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Primer año de gobierno en Oaxaca: ¿Ahora sí ya entendieron el pragmatismo del Gobernador?

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El pasado viernes se cumplió el primer año de gestión del Gobernador Alejandro Murat, y si algo ha quedado claro es que tiene los hilos de la gobernabilidad en el Estado, y que además ha demostrado con hechos su estilo personal de gobernar. Personaje con enorme determinación y capacidad de adaptación a los ambientes que se le presentan, el Gobernador de Oaxaca hoy se enfrenta a nuevos retos que toda su administración —los que se queden, y los que se vayan— deberá entender a cabalidad, si es que logra estar a la altura de las circunstancias y de las demandas del propio Mandatario.

En efecto, desde el primer momento de su gestión Alejandro Murat dejó ver su capacidad de apropiación a las circunstancias que se le presentan, y su estilo particular de gobierno en el que todos caben, pero en el que sólo logran sobrevivir los mejor adaptados. Su administración fue, desde el primer momento, una suma de consensos pero también una determinación propia del Mandatario, que estableció imperativos específicos para que los sumados a su gobierno pudieran mantenerse en él.

Esa es la circunstancia que explica, por ejemplo, la salida de diversos funcionarios en el primer año de su administración. En la tradición de gobierno —y más en la priista— parecía quedar siempre claro aquel adagio de que cuando el que tiene el poder se equivoca, simplemente vuelve a mandar. Esta había sido una máxima seguida por todos los gobernadores hasta que Alejandro Murat estableció parámetros distintos. Es la primera vez en varias gestiones consecutivas, en la que un Gobernador decide hacer cambios tan a corto plazo, ponderando más las circunstancias propias de cada hecho, que las apariencias sobre el ejercicio del poder.

En la tradición del poder en la entidad, los gobernadores demostraban su poder no sólo ejerciendo el mando sino también sosteniendo a los que aún cuando gozaban de la gracia del gobierno en turno, se equivocaban. Mantenerlos en sus cargos, y convalidarlos, era la forma de demostrar que el poder estaba concentrado en un solo espacio, y que quien detentaba ese poder era capaz de eso —y quizá más—, con tal de no ceder ante sus críticos ni ante aquellos que quisieran ver al Gobernador respondiendo ante una circunstancia en concreto.

Alejandro Murat dijo desde el inicio de su gestión, que su gobierno sería distinto (ver Al Margen 07.12.2016) y anticipó que sus formas se verían conforme avanzara la administración. Esto estaba anticipado y sólo no lo entendió quien apostó a que el actual Mandatario mantendría las formas de sus antecesores.

En este espacio lo anticipamos, cuando establecimos, muy al inicio de su administración, que el gobernador Alejandro Murat ha tomado varias decisiones cargadas de pragmatismo, como parte de lo que él mismo ha denominado como un nuevo estilo de gobernar. La primera decisión fue la de la toma de protesta, pero no ha sido la única. Desde el arranque del gobierni, por ejemplo, dio el banderazo de salida de las Unidades Móviles, que habían funcionado hace dos administraciones y que, por ese solo hecho, habrían sido impensables para otro gobernante que pensara más en los mensajes políticos, que en las demandas y necesidades de la ciudadanía.

PESAN LAS CIRCUNSTANCIAS

Algunas de esas decisiones consistieron en las circunstancias de la toma de protesta, o la de la reimplementación del esquema de las Unidades Móviles para el Desarrollo —ahora sólo denominadas como Unidades Móviles, y sectorizadas a la Secretaría de Desarrollo Social y Humano— que desde el inicio dejaron ver que el Gobernador asumía su legitimidad no a la vieja usanza de tomar decisiones independientemente de la magnitud de su costo político, sino que más bien había buscado demostrar que su legitimidad le permite tomar decisiones que no pasan por hacer ningún tipo de demostración de fuerza.

Parece un juego de palabras —apuntamos aquel siete de diciembre del año pasado—, pero mientras otros gobernantes se atrevieron a decidir voluntariamente mal sólo para demostrar poder, para después —a la vieja usanza— “volver a mandar”, Murat Hinojosa está decidiendo no demostrar su poder con caprichos, sino con decisiones de gobierno. Esas decisiones pragmáticas se demostraron a través de una toma de protesta austera y concreta, que sólo buscó cumplir con las formalidades que establece la Constitución independientemente de lo que pensaran u opinaran sus opositores, panegiristas o detractores.

Luego, todo eso se convalidó cuando —sin miramientos— decidió remover funcionarios que rápidamente se habían convertido en un problema para su administración. Lo hizo con el mismo Secretario General de Gobierno y con los titulares de otras dependencias, e incluso con los integrantes de su propio staff en la gubernatura, y qué decir con los titulares de diversas delegaciones federales que tronaron en el contexto de la atención a las consecuencias de los sismos del mes de septiembre pasado. En todos los casos, los cambios no obedecieron a favores políticos ni a débitos partidistas, sino exclusivamente a decisiones de gobierno tomadas a partir de resultados, fallas y determinaciones en concreto.

A estas alturas, ya no se espera un resultado tan distinto al hasta ahora visto. De hecho, es inminente que ocurran cambios en la administración, pero estos sólo tendrán dos orígenes perfectamente delineados: los que se vayan directamente a buscar un cargo de elección popular en la elección concurrente de 2018; y los que sean cesados por sus resultados y por no haber estado a la altura de las circunstancias. En ambos casos, queda claro que las decisiones se toman con parámetros muy concretos y que en ellas nada tienen que ver los criterios tradicionales de los débitos o la pertenencia a grupos.

¿Qué necesita hoy el Gobernador? Necesita, por un lado, a un grupo de políticos consistentes que le permitan tener el control tanto del Congreso del Estado como de los municipios más importantes de la entidad; y por el otro, necesita a gente comprometida con Oaxaca para que represente a la entidad en las cámaras legislativas federales. Además de esas necesidades eminentemente políticas, necesita un equipo de gobierno eficiente y responsable que demuestre su capacidad para enfrentar los retos de 2018, que van desde las complejas circunstancias de la elección presidencial, hasta los temas finos de la reconstrucción que irremediablemente tendrá que avanzar en la región del Istmo de Tehuantepec, además de todos los problemas cotidianos a los que se enfrenta la administración.

PRAGMATISMO

A estas alturas todos deberían haber entendido que el gobierno actual se basa en resultados, y que quien no esté a la altura tendrá como destino la destitución. Es una ecuación simple en apariencia, pero compleja en su cumplimiento. A pesar de ello, se está cumpliendo a la letra. Por eso, como en la teoría de Darwin, aquí sólo lograrán sobrevivir los más aptos para tal efecto.

Inminente, la aprobación de la Ley de Seguridad Interior; ¿qué podemos esperar de ella?

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En las primeras horas de anoche, el pleno de la Cámara de Diputados había ya avalado en lo general —con 248 votos a favor, 115 en contra, 48 abstenciones—, la Ley de Seguridad Interior. Con esto, el Congreso de la Unión parece dar un paso decisivo, aunque también cargado de riesgos e incertidumbre, en el intento por normar la actividad de las fuerzas armadas en labores de seguridad pública. Es muy importante no perder de vista este tema, que resulta ser uno de los más relevantes del año que termina.

En efecto, de acuerdo con información difundida por medios de la capital del país, el dictamen de la Ley de Seguridad Interior establece que la intervención de las Fuerzas Armadas en estados y municipios deberá tener temporalidad y no podrán excederse de un año, además estará sujeta a la colaboración de las entidades para contribuir con la amenaza que existe a la seguridad interior.

