese tipo de prácticas, que en todos los casos deberían ser rechazadas frontalmente por la ilicitud de su origen.

Corrupción: es necesario dejar atrás el autoengaño y reconocer su dimensión

soborno

+ ASF reconoce daño que provoca al Estado, corrupción en procesos electorales


Dentro de todas las formas existentes de manifestación de la corrupción en México, hay una que sigue siendo toral e inatendida: la que se produce como consecuencia, y alrededor de los procesos electorales. Este es un problema mayor de nuestra democracia, y es lo que en gran medida explica la multiplicación de las manifestaciones de la corrupción en nuestro país, desde los ámbitos más modestos hasta las altas esferas nacionales. Sin embargo, en la medida en que prevalezca la simulación y el autoengaño, continuará esta carrera disparatada rumbo a la autodestrucción, en general, de nuestras instituciones.

En efecto, por todo el país hay muestras de corrupción institucional. En el ámbito nacional, el mayor escollo que enfrenta el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto es justamente el de los cuestionamientos por corrupción. Aunque fue un candidato carismático y bien recibido —le ganó a Andrés Manuel López Obrador por un amplio margen de votos, que desde el inicio hizo incuestionable su victoria electoral—, y que además logró en un periodo corto de tiempo el consenso político necesario para impulsar un ambicioso paquete de reformas, lo cierto es que nada le hizo más daño que la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa y, sobre todo, la incrustación de la duda en el colectivo social sobre la existencia de actos sistemáticos de corrupción, desde que era Gobernador del Estado de México.

Todas esas dudas se cristalizaron en un referente que hoy es funesto: el noviembre de 2013 se estableció la existencia de una mansión, propiedad de la familia del Presidente de la República, que habría sido adquirida como el pago de favores relacionados con la construcción de obra pública, por parte de una empresa propiedad de Juan Armando Hinojosa. Quienes documentaron la información, establecieron cómo el constructor fue ganando terreno en las contrataciones de obra en el gobierno del Estado de México, y luego en el gobierno federal, al mismo tiempo en el que ocurrió la contratación de la obra para la construcción de la casa de la esposa del Presidente, la cual además fue pactada en condiciones por demás preferenciales respecto a cómo se establecían los precios y las cláusulas generales en el mercado de la construcción.

Esto, independientemente de cómo fue explicado por el Presidente y su familia, dejó sembrada la duda respecto a la posibilidad de que Peña Nieto estuviera incurriendo en actos sistemáticos de corrupción. Ello se alimentó con la cancelación de la obra que le había entregado precisamente a Juan Armando Hinojosa, y luego se fue constatando reiteradamente con las evidencias de la corrupción sistemática en la mitad de los gobiernos estatales del país, que fueron solapados por Peña Nieto hasta que le parecieron insostenibles políticamente.

Así, por ejemplo, casos como los de los Duarte en Veracruz y Chihuahua, y los de muchos otros mandatarios estatales a los que se les han descubierto galopantes signos de corrupción, pusieron en claro el tamaño del problema que enfrentaba el gobierno de Peña Nieto, no nada más por sus propios problemas sino por haber tolerado e incluso encubierto todo lo que estaba pasando frente a sus propios ojos sin que aparentemente ellos lo registraran.

Luego se supo que el gobierno federal sabía perfectamente lo que pasaba, pero que en gran medida todo había sido tolerado por la necesidad de su partido de seguir ganando elecciones. En el fondo, el problema de los procesos electorales ha sido más profundo y corrosivo de lo que imaginábamos, pero lo realmente grave es que pareciera que continúa existiendo ese pacto tácito entre todas las fuerzas políticas para no dejar de tolerar la corrupción mientras haya el espacio para que eso se involucre con los procesos electorales.

CORRUPCIÓN SISTÉMICA

Habría que preguntarse por qué ha sido prácticamente imposible eliminar la corrupción del sistema político y, en general, de las relaciones que establece el Estado con los particulares en todas sus vertientes. Acaso, en esa lógica hay pocas manifestaciones tan claras y contundentes como la que acaba de hacer el titular de la Auditoría Superior de la Federación, quien establece en qué dimensión se encuentra este problema, y hasta dónde ha corroído la estabilidad del propio gobierno.

En esa lógica, el auditor Juan Manuel Portal ha señalado que el origen de la corrupción se encuentra en gran medida en los propios procesos electorales. “Las desviaciones mayores que hemos observado (…) no encontramos mayor justificación el que, a parte de que se lo robaron, son tales cúmulos de dinero lo que se puede ir a campañas electorales”, ha señalado enfáticamente.

En ese sentido, el auditor superior insistió en que el gasto electoral sea menor y que exista un mayor control de los spots en radio y televisión. “Debemos cuidar que el gasto electoral sea menor, es impresionante lo que se gasta, y es legal”, comentó, “ojalá se pudiera reducir el tiempo de las campañas, ojalá hubiera controles como que el tiempo de radio y televisión lo pague el INE, nada de cada quien contrata”.

Una vez que los recursos federales son entregados a los partidos, no existen mecanismos de fiscalización que permitan a la auditoría revisar en qué se gastó ese dinero, señaló el funcionario. “No hay forma de demostrar los gastos en campaña, es como el soborno, ¿cómo comprueba un auditor un soborno?”, mencionó, “salido el dinero del banco y en efectivo es imposible seguir la huella, no hay forma”.

