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¿Ley de Protección a Periodistas en Oaxaca… o fortalecer el Estado de Derecho?

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+ Nuevas leyes sí son bienvenidas, pero sólo después de terminar con la impunidad


 

El pasado viernes, la Asociación de Periodistas de Oaxaca A.C., tuvo la deferencia de invitar al autor de esta columna a un foro denominado “Oaxaca, leyes e instituciones para periodistas”, en el que varios ponentes realizaron un análisis críticos a las iniciativas de Ley de Protección a Periodistas que se encuentran en estudio en el Congreso del Estado, así como de los mecanismos y protocolos —los que ya existen, y los que deben ser creados— de atención a comunicadores cuando se encuentran en una situación de riesgo por el ejercicio de su labor informativa.

En efecto, en ese encuentro el autor de este espacio expresó algunas ideas que, además de lo que diversas notas informativas ya señalaron durante los últimos dos días, son importantes a considerar para el análisis crítico de la situación y las propuestas, las cuales se transcriben a continuación.

En una de sus últimas reflexiones académicas publicadas, el finado constitucionalista mexicano Jorge Carpizo McGregor, criticaba que en México había una carrera desbocada en la modificación y creación de nuevas leyes, y en las reformas y adiciones a la Constitución, con la intención de que diversas situaciones se establecieran en la ley, e incluso en la Constitución “para que ahora sí se cumplan”.

Esta situación bien puede ser la de la anhelada y malograda legislación en materia de protección a periodistas. Es bienvenido y se saludan los esfuerzos que diversos órganos han hecho en la materia, aunque lo cierto es que la realidad nos aplasta y revela que México es uno de los países que representa el mayor riesgo para la libertad de expresión en el mundo. Resulta que aquí el problema es sistemático porque no sólo existe un clima generalizado de impunidad que invita diariamente a muchas personas, a cometer delitos en contra —o no— de comunicadores sin el temor a ser presentados ante la justicia, porque saben que sólo existe una milésima posibilidad de que eso exista.

Ese mismo clima de impunidad es el que ha invitado tanto a particulares como a propios agentes del Estado a cometer delitos en contra de comunicadores. Razones en concreto puede haber varias. Sin embargo, es cierto que una de las más importantes es la incomodidad que genera para algunos el ejercicio de la libertad de expresión, y los amplios márgenes de libertad que ese clima de impunidad les permite para cometer delitos sin ninguna consecuencia esperable.

Pareciera que la respuesta del Estado es todo menos lo esperable. ¿Qué han hecho? El gobierno federal ha asumido la postura de siempre: ante hechos que agravian e indignan a la sociedad, propone mecanismos irrealizables de protección y atención a esos problemas. La otra respuesta son las normas de protección a periodistas que, como decía el doctor Carpizo, en gran medida significan una especie de “relegislación”, abúlica e innecesaria, a partir de la cual pretenden normar lo que ya está regulado; establecer criterios ambiguos y muy posiblemente contraproducentes, e incluso contradictorios y atentatorios en contra de los principios deontológicos más básicos del ejercicio periodístico y de la libre expresión en México según sus propios principios constitucionales.

¿NUEVAS LEYES?

Hago referencia a la iniciativa del diputado Horacio Antonio, que actualmente se enceuntra en análisis ante el Congreso del Estado. Y de esa propuesta, que coincide en mucho con otras que se han presentado en otros momentos a la Legislatura oaxaqueña, me refiero a tres ejemplos: 1. El establecimiento de los mecanismos de protección. 2. El intento desafortunado, temerario y hasta contraproducente, de normar principios éticos y deontológicos. 3. El Fondo de Protección a Periodistas.

Respecto al primero de los puntos, la iniciativa establece la creación de una Comisión de Prevención y Protección de los Periodistas en el Estado de Oaxaca. Inicial y esencialmente, este órgano presenta los mismos problemas que como ocurre en el ámbito federal: es un órgano burocrático, carente de nivel y ascendencia social y política, e incluso desprovisto de la atención que debería requerir un órgano encargado de enfrentar y atender uno de los rubros que más agravian a la sociedad, como lo son los delitos y agresiones cometidas en contra de la libertad de expresión.

Todos lo sabemos: cuando en la ley hablan de “representantes de la Secretaría X…” en realidad se está disculpando al Titular de ese órgano de asistir y atender esa responsabilidad, para limitarse a lo que dice la ley: enviar un representante, que lo mismo puede ser alguien comprometido que ser un funcionario de segundo, tercero o cuarto nivel, que sólo cumpla con el requisito de acudir a las reuniones, pero sin ningún vínculo con la importancia de la Comisión. Y el gobierno, todos lo sabemos, está atiborrado de gente dispuesta a sólo cumplir con los mínimos de la ley y sus responsabilidades, sin involucrarse mayormente en los asuntos que se les encargan.

Me refiero ahora, al establecimiento de principios como la cláusula de conciencia, o de conceptos como la “orientación informativa” o la “línea ideológica”. ¿Sirve de algo establecer lo que ya está en la ley? El ejercicio libre de la libertad de expresión está normado en los artículos 6 y 7 constitucionales; la libertad de trabajo lícito, en el artículo 5; la libertad de asociación en el artículo 9; los derechos de autor y firma en las leyes ordinarias sobre ese tema; y el secreto profesional, es un elemento inherente a diversas profesiones y oficios, que incluso se inscribe en la esfera de lo indecidible para el marco jurídico —es decir, de esos linderos que la propia autoridad no puede cruzar ni con los médicos, ni con los abogados, ni con cualquier persona que tiene al secreto profesional como una de las bases del propio ejercicio de sus funciones—. ¿Caeremos entonces en la tentadora vaguedad de re legislar esto “para que ahora sí se cumpla”, como lo criticaba el doctor Carpizo?

Ahora bien, con la cláusula de conciencia el propio legislador puede entrar en terreno pantanoso. ¿Por qué no mejor propone un “código ético obligatorio” para que entonces termine de exhibirse en su ignorancia? La cláusula de conciencia, bien lo sabemos, comprende el conjunto de principios morales, éticos y hasta sociales, a partir de los cuales un profesional puede optar por dejar de hacer algo incluido en su catálogo de actividades, cuando eso atenta contra sus principios.

Otro de los aspectos que me parecen centrales de abordar es el relativo a las infinitas tentaciones que representa el llamado Fondo para la Protección de las y los Periodistas. En específico, mis reservas se centran en el hecho de que considero que somos un grupo que enfrenta riesgos por la naturaleza de nuestra labor y por las circunstancias que imperan en el estado y en el país, pero que ello no debe llevarnos a la confusión de asumirnos como un grupo vulnerable. No lo somos. Ni tenemos por qué considerarnos así, ni permitir que bajo ninguna circunstancia se nos intente tratar o asumir como tal.

UNA DISCUSIÓN INTEGRAL

Al final es necesario que pensemos en propuestas integrales, y las exijamos. De qué sirve crear una nueva ley que será como los llamados a misa, mientras prevalezcan la impunidad.  La impunidad es el caldo de cultivo de las agresiones a periodistas, y más allá de leyes especiales, tipos penales, endurecimiento de penas, y otras medidas que sí son necesarias, lo primero que debemos exigir es que las autoridades hagan su trabajo. Asimismo, en la discusión sobre las leyes y mecanismos relacionados con la protección a periodistas debemos estar los periodistas; debemos estar para ser considerados y para ser incluidos en esta discusión que no sólo es de burócratas, de políticos, de servidores públicos o de legisladores.