“La Declaratoria de Protección a la Seguridad Interior deberá fijar la vigencia de la intervención de la Federación, la cual no podrá exceder de un año. Agotada su vigencia, cesará dicha intervención, así como las Acciones de Seguridad Interior a su cargo. Las condiciones y vigencia de la Declaratoria de Protección a la Seguridad Interior podrán modificarse o prorrogarse, por acuerdo del Presidente de la República, mientras subsista la amenaza a la Seguridad Interior que la motivó y se justifique la continuidad”, detalla el artículo 15 del documento.

En el documento de la Comisión de Gobernación, detalla que a la entrada en vigor de la presente ley, los estados o municipios en los que ya esté la presencia de las Fuerzas Armadas, tendrán 90 días para solicitar la declaratoria de amenaza a la seguridad interior para sujetarse a esta nueva ley. Las que no requieran declaratoria se continuarán rigiendo conforme a los instrumentos que les dieron origen.

Todo esto ocurre en un marco particularmente complejo. Estamos a pocos días de que se cumplan 11 años de que el Presidente Felipe Calderón tomara la decisión de declararle la guerra a los cárteles criminales en el país, y en un contexto general en el que ha sido duramente cuestionada la actividad del Ejército y la Marina en labores de seguridad pública, por excesos cometidos presuntamente por sus integrantes al momento de repeler agresiones de criminales.

El último caso conocido, en junio pasado un diario de la capital del país dio a conocer un video en el que se aprecia a elementos del Ejército que fueron captados cuando atacan a tiros un vehículo con civiles desarmados, y luego ejecutan a una de las personas de un tiro en la cabeza, supuestamente en la junta auxiliar de Palmarito, del municipio poblano de Quecholac. La grabación, difundida en redes sociales, presenta imágenes presuntamente grabadas el pasado 3 de mayo, cuando la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) reportó al menos dos enfrentamientos armados con presuntos delincuentes dedicados al robo de hidrocarburo.

En el video grabado desde una cámara de seguridad de un domicilio particular se aprecia que los militares atacan a tiros un vehículo particular en el que iban al menos tres civiles desarmados. Tras disparar, los ocupantes descienden de la unidad, son detenidos y llevados al frente del automóvil, pero uno de ellos queda tendido en el suelo, aparentemente herido, por lo que dos militares lo arrastran unos metros para colocarlo al lado de sus compañeros. Luego de ello se aprecia en el video lo que aparenta ser un disparo realizado por uno de los elementos militares en contra de esa persona, que queda tirada en el piso. Al final del video se aprecia cómo otros elementos de la Sedena manipulan la cámara para retirarla.

PROBLEMA CONSTITUCIONAL

Según José Antonio Guevara (http://bit.ly/2iZeZJR), hay varios argumentos que robustecen la idea de que este intento por emitir una ley de seguridad interior, que norme la actividad de las fuerzas armadas en el rubro de la seguridad pública, sería contrario a la Constitución y que, de finalmente aprobarse la legislación que hasta anoche se discutía en la cámara baja, cabría la posibilidad de que todo el asunto terminara en manos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ante una posible Acción de Inconstitucionalidad presentada por alguno de los varios sectores políticos de oposición, que seguramente tendrá dicha legislación.

Uno de esos argumentos radica en que el Congreso no tiene facultades para legislar sobre seguridad interior. El máximo ordenamiento jurídico señala que el Ejecutivo federal tiene la atribución de preservar la seguridad nacional conforme a la legislación que emita el Congreso, mientras que puede disponer del Ejército, Armada y Fuerza Aérea para la seguridad interior y defensa exterior, sin que la Constitución se refiera a legislación alguna. Por su parte, el Congreso si cuenta con atribuciones para legislar en materia de seguridad nacional y no dice nada la Constitución sobre sus atribuciones para hacerlo en materia de seguridad interior. Esto implica que el Congreso no tiene facultades para legislar en materia de seguridad interior.

En segundo lugar, ninguna iniciativa legislativa puede eludir las obligaciones constitucionales previstas para suspender derechos humanos y sus garantías. Para efectos de hacer frente a una invasión (defensa exterior), una perturbación grave de la paz pública (seguridad interior) o a cualquier otra situación que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto (seguridad interior), y cuando se considere necesaria la restricción de ciertos derechos o sus garantías, el Ejecutivo deberá sujetar su decisión a un régimen de suspensión de derechos previsto en la misma Constitución.

Para que esas medidas sean válidas además deberá recabar la aprobación del Congreso, mientras que la Suprema Corte de Justicia tendrá que verificar la constitucionalidad y validez del decreto. El Ejecutivo federal, conforme a tratados internacionales ratificados por México, tendrá que informar de la suspensión o restricción de derechos, tanto a los Secretarios Generales de la Organización de Estados Americanos como de la Organización de las Naciones Unidas.

POLÉMICA

Al final, queda claro que de avanzar esta ley en la cámara baja, todavía tendrá que superar el reto del Senado de la República como cámara de revisión. Y aunque existe un importante grado de polémica sobre su utilidad, constitucionalidad y garantía de no sobreutilización, lo cierto es que este bien puede ser un primer parámetro para comprobar las alianzas partidistas que luego se irán a medir en 2018.

¿Por qué la ciudadanía sí debe ganar terreno en el marco de la elección presidencial de 2018?

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La decisión del Presidente Enrique Peña Nieto de decidir la postulación de José Antonio Meade como candidato presidencial del PRI, sigue una doble lógica simple: por un lado, reitera el pragmatismo antes ya mostrado por el Jefe del priismo, y su enorme capacidad de imponer sus prioridades sobre sus afectos o intereses directos; pero en el otro extremo, la decisión de impulsar a Meade implica el reconocimiento de que una de las principales exigencias de los electores está en buscar ciudadanos y no políticos para el ejercicio de las responsabilidades públicas. En consecuencia de ello, la verdadera sociedad civil debe ahora buscar no terminar avasallada por este ejercicio aparente de ciudadanización de las definiciones partidistas.

En efecto, a partir del pasado lunes se desató la fase crítica de la elección presidencial, al prácticamente quedar fijada la Litis de la contienda. En Morena está perfectamente sabido desde hace dos años que su candidato presidencial será el líder único, Andrés Manuel López Obrador que, como lobo solitario, ha recorrido el país en una campaña permanente que no es la de un dirigente partidista, sino la de un candidato en pleno. En el PRI, la señal del rumbo de la candidatura presidencial se dio con la renuncia de Meade Kuribreña a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y el inmediato arropamiento de las principales expresiones priistas. Al manifestarse la llamada “liturgia priista” quedó claro el rumbo de ese partido.

En esa lógica, hay dos expresiones confrontadas que ahora medirán sus fuerzas: por un lado, se encuentra Andrés Manuel López Obrador que representa a la figura más importante de la izquierda en los últimos tiempos en México, y tiene todos los elementos necesarios de un líder carismático que representa a un político en rebeldía luchando contra el sistema a través de postulados opuestos a los planteamientos y políticas del régimen. Por eso, para AMLO su principal capital político se basa en el hecho de ser un referente opositor y un crítico acendrado de todas las políticas gubernamentales.

Es muy probable que, a pesar de todo eso, le llegue la crisis política en el momento en que se le critique por un sector de la población por no encajar en el requerimiento del perfil ciudadano que, evidentemente, está muy lejos de tener por haber sido alguien que ha vivido de la política partidista por varias décadas, por haber ocupado diversos puestos de elección popular, y sobre todo por ser nada menos que el Presidente Nacional de un partido político. Esos elementos le permiten innumerables credenciales y cualidades como candidato presidencial, pero lo anulan por completo en cualquier posibilidad o intención de presentarse como un ciudadano que lucha por el poder.