A todo esto habría que sumar muchas de las cosas que forman parte de esos procesos electorales, como la compra y venta indiscriminada de votos; los ríos de dinero en efectivo que circula en el país durante los procesos electorales, que incluso llegan a niveles preocupantes para el fisco por el nulo control que puede tener de la circulación de dinero en efectivo justamente cuando ocurren esos periodos, y la determinación de los partidos políticos por no entrar al establecimiento real de controles —ontológicos y deontológicos— relacionados con su propio comportamiento durante los periodos de campañas.

Por eso habría que entender que el primer paso para el cambio de la situación actual del país, y del enojo social que hoy pesa sobre la sociedad, pasa por el reconocimiento del tamaño de la corrupción, y la necesidad de dar pasos firmes sobre ello. No es suficiente seguir pensando en la lógica de los buenos y los malos, en los que los primeros se asumen como puros y acusan a los otros de conversos, como si con eso fuera suficiente para terminar con los problemas que enfrenta el país. No es sólo una entidad, ni un ayuntamiento, ni el gobierno federal: debería ser todo el aparato gubernamental, quien debería reconocer la dimensión de esto, y tomar las medidas antes de que el enojo social desborde la tensa situación en la que nos encontramos.

¿Y LAS MEDIDAS?

Por eso hay que ver esta situación como un problema que no se aísla ni se segmenta entre las esferas del gobierno. No será suficiente el establecimiento del Sistema Nacional Anticorrupción, como tampoco ha sido suficiente el endurecimiento de las sucesivas leyes electorales que han regido al país. De todos modos, como la parte subjetiva del problema no ha cambiado —gobernantes, partidos, candidatos, políticos, y sus financiadores que están dispuestos a todo con tal de no cambiar—, entonces seguimos teniendo soluciones demagógicas que simulan voluntad pero que en el fondo contribuyen a perpetuar la ignominia.

Nochixtlán: un año de impunidad que ha sido alimentada por todos

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+ No lograron frenar a la S-22, pero ésta sí demostró su organización


 

Si México enfrenta un problema multidimensional de impunidad, el caso Nochixtlán bien podría ser un ejemplo de ello. Ha pasado un año desde el enfrentamiento entre maestros de la Sección 22 e integrantes de organizaciones sociales, en contra de elementos de las policías Estatal y Federal, en el paso de la súper carretera Oaxaca-Cuacnopalan por aquella población, y lo único que prevalece son interrogantes, manipulación e impunidad. Es cierto que ése bien puede ser, para el Estado, uno de los más graves ejemplos de uso desproporcionado de la fuerza en los últimos años; pero también debe verse que la impunidad que prevalece, tiene también como pivote la voluntad de las organizaciones sociales que tomaron el control del asunto, porque nada de esto se resuelva.

En efecto, el enfrentamiento del 19 de junio de 2016 en Asunción Nochixtlán, no puede hoy entenderse sin el contexto de la pugna que entonces ocurría entre la Sección 22 del SNTE, en su calidad de cabeza de playa de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, y los gobiernos estatal y federal que entonces caminaban coordinadamente en los intentos de desmembramiento de la dirigencia magisterial oaxaqueña.

Desde inicios de 2016, el gobierno federal inició procedimientos judiciales en contra de varios dirigentes, y al llegar las manifestaciones del mes de mayo la situación era ya compleja para la Sección 22, que contaba ya a varios de los integrantes de su Comité Ejecutivo en prisión, y que vivía el enorme riesgo de que también fueran aprehendidos sus dos dirigentes principales. Eran momentos cruciales en los que, o el gobierno lograba su objetivo de desmembrar a la Sección 22, o ésta lograba imponerse para hacer revirar al gobierno en ese, que había sido su intento más agresivo de que se tuviera memoria.

Pues resulta que si hacemos un recuento cronológico de cómo se desenvolvió la crisis que derivó en los hechos del 19 de junio, tendríamos que partir del 15 de mayo, como fecha del inicio de las movilizaciones que llegaron a su clímax en Nochixtlán. En aquella ocasión, la Sección 22 del SNTE decretó un paro indefinido de labores que, estratégicamente, desde su inicio radicó siempre en un bien esquematizado calendario de pequeños actos de hostigamiento. Un día cerraron el Palacio de Gobierno; al día siguiente cerraban carreteras; un día después iban a bloquear centros comerciales; y otros, iban a plantarse afuera de las oficinas de las delegaciones del gobierno federal en la capital de Oaxaca. Así, nunca hicieron dos veces seguidas la misma movilización.

En aquel momento, las exigencias eran más bien abstractas: pedían diálogo con el gobierno federal para “revisar” la reforma educativa; pedían diálogo con el gobierno de Oaxaca para definir “la situación del IEEPO”. Eran cuestiones tan imprecisas, que en sí mismas atajaban cualquier posibilidad de interlocución y les permitían continuar con su calendario de actividades, esencialmente porque el gobierno no tenía puntos concretos en dónde fijar la Litis de la negociación con el magisterio, y entonces como no había exigencias concretas, tampoco había una materia exacta de lo que se iba, o se podía, negociar.  

¿A dónde querían llegar? Para responder esta pregunta, hay que considerar varias cuestiones: primera, que en junio —el día cinco— había jornada electoral; segundo, que lo que se renovaba era la gubernatura del Estado; tercero, que se cumplía el primer decenio —el 14 de junio— del desalojo que desató la crisis popular de 2006; cuarto, que desde un año antes había una renuncia total del Estado federal, y del gobierno oaxaqueño, a dialogar con ellos. Por todo eso, en esta ocasión la Sección 22 buscaría tener una presencia fuerte en sus ya conocidas protestas anuales.