Raúl Cruz emula los abusos de Galdino Huerta en Santa Lucía del Camino

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+ Alcoholímetro, bares y actividades cuestionables, invisibles para Munícipe


Santa Lucía del Camino ha padecido largamente por la displicencia de sus autoridades municipales, y de su marcada voluntad por evadir algunos de los problemas de fondo de esa demarcación. Acaso el ejemplo más negro de ese tipo de autoridades fue Galdino Huerta Escudero, quien en poco tiempo convirtió a Santa Lucía en un espacio franco para diversas actividades prohibidas en cualquier otro municipio conurbado a la capital, y rápido también se fue en contra de sus propios gobernados, para exprimirles su economía y someterlos a cualquier cantidad de abusos. Y lamentablemente, Raúl Cruz González ya anda sobre los mismos pasos de su antecesor.

En efecto, con Huerta en Santa Lucía explotaron diversos abusos que hoy siguen ahí. Uno de ellos, el más conocido de todos, fue el del florecimiento de los centros de vicio y casas de prostitución, que llegaron incluso al extremo de “anunciarse” a la ciudadanía a plena luz del día ya no como botaneros, sino abiertamente como prostíbulos y casas de citas. Ávido de dinero, Huerta se dedicó a expedir licencias para el funcionamiento de bares, cantinas y “centros de entretenimiento”, por lo que incluso se distanció y peleó abiertamente con la mayoría de los integrantes de su Cabildo, a dos de los cuales incluso intentó meter en la cárcel.

Hoy en día existen muchos más bares, cantinas y prostíbulos en Santa Lucía del Camino, que los más de 300 que ya estaban antes de llegar Huerta al gobierno municipal de aquella demarcación. ¿Qué ha hecho Raúl Cruz al respecto? Evidentemente, nada.

Y no sólo eso: desde el inicio de su administración, en el mes de enero pasado, Cruz justificó su inacción frente a ese, que es uno de los grandes problemas, y uno de los mayores riesgos para la población, argumentando que como no había ocurrido ningún proceso de entrega-recepción entre la administración saliente y entrante, él no tenía ningún documento que le permitiera saber el número exacto de centros de vicio y/o prostitución que existían “legalmente” en la demarcación; y que por esa misma razón, Huerta no había entregado los sellos y la papelería oficial por lo que, dijo, éste podría seguir entregando permisos ante fechados para “legalizar” la existencia de esos establecimientos.

En ese sentido, Raúl Cruz ha preferido voltear para otro lado y fijar su atención en otros temas, evadiendo su responsabilidad de, por ejemplo, realizar inspecciones o revisiones a todos esos documentos oficiales al amparo de los cuales funcionan centenares de centros de vicio en aquella demarcación. Nunca ha reconocido que hacer eso significa un riesgo para su integridad y la de los funcionarios municipales, porque eso lo llevaría a también reconocer que en Santa Lucía ocurren otro tipo de actividades ilícitas de mucho mayor envergadura.

Más bien, lo que ha hecho es ignorar el problema en una especie de política de no meterse ni mover nada alrededor de los centros de vicio que ha solapado. Lo más que ha llegado a hacer es asegurar que durante su administración no se han expedido nuevas licencias para bares o cantinas, aunque en realidad esa es la última parte de un problema mucho mayor que radica en la incertidumbre sobre el funcionamiento de todos los establecimientos que ya existen y que funcionan de manera permanente, o intermitente, las 24 horas del día, todos los días del año.

EL ALCOHOLÍMETRO

Ese es otro rubro en el que Raúl Cruz se está convirtiendo en un pequeño, ávido y abusivo émulo de Galdino Huerta. Durante la gestión anterior, los puntos de revisión conocidos como alcoholímetros sirvieron para extorsionar y despojar a la ciudadanía de recursos económicos frescos, importándoles poco la integridad y la salvaguarda de las personas que conducen un vehículo de motor bajo los influjos del alcohol, y todos los que se encuentran alrededor de éste.

En algo que parecía inaudito, en los puntos de revisión de alcoholímetro en Santa Lucía del Camino, si un conductor ebrio llevaba la cantidad de dinero suficiente para pagar la multa correspondiente, así como los costos ocasionados por la inmovilización y arrastre del vehículo, podía continuar su camino; cuando en todos los demás puntos de revisión de alcoholímetro municipales, estatales y federales, por lo menos para la persona que es arrestada la sanción es inconmutable y debe permanecer retenida por un periodo que va de las 24 a las 36 horas, incluso habiendo tramitado un amparo. Pero además de todo eso, los costos de las multas, corralón y arrastre en Santa Lucía del Camino, eran con Huerta y siguen siendo con Cruz, de los más altos que un Ayuntamiento tenga autorizado a cobrar en Oaxaca.

No obstante, Raúl Cruz comienza a imprimirle su impronta al jugoso negocio del alcoholímetro. Pues si bien continúa la práctica de liberar al conductor ebrio a cambio de una multa –que ronda, según los parroquianos que han tenido la desgracia de haber caído en esos puntos de revisión, entre cinco y siete mil pesos sólo por la liberación de la persona, mas no por la recuperación del vehículo—, ahora aseguran que se ha popularizado el hecho de que los encargados de esa situación omiten la entrega de los recibos correspondientes.

Luego, señalan que después de haber pagado tal cantidad por la liberación de la persona que conduce bajo los efectos del alcohol, también hay que pagar otra cantidad de dinero por concepto de multa al vehículo, independientemente de que hay que pagar también por el arrastre y el uso de corralón para la unidad.

En el caso del punto de revisión que instalan en el cruce de Avenida Ferrocarril y Avenida Hornos, los vehículos sólo son arrastrados unas tres cuadras, ya que el encierro de vehículos se encuentra a espaldas de las oficinas del Instituto Nacional Electoral, que se encuentran sobre Hornos, casi llegando a la Avenida Lázaro Cárdenas. Aún así, por esos dos conceptos de arrastre y corralón, deben pagan alrededor de mil pesos; y al final, el Ayuntamiento sólo expide un documento que se entiende que es un oficio de liberación de la unidad, pero que no hace mención de los pagos que se realizan tanto por liberar a la persona del arresto, como respecto a la unidad.

Y lamentablemente si ese es un rasgo que lo ubica en el mismo rasero de su antecesor, a Raúl Cruz también le está carcomiendo su mala planeación de obras. Pues, volviendo al ejemplo de Avenida Ferrocarril, hay tramos enteros en los que su administración realizó obras hace más de dos meses, que continúan abiertos y, por ende, intransitables. Cada que bloquean puntos como el Monumento a Juárez o el crucero del IEEPO, el tráfico se carga sobre Lázaro Cárdenas —que está cerrado a la altura del Centro de Convenciones— e irremediablemente sobre Avenida Ferrocarril, que es la única arteria que queda para desfogar todos los vehículos que son desviados. Ahí, la ineficiencia y la indolencia de la gestión de Raúl Cruz se hacen presentes demostrando que tampoco en ese rubro ha logrado hacer algo notable.