En el otro extremo se presenta José Antonio Meade, que sin duda le ha dado una imagen de frescura a un partido que se preveía que estaría completamente ceñido a las liturgias, a sus añejas tradiciones y a los intereses de sobreprotección del grupo que actualmente gobierno en el ámbito federal. Prácticamente desde el momento de su destape, Meade se generó el aura de ciudadanía que el PRI necesitaba, y se ha insistido de manera importante que su mayor cualidad no es la preparación académica o su larga trayectoria como servidor público, sino el hecho de que Meade no es un militante priista, que es un ciudadano preparado que trabaja, y que será un candidato ciudadano que es impulsado por una plataforma partidista para tratar de darle un sentido distinto a la lucha por el poder, tradicionalmente protagonizada por políticos y no por ciudadanos.

¿Y LA CIUDADANÍA?

En todo esto, hay dos cuestiones que parecen ser relevantes: primera, que los partidos y sus candidatos seguirán siendo eso a pesar de los intentos por vestirse con ropas ciudadanas. Y segunda, que de todos modos la ciudadanía parece seguir aislada ante el fracaso de las candidaturas independientes y la amplia posibilidad de que después de la contienda presidencial se siga diciendo —de forma malintencionada— que en México la sociedad civil no existe. ¿Qué debemos entender en todo esto?

Respecto a lo primero, es importante entender que si bien Meade no es político, tampoco es cierta totalmente aquella historia relacionada con que es un ciudadano común y corriente, que de repente se ganó los afectos del líder del partido en el poder y por eso —y por sus cualidades— fue postulado como candidato presidencial. Esa es una mentira del mismo tamaño que la que se quisiera decir al asegurar que López Obrador es también un ciudadano de a pie. Al final, uno y otro son expresiones propias del posible “paso adelante” del formato tradicional del político que busca el poder, aunque esencialmente siguen siendo formas alternativas de ese mismo esquema.

Ahora bien, respecto a los candidatos independientes, también vale la pena reconocer el tamaño de esa crisis. Pues salvo excepciones contadas, en México no hay aspirantes a una candidatura presidencial por la vía independiente, que sean o hayan sido totalmente ajenos a la política partidista. De hecho, los dos únicos con posibilidades de acreditar el apoyo ciudadano necesario para una candidatura presidencial, son Margarita Zavala y Jaime Rodríguez Calderón. Ambos, aunque hoy son independientes porque no militan en un partido, están profundamente ligados a la política partidista y —a pesar de sus expresiones— están muy alejados de una posible representación ciudadana real. Al final, sus aspiraciones no pasarían ni de lejos el tamiz de una auténtica ciudadanía.

Por eso mismo, es muy importante la posibilidad de que la ciudadanía no se pierda en esas expresiones que son, en el fondo, una especie de “copia de ciudadanía” pero que no tienen los rasgos más genuinos de ser algo distinto que el sistema partidista. De ahí que haya la necesidad de establecer algunas posiciones de la verdadera ciudadanía: esa que está atenta a las acciones y decisiones del gobierno, y que está dispuesta a impulsar formas de evaluación y vigilancia a las cuestiones públicas.

Algunas de esas expresiones son las que a través de organizaciones de la sociedad civil impulsan cambios institucionales. Pero son a las mismas a las que el gobierno federal saliente —que ahora quiere ser ciudadano— intentó perseguir y espiar, como en el caso del IMCO y otras organizaciones a cuyos dirigentes trajeron de cerca para conocer sus relaciones y movimientos.

ACTUAR DESDE LA CIUDADANÍA

Por eso es importante no perder el sentido de seguir actuando como sociedad, y no marearnos con las expresiones que sólo aparentan serlo. El país sólo cambiará con una ciudadanía atenta y exigente, que sea capaz de organizarse para limitar y moldear al poder público.

La designación de candidatos por ‘dedazo’, siempre ha sido práctica común en la política mexicana

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Muchos se dijeron sorprendidos por una supuesta reedición del pasado, con el llamado “destape” que hizo el lunes el Presidente de la República de José Antonio Meade Kuribreña, como próximo candidato presidencial del PRI. La aparente sorpresa tenía como origen el aparente regreso de una práctica que algunos dicen que debería estar desterrada. Lo cierto es que, salvo casos muy contados, en México todas las designaciones de candidatos a cargos relevantes se hacen siempre bajo la misma lógica, en la que se definió al inminente abanderado presidencial priista.

En efecto, más como argumento de militancia partidista que como un elemento de análisis, se hizo la calificación fácil de que con la renuncia de Meade a la Secretaría de Hacienda, y el cobijo que recibió inmediatamente después por las llamadas ‘expresiones’ del partido tricolor, se estaba reviviendo la vieja práctica del ‘tapado’ y del ‘destape’ del candidato presidencial del PRI. Quienes lo señalaron debían también reconocer que entre las muchas paradojas que enfrenta la política mexicana se encuentra la de los candidatos que están ‘tapados’ pero a la vista de todos, y la crisis de perfiles e identidad ciudadana que afecta a todas las fuerzas políticas.

El caso de Meade no es muy distinto a como han sido todas las designaciones de candidatos presidenciales en el PRI, independientemente de los tiempos en los que tuvieron o no presidente priista. De hecho, si acudimos al antecedente inmediato, encontraremos que el ahora presidente Enrique Peña Nieto tampoco emanó como candidato de un proceso de consultas internas ni tampoco fue consecuencia de un proceso democrático. En aquellos momentos, cuando no había Presidente de la República priista, Peña Nieto se hizo de la candidatura gracias a la toma de control del partido, como base para el establecimiento de consensos entre los gobernadores y los liderazgos priistas. Su candidatura, entonces, fue un acuerdo cupular, pero no un proceso democrático.

Si nos vamos al siguiente antecedente, encontraremos que Roberto Madrazo Pintado impulsó todo como aspirante a la candidatura presidencial, menos la democracia interna en el PRI. Lejos de ello, con prácticas porriles tomó por asalto la dirigencia nacional priista y desde ahí construyó su candidatura presidencial, a base del torpedeo y la exclusión de los grupos que no le eran afines. Si hoy quisiéramos ver un paralelismo de sus prácticas, fácilmente las encontraríamos en las maniobras de Ricardo Anaya Cortés, que desde la dirigencia nacional del PAN intenta construir su candidatura presidencial excluyendo a todo y todos los que no están sometidos a sus exigencias.

Al margen de esos dos candidatos —que fueron los dos abanderados presidenciales en tiempos del PRI fuera de la Presidencia— a todos los demás candidatos presidenciales los designó el Presidente en turno, independientemente de que fueran o no sus favoritos. En los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo, se modificaron no sólo los estatutos priistas, sino la propia Constitución —para eliminar el requisito de que para ser Presidente se debía ser hijo de padre y madre mexicanos por nacimiento, para establecer que sólo uno de los padres debía ser mexicano por nacimiento—, para poder abrir el abanico a las posibilidades, luego del homicidio de Luis Donaldo Colosio.

Por ello no podría acusarse de una regresión, cuando en realidad en el PRI la práctica siempre ha sido la misma, y cuando la propia base del priismo ha decidido mantener presente lo que el propio Presidente ha denominado como la “liturgia” priista en la designación de su candidato presidencial. Nada nuevo hay escrito bajo el sol en el PRI, como tampoco lo hay en las demás fuerzas políticas. Y el hecho de que compartan ese rasgo tanto el oficialismo como la oposición, debería ser lo verdaderamente preocupante en un país que intenta transitar hacia la madurez democrática.