Esos eran los puntos de su agenda. Y ya siendo razones suficientes para agotar su calendario de acciones de protesta, el gobierno les “regaló” la causa del encarcelamiento de sus dos líderes más visibles (Rubén Núñez, y Francisco Villalobos, secretario General y de Organización de la Sección 22), cuestiones que ocurrieron entre el 12 y el 13 de junio pasado. A Villalobos lo detuvieron en Salina Cruz, y unas horas después aprehendieron a Núñez a bordo de un taxi, en la Ciudad de México.

UNA CRISIS ANUNCIADA

Esto los hizo virar de los pequeños actos de hostigamiento a las acciones multitudinarias. El gobierno federal quizá supuso que con sus dos líderes en prisión, había golpeado a la Coordinadora en su línea de flotación: craso error suponer que la CNTE —un movimiento de casi cuarenta años de existencia, siempre en resistencia al Estado— fuera tan ingenua como para entregarle realmente el liderazgo a esos dos dirigentes visibles. Por eso, con una capacidad sorprendente, la Sección 22 se reagrupó y en menos de 24 horas emprendió acciones de protesta, ya no en la capital oaxaqueña, sino en el escarpado interior del Estado.

Ahí quedó claro que el magisterio sí había aprendido de sus errores: sus anteriores protestas —todavía las del año pasado, cuando intentó boicotear las elecciones federales y fue disuadida rápidamente por elementos federales que arribaron previo a la jornada electoral para restablecer el orden— las centró en la capital y fue derrotada incluso sin violencia. Por eso ahora dispersaron sus acciones en al menos cuatro de las ocho regiones del Estado.

Con eficiencia y disciplina, instalaron bloqueos en la región del Istmo: en Zanatepec —en los límites con Chiapas—; Ciudad Ixtepec, Juchitán y Salina Cruz; en la mixteca, instalaron un bloqueo total en el cruce de la carretera federal y la súper carretera (ambas comunican a Oaxaca con la Ciudad de México); también instalaron bloqueos en la Costa y en la Sierra Sur de Oaxaca.

¿Qué buscaban? Primero, encapsular a la capital de Oaxaca frente al posible arribo terrestre de fuerzas federales, como ocurrió el año pasado; y segundo, presionar al gobierno federal a través del bloqueo a instalaciones estratégicas (la refinería “Antonio Dovalí Jaime”, que se encuentra en Salina Cruz, es la más grande del país) para orillar al Estado o a la fuerza, o al diálogo.

El resultado fue funesto para todos: ocho muertos, casi 200 heridos, y un profundo encono derivado lo mismo de la manipulación magisterial que de la brutalidad policiaca, luego documentada ampliamente por quienes no quisieron quedarse con la versión oficial que decía que todos los elementos policiacos que participaron iban desarmados.

Frente a esto, no ha habido justicia porque en realidad la sola voluntad manifestada por el gobierno estatal y federal no fue suficiente para esclarecer los hechos y castigar todos los delitos cometidos en la refriega; pero también porque a lo largo de este año, las organizaciones y los grupos de defensa de derechos humanos que se involucraron, además del magisterio, han hecho todo para bloquear los temas más sustantivos como la reparación integral a las víctimas del enfrentamiento, o la realización de investigaciones integrales para establecer exactamente qué fue lo que ocurrió aquel domingo funesto.

IMPUNIDAD

Por eso, lejos de abonar al deslinde efectivo de responsabilidades, la participación de instancias como la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca, o la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en actividades que tienen más propagandismo que intención de abonar a la verdad sobre Nochixtlán en el contexto del primer aniversario del enfrentamiento, sólo alimenta los enredos y el clima de enrarecimiento y división que ha impedido conocer exactamente qué fue lo que pasó en Nochixtlán, quiénes —desde el gobierno y desde las organizaciones— tuvieron alguna responsabilidad (y paguen por ello). Lejos de eso, Arturo Peimbert ha sido el mayor promotor del encono y la subsistencia del conflicto, y es —junto con el Estado— el principal responsable de que, un año después, no haya justicia para las víctimas.

Oaxaca: todo el gobierno debe investigar a cuántas constructoras fantasma contrata

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Abandono

+ Mercado negro de proveedores, ‘secreto’ que esconde diversas formas de corrupción


 

A raíz de la aprehensión del ex titular de los Servicios de Salud de Oaxaca, Germán Tenorio Vasconcelos, y de las órdenes de captura que han sido libradas en contra de ex servidores públicos y de particulares por la comisión de delitos relacionados con la contratación y ejecución de obra pública por el gobierno estatal, sería sano que el Gobierno del Estado iniciara una revisión a fondo de su propio padrón de proveedores y contratistas y, sin autoengaños, comenzara a limpiarse de empresas fantasma. El caso de Salud es apenas un botón de muestra de algo mayor, que debe ser investigado.

En efecto, la semana pasada hubo información en el sentido de que seis particulares habían sido detenidos, en el marco de las investigaciones relacionadas con los delitos que presuntamente cometió Tenorio y otros ex funcionarios, en la contratación y (no) construcción de baños ecológicos en varios municipios de la entidad. Se supo luego que esas personas no eran parte de los servidores públicos perseguidos, sino los apoderados y representantes legales de las empresas constructoras que habrían participado en el fraude por el que se procesa judicialmente a las personas antes mencionadas.