PROTAGONISMO

En lo que sí es un ejemplo es en el protagonismo que ha demostrado. Carretadas de tuits y publicaciones, en las que su intención real es hacerse presente en las redes del Gobernador del Estado, para atraer su atención. Pareciera, pues, que él y su esposa gobiernan —así lo han reconocido en varias ocasiones, cuando se refieren a la gestión municipal como “nuestro gobierno”— más para llamar la atención de la clase política, que para entrarle de lleno a los problemas de fondo de ese lastimado municipio, que no ha logrado superar el mal fario de sus sucesivos gobernantes.

Sí es posible que, en Oaxaca, ocurran matrimonios igualitarios “sin amparo”

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+ Relevante, este paso en la maximización de la esfera protectora de los derechos


En el artículo que publica este día en estas mismas páginas de TIEMPO nuestro apreciado y respetado amigo, el profesor Juventino Gamelí Cruz García, se hace una pregunta que, a nuestro juicio, debe ser respondida resaltando la importancia que tienen los pasos que dan las instituciones y los servidores públicos en la ampliación de la esfera protectora de los derechos fundamentales, como los relativos a la igualdad y no discriminación, de los que somos titulares todas las personas independientemente de cualquier condición social, económica, racial, o política.

En efecto, en el artículo denominado “Empate en Oaxaca”, publicado este día en TIEMPO, el profesor Gamelí señala: “Resulta que una pareja de mujeres (al menos así están registradas en sus actas) lograron casarse en Oaxaca, con ‘apoyo’ de X ‘juez’ que no sabe o se hizo el olvidadizo, que en Oaxaca aún no hay ley que haga legal las ‘bodas gay’ o de seres diferentes a la gran mayoría, que se apegan a lo que marca la que señala que los casamientos son entre ‘un hombre y una mujer’… En otros casos y en otros lugares del país, para realizar los casamientos de otra índole, ‘los o las’ contrayentes se tienen que amparar, pero, al parecer lo sucedido en Oaxaca fue de otra manera… ¡Que alguien nos explique… Por favor!”.

Por la importancia que este hecho reviste jurídica y socialmente, vale la pena la explicación a la luz de los derechos fundamentales. Esa explicación, en términos generales, debe partir del propio contexto en el que ocurrió el reconocimiento al llamado matrimonio igualitario. Ello ocurrió hace algunos años, cuando precisamente en Oaxaca, una pareja conformada por dos personas del mismo sexo, presentaron una solicitud ante la Dirección del Registro Civil para contraer matrimonio. Éste lo negó argumentando que el artículo 143 del Código Civil señala que el matrimonio es el contrato civil celebrado entre un solo hombre y una sola mujer, que se unen para perpetuar la especie y proporcionarse ayuda mutua en la vida.

En términos rigoristas, el Registro Civil tenía cierta razón en aquel momento, a partir de la interpretación estrecha de que las autoridades sólo pueden hacer lo que la ley les permite. No obstante, la pareja solicitante a la que le fue negada la posibilidad de celebración de ese acto de la vida civil, recurrió al juicio de amparo ante tribunales federales, el cual en diversas instancias les concedió la razón, al interpretar el contenido del 143 del Código Civil a la luz de los derechos fundamentales a la igualdad y a la no discriminación.

En términos simples, la Suprema Corte concluyó en definitiva que dicho artículo es inconstitucional porque quebranta esos dos derechos y porque hoy en día los fines del matrimonio van mucho más allá que el de la perpetuación de la especie, y que está demostrado que no sólo entre un hombre y una mujer se pueden proporcionar ayuda mutua en la vida.

Así las cosas, tal y como lo señala el profesor Gamelí Cruz, era ya sabido que en Oaxaca cada que una pareja de dos personas del mismo sexo quería contraer matrimonio, tenía que recurrir a un juicio de amparo para que, amparados y protegidos por la justicia de la Unión, la Dirección del Registro Civil se viera obligada a celebrar el contrato civil del matrimonio, como si el artículo 143 del Código Civil dijera que el matrimonio es un contrato civil que se celebra entre dos personas (sin especificar los géneros), y no “entre un solo hombre, y una sola mujer” como lo sigue estableciendo hasta ahora.

ENTONCES, ¿QUÉ PASÓ?

Básicamente, hubo un cambio de criterio de aplicación por parte de la Dirección del Registro Civil, el cual pasó de la postura de negar la celebración del acto solicitado en virtud de lo que dice el Código Civil, a la de hacer un control difuso de constitucionalidad para reconocer que existen suficientes criterios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el sentido de que la actual redacción del artículo 143 del Código Civil viola los derechos fundamentales a la igualdad y a la no discriminación de las personas, para realizar la desaplicación del mencionado precepto y ponderar sobre ello los criterios establecidos por el Máximo Tribunal de justicia del país.

En esa lógica, la Dirección del Registro Civil dio un paso importantísimo —ese sí, histórico— en la preservación de los derechos fundamentales de los oaxaqueños, al reconocer para sí la obligación que le impone el artículo 1 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en el sentido de que todas las autoridades del país están obligadas a promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos.

Así, a partir de esa obligación, relacionada con los principios pro persona y de interpretación conforme, que obligan a las autoridades a hacer todo lo que esté a su alcance para maximizar la esfera protectora de los derechos fundamentales, la Dirección del Registro Civil decidió ponderar la interpretación constitucional en el sentido de que el artículo 143 del Código Civil viola los derechos fundamentales de ciertas personas, para no aplicarlo y en lugar de ello preferir el criterio que no viola derechos fundamentales.

Por esa razón, con el cambio de criterio —un criterio ampliamente reconocido por la Corte, por el cual incluso inició una Declaratoria General de Inconstitucionalidad respecto al 143 del Código Civil de Oaxaca, y que ya está plenamente reconocido en otros sistemas jurídicos que ya reconocen el matrimonio igualitario dentro de su sistema jurídico— se hizo innecesario que la pareja solicitante acudiera a un juicio de amparo, y más bien fue la propia autoridad ejecutora quien reconoció su obligación de hacer todo lo que estuviera a su alcance para respetar y garantizar los derechos de esas personas a ser tratadas en un marco de no discriminación e igualdad ante los demás.

Esta decisión resulta por demás relevante. Oaxaca ha sido señalada reiteradamente tanto por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como por diversos organismos protectores de los derechos fundamentales de todas las personas, y de las minorías, por su resistencia a reconocer no sólo una situación de hecho bastante común en la actualidad, sino sobre todo por reconocer y tomar medidas legales y administrativas frente a una necesidad jurídica, que está encaminada a proteger a todas las parejas, independientemente de las características físicas de quienes la integran.

Al final, igual que como las parejas heterosexuales se unen en una relación, y adquieren diversos derechos y obligaciones relacionadas no sólo en lo mutuo, sino también en lo económico, material, e incluso en el otorgamiento recíproco de beneficios de seguridad social —desde atención médica hasta una pensión—, las parejas conformadas por personas del mismo sexo enfrentan esas mismas situaciones, y hasta ahora lo han hecho en medio de una especie de limbo jurídico.