LA ‘DEMOCRACIA’ EN LA OPOSICIÓN

El problema real es que si en el PRI no hay una práctica democrática que pueda jactarse ni comprobarse de ser tal, en la oposición tampoco. En Morena, por ejemplo, debiera ser hasta escandaloso el hecho de que Andrés Manuel López Obrador se ha dedicado a construirse una plataforma para su candidatura presidencial, al margen de la promoción de la vida democrática o cualquier otra práctica inherente a la política partidista.

Es cierto: López Obrador es el más importante líder de la izquierda en los últimos tiempos en México. Sin embargo, eso no debiera ser pretexto para justificar el hecho de que al interior de su partido no sólo no hubo —ni habrá— un verdadero proceso democrático de consulta o de consensos para la definición de su candidatura presidencial, como tampoco lo ha habido para definir a los candidatos a prácticamente todos los cargos de elección popular que se han designado desde que Morena tiene registro como partido político y, por ende, acceso a la postulación de candidatos.

De ahí que sea señalamiento común el relativo a que hasta los candidatos a las planillas de concejales pasan o por la vista de López Obrador, o de alguno de sus cinco o seis notables que son los únicos que tienen capacidad para autorizar o vetar a cualquier candidato en ese partido. Así, los defensores de Morena pueden argumentar a favor de un posible “uso y costumbre” interno o tradicional en ese partido. Pero ello no los excluye del señalamiento común de que en sus definiciones internas tampoco existen prácticas democráticas, equitativas o transparentes que puedan dar un referente de que son distintas, o mejores, a las que practica cualquier otra fuerza política.

Y en esa lógica, es en realidad prácticamente nada lo que se podría argumentar a favor incluso de ejercicios como el Frente Ciudadano que intentan construir el PAN y el PRD. Ellos carecen de dos vicios e insuficiencias esenciales: primera, que no tienen voluntad para poder abrir por lo menos parcialmente alguno de sus procesos democráticos al escrutinio público y la participación de la ciudadanía; y segunda, que es un frente con denominación ciudadana que no ha logrado abrirse ni acercarse a la ciudadanía en cualquiera de sus flancos.

Lo más paradójico es que la supuesta ciudadanía del Frente está ahogada de origen entre los cuestionamientos que pesan sobre el PRD desde los tiempos de José Luis Abarca y las ligas de militantes perredistas —y de AMLO— con el narco; y en el frente panista, por las prácticas abusivas y porriles de Ricardo Anaya, que no harán sino dinamitar el Frente y arrinconar a esos dos partidos, que debieran ser opciones partidistas en medio de la polarización que generarán el PRI y Morena en la contienda presidencial.

LOBO SOLITARIO

Con todo y sus enormes cuestionamientos, resulta que el único que no emanó de ninguna de las tradiciones antes descritas como candidato presidencial, fue Felipe Calderón. Éste se le rebeló al Presidente Vicente Fox y ganó la candidatura bajo las reglas y el funcionamiento panista. Un caso aislado. Incluso, algo así como un lobo solitario en esta arraigadísima práctica antidemocrática en la designación de candidatos a cargos relevantes en México.

Glosa del informe: En Oaxaca debe dejar de ser pasarela, y enfocarse en evolución y compromisos

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Este martes inicia la llamada Glosa del Informe de Gobierno, la cual se desahoga a través de la comparecencia ante el Pleno de la Legislatura, de algunos de los funcionarios que encabezan las tareas de gobierno en la entidad. Éste, que intenta ser un ejercicio de evaluación y rendición de cuentas, debe evolucionar hacia los compromisos y la auténtica evaluación, y —según sus antecedentes más inmediatos— dejar de ser un espacio para las componendas entre diputados y funcionarios comparecientes.

En efecto, se le conoce como “glosa” al desdoblamiento y análisis del informe de gobierno por parte del Poder Legislativo. Se supone que la glosa sirve para que una vez que el Titular del Poder Ejecutivo haya presentado el informe de labores del ejercicio anual, el encargado de cada una de las áreas del gobierno acuda ante el Poder Legislativo al “acto republicano” —derivado del  informe— de escuchar a los representantes populares, explicarles la razón y los alcances de la labor realizada, e incluso aclarar sus inquietudes o cuestionamientos.

Así, aunque la ley establece la obligación de los titulares de las dependencias gubernamentales de acudir ante la Legislatura para llevar a cabo la llamada glosa del informe, lo cierto es que esa es otra de las obligaciones constitucionales de los servidores públicos que, al carecer de un formato y obligaciones concretas, en el pasado ha servido lo mismo como una pasarela para el lucimiento político, que un espacio de chantajes, amenazas y negociaciones, que bajo ninguna circunstancia buscaban un ejercicio correcto de rendición de cuentas sino confabulaciones. Por todo eso, las comparecencias deben recuperar su sentido y ser un verdadero ejercicio de intercambio político, evaluación, rendición de cuentas y establecimiento de compromisos.

En esa lógica, ha sido evidente que —igual que en muchos otros casos— el formato de la glosa completa del Informe de Gobierno, y las comparecencias, han estado sujetos a los vaivenes y efervescencias políticas, que han determinado la convivencia entre los grupos políticos en la entidad durante los últimos años. Particularmente, tanto el ejercicio del Informe de Gobierno como el relacionado con la Glosa, debieron cobrar particular relevancia, primero, desde que el partido gobernante perdió la mayoría en el Congreso; y segundo, cuando ocurrió la alternancia de partidos en la gubernatura.

Lamentablemente, ni en uno ni en otro caso ello ocurrió, y eso ha sido una desgracia para los ejercicios de democracia deliberativa, de intercambio y de rendición de cuentas entre poderes. En el primero de los casos no ocurrió, porque cuando el partido gobernante perdió la mayoría en el Congreso, la inmadurez de nuestra democracia abrió la puerta para que la mayoría opositora se prestara fácilmente no a dialogar, sino a transigir con el Ejecutivo, en aras de conseguir acuerdos provechosos para sus intereses particulares.

Por eso, hace poco más de una década, los propios diputados decían que había dejado de “ser negocio” ser legislador del partido gobernante; y los opositores hallaron una pequeña veta de negociación permanente con el Ejecutivo para lograr beneficios importantes a cambio de dejar pasar iniciativas, de no enredar mucho los debates, e incluso guardar silencio en momentos relevantes.

El segundo momento vino cuando el PRI dejó de ser gobierno, y entonces se creyó que habría una nueva forma de hacer política en la relación entre los poderes y las fuerzas políticas, en la que todo se basara en ejercicios más abiertos de rendición de cuentas e intercambio entre ellos. De hecho, en los albores de su gestión, Gabino Cué intentó generar una expectativa de ese tipo. Sin embargo, rápido dejó ver que esa supuesta convicción no era sino una pose, y por eso le dio preferencia a la negociación política para hacer de este ejercicio una apariencia.

AVANCES RELATIVOS

De este modo, lo que en el primer año de gobierno de Cué pareció ser un ejercicio ascendente de rendición de cuentas, rápidamente se convirtió en algo abominable. El primer informe de gobierno ocurrió con el Gobernador acudiendo en persona a entregar dicho documento y estableciendo posiciones políticas concretas. Pero los años siguientes dicho ejercicio —y la correspondiente glosa— fue degenerando en actos cada vez menos republicanos, exponencialmente más ceñidos a los mínimos establecidos en la ley, y cada vez más sujetos a negociaciones políticas.

Esa misma suerte siguió la glosa del Informe. Conforme fueron avanzando los años del primer gobierno de alternancia, todo se convirtió en una extorsión constante entre legisladores y funcionarios comparecientes. En ello se podía explicar, por ejemplo, la diferenciación que se hacía entre las comparecencias en el pleno y las que se realizaban en comisiones. La toma de esas decisiones no estaba basada en la naturaleza de las comparecencias, sino en el hecho de cuánta capacidad de negociación tuviera cada uno de los secretarios comparecientes, para que en correspondencia a ello fueran tratados por los diputados.