Sólo que en estos días han aparecido voces que señalan algo que —a la luz de la corrupción que existe alrededor de muchas empresas que proveen bienes y servicios al Gobierno del Estado mediante subcontrataciones no controladas— parece lógico: que al menos uno de los seis particulares que fueron detenidos la semana pasada, en realidad es una persona que ni se dedica a la construcción, ni cuenta con los recursos para haber montado una constructora, ni tampoco tiene antecedentes de ser empresario. Más bien, según sus familiares, es el trabajador asalariado de una empresa privada, sobre quien aseguran que fue suplantada su identidad.

Esta posibilidad es latente, aunque no es la única. Según versiones de los familiares y abogados, a esta persona la habrían involucrado sin su consentimiento en la constitución de una empresa constructora, a partir del expediente personal al que terceros tuvieron acceso, por ser aquel empleado de alguno de ellos. Según la versión, lo habrían incluido en la sociedad gracias a sus documentos, y habrían falsificado sus firmas y presencia ante fedatario para manifestar su voluntad de ser parte de la nueva persona moral, con la que después supuestamente fueron a quebrantar al erario con la contratación de obra pública que no se ejecutó pero por la que sí cobraron.

Evidentemente, de continuar con ese argumento, los involucrados tendrían que demostrar ante la justicia la supuesta suplantación de sus respectivas identidades así como la falsificación de sus firmas, y otros elementos para establecer que en realidad ellos no tuvieron nunca la voluntad ni de ser parte de esas empresas, ni mucho menos de ser parte de los quebrantos por los que se les acusa. Con ello tendrían que poner incluso en entredicho los registros de instituciones federales como el Servicio de Administración Tributaria ante los cuales se registran los apoderados y administradores de las empresas, para poder ser quienes realizan trámites fiscales en nombre y representación de las mismas.

No obstante, ellos y el propio gobierno más bien tendrían que comenzar a reconocer consistentemente la existencia de todo un mercado negro perfectamente organizado en el que las empresas —básicamente, los documentos que prueban legalmente su existencia— son “rentadas” para que terceros hagan negocios con el gobierno. Esa es una práctica común, concomitante a otros negocios cuestionados como por ejemplo la venta de facturación simulada, que en gran medida explica en mucho este tipo de maquinaciones por las que varios enfrentan hoy a la justicia.

NEGOCIO OSCURO

Todos aquellos que simulan operaciones a través de empresas, necesariamente deben tener cómplices. El problema es que en ese tipo de negocios, hay cómplices que están conscientes de lo que están haciendo, y personas a las que sorprenden en su buena fe para involucrarnos en negocios ilícitos incluso sin que ellos, por ignorancia o candidez, lo sospechen. ¿De qué hablamos?

De que a un trabajador asalariado que apenas si gana un monto superior del salario mínimo, le debe parecer un negocio muy redituable ganar una cantidad importante de dinero por unas firmas y la realización de algunos trámites. Eso es lo que pasa con muchas personas a las que engañosamente involucran en la constitución de empresas de diversos giros, que luego son utilizadas con fines indebidos.

Si a esa persona que —por poner un ejemplo— gana mil pesos a la semana, y lo invitan a ese negocio ofreciéndole 10 o 20 mil pesos por ayudar con sus firmas y presencia a constituir una empresa sobre la que no tiene ningún control ni sabe cuáles son sus actividades, ingresos y comportamiento fiscal, evidentemente debe ser esa una oferta atractivísima y una posibilidad tentadora para hacerse de un monto que ganaría luego de meses de trabajo y que, obviamente, no lo vería junto como para poder comprar algo.

A través de esas prácticas existen miles de empresas constituidas, que luego son utilizadas para diversos negocios que no tienen que ver con sus giros comerciales o empresariales, sino que más bien son utilizadas para un lucro indebido. En el caso de los esquemas de facturación, a esas empresas se les van cargando créditos fiscales hasta niveles importantes y luego son tratadas de desaparecer mediante mecanismos como el concurso mercantil, la quiebra o la suspensión de operaciones. Para cuando eso ocurre, ya tienen a una nueva empresa a la cual pueden seguir cargándole los residuos fiscales de sus negocios de facturación.

En el caso de las constructoras hay otro negocio. Muchas de las personas que se dedican a la facturación, también constituyen esas empresas para rentar los documentos constitutivos. Ante el contratante —en este caso, el gobierno— presentan todos los documentos que son necesarios para la contratación de una obra. Éstos son facilitados a cambio del pago de un tercero que será “beneficiario” de una obra, o a cambio de que a través de sus mismos esquemas se realice todo el proceso de facturación, comprobación y manejo de los recursos provenientes de la obra.

Así es como se contratan muchas obras en el Gobierno del Estado, pero también así se proveen de muchísimos servicios en muchas dependencias estatales. ¿Saben eso los funcionarios involucrados? Obviamente, sí. ¿Hacen algo para evitarlo o combatirlo? Evidentemente, no, porque en muchos casos ellos mismos son beneficiarios de diezmos, moches o porcentajes justamente por evitar darse cuenta que aunque son legales, los documentos constitutivos y de comprobación de esas empresas no son en realidad de las personas a las que se les está asignando la compra del bien o servicio que requiere el gobierno.

DEJAR EL AUTOENGAÑO

Por eso, todo pasaría por dejar de hacerse tontos solos, todos, y comenzar a reconocer este problema que quizá ya sea endémico. Hay mucha gente que compite con sus empresas para ser proveedores del gobierno. Pero también hay vivales que contribuyen a situaciones como éstas aprovechándose de la buena fe de algunas personas, y de la forma en que el gobierno se ha hecho el desentendido frente a estas prácticas. No basta con ver a Tenorio en la cárcel. En realidad tendría que haber decisiones más de fondo para acabar con esta forma tan común de corrupción hoy en día.