Por eso es una buena noticia la decisión de cualquier autoridad, y en este caso de la Dirección del Registro Civil, de tomar la iniciativa, y con un alto sentido de responsabilidad, hacer lo necesario —y sin mayor aspaviento, porque no es un asunto que alguien haya pretendido ponderar, celebrar o capitalizar políticamente— para la protección de los derechos de todas las personas.

 

¿POLICÍAS NEGOCIADORES?

Es inaudito, pero de verdad increíble —y penoso—, que ahora sea el titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Raymundo Tuñón Jáuregui, quien “pida” a los del “Frente Popular 14 de Junio”, que se retiren del zócalo a un albergue. ¿No querrán después, las instancias oficiales supuestamente encargadas de la gobernabilidad, que también la Policía Estatal les cargue sus tiliches a los inconformes, y no sólo los lleve, sino que también les construya un albergue? Es una vergüenza, que refleja el extravío en que se encuentran no sólo la Segego sino diversas dependencias gubernamentales encargadas de la atención a los conflictos sociales.

¿Cuánto más tardará Segego en reconocer magnitud del conflicto en Zaachila

Mafud

+ Organizaciones sociales: antes eran clientela política; hoy someten al gobierno


Ante la reanudación de la crisis violenta de los últimos días entre la Agencia Vicente Guerrero y la colonia Guillermo González Guardado en Zaachila, contra integrantes de la organización “14 de junio”, la Secretaría General de Gobierno debería comenzar a reconocer con responsabilidad la dimensión del problema, y hacer lo necesario para contener a profundidad este foco de riesgo para la gobernabilidad y la seguridad de los oaxaqueños.

En efecto, hasta ahora el gobierno de Oaxaca, a través de la Secretaría General de Gobierno, ha centrado su actuación respecto a la disputa entre la organización 14 de Junio y la Agencia Vicente Guerrero de Zaachila, a partir de dos planteamientos: el primero, que este es un conflicto entre organizaciones de lucha social, y que por ende su tratamiento debe ser de esa misma naturaleza; y segundo, que éste es también una disputa focalizada a un espacio en específico, y que por ende no corre el riesgo de extenderse a otras comunidades, ni de contaminarse con otros liderazgos o conflictos de las zonas circundantes.

Sin embargo, habría que tomar la situación con mayor reserva que la aparente tranquilidad y pasividad que hasta ahora está demostrando la Secretaría General de Gobierno en el abordaje de este problema. ¿De qué hablamos? De que éste no es un lío entre Flavio Sosa, el Ayuntamiento de Zaachila, y la 14 de Junio; tampoco es una pequeña revuelta de una colonia insurrecta; y mucho menos es un lío que tenga que ver con temas estrictamente políticos, electorales e incluso de organizaciones que enmascaran en la lucha social intenciones relacionadas con la delincuencia organizada.

En realidad, este conflicto no tiene, del lado de los colonos de la Agencia Vicente Guerrero y de la González Guardado, un derrotero ni un liderazgo visible más que el de oponerse a las acciones violentas y los excesos que están cometiendo en sus territorios los integrantes de la 14 de Junio. Del lado de esta organización, no se ha demostrado más que la insistencia por mantener el control del territorio en ciertas actividades económicas como el mototaxismo y el cobro de derecho de piso para algunos giros comerciales. De fondo, queda claro, no están mezclados más intereses que esos.

¿Cuál ha sido hasta ahora la postura del gobierno? Ha sido estrictamente policiaca. Es decir, el Gobierno del Estado ha implementado únicamente acciones a través de la Secretaría de Seguridad Pública, y de la Fiscalía General del Estado, para tratar de mantener aisladas las condiciones de violencia que prevalecen; sin embargo, Seguridad Pública ha demostrado ser incapaz de contener los enfrentamientos en todas las ocasiones en que éstos han ocurrido; y las acciones de la Fiscalía General —por muy eficaces que pudieran ser— se quedan cortas, frente a un problema que tiene más de fondo que la sola comisión de delitos.

De ahí parte el señalamiento de que en todo ese escenario, quien se ha quedado aún más corta es la Secretaría General de Gobierno, que hasta ahora no parece haber terminado de entender la naturaleza del problema que enfrenta, ni tampoco los riesgos que implica el trato timorato y de parcialidad que hasta ahora ha demostrado. De continuar así lo que estarán alimentando es una potencial crisis mayor, que luego será contaminada y colonizada por otros problemas, tal y como ha ocurrido en otros conflictos más o menos similares.

LOS MALOS CONTRA LOS PEORES

Sólo demuestra estrechez en el análisis querer reducir el conflicto entre colonos y la 14 de Junio, a un pleito entre Flavio Sosa y “Don Panchito”, Francisco Martínez Sánchez. Los oaxaqueños conocemos a la perfección la forma de actuar de unos y otros, y por eso parece algo inicuo reducir o justificar el enfrentamiento por la presencia de esos dos personajes, y sus respectivas organizaciones.

En realidad, en el conflicto de Zaachila hay un tema social de fondo, y es la respuesta de los colonos frente al abandono gubernamental y el reconocimiento tácito al líder de una organización —en este caso, la 14 de junio— como una especie de encomendero de toda una zona. ¿No es eso a lo que el propio gobierno ha intentado reducir toda la zona que hoy está en conflicto? Pues con el silencio gubernamental, y la tibia respuesta de la Secretaría General de Gobierno a las demandas de atención a esta crisis, lo que queda claro es que en el fondo existe cierta voluntad para no quitarle a la 14 de junio la hegemonía y el control que ejerce sobre esa zona, cometiendo excesos entre la población en aras de mantener un negocio, pero sobre todo un espacio de control político.

En esa lógica, habría que reconocer que las instancias encargadas de la gobernabilidad en Oaxaca están tratando de mantener ciertas alianzas que hoy reconocen que son impopulares, pero que no pueden romper. En este caso, el Estado —a través de algunos funcionarios y operadores políticos del régimen— comienza a pagar los costos de haber intentado cooptar como clientelas políticas a organizaciones como la 14 de Junio, el Sindicato Libertad, o los tentáculos obreros de la CTM, y ahora enfrentarse al cobro de facturas por parte de esas organizaciones, que no quieren victorias partidistas, sino espacios francos para imponer su voluntad y sus intereses económicos.

En el caso de la Agencia Vicente Guerrero, eso justamente es lo que está haciendo crisis. Pues más allá del señalamiento sobre Flavio Sosa, es claro que del lado de los colonos no existen liderazgos reconocibles, porque en el fondo sí persiste una inconformidad social que está haciendo a la gente responder de las formas que ya hemos visto. Lo que el propio devenir del conflicto está dejando ver, es que urge que el gobierno deje de verlo como el enfrentamiento entre dos grupos, y atienda las causas sociales de fondo, aún a costa de frenar y replegar a sus aliados incómodos de la 14 de junio. Porque cualquier viso de solución a esta crisis, en realidad pasa por dejar sin efectos la especie de “licencia” fáctica que el propio gobierno le dio a la 14 de Junio, para imponer su ley en esos territorios.