Ello de ninguna manera podría seguir siendo un ejemplo de actuación en la actualidad. De hecho, el ejercicio completo de las comparecencias tendría que evolucionar con rumbo a ejercicios que demostraran no sólo voluntad por una auténtica rendición de cuentas e intercambio civilizado entre los funcionarios y los legisladores, sino que sobre todo esto tuviera algún viso de establecimiento de compromisos mutuos para impulsar asuntos en concreto.

Esto es algo que puede no ocurrir de un momento a otro, pero con el solo hecho de procurarlo sería una enorme muestra de voluntad y de civilidad por parte de los integrantes de los poderes Legislativo y Ejecutivo. Esto no debiera ser tampoco algo tan lejano, si en realidad en todos existe un sentido mínimo de oportunidad y capacidad para hacer evolucionar esta figura, que debe dejar de ejercerse con formatos hechos a voluntad y conveniencia, y debería ser una de las piedras angulares de una auténtica democracia en fase de maduración.

COMPARECIENTES

El primero en comparecer, será el titular de la Secretaría de Desarrollo Social y Humano, Raúl Bolaños Cacho Cué. En los casi doce meses en el cargo, Raúl Bolaños ha marcado una diferencia sustantiva con sus antecesores, al imprimir dinamismo, responsabilidad y eficacia en el cumplimiento de sus tareas y atribuciones, y como promotor de los importantes avances en la política social del Gobernador Alejandro Murat que este día informará a la Legislatura local.

Derecho a la protesta: un dilema frente a la regulación de las manifestaciones en vía pública

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Recientemente, el Gobernador Alejandro Murat Hinojosa anunció que en esta semana enviará al Congreso del Estado una iniciativa de ley para regular las marchas y manifestaciones que ocurren en la vía pública en la entidad. Esta es una iniciativa importante que debe ser considerada a la luz de algunos derechos constitucionales, así como también de la necesidad de hacer más eficientes las funciones públicas que se realizan en los tres órdenes de gobierno. Es un tema importante que debe ser analizado con todo detalle.

En efecto, la posibilidad —y la necesidad— de regular las manifestaciones que se realizan en la vía pública, ha sido un tema de amplia discusión en la entidad. Oaxaca, casi por tradición, ha sido una entidad en la que la efervescencia política es prácticamente cotidiana, y en la que las manifestaciones en la vía pública hace mucho tiempo que dejaron de ser un recurso extraordinario para convertirse en una forma ordinaria de las organizaciones sociales, gremios y demás, para ganar la atención del gobierno y lograr los objetivos que se proponen.

De hecho, en el largo devenir de las afectaciones a la vía pública, queda claro que uno de los principales factores ha estado en la Sección 22 del SNTE, que por mucho ha sido la principal protagonista de esta compleja historia de relaciones entre las organizaciones sociales y el gobierno estatal, en la que el punto central de todas las actuaciones tiene que ver con la toma de la vía pública para realizar protestas, manifestaciones, plantones y acciones de presión. Si lo consideramos en esa lógica, la 22 ha sido quien ha abierto y mantenido la brecha de la vía pública como la idónea para ganar la atención gubernamental, y para hacer valer sus exigencias.

Históricamente, el gobierno ha respondido a esa lógica accediendo a reconocer las protestas en la vía pública, como una forma de diálogo válido con las organizaciones. Siguiendo la lógica de que la 22 ha sido la punta de lanza de todo eso, ha quedado claro que ésta fue la que estableció toda una pauta de cómo se debía interactuar con el gobierno, y cómo al subirle el nivel a las manifestaciones y presiones sociales, el propio gobierno comenzó a desdeñar las acciones pacíficas y respetuosas —de otras organizaciones— en demanda de atención, para darle prioridad a quienes afectaban los derechos de terceros y les ocasionaban costos políticos al gobierno, por el repudio ciudadano a la inacción frente al quebranto al orden público. Esa es una de las razones —su enorme disciplina y capacidad de movilización, así como de afectación a la vía pública— por la que la 22 siempre ha estado a la cabeza de las prioridades gubernamentales en Oaxaca.

Ahora bien, ¿la solución a un problema de esta magnitud radicaría simplemente en emitir una ley que prohíba o regule las manifestaciones en la vía pública, y entonces tratar de aplicarla por la fuerza? Anticipadamente podemos afirmar que esa sería una solución parcial e incompleta, porque en realidad la disminución de las manifestaciones en la vía pública pasa por varios otros temas que no necesariamente se encuentran en la emisión de una ley o en el uso de la fuerza pública para despejar las vías cuando éstas son tomadas por manifestantes.

MANIFESTANTES Y LA LEY

La Constitución federal consagra el derecho de las personas a manifestarse. El artículo 9 constitucional señala expresamente que no se considerará ilegal, y no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición o presentar una protesta por algún acto, a una autoridad, si no se profieren injurias contra ésta, ni se hiciere uso de violencias o amenazas para intimidarla u obligarla a resolver en el sentido que se desee.

Este debe ser un punto de referencia indispensable para cualquier regulación de las protestas en vía pública, porque la propia Constitución federal establece los parámetros y los límites bajo los cuales una protesta puede ser válida y legal, y cuáles deberían ser las limitaciones que deberían ser reglamentadas a través de una ley, para que cuando esos extremos llegaran a romperse, entonces la autoridad pudiera estar legitimada para utilizar la fuerza pública, o algún mecanismo coactivo para hacer cumplir la ley y restablecer el orden en la vía pública.

Así, frente a ese problema —que no es sólo de Oaxaca—, en algunas otras entidades se han buscado soluciones a través de normas específicas. En particular, en la Ciudad de México han explorado diversas posibilidades de regulación pretendiendo establecer, por ejemplo, que los manifestantes tienen prohibido bloquear, e incluso marchar, en vías primarias de circulación vehicular; que deben dar aviso por escrito a la autoridad con 48 o 72 horas de anticipación al acto de protesta; o que el gobierno tiene la posibilidad de disolver una manifestación cuando se afecte la movilidad de la ciudadanía.

¿Es esta una solución posible? Creemos que no. En la Ciudad de México, que es la sede de los poderes federales, ha sido imposible detener la gran mayoría de las manifestaciones que todos los días ocurren en las calles de la capital. A pesar de que tanto el gobierno capitalino, como el federal, tienen diversas instancias de concertación política, muchas de esas manifestaciones comienzan y terminan sin que exista autoridad que pueda detenerlos. Sólo en casos extraordinarios (como lo fue el plantón de los trabajadores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, que se encontraba en el zócalo capitalino en los albores del festejo de la promulgación de la independencia, por allá del año 2014) algún tipo de manifestación ha sido disuelta.

Junto a ello, lo que queda claro es que también debe haber una revisión integral, y a fondo, de los márgenes de atención que pueden dar las instituciones cuando se presenta algún acto de protesta, e incluso cuando éste es previsible. Por esa razón, en Oaxaca se ha discutido también en varios momentos la necesidad de que no todos los asuntos terminen resolviéndose en la capital oaxaqueña —donde se encuentran la sede de los poderes públicos—, y que más bien puedan resolverse ahí mismo donde se originaron o donde se convirtieron en un problema.