¿Ya entendieron en el gobierno, cómo se compone la gobernabilidad en la UABJO?

STAUO

+ Poder universitario, dividido en un grupo de facciones que debieran ser superadas


 

Pareciera que las instancias encargadas de la gobernabilidad en el Gobierno del Estado, apuestan a esperar a que la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca vuelva a ser motivo de crisis, para recordar que ese es un problema latente que por indolencia o falta de claridad, se han resistido a abordar. La decisión gubernamental de volver a dejar dormir el problema universitario, no es sino la premonición de un problema mayor que sólo es cuestión de tiempo para que se aprecie en su dimensión. Por eso, si hay cierto sentido de responsabilidad, no debiera ser esa la política del Estado frente a los problemas crónicos de la Universidad.

En efecto, a pesar de que en los últimos meses la UABJO ha sido motivo de crisis y polémica por su falta de controles internos, pareciera que en la Secretaría General de Gobierno están determinados a continuar entendiendo el problema universitario, únicamente como una pequeña crisis interna que puede dirimirse en su ámbito doméstico a partir de la autonomía universitaria. No han visto que la Máxima Casa de Estudios enfrenta una crisis sistémica, generada por la atomización de su poder, alimentada por el dominio patrimonialista de algunas familias de falsos notables universitarios, y tolerada por la política gubernamental que simplemente se resume en la minimización del problema hasta que hace crisis.

¿Por qué este panorama no resulta una exageración? Porque en los últimos meses hemos visto cómo la Secretaría General de Gobierno se ha ocupado del problema universitario sólo accidentalmente cuando hay visos de una nueva crisis. Así lo hizo desde el momento en el que la administración del gobernador Gabino Cué le heredó como un polvorín el conflicto de la Facultad de Derecho de la UABJO, y ha sido una política que no ha variado a pesar de las innumerables señales enviadas tanto por el rector Eduardo Bautista Martínez, como por los grupos antagónicos a la llamada ‘familia real’, de que la mejor forma de enfrentar este problema es evitando esconder la cara.

Lamentablemente, eso es lo que ha hecho hasta ahora la administración estatal. En su corto periodo como titular de la Secretaría General de Gobierno, Alejandro Avilés se limitó a generar algunos visos de concertación con los grupos antagónicos a la ‘familia real’, pero evitando en todo momento involucrarse de más en un conflicto en el que el propio secretario Avilés tenía un conflicto de interés: la maestra Leticia Mendoza Toro, eterno pivote de uno de los grupos universitarios aliados a Abraham Martínez Alavés, tenía derecho de picaporte en la Secretaría General a través de su hijo Nahúm Carreño Mendoza, que entonces era el secretario particular de Avilés, y uno de sus eternos aliados en los diversos conflictos que enfrentaron.

A partir de ello puede comprenderse por qué Avilés decidió nunca intervenir en serio en el conflicto universitario. Administró el conflicto a través de la política de la demagogia con los disidentes para mantenerlos tranquilos, en la misma forma en la que todos los días ocupan esa misma política del “atole con el dedo” a todos los conflictos que llegan ahí a punto de la crisis y sólo son administrados hasta que tengan nuevos bríos para volver a movilizarse.

LOS GRUPOS QUE GOBIERNAN

El problema en la Universidad es que el poder no es vertical ni unipersonal. No tiene el poder el Rector, que no es sino una pieza de un entramado todavía más complejo. Tampoco tiene todo el poder, el ex rector y líder moral del grupo gobernante en los últimos tres cuatrienios universitarios, Abraham Martínez Alavés.

Mucho menos tiene todo el poder el ex rector inmediato anterior, Eduardo Martínez Helmes, que hoy busca incidir en nuevas formas de control político, alternativas a las que tiene perfectamente su padre. Al final, aunque tampoco tiene todo el poder, y de hecho es quien tiene la menor porción de la influencia universitaria —aunque eso sí le alcanza para ser la “bisagra” entre los grupos— es la también ex rectora, y actual secretaria General de la Universidad, Leticia Mendoza Toro.

Esa es una primer lectura, enunciativa. Históricamente, el poder universitario se ha intentado entender a partir del control de las escuelas y facultades, y de las respectivas clientelas electorales que cada una de ellas representa. Por ejemplo, esa ha sido la forma en la que el ex rector Martínez Alavés ha controlado la Universidad, a partir de controlar ciertas escuelas y facultades, y de conseguir los pactos necesarios para sumar a su causa a los espacios universitarios que le garanticen el control en cada sucesión de Rector.

Otra forma que ahora ha sido explorada entre los poderes universitarios es el control por sindicatos. Eso es lo que ha intentado hacer el ex rector Eduardo Martínez Helmes, que desde el año pasado que dejó la Rectoría, ha intentado colonizar los sindicatos universitarios para tratar de contrarrestar a las demás facciones universitarias, y particularmente para controlar al rector Eduardo Bautista Martínez. Todo eso se ha visto a lo largo del presente año en el que el propio Martínez Helmes no ha dejado de asolar a la administración universitaria con amagos de paros y manifestaciones por parte de los sindicatos.

Al final, queda claro que como lo apuntamos en otro momento, es bien sabido en la Universidad que sus propios trabajadores culpan a todo y a todos por no tener más, pero sin voltearse nunca a ver ellos mismos, que trabajan menos horas de las estipuladas; con dos o tres horas para desayunar todos los días; con premios económicos por no hacer huelga, con días de descanso por engañar que asisten a las marchas de protesta, que heredan sus plazas a sus familiares, que en suma son las y los que menos hacen por la UABJO. Son peores que los mentores de la Sección 22 del SNTE o que las y los burócratas de los gobiernos estatal y federal.