Eso no lo está haciendo ninguna instancia gubernamental. No lo está haciendo, principalmente, la Secretaría General de Gobierno, cuyo titular, Héctor Anuar Mafud Mafud, todos los días demuestra su voluntad de querer echarse en brazos de cuanto dirigente se lo ofrece con tal de mantener a salvo las condiciones mínimas de su gestión. La pasividad, la actitud timorata y la intervención a medias en el conflicto de Zaachila, pone en claro que por lo menos la Segego no tiene convicción por frenar a la 14 de junio, y permitir una aplicación pareja de la ley a todos los involucrados.

El riesgo que existe, es que al final este conflicto se contamine por otros intereses —esos sí, políticos y partidistas— y que dentro de algún tiempo ya no sean controlables ni las causas del enfrentamiento actual, y mucho menos los líos y las mezquindades que se le monten.

APRENDER DEL PASADO

Volteen a ver el 2006 y verán que no eran ni los mismos actores, ni las mismas causas, ni las mismas dimensiones, los que había al inicio del conflicto —que parecía originado por una inconformidad magisterial genuina—, que los que había en su fase más violenta, cuando ya estaban presentes —y se habían montado sobre las banderas iniciales— todo tipo de organizaciones más violentas, más radicales y menos susceptibles al diálogo.  Ese es el riesgo actualmente. Quizá aún estén a tiempo de frenarlo.

La capital de Oaxaca sigue sufriendo por la apatía y los enconos políticos

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+ La Ciudad paga por afanes y desavenencias políticas de quienes gobiernan


 

Parece hasta una maldición que a pesar de las alternancias de partidos tanto en el gobierno estatal, como en el municipal de Oaxaca de Juárez, la capital oaxaqueña siga padeciendo permanentemente por los enconos políticos de sus respectivos gobernantes. Desde hace veinte años, la ciudad ha sido rehén casi permanente de las desavenencias, los cálculos y los enconos. Y aunque pudiera pensarse que éste es un nuevo periodo de florecimiento —por la coincidencia de gobernantes en los dos ámbitos—, es evidente que la realidad está muy lejos de esa suposición.

En efecto, para mal de los habitantes, y de la propia ciudad, desde hace dos décadas, Oaxaca de Juárez no ha tenido un gobierno municipal que se jacte de estar verdaderamente preocupado por las demandas y problemas de las personas, y el espacio físico al que se deben. Si volteamos al pasado reciente, podremos darnos cuenta que ninguna de las últimas ocho administraciones municipales consecutivas, se ha centrado verdaderamente en la labor administrativa, y más bien han ocupado al Ayuntamiento citadino como caja chica, como agencia de colocación para desempleados, como trampolín político; y, ahora también, como uno de los espacios favoritos para los ajustes de cuentas políticos.

Veamos si no. El gobierno del entonces panista Alberto Rodríguez González, fue un auténtico desastre, que comenzó marcado por la ineficiencia y la falta de sentido sobre las necesidades de la capital, y terminó marcado por los excesos, las pifias del Munícipe, y los frentes de guerra que entonces se abrieron, entre los grupos políticos, con el gobierno del estado. Éste fue el primero, sin embargo, de una larga lista de gobernantes que independientemente de la razón, no concluyeron el periodo para el que fueron electos.

Luego de él, llegó Gabino Cué Monteagudo. Éste, independientemente de las acciones favorables o no para la ciudad que emprendió su administración, ocupó al Ayuntamiento citadino como un escaparate para las aspiraciones que ya abrevaba de gobernar la entidad. Así, en 2004, siendo presidente Municipal, consiguió una postulación conjunta de las fuerzas de oposición como candidato a Gobernador, y dejó encargada la administración municipal a dos concejales (Alicia Pesqueira Olea de Esesarte, y luego María Luisa Acevedo Conde) que hicieron exactamente eso: administrar, pero no resolver —por falta de tiempo y recursos, además de la guerra política que desató la disputa por dicho cargo edilicio— los problemas más apremiantes de la capital.

En octubre 2004 el PRI recuperó la alcaldía citadina. Jesús Ángel Díaz Ortega se alzó con la victoria en los comicios municipales, arrastrado por el triunfo que dos meses antes había conseguido el entonces candidato a la gubernatura por ese partido, Ulises Ruiz Ortiz. Su gestión estuvo marcada por importantes decisiones impopulares —como la de la instalación de los parquímetros—, pero determinada por la ausencia del munícipe, y el abandono total de sus funciones, durante el conflicto magisterial y popular de 2006. La gestión la concluyó Manuel de Esesarte, quien no hizo un mejor gobierno que quien le legó el cargo.

DOS VECES FRAGUAS

En 2007, sin embargo, el PRI repitió su triunfo en las manos de José Antonio Hernández Fraguas. Éste, también aspirando ya desde entonces a la gubernatura del Estado, se sintió ofendido ante el cuestionamiento sobre si concluiría su gestión. Expresamente manifestó que su gobierno sería de tres años, y que se dedicaría a ser Presidente Municipal, y no precandidato a otros cargos.

Hernández Fraguas mintió, y de la peor forma: ni siquiera obtuvo la candidatura a Gobernador (que hubiera sido un argumento irrefutable para justificar su separación del Ayuntamiento), y sí abandonó sin ningún pudor su labor como munícipe, para ir a realizar una gris labor como “coordinador” de la campaña priista en los Valles Centrales, y engancharse en una diputación local plurinominal.

Luego vino a la capital Luis Ugartechea Begué, que pareció llegar de la mano de entonces nuevo régimen gobernante pero que terminó en una confrontación casi campal con el gobierno de Gabino Cué. Inexperto e insensible, Ugartechea no fue capaz de conciliar los intereses de su propio grupo político y rápidamente fue reducido y arrinconado en un complicado proceso de ahorcamiento financiero que dejó a la capital casi colapsada.

Después de él vino Javier Villacaña Jiménez, que durante casi toda su gestión fue el único que demostró tener la capacidad política necesaria para conciliar sus propios intereses políticos con los del grupo que tenía el control del gobierno estatal, sin hacer padecer de más a la capital oaxaqueña por la falta de servicios o condiciones de estabilidad. En gran medida, la repetición del triunfo electoral del año pasado fue resultado de esas condiciones, además de la inercia electoral que traía el hecho de ser una elección concurrente a la de Gobernador del Estado.

El elegido para suceder a Villacaña fue Fraguas, a pesar de la tormenta política que había generado en la víspera de la unción del candidato a Gobernador. Fraguas se pronunció abiertamente en contra de la candidatura de Alejandro Murat, y respaldó las aspiraciones de Eviel Pérez Magaña. Su cálculo, en el fondo, se centraba en su eterna forma de negociación, que parte de golpear al adversario para luego obligarlo a pactar. Así ocurrió su reintegración al priismo en 2016, y luego su unción como candidato a la alcaldía citadina como una especie de “pago” por recular en su repudio a quien ya era el candidato a Gobernador.

El problema es que Fraguas no consideró que no es lo mismo ser un civil que ser una autoridad, y que tampoco sería lo mismo criticar desde la oposición partidista que enfrentar la indisposición del Gobernador para respaldar a quienes antes lo señalaron. ¿Qué ocurre? Que las acciones soberbias de Fraguas, combinadas con el enfrentamiento casi patológico que sostiene con Javier Villacaña, no encontraron un punto de equilibrio y de avenencia en la figura del Ejecutivo estatal, que claramente está dejando correr las diferencias municipales como una forma de demostrar que todo lo que se hace, irremediablemente se paga.