EFICACIA GUBERNAMENTAL

Esa fue una de las razones que dieron origen a las delegaciones de gobierno, y fue también la base por la que en algunos momentos la Secretaría General de Gobierno intentó generar coordinaciones regionales para atender de origen los problemas y evitar que éstos terminaran impactando en manifestaciones en la capital oaxaqueña. ¿Por qué no han funcionado? Parece que porque, integralmente, no ha habido la atención y la convicción de que esa puede ser una vía alterna a la regulación de las marchas, y que en gran medida todo podría resolverse a través de la eficacia en las tareas de gobierno. De ahí que este sea un enorme reto para la gobernabilidad, en las condiciones actuales de nuestro estado.

Plataforma facilita localización de traductores en lenguas indígenas

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El Centro Profesional Indígena de Asesoría Defensa y Traducción (Cepiadet) y la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova capacitaron sobre derechos lingüísticos a servidores públicos del Poder Judicial

A través de la plataforma digital Ndiya, creada por el Centro Profesional Indígena de Asesoría Defensa y Traducción (Cepiadet) y la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova, se facilita a las instancias de procuración y administración de justicia la localización, contacto y contratación de intérpretes y traductores de lenguas indígenas de Oaxaca que puedan apoyar en los procesos de personas que no hablen español, informó el presidente de esa Asociación Civil, Tomás López Sarabia.

Al impartir el taller ‘Derechos humanos, derechos lingüísticos y el sistema de justicia en México’ dirigido a jueces y servidores públicos del Poder Judicial del Estado, el abogado bilingüe refirió que la necesidad de traductores e intérpretes en lenguas indígenas es ahora mayor no sólo en Oaxaca sino en todo el país con la implementación del sistema acusatorio, por lo que retomando experiencias de países como Perú y Guatemala se diseñó esa herramienta virtual.

Explicó que su nombre Ndiya, significa camino en ixcateco, una lengua en riesgo de desaparecer, y además del padrón de intérpretes brinda información sobre la diversidad cultural, lingüística y jurídica de los pueblos indígenas de Oaxaca; así como casos emblemáticos y aspectos de pluralismo jurídico, una perspectiva teórica útil para comprender la existencia de múltiples órdenes jurídicos dentro de un mismo Estado.

En la entidad, según datos estadísticos del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali), de las 364 variantes que se hablan en todo el país 176 se encuentran en Oaxaca, lo que representa un 48 por ciento, lo que implica que para tener a un intérprete de la lengua y la variante adecuada sea un reto fenomenal, reconoció.

Sin embargo, destacó que en ese sentido se han logrado dar avances importantes.  “El trabajo que nosotros hacemos desde sociedad civil es coadyuvar en estas condiciones de localizar a los traductores y a la par apoyar en la actualización de los servidores públicos para que tengan mayores elementos al momento de tener enfrente a una persona hablante de una lengua y respeten sus derechos”, dijo.

Durante el taller se analizaron aspectos como Códices, lenguas indígenas y juicios en la época colonial, la diversidad lingüística en el mundo, México y Oaxaca, derechos lingüísticos y derechos humanos y la justicia bilingüe en México, en los que intervinieron como ponentes además del presidente de Cepiadet,  las especialistas Zaira Hipólito López y Yásnaya Elena Aguilar Gil.

Ley de seguridad interior: ¿Debe legalizarse presencia de las fuerzas armadas en las calles?

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Amplios sectores de la población enfrentan visiones con relación a la posibilidad de que el Congreso emita una Ley de Seguridad Interior, que norme la actuación de las fuerzas armadas en las tareas de seguridad pública. Por un lado, hay quienes afirman que aún cuando no existe un mandato expreso de la ley respecto a que el Ejército o la Marina actúen en auxilio de la seguridad pública, la interpretación constitucional y de diversas leyes sí puede llevarnos a entender que no actúan en el limbo jurídico; y quienes están en contra, dicen con razón que debemos entender la dimensión de lo que se pretende, como una violación flagrante a la Constitución. En el fondo, todos rechazan la posibilidad, aunque con distintas visiones y argumentos.

En efecto, quienes dicen que sí hay marco que regule la actuación de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública, rechazan la idea de que se norme su actuación a través de una ley de seguridad interior, porque señalan que ese sería el primer paso para mantener el estado de cosas en el que las fuerzas armadas se consoliden en las calles y las autoridades civiles descontinúen indefinidamente la necesidad de mejorar las corporaciones de seguridad pública.

En el fondo, señalan, esa sería la forma de no cambiar y de no perder legitimidad, a pesar de todo lo que implica el hecho de que el ejército o la marina tome las tareas que, por ejemplo, le corresponden a una corporación de policía municipal, y que gracias a esa actuación la autoridad que fue rebasada en sus atribuciones (el alcalde o el cabildo, en el ejemplo) se relegitimen a partir de la presencia y la fuerza de los elementos castrenses cuando en realidad todo ello sería un signo casi inequívoco del fracaso de su autoridad.

En ese sentido, Jaime López Aranda (http://seguridad.nexos.com.mx/?p=131) señala que lo primero que debe ponerse sobre la mesa es que las Fuerzas Armadas, aún en ausencia de una ley de seguridad interior, tienen responsabilidades legales que deben considerarse simultáneamente como de seguridad nacional y de seguridad pública y bajo ninguna circunstancia están operando en un vacío legal. Las leyes orgánicas del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos y de la Armada de México, la Ley de Seguridad Nacional, la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos y la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, entre otras, prevén que el Ejército y la Marina realicen actividades que legal y prácticamente implican combatir de manera directa al menos a los grupos criminales más poderosos. Aunque se puede argumentar —y gente razonable puede estar en desacuerdo sobre este punto— que el Artículo 21 Constitucional y la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública restringen en alguna medida las tareas de prevención, investigación y persecución de delitos a las autoridades civiles, una interpretación legal y operativa más amplia del resto del marco legal vigente obligaría a repensar las cosas a profundidad. ¿Se quiere argumentar, por ejemplo, que las policías deben hacerse cargo de los robos y el combate al tráfico de armas, personas y estupefacientes en el mar, todas ellas atribuciones explícitas en la actualidad de la Armada de México? ¿O quizá se pretenda señalar que la misión de garantizar la seguridad interior y las atribuciones en materia de armas de fuego del Ejército y la Fuerza Aérea no cubren la interdicción de grupos armados circulando por el territorio nacional como parte de sus actividades delictivas? ¿Y qué decir del hecho de que la Ley de Seguridad Nacional prevé explícitamente que impedir el combate a la delincuencia organizada—no la delincuencia organizada, sino impedir el combate a ésta, lo que por definición es una de las principales actividades de cualquier grupo criminal—es una amenaza a la seguridad nacional?

OTRAS VISIONES

Refutando las ideas anterior, Alfredo Lecona Martínez (http://bit.ly/2r6uXaP) sostiene que es imposible intentar ordenar el debate afirmando que las dos posiciones (de apoyo y oposición a la ley de seguridad interior) son beneficiarias del “mito”. Cuando se concluye que con la oposición o el bloqueo a reformas legales, como las que abrieron este debate, inexorablemente se perpetuaría el statu quo y que de ello no resultaría el regreso del ejército a los cuarteles, se hacen de lado los diagnósticos y alternativas que se han propuesto desde la sociedad civil y se reducen los fines de las recomendaciones de organismos internacionales a una demanda simplista y no al fin último de exigir seguridad sin guerra.

Nadie pretende hacer a un lado en su totalidad a las Fuerzas Armadas de tareas de seguridad pública, como si se pensara que las policías deben hacerse cargo, por ejemplo, del tráfico de personas, armas y estupefacientes en el mar. Pero la renuncia del Estado a fortalecer las instituciones civiles, no puede orillarnos a forzar interpretaciones legales y a crear legislación que legitime su actuación en tareas de seguridad, sino a exigirle al mismo Estado que cumpla con la responsabilidad de capacitar, profesionalizar y fortalecer a quienes tienen la función constitucional de la seguridad pública.