En medio de esta destrucción paulatina, ha trascendido por fuentes de la propia Universidad, que la UABJO se queda sin dinero para pagar la nómina de más de cuatro mil trabajadores de sus seis sindicatos, y que el tren de vida de las y los trabajadores puede tener un atorón de vida o muerte entre agosto y septiembre de este mismo año. Los “focos rojos” están prendidos en la Universidad pública más grande e importante del Estado de Oaxaca. Quién sabe si sus trabajadores y sus sindicatos tengan algún tipo de conciencia de ello. Y quién sabe si el gobierno estatal —y el federal, que tampoco es ajeno a este problema— registren en su radar el riesgo de fondo que implica una situación tan inminente como ésta.

En medio de esto, siguen latentes los conflictos en las facultades de Derecho y Contaduría, que reflejan la agonía del grupo político del sempiterno cacique Abraham Martínez Alavés. El hilo, finalmente, se terminará rompiendo por lo más delgado: pronto, el rector Eduardo Bautista Martínez no tendrá más camino que ceder en la reintegración política de esas dos facultades para buscar el equilibrio que cada vez se ve más lejano. Sólo es, dicen, cuestión de tiempo. Aunque ello significará una nueva crisis con quienes irremediablemente se resistirán a ver perdido su poder.

¿Y EL CAMBIO?

En el fondo, para que la Universidad pueda ver una nueva luz sería necesario combatir a esos poderes fácticos universitarios. Pero aún más: si el Estado quiere cambiar, la ruta de la política estatal respecto a la UABJO tendría que ir encaminada a exterminar los cacicazgos actuales.

Una contingencia, suficiente para sacarnos de la ilusión de que ‘todo está bien’

Puente rot

+ Esencial, asumir los riesgos con capacidad institucional y sentido de previsión


En otro momento, pudiera parecer increíble no que un huracán, sino una depresión tropical, pusiera en jaque a los tres órdenes de gobierno en una entidad. Eso es exactamente lo que ha pasado en Oaxaca ante el inicio de la temporada de lluvias. Pues aunque los fenómenos naturales que han ocurrido en las últimas dos semanas se han manifestado con intensidad inusitada, también lo es que ello ha dejado ver la enorme fragilidad real de ese sentido de normalidad y control que tienen tanto las autoridades, como nosotros los ciudadanos, ante el estado de cosas hasta que ocurre una contingencia.

En efecto, el paso de la tormenta tropical “Beatriz” dejó a su paso una enorme estela de destrucción que debería ser evaluada más allá de las solas pérdidas humanas o de los daños carreteros o a las comunidades que quedaron incomunicadas. En realidad, el fenómeno natural nuevamente sirvió para demostrar que en Oaxaca existe no sólo poca cultura relacionada con la protección civil, sino también con la previsión de situaciones de riesgo.

La acción tardía y desarticulada de la Coordinación Estatal de Protección Civil de Oaxaca (CEPCO), aunada a la nula planeación de los asentamientos humanos, y el también inexistente trabajo de previsión de riesgos, trajo como consecuencia la tragedia que vimos los oaxaqueños en la semana previo, y su repetición durante los dos últimos días con el paso de la depresión tropical “Calvin” prácticamente por las mismas regiones del Estado (Costa, Istmo y Sierra Sur) que antes fueron azotadas por “Beatriz”.

Pues en primer término, queda claro que aún existe mucho por hacer en materia de protección civil, independientemente de la incapacidad demostrada por la CEPCO que encabeza el ex diputado local Amando Demetrio Bohórquez Reyes, quien reiteradamente ha dado muestras de no ser capaz de enfrentar las responsabilidades técnicas y operativas que debiera estar encabezando frente a las contingencias. En los propios municipios azotados por los fenómenos de la naturaleza, ha habido muestras de la inexistencia de medidas de previsión; de una total incapacidad para establecer perímetros y situaciones de riesgo para la población; y también una total incapacidad para actuar cuando los efectos del fenómeno natural son inminentes y ponen en riesgo a la población.

El hecho de que muchos de los municipios primero azotados por Beatriz y luego por Calvin, hayan recibido los efectos de los fenómenos naturales casi en un estado total de indefensión, hace evidente que no existe ni la claridad, ni la capacitación, ni el sentido de previsión para poder enfrentar una situación en condiciones por lo menos mínimamente aceptables.

Las inundaciones, los deslaves, los aludes que enterraron las casas y a sus habitantes, las crecidas de afluentes que provocaron daños y pérdidas humanas, en realidad no son consecuencia de “la furia de la naturaleza” —porque la naturaleza no es buena ni mala, sino con su complejidad y su simpleza, es la naturaleza misma— sino de la incapacidad de las personas, primero para no habitar o ubicarse en zonas de riesgo, y segundo, para lograr ponerse a salvo en el momento adecuado frente a los fenómenos naturales.

REPETIR LOS RIESGOS

Pareciera, además, que en Oaxaca estamos destinados a repetir indefinidamente las tragedias. Por ejemplo, cuando hace veinte años el Huracán Paulina azotó la región de la Costa oaxaqueña, hubo incalculables daños que —en apariencia— luego fueron reparados; hubo el recuento de las pérdidas humanas y, se supone, debió haber habido la capacidad de aprender del fenómeno.