Pues, iracundo, al día siguiente de que se canceló la sesión de Cabildo por falta de quórum, Fraguas salió a decir que esto era consecuencia de una acción política concertada, y de un estado de emergencia financiero por el que atraviesa el Ayuntamiento. El problema es que aún teniendo razón, a propios y extraños les queda claro que la base de su crisis política se centra en su incapacidad para generar gobernabilidad al interior del órgano colegiado —el Cabildo— que él encabeza; y en la falta del respaldo político que en otro momento le habrían brindado desde el Ejecutivo estatal para no permitir que esta situación escalara hasta sus niveles actuales, en los que más que los grupos políticos o los gobernantes, quienes sufren son los habitantes de la capital.

ESPACIO DE LAS AMBICIONES

Fraguas, evidentemente, está siendo sometido a las presiones naturales de cualquier lucha de fuerzas. Él quiere reelegirse y hay muchas personas interesadas en que eso no se consume. ¿Cuál es la mejor forma de lograrlo? Obstaculizándolo, como lo harían con cualquier otra persona. El problema es que él, con su ya conocida actitud poco conciliadora al interior de su cabildo, y teniendo ante sí a un gobierno estatal que le desconfía todo, ha contribuido de manera importante a generar esta nueva crisis —enésima crisis— que ahoga a la capital oaxaqueña.

La estabilidad de la UABJO, en manos de quienes no entienden el conflicto

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+ Mafud se echa en los brazos de Abraham; alimenta un cacicazgo corrosivo


El Gobierno de Oaxaca parece no terminar de comprender por qué es necesaria una intervención institucional, pero firme, en la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, antes de que estalle una crisis mayor. Hasta ahora, la Secretaría General de Gobierno ha hecho prácticamente nada para mantener en calma la conflictividad universitaria, y más bien ha comenzado a dar peligrosos pasos a favor del cacicazgo del viejo ex rector Abraham Martínez Alavés, e indirectamente también a favor su ralea que permanentemente enrarece el clima político universitario.

En efecto, para entender esto hay que recapitular en el contexto: el año pasado, Abraham Martínez Alavés impuso por cuarta vez su hegemonía política en la elección del Rector. Aislado y desgastado, buscó en la figura de Eduardo Bautista Martínez —un académico del Instituto de Investigaciones Sociológicas, sin huellas de porrismo ni de relaciones con la conocida conflictividad universitaria— una forma de seguir alimentando el discurso académico que le hizo ganar terreno en las elecciones de Francisco Martínez Neri y Rafael Torres Valdés frente a la comunidad universitaria, pero que definitivamente perdió con la decisión de que su propio hijo, Eduardo Martínez Helmes, fuera su tercer creación en la Rectoría.

Pues a diferencia de Neri y Torres, Martínez Helmes no tenía historial ni reconocimiento académico y tampoco méritos políticos: era un burócrata universitario encumbrado por su propia familia, a quien de la nada su padre lo llevó a la Secretaría Particular de sus dos antecesores, como una forma de mantener el control y la información de los movimientos y contactos de los rectores.

Por eso, cuando Abraham decidió llevar a su propio hijo a la Rectoría, con el respaldo de su ya para entonces bien afianzado grupo político, rompió su propio discurso sobre la ponderación de la vida académica sobre el porrismo y la politiquería —con la que había construido los rectorados de Martínez Neri y Torres Valdés, que en historias muy similares rompieron con Abraham para tratar de impulsar a sus propios candidatos a sucederlos— para nutrir la candidatura de Martínez Helmes.

Eduardo Martínez no hizo un rectorado académico, porque no lo era. Por eso, en su gestión se trazaron dos rutas: una, la de afianzarse a través de la relación con el entonces grupo gobernante —Gabino Cué, Jorge Castillo y demás, con quienes habría trabado jugosos negocios en sociedad—; y otra, la de incrementar su fuerza al interior de la universidad a través del control de los grupos porriles.

Fue entonces cuando abiertamente, tanto el Rector como su padre —líder único del grupo político de los Martínez, luego identificados por los propios universitarios como ‘la familia real’— se dejaron ver su relación con grupos porriles y núcleos radicales de la Universidad. Habían perdido, pues, todo interés por cuando menos mantener las apariencias relacionadas con la vida académica para dejarse ver como verdaderos caciques manteniendo su poder a través de la intimidación y la fuerza.

Ese fue el contexto en el que llegó la sucesión de Martínez Helmes. Abraham intentó por todos los medios colar como candidato a Rector a Reynel Vásquez, a quien antes había impuesto —a través de la fuerza, la manipulación, y la cooptación de las masas votantes estudiantiles— como director de la Facultad de Derecho. A punto de confirmar esa decisión, reparó en la discordancia entre el discurso y la realidad. Y por eso buscó lavarse la cara con el impulso a la candidatura de Eduardo Bautista Martínez, a quien ahora busca por todos los medios obstaculizar ante la toma de distancia que éste ha venido demostrando respecto al viejo cacique universitario.

CONFLICTO, ENTRAMPADO

Abraham perdió el control de la Facultad de Derecho el año pasado. No logró afianzar por la vía electoral a su candidato —un conocidísimo porro universitario, conocido en el mundo porril como “el Miguelón”— y por eso lo hizo por la fuerza, descalificando al oponente. Ahí surgió un conflicto que aún sigue latente y dando visos no sólo de riesgo al interior de la Universidad, sino verdaderos bandazos de quienes tienen la responsabilidad del control de la gobernabilidad en el ámbito gubernamental.

¿De qué hablamos? De que la Secretaría General de Gobierno, ahora bajo la conducción de Héctor Anuar Mafud Mafud, ha impedido cualquier posibilidad de interlocución con los grupos universitarios, por su abierta intención de cumplirle los caprichos a Abraham Martínez Alavés. Desde hace un año, y en diversos momentos, la Segego intentó establecer mecanismos de interlocución para tratar de estabilizar ese conflicto en particular, que bien puede ser parte aguas de una crisis mayor al interior de la Universidad, y el ya conocido riesgo que eso representa para la gobernabilidad estatal. Más o menos habían ido encauzando la situación, hasta que Mafud pareció tomar partido a favor de la causa de Martínez Alavés.

Por eso, por ejemplo, la Segego no ha establecido una interlocución equilibrada con los grupos en pugna, y tampoco ha respaldado a la Rectoría en sus intentos por generar una situación de equilibrio temporal mientras se logra destrabar la crisis de fondo. Lejos de eso, a Abraham se le han vuelto a dar los espacios para nuevos intentos de “recuperación” del Edificio Central Universitario. El fin de semana antepasado, cuando se realizaría el examen de admisión en ese recinto en poder de la disidencia universitaria, un grupo de porros —comandado por un compañero más de El Miguelón, y conocido personero de Abraham Martínez— identificado con “El sonrics” trataron de ingresar por la fuerza al Edificio Central.

Ello no habría ocurrido sin la venia oficial. La Secretaría General de Gobierno, mientras, desde hace varios meses no ha intentado restablecer la conducción de ese conflicto, porque cualquier posibilidad de solución pasa, cuando menos, por la renuncia del director Miguel Ángel Vásquez, o por el establecimiento de una Comisión Provisional que tome el control de la Facultad de Derecho y equilibre la pugna entre los grupos que, como puede verse, continúa tan vigente que por eso no pueden recuperar el emblemático Edificio Central Universitario.