Y es que el debate no debe estar centrado en el marco legal existente ni en uno nuevo, sin antes generar los diagnósticos correctos y atender las causas del abandono al fortalecimiento de las policías. Más aún, cuando muchas de esas causas pasan por la corrupción y la falta de rendición de cuentas, por ejemplo, sobre los recursos asignados a la seguridad pública. El pasado 28 de marzo, mientras Enrique Peña Nieto sostenía un encuentro con soldados, marinos, pilotos y sus familias, el colectivo #SeguridadSinGuerra dio una conferencia de prensa en la que se ofrecieron datos y elementos que dibujan muy bien la indignante abdicación a la obligación de fortalecer a las instituciones de seguridad en los tres niveles de gobierno.

En el informe sobre la Cuenta Pública de 2015, la Auditoría Superior de la Federación reportó haber realizado 147 auditorías a recursos federales destinados a la seguridad pública, incluidas auditorías de desempeño a la Policía Federal y otras de cumplimiento fiscal de recursos otorgados a municipios y estados. Cada una de esas auditorías, tiene, en promedio, tres Promociones de Responsabilidad Administrativa, 443 en total, como consecuencia de las irregularidades encontradas en el ejercicio de los recursos asignados.

A nivel federal, es escandaloso lo encontrado en la Gendarmería Nacional, un cuerpo de seguridad de élite creado en este sexenio, al que se le destinaron 2 mil 842 millones de pesos para la realización de 10 mil operativos de disuasión, reacción, contención y restablecimiento del orden público. De esos 10 mil operativos, la Auditoría solo acreditó la implementación de 75, el 0.8 por ciento.

A nivel estatal, en 2015, el Gobierno del Estado de Sonora recibió 317 millones de pesos del Fondo de Aportaciones para la Seguridad Pública de los Estados y del Distrito Federal (FASP), de los cuales hubieron irregularidades por 108 millones de pesos –una tercera parte de lo recibido–, en gastos no comprobables de equipo de cómputo y comunicación, chalecos antibalas, vehículos y armamento, así como la simulación de obras de ampliación y remodelación. El 65% de las metas establecidas por el FASP fueron incumplidas.

EN LA BASURA

En el fondo, como dice Lecona, no se trata de pensar en la fuerza sino en las personas, para entender que este no es un asunto tan vago como pudieran presentarlo. El problema en el fondo es que la corrupción ahogó no sólo la seguridad sino también las millonarias inversiones que hoy queda claro que no sirven. Y nadie, nadie habla de quiénes son, o pudieran ser, los responsables de ello.

Es indispensable reglamentar los gobiernos de coalición para evitar los frentes electorales sin sustento

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Para nadie debiera ser una buena noticia, que en la conformación del Frente Ciudadano por México haya temas sociales de fondo, que hayan sido vetados por los partidos que buscan integrar dicha coalición electoral. Esa es una pésima noticia porque, si bien ya sabemos que las coaliciones electorales sólo sirven para ganar elecciones sin asumir compromisos de mediano plazo, también es cierto que hoy existe ya la figura de los gobiernos de coalición. Al no haber una reglamentación de éstos, pareciera que entonces la propia Constitución sigue alentando las riesgosas coaliciones sin derroteros.

En efecto, a pesar de que parece ir bastante avanzada la negociación entre el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano para la conformación del Frente Ciudadano por México, hay temas en su discusión que siguen vedados, y prácticamente eliminados de cualquier posibilidad de abordaje. Esos son temas de índole social tales como la discusión sobre el aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo, el establecimiento constitucional del derecho a la vida desde el momento de la concepción, y otros que si bien no son determinantes para definir el rumbo de una elección, sí son importantes por la trascendencia social que revisten.

En esa lógica, a estas alturas la pregunta ya no tendría que ser si en realidad el PAN o el PRD están dispuestos a transigir —a pesar de la supuesta distancia ideológica que existe entre ellos— sobre temas tan importantes como los antes mencionados, en un momento políticamente tan complejo, como lo es la conformación de una coalición electoral del tamaño y la importancia del Frente Ciudadano por México, sino si en realidad eso mismo harían en el supuesto de que llegaran a ganar la elección presidencial.

Pues es claro que hoy, una coalición de corte electoral es insuficiente, e incluso riesgosa, si se toma desde la perspectiva de que en México ya tenemos innumerables experiencias relacionadas con las coaliciones electorales que terminan siendo desastres de gobierno. ¿Por qué ocurre así? Por un lado, porque las coaliciones electorales no han sido conformadas con la seriedad que revisten las circunstancias, y porque éstas tampoco han venido acompañadas de compromisos concretos que bien podrían traducirse en lo que hoy se conoce como un programa de gobierno, o más concretamente en un gobierno de coalición como los que ya contempla la Constitución.

Más bien, las experiencias conocidas son las de coaliciones electorales que prácticamente se deshacen al día siguiente de que ocurren los comicios, o que se mantienen vigentes únicamente como mecanismos de reparto de las parcelas gubernamentales o de los espacios de poder. Hasta ahora, en ningún caso las coaliciones electorales han evolucionado en programas de gobierno concretos, e incluso tampoco en espacios institucionales y legitimados de concertación entre las fuerzas políticas que, juntas, primero ganaron una elección, y luego también juntas deban afrontar las responsabilidades del gobierno.

Así, por ejemplo, en el caso de Oaxaca, queda claro que la coalición PAN-PRD que el sexenio pasado llevó a Gabino Cué a la gubernatura, sólo se mantuvo activa en la medida en la que se repartieron algunas de las cuotas de poder de la administración de Cué, y finalmente decidieron dejarlo solo, en una oprobiosa apuesta en la que ni ellos le disputaban más poder del que él les había dado; y por el otro, Cué ejercía el poder sin preguntarle ni consensar con las fuerzas coaligadas porque como éstas ya habían recibido su pago, nada tenían que cuestionarle al entonces gobernador.

 

CASOS OMINOSOS

En esta lógica, vale otro ejemplo. En mayo de 2016 el Presidente Enrique Peña Nieto envió al Congreso un paquete de iniciativas para reconocer el matrimonio igualitario a nivel nacional, y establecer diversas disposiciones relativas al estado civil de las personas que son conexas a la figura del matrimonio. Esta decisión presidencial, abrió una polémica que en realidad tenía varios frentes. Uno era el relacionado estrictamente con la necesidad de discutir esos temas tan importantes y sensibles para la sociedad mexicana; el otro, hacía blanco en el imperativo de que tanto la ciudadanía como los partidos políticos demostraran, ante discusiones como las antes mencionadas, el nivel de civilidad y tolerancia que practicamos y demostramos todos en nuestras relaciones cotidianas.

La iniciativa presidencial era formidable. De acuerdo con aquella fallida iniciativa el matrimonio quedaría definido como “la unión libre de dos personas mayores de edad con la intención de tener una vida en común, procurándose ayuda mutua, solidaridad, respeto e igualdad”.

Con respecto al derecho a adoptar menores por parte de parejas del mismo sexo —cuestión nodal que provoca mayores resistencias y desconfianzas que el matrimonio en sí mismo, lo que refleja clara y flagrantemente la homofobia social porque, se piensa, se pone en riesgo el buen desarrollo del infante, por lo que este derecho suele excluirse de las figuras de “uniones civiles”— la argumentación se apoyaba en lo sentenciado por la SCJN, en el sentido de que negar el derecho a ser adoptado a un niño o una niña por el sólo hecho de la orientación sexual de las personas adoptantes, deriva en una conducta discriminatoria, tanto para ellas, como para el propio niño o niña que pretende ser adoptado, pues se les desconoce su derecho a tener una familia, en el sentido más amplio posible de este concepto, tal como lo ha sostenido nuestro máximo Tribunal en el caso de la adopción por parte de matrimonios del mismo sexo.