Es cierto: no ha habido desde entonces —y qué bueno— un fenómeno natural de tal intensidad como el Huracán Paulina. Sin embargo, lo verdaderamente grave es que nadie haya aprendido las lecciones de aquella tragedia, y que hoy fenómenos menos intensos que esos sigan provocando dolor y pérdidas para las personas de esas regiones, y desastres que luego el gobierno debe reparar en el fondo como una consecuencia de su falta de previsión en los riesgos.

En esa lógica, debiéramos preguntarnos si en realidad cada autoridad municipal sabe cuáles son los riesgos en las localidades que integran su municipio; debiéramos también preguntarnos si el famoso “Atlas de riesgos” de la entidad contiene la información adecuada, correcta y actualizada de las zonas y las situaciones posibles que pueden desquiciar la atención del Estado frente a un fenómeno natural, o que pueden colapsar la capacidad misma del Estado frente a una situación en concreto. Incluso, el propio Estado debería evaluar, en tiempos de calma, cuál es su verdadera capacidad de respuesta frente a un fenómeno de mayor envergadura.

Pues aunque no es afortunado, lo cierto es que el dolor de cabeza para la población y el gobierno con los fenómenos naturales de los últimos años, han sido generalmente los relacionados con el clima —y el cambio climático—. No obstante, habría que considerar que esos no son los únicos fenómenos de la naturaleza por los que estamos amenazados como población y como entidad federativa. Hay otros de mucha mayor magnitud, como por ejemplo el hecho de que Oaxaca se encuentra en una de las mayores zonas sísmicas de la entidad, y de que esos fenómenos son verdaderamente imprevisibles y, cuando se manifiestan intensamente son de altísimo riesgo para la población.

En esa lógica, ¿Oaxaca como gobierno, estaría preparado para enfrentar una contingencia del tamaño de un terremoto, no sólo en la capital del Estado sino en algunas de las regiones rurales que año con año revelan su fragilidad frente a fenómenos como las lluvias o la crecida de ríos? ¿Cuál sería la capacidad real de las instituciones del Estado para atender a la población frente a algo como eso? No son temas menores: hasta ahora las lluvias y la sequía hacen padecer muchísimo a amplias zonas de la población. Y esos son fenómenos que ni cercanamente tienen consecuencias tan graves y masivas como los que podría tener un terremoto.

En el fondo no se trata de ser agorero de las tragedias sino de establecer parámetros de actuación y de previsión. Queda claro que el desorden en todos los sentidos relacionados con el ordenamiento territorial; la indolencia de las autoridades municipales en las localidades; la falta de preparación y disposición de las autoridades estatales; y la lejanía que tiene Oaxaca —geográficamente— con el centro del país, además de todas las implicaciones de la propia naturaleza, hacen que el sentido de normalidad que percibimos encierre muchísima fragilidad. Esa debilidad se manifiesta a través de estas cuestiones que debieran no ser motivo de sufrimiento y riesgo para las personas, pero que lo son gracias al abandono y la irresponsabilidad de quienes permiten que, en tiempos de calma, esos peligros se engendren y se conviertan en problemas inminentes. De ello, existen pruebas sobradas.

EL CAMBIO CLIMÁTICO

Hace dos meses el templo dominico del pueblo viejo de Jalapa del Marqués, era un atractivo turístico. Ese pueblo viejo quedó bajo la presa Benito Juárez que, repetimos, hace dos meses estaba a menos del 15 por ciento de su capacidad. Por eso, la gente de la comunidad —pescadores, que se quedaron sin materia de trabajo— colocaron enramadas y convirtieron el templo en un atractivo turístico “mientras llegan las lluvias”. Hoy, reiteramos, dos meses después la presa debe ser desfogada para evitar su desbordamiento porque con una semana de lluvias, prácticamente se llenó. Con esas “pequeñas muestras”, ¿alguien duda del cambio climático?

Para combatir la corrupción no hace falta sino aplicar estrictamente la ley

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gallino

+ Herramientas jurídicas: base para entender por qué sí se puede combatir


Si existe ya un consenso sobre la urgencia de impulsar un combate efectivo y certero a la corrupción en nuestro país, lo siguiente que tendría que existir son los caminos para conseguirlo. El Estado mexicano, en ese afán constante de responsabilizar a la ley por lo que no hacen sus funcionarios, ha optado por las modificaciones legales como base para un mejor combate a la corrupción. Sin embargo, al margen de los caminos preventivos, lo cierto es que las herramientas jurídicas para ello ya existen. Sólo falta aplicarlas en los términos que la propia ley dice, en contra de todo el que incurra en esas situaciones.

En efecto, por un lado habría que entender que la desenfrenada carrera de los cambios legales como mecanismo para aparentar el cumplimiento de la ley, no es exclusivo del sistema anticorrupción. Más bien, esa ha sido la vía permanente de la clase política cuando no encuentra un camino más adecuado para justificar su inacción frente a ciertos hechos. Por eso, la vía de modificar la ley frente a los cuestionamientos de la gente, se ha reflejado en el conjunto de cambios que pudiendo no existir en la Constitución, sí podrían haberse realizado de haber habido la suficiente voluntad para hacerlo. Ejemplos, a estas alturas, sobran.

Hay muchos, pero uno de ellos es el de las sucesivas reformas electorales, que han tenido como objeto aparente limpiar los procesos electorales de la corrupción, de la manipulación y de la injerencia del poder y el dinero público en la voluntad política de las personas expresadas en sus votos. ¿Qué ha ocurrido? Que en realidad, la competencia democrática entre partidos y candidatos sigue viviendo bajo un asedio enorme, y que la ciudadanía sigue siendo objeto de todas las bajezas conocidas y por conocer cuando se trata de manipular o la voluntad ciudadana, o el resultado de una elección.