Al final, el hecho de no procurar el acercamiento y la avenencia entre las partes; de no impulsar acciones concretas que resuelvan esta crisis que ya rebasa a la Universidad, sólo beneficia a Abraham Martínez Alavés, porque le sigue dando espacios y oportunidades para seguir intentando imponer su cacicazgo a través de la fuerza.

Por eso es muy preocupante que en este caso la Secretaría General de Gobierno no esté cumpliendo con su finalidad de ser una instancia de interlocución para los conflictos, y más bien siga alentando las maniobras de Abraham Martínez, y su grupo político, para mantenerse en los espacios de poder.

CACICAZGO CORROSIVO

Además, esa protección institucional significa implícitamente seguir protegiendo la opacidad que reina sobre el rectorado de Eduardo Martínez Helmes, y los millonarios negocios que, como secreto a voces dentro de la Universidad, se dice que hizo con Jorge Castillo Díaz y otros connotados integrantes de la administración anterior. ¿Así intentan generar gobernabilidad, estimulando la existencia de ese cacicazgo corrosivo?

¿Cómo un asalto frustrado pudo haber terminado en una tragedia de impunidad?

Asalto

+ Corporaciones municipales deben ser reconstituidas de cara al sistema de justicia


La Policía Municipal de Oaxaca de Juárez intentó presentar como un éxito y una demostración de eficacia —lo que parecía natural— la detención en flagrancia de cinco personas que, presuntamente, momentos antes habían perpetrado un asalto afuera de una sucursal bancaria, en la que una de las víctimas perdió la vida. El problema es que dicho intento casi termina en una tragedia —de impunidad— por las cándidas demostraciones de la corporación municipal, de su desconocimiento de sus parámetros necesarios de actuación en estos casos, frente al nuevo sistema de justicia penal.

En efecto, la tarde del miércoles ocurrió un asalto violento a las afueras de una sucursal bancaria ubicada en inmediaciones del Mercado de Abasto. En el lugar, un grupo de presuntos delincuentes habría despojado de una fuerte cantidad de dinero a dos personas que momentos antes habían retirado el efectivo de dicha sucursal. Al ser despojados del dinero, las víctimas opusieron resistencia y fueron atacados a balazos, quedando uno de ellos muerto y otros herido.

De inmediato, la Policía Municipal de Oaxaca de Juárez implementó un operativo y detuvo a cinco presuntos personas en un hotel que se encuentra sobre la misma avenida. Por la naturaleza y la magnitud del hecho, casi al mismo tiempo que la policía arribaron al lugar de las detenciones representantes de varios medios de comunicación que registraron diversos hechos relacionados con la detención de las personas señaladas como responsables del asalto violento.

Más tarde, el comisionado de Seguridad Pública Municipal, Jorge Guillén Alcalá, ofreció declaraciones a medios de comunicación en las que, entre otras cosas, señalaba que la corporación había trabajado desde el primer momento con la Fiscalía General del Estado en las labores de investigación, en la preservación de los objetos, las armas y los lugares relacionados con los hechos, y aclaró que no podía ofrecer detalles personales, ni imágenes de los detenidos, por un requerimiento del nuevo sistema de justicia penal. El problema es que casi al mismo tiempo de que eso ocurría, en redes sociales comenzaron a circular imágenes captadas dentro del cuartel de la Policía Municipal, de los rostros y datos generales de los detenidos.

Ello generó un primer cuestionamiento que, en términos generales, ayer apuntaba a que los presuntos responsables podrían obtener su libertad a partir de, primero, los objetos afectos y la escena de la detención no habrían sido resguardados conforme a los protocolos establecidos por el nuevo sistema de justicia penal; y segundo, que se habría quebrantado el principio de presunción de inocencia —que es un principio constitucional muy relevante a favor de los imputados por su presunta responsabilidad en la comisión de un delito— por la difusión de los rostros y los datos generales de los detenidos.

Evidentemente, esto generó indignación y preocupación entre la ciudadanía, que ayer mismo reaccionó de diversas formas cuestionando la actuación de las autoridades que tomaron conocimiento y actuaron con relación a estos hechos y, equivocadamente, también cuestionando los principios y requerimientos del sistema de justicia penal. Habría, sin embargo, que entender con más prudencia los errores cometidos por la autoridad municipal en su actuación, y en su premura por presentarse ante la opinión pública como una corporación eficaz; y cuáles podrían ser las repercusiones de fondo que esto le podría ocasionar al procedimiento judicial para que, de comprobarse plenamente su responsabilidad, estos individuos sean sentenciados condenatoriamente.

CALIFICACIÓN JUDICIAL

Las cinco personas antes mencionadas fueron detenidas en flagrancia. Según el Código Procesal Penal de Oaxaca, se podrá detener a una persona sin orden judicial en caso de flagrancia, cuando ocurra alguno de los siguientes tres supuestos: I. La persona es sorprendida en el momento de estarlo cometiendo; II. Inmediatamente después de cometerlo, es perseguido materialmente; e III. Inmediatamente después de cometerlo, la persona es señalada por la víctima, algún testigo presencial de los hechos o quien hubiere intervenido con ella en la comisión del delito (Artículo 167).

Ahora bien, ¿podrían obtener su libertad en el corto plazo esas cinco personas, por alguno de los errores cometidos por la Policía Municipal de Oaxaca de Juárez y señalados en diversas notas publicadas ayer en diversos medios locales? La respuesta concreta debe ser “no”, sin que eso signifique que los errores cometidos por la autoridad son intrascendentes, o que están equivocados quienes ayer señalaban tanto las inconsistencias como la posibilidad de que, por esos errores, este asunto terminara en la impunidad.

Pues para ello hay que considerar la naturaleza misma del hecho y sus circunstancias, tales como que fue un robo con violencia, que se utilizaron armas de fuego, que ocurrió un homicidio y, además, que existirían también las características de la comisión del delito de delincuencia organizada. En esta lógica, el artículo 170 bis del Código Procesal Penal establece que el Juez ordenará la prisión preventiva oficiosa a los imputados, cuando se trate de la presunta comisión de delitos como homicidios dolosos (fracción I); delitos cometidos con medios violentos como armas y explosivos (fracción IV); y lesiones dolosas (fracción XI).

Todos esos son delitos que habrían ocurrido dentro del conjunto de hechos ahora analizados, además del delito de delincuencia organizada y portación de armas de uso exclusivo de las fuerzas armadas, que son de competencia federal. Incluso, en el caso de la delincuencia organizada, ésta se encuentra definida en el artículo 16 de la Constitución federal como una organización de hecho de tres o más personas, para cometer delitos en forma permanente o reiterada; y de acuerdo con segundo párrafo del artículo 19 constitucional, el juez que conozca de delitos de delincuencia organizada también está obligado a ordenar la prisión preventiva de quienes son señalados como presuntos responsables.

Ahora bien, respecto a la difusión de los rostros y características de las personas señaladas como responsables, seguramente eso tendrá que ser dirimido en la sentencia definitiva como una consideración de fondo, y preliminarmente en la calificación de la detención que haga el juez al momento de vincularlos a proceso.