Como puede verse, dicha reforma era una de las más trascendentes del sexenio —socialmente hablando— pero fracasó. Fue así porque los partidos opositores no fueron capaces de deponer sus argumentos más radicales para adentrarse en un tema que requería tolerancia, civilidad y capacidad de entendimiento mutuo para sacar adelante una reforma que al menos nos hiciera avanzar parcialmente como sociedad. No hubo forma, y por eso el Presidente claudicó totalmente en la posibilidad de entrar a la discusión de fondo de ese tema.

 

SÓLO DEMAGOGIA

Si esta es una experiencia previa, ¿un posible gobierno de coalición, derivado del Frente Ciudadano por México, tendría los espacios políticos y la civilidad necesaria para una discusión tan trascendente como esa? Queda claro que no. Y ahí comenzarían los fracasos. Por esa razón es importantísimo que exista una reglamentación concreta para los gobiernos de coalición, que tenga como fondo el establecimiento de compromisos mutuos concretos en temas no sólo políticos o electorales, sino en cuestiones ideológicas y sociales tan concretas y emocionales como esas. Mientras no ocurra, todo seguirá siendo demagogia y alianzas para ganar elecciones. Es decir, seguir dando vueltas en círculos sin llegar a nada.

Un disparate —real—, que los partidos le apuesten a un INE sin legitimidad

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Pareciera un contrasentido que los entes públicos destinados a la promoción y el fomento a la vida democrática, sean los más interesados en terminar con la institución que está encargada de regular el funcionamiento del sistema electoral y democrático del país. Esa es, sin embargo, la angustiosa realidad a la que cotidianamente se enfrenta el Instituto Nacional Electoral (INE) frente al régimen de partidos que, por doquier, busca minar su credibilidad y desacreditarlo como el árbitro de los procesos electorales.

En efecto, está a punto de arrancar la fase más álgida del proceso electoral 2017-2018, y las insinuaciones de los partidos en contra del INE están a la orden del día. De hecho, hoy el árbitro de los procesos electorales ya resiente varios escollos provocados por la paciente certeza que los partidos parecen tener en su contra: desde hace varios años, desde los partidos se ha buscado minar la credibilidad del INE a través de filtraciones, decisiones desafiantes sobre actos anticipados de campaña, y abiertos escarceos en contra de las reglas electorales para tratar de tentar al INE a imponerles sanciones y entonces redoblar sus estrategias de descrédito.

Un ejemplo claro de esto, lo vimos desde 2015 cuando el Partido Verde Ecologista de México le enderezó un duro golpe al INE al presuntamente filtrar por medio de terceros una conversación en la que el Consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, se burla en una conversación telefónica privada de los representantes de un grupo indígena con los que había sostenido una reunión de trabajo. La filtración habría sido la respuesta del Verde en contra del INE, por la imposición de diversas sanciones económicas derivadas de infracciones reiteradas a las reglas electorales.

En esa lógica, es claro que lo realmente preocupante radica en cómo en nuestro país las discusiones de fondo son fácilmente manipulables, y cómo en un caso como el de los partidos contra el INE esto resulta de ser de mucha utilidad para quienes quieren desacreditar de fondo a las instituciones electorales. En aquella ocasión, en la que se difundió una conversación privada de Córdova Vianello, asunto de inmediato se convirtió en un escándalo, y en las redes sociales rápidamente escaló la tendencia a exigir su renuncia.

Ante ello, el INE aceptó la autenticidad de la grabación y condenó la intervención de comunicaciones telefónicas privadas, además de anunciar que presentaría una denuncia penal ante la PGR por la violación a la disposición constitucional contenida en el artículo 16, en el sentido de que todas las comunicaciones son en esencia privadas, y que sólo pueden ser intervenidas mediante una orden judicial cuando se está investigando la posible comisión de delitos.

Nada de esto permeó: lo único que fue realmente trascendente fue el golpe moral que le dieron no a Córdova Vianello, sino al INE en su conjunto como árbitro de los procesos electorales. Ese ha sido uno de los escollos de los que, hasta ahora, el órgano electoral nacional no ha podido reponerse; y ha sido una de las circunstancias más complejas a las que ha tenido que enfrentarse el INE en esta batalla electoral, que promete ser una de las más feroces y sin honor de que se tenga memoria.

TODOS CONTRA EL INE

Por ejemplo, hoy a nadie le preocupa que Andrés Manuel López Obrador tenga más de un año en campaña abierta, ya como un candidato presidencial de facto. En otras democracias eso no tendría nada de extraordinario, porque ahí tanto las reglas como los límites son claros para todos, y todos los respetan sin necesidad de tener una ley prohibitiva y un árbitro que más bien debe fungir como un policía. Sin embargo, en México las reglas electorales estrictas, y el INE, fueron confeccionados por los propios partidos políticos, que son exactamente los mismos que las incumplen sistemáticamente.

En esa lógica se inscribe la determinación de López Obrador de confrontarse y desafiar sistemáticamente al órgano y a las reglas electorales, consumando actos que debieran ser frenados si de verdad hubiera un Estado de Derecho y por ende un órgano electoral fuerte y legitimado. El problema es que el INE atraviesa por una debilidad institucional profunda, derivada de una enorme crisis de credibilidad, provocada por los propios partidos, lo cual provoca que hoy ya ni siquiera se atreva a aplicar la ley en los términos en los que debería hacerlo.

Así, por ejemplo Andrés Manuel puede decir abiertamente que está en campaña por la presidencia de la República, y nadie se atreve a sancionarlo; por eso mismo está anunciando, para la primera semana de diciembre, cuál será la integración de su gabinete para cuando asuma el gobierno federal, a pesar de que para esas fechas ni siquiera habrá iniciado aún la etapa del proselitismo electoral; esa —la debilidad del INE para aplicar y hacer cumplir sus determinaciones— es también la causa por la que el PAN y PRD están enfrascados en una lucha sin cuartel por la candidatura presidencial, importándoles poco que violen la ley; y, de hecho, es la misma causa por la que el PRI y el gobierno federal siguen amalgamados desde la campaña del Estado de México para hacer todo —lo legal y lo ilegal— con tal de conformar espacios que les permitan competitividad para los comicios presidenciales de 2018 en los que harán todo para no entregar la Presidencia de la República.

Todo esto se veía venir. Desde 2015, cuando los partidos comenzaron la estrategia de fondo de desacreditar a Lorenzo Córdova, su intención fue presentar al INE como una institución electoral sin calidad moral, social y política para fungir como árbitro en los procesos electorales… y esta sería una vuelta más a la tuerca de la presión política que se ha ejercido desde hace algunos años en contra de la institución electoral, a manos de los propios partidos políticos que al no tener capacidad de autorregularse y de asumir con responsabilidad sus compromisos democráticos con el país y los electores, optan por la argucia de desacreditar al Frankenstein que hoy intenta regularlos.

PIERDE EL PAÍS

En el fondo lo terrible es que quien pierde, y mucho, es el país. El análisis simplón lleva a suponer que fue el Partido Verde quien inauguró esta época de descrédito en contra del INE. Eventualmente, sí pudo haber sido éste el responsable de aquel aciago inicio, en respuesta a las sanciones impuestas. Pero también pudo haber sido cualquier otro partido, porque todos han sido adversarios del INE de más largo aliento; y que así como han denunciado fraude sin haberlo nunca podido comprobar, hoy estarían viendo los frutos de esa maniobra perversa a través de la cual han intentado anular de facto a la autoridad electoral.