Por eso vemos que a pesar de todo sigue habiendo dádivas, manipulación, compra y coacción de voto y utilización de dinero de procedencia pública o desconocida para tratar de influir en los procesos electorales. Pareciera, pues, que los cambios legales no sólo no han frenado la vorágine de dispendios y violaciones a la ley, sino que las han fomentado y acentuado a grado tal que hoy el propio Estado ya no sabe qué hacer para frenar a los partidos y candidatos en medio del enorme descrédito que tienen las instituciones, como árbitros de los procesos electorales, que no logran detener las violaciones a la ley.

En el caso del combate a la corrupción, la historia no es muy distinta, y más bien parece la repetición de muchas conductas y situaciones que se norman en la Constitución con la intención aparente de “lo ponemos en la ley máxima, para que ahora sí se cumpla”, cuando en realidad lo que tendría que haber es simplemente voluntad y capacidad para aplicar las normas y los procedimientos que ya existen.

Pues resulta que aún cuando el establecimiento del Sistema Nacional Anticorrupción establece toda una nueva estructura institucional y legal para combatir la corrupción, la medida de fondo tendría que radicar básicamente en aplicar las leyes ya existentes cuando hubiere un caso concreto de un funcionario corrupto. Específicamente, las leyes penales ya norman muchas conductas que deberían ser comúnmente perseguidas y castigadas. La pregunta, en realidad, tendría que versar en por qué a tan pocas personas en el país se les aplican dichas sanciones por sus conductas.

LOS DELITOS

Sí existen las herramientas y aquí están. Por un lado, el Código Penal Federal señala, sobre el enriquecimiento ilícito, lo siguiente: “Se sancionará a quien con motivo de su empleo, cargo o comisión en el servicio público, haya incurrido en enriquecimiento ilícito. Existe enriquecimiento ilícito cuando el servidor público no pudiere acreditar el legítimo aumento de su patrimonio o la legítima procedencia de los bienes a su nombre o de aquellos respecto de los cuales se conduzca como dueño, en los términos de la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos.

“Incurre en responsabilidad penal, asimismo, quien haga figurar como suyos bienes que el servidor público adquiera o haya adquirido en contravención de lo dispuesto en la misma Ley, a sabiendas de esta circunstancia. Al que cometa el delito de enriquecimiento ilícito se le impondrán las siguientes sanciones: Decomiso en beneficio del Estado de aquellos bienes cuya procedencia no se logre acreditar de acuerdo con la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos. (Artículo 224)”.

Por otro lado, dice que comete el delito de peculado (artículo 223) todo servidor público que para usos propios o ajenos distraiga de su objeto dinero, valores, fincas o cualquier otra cosa perteneciente al Estado, al organismo descentralizado o a un particular, si por razón de su cargo los hubiere recibido en administración, en depósito o por otra causa (fracción I). El servidor público que indebidamente utilice fondos públicos u otorgue alguno de los actos a que se refiere el artículo de uso indebido de atribuciones y facultades con el objeto de promover la imagen política o social de su persona, la de su superior jerárquico o la de un tercero, o a fin de denigrar a cualquier persona (Fracción II).

Cualquier persona que solicite o acepte realizar las promociones o denigraciones a que se refiere la fracción anterior, a cambio de fondos público o del disfrute de los beneficios derivados de los actos a que se refiere el artículo de uso indebido de atribuciones y facultades (Fracción III), y cualquier persona que sin tener el carácter de servidor público federal y estando obligada legalmente a la custodia, administración o aplicación de recursos públicos federales, los distraiga de su objeto para usos propios o ajenos o les dé una aplicación distinta a la que se les destinó (Fracción IV).

Y por si esto no fuera suficiente, hay más: el delito consistente en realizar operaciones con recursos de procedencia ilícita, que según el artículo 400 del Código Penal Federal, se impondrá de cinco a quince años de prisión y de mil a cinco mil días multa al que por sí o por interpósita persona realice cualquiera de las siguientes conductas: adquiera, enajene, administre, custodie, cambie, deposite, dé en garantía, invierta, transporte o transfiera, dentro del territorio nacional, de éste hacia el extranjero o a la inversa, recursos, derechos o bienes de cualquier naturaleza, con conocimiento de que proceden o representan el producto de una actividad ilícita, con alguno de los siguientes propósitos: ocultar o pretender ocultar, encubrir o impedir conocer el origen, localización, destino o propiedad de dichos recursos, derechos o bienes, o alentar alguna actividad ilícita.

La misma pena se aplicará a los empleados y funcionarios de las instituciones que integran el sistema financiero, que dolosamente presten ayuda o auxilien a otro para la comisión de las conductas previstas en el párrafo anterior, sin perjuicio de los procedimientos y sanciones que correspondan conforme a la legislación financiera vigente.

APLICAR LA LEY

¿Qué necesitamos? En el fondo, más allá de esperar a ver si el Sistema Nacional Anticorrupción funciona, y si los encargados de implementarlo están verdaderamente comprometidos con la honestidad, lo que urge es que en México se hagan valer las leyes que ya son vigentes. Hemos visto que sí hay eficacia, cuando hay voluntad. Por ende, lo que se debe reproducir con todo vigor es la voluntad, muy por encima de la delirante carrera por los cambios legales que lamentablemente en muchos casos han servido para enmascarar la demagogia.