Todo esto, sin embargo, no exculpa a la autoridad municipal que por una incorrecta actuación sí puso en riesgo la legalidad de todas sus actuaciones. ¿Por qué? Porque demostraron no estar lo suficientemente capacitados no sólo para actuar eficazmente, sino para hacerlo según los requerimientos establecidos en la ley; porque, además, demostraron no tener los suficientes controles como para resguardar la integridad de las personas a las que detienen —si, en el mejor de los casos, fue un tercero quien fotografió y filtró a redes sociales las imágenes de los detenidos—; y porque finalmente ellos mismos tendrán que demostrar, en el juicio oral, que actuaron correctamente a pesar de la flagrancia en la detención, y en el resguardo de los objetos y lugares en los que ocurrieron los hechos. Finalmente, no será sólo la Fiscalía, sino también ellos quienes tendrán que dar cuenta en el juicio por su actuación y ahí tendrán que sostener sus aciertos y sus errores.

PARADOJAS

Sí: paradójicamente, la prisión de los señalados habría quedado anclada a que en el hecho ocurrió un homicidio violento, a que habría existido delincuencia organizada, y a que la aprehensión ocurrió dentro del parámetro de la flagrancia. Pero en el fondo, el Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez debe tomar esto como una dura lección para no volver a cometer los errores que evidenciaron el miércoles, en esto que debió haber sido una demostración de eficacia.

Oaxaca: ¿Por qué ante un jefe político pragmático, insisten en aspirantes quemados?

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+ Avilés, símbolo de malas prácticas y reputación; sus contrapartes, ¿libres de culpa?


Desde su primer día como gobernador, Alejandro Murat demostró su capacidad de pragmatismo y su determinación de que no sería él quien terminara pagando el costo político por los errores y excesos de sus colaboradores. Y en estos siete meses de gestión, Murat ha demostrado reiteradamente esa determinación, habiendo cesado ya a un número importante de funcionarios que no cumplieron con sus expectativas como Titular de la Administración Estatal. Teniendo esto claro, ¿por qué hay quienes siguen insistiendo en las aspiraciones de gente como Alejandro Avilés, y otros que además de tener un negro historial político, en este corto periodo constataron mucho de lo que se dice de ellos?

En efecto, desde el inicio de su gestión, Alejandro Murat planteó directrices que para muchos fueron lugares comunes, para después darse cuenta del error en el que había incurrido. Desde el inicio, el Gobernador del Estado fue enfático en asegurar que no toleraría actos indebidos —legales o ilegales— por parte de sus funcionarios.

Y con base en eso, desde el primer momento, la atención se puso en Alejandro Avilés, que de toda la nueva cauda de funcionarios era quien acumulaba el mayor número de cuestionamientos y señalamientos relacionados con actos y prácticas indebidas primero como operador político, luego como líder partidista, después como pastor legislativo, y finalmente como servidor público. El devenir de los hechos, le dio la razón a todos los que cuestionaban su insistente inclusión en el gabinete. Aunque lo verdaderamente sorprendente, es que todavía haya quienes sigan obstinados en verlo como aspirante a algún cargo de elección popular.

¿Por qué focalizar esto en la figura de Avilés? Porque a pesar de todo lo que se afirmaba categóricamente de él, fue incluido en el gabinete como una forma pura de pago de favores políticos. Avilés, es cierto, fue acusado de todo lo que públicamente se conoce, y hasta más, pero también fue uno de los personajes que sirvió con mayor fidelidad al grupo que ahora gobierna la entidad, y que proveyó de diversos insumos y maniobras para que se consolidara la posibilidad de que el PRI recuperara el poder político en la entidad.

En esa lógica, no parecían ser suficientes todos los negativos políticos con los que cargaba, y tampoco parecieron ser suficiente las muestras de opacidad toleradas en el Congreso durante el periodo trianual en el que, independientemente de las posiciones orgánicas, él fue el verdadero líder cameral. Durante la LXII Legislatura, fue escandalosa la forma en la que se administraron los recursos del Congreso del Estado; además, la Junta de Coordinación Política —que siempre estuvo bajo su potestad— nunca permitió la realización de auditorías y, al contrario, sistemáticamente bloqueó cualquier intento por transparentar la utilización de los recursos que les eran transferidos.

Asimismo, fueron ampliamente conocidos y documentados los mecanismos a través de los cuales se transferían recursos económicos, en efectivo y en especie, para que cada diputado hiciera labores de gestión legislativa con total opacidad; y cómo todos juntos se dedicaron a sangrar al presupuesto estatal a través de la realización de obra pública en los municipios que nadie sabía cómo era adjudicada, cuáles eran sus costos reales y quiénes sus beneficiarios de fondo.

Si todo eso fue lo que hizo Avilés en el tiempo que fue diputado y coordinador de la fracción priista en la LXII Legislatura, las cosas no cambiaron mucho durante su efímero paso por la Secretaría General de Gobierno.

Ahí, dos temas fueron particularmente ruidosos: primero, el afán que tuvo por mantener el control en el nombramiento y control político de los administradores municipales —a partir de la vieja práctica de nombrarlos, primero por los diputados y ahora por la Secretaría General de Gobierno, para luego pedirle ‘moches’ extraídos de los recursos del municipio adjudicado, para comprar la protección y el respaldo político para no ser removido de la administración municipal— aún contraviniendo las indicaciones del Titular del Poder Ejecutivo de que todos los administradores durarían en su cargo sólo el tiempo indispensable para el establecimiento de condiciones de gobernabilidad para la realización de elecciones, sin acceder ni administrar recursos municipales.

Y segundo: la utilización discrecional que desde su primer día como Secretario, hizo de los recursos de la Segego. De hecho, menos de una semana antes de ser removido por el escándalo por la utilización de un helicóptero oficial para la transportación de su hijo a un destino vacacional, se habían hecho públicas listas que detallaban el uso de recursos públicos para temas como el equipamiento de sus negocios personales, pagos sin sustento a particulares, y otros rubros que además nunca fueron explicados.

Y ENTONCES, ¿CANDIDATO?

Avilés, oficialmente, renunció a la Titularidad de la Secretaría General de Gobierno, aunque en los hechos es evidente que fue defenestrado. Esa decisión del Ejecutivo fue la primera gran demostración de su indisposición a tolerar actos de corrupción o simplemente que fueran social o moralmente indebidos. Luego vinieron otros temas como el de Olivetti Paredes, y varios otros que han ocurrido en esa misma tónica, hasta el caso más reciente de Cristina Delgado.

Ello, a estas alturas, no debería tener nada de raro: en un gobierno que se jacta de democrático, y que tiene un débito social y político claro con la ciudadanía, ningún acto de ese tipo debía de ser tolerado ni encubierto. Eso tan simple, pero a la vez tan trascendente, es lo que ha hecho el Gobernador en estos siete meses de gestión, aunque a pesar de ello existan quienes sigan insistiendo en que pueden más los débitos políticos y los arreglos entre camarillas, frente a la necesidad de impulsar a personas que por lo menos no carguen con antecedentes cuestionables, ni tampoco que sean mayores sus negativos que sus activos como personajes políticos.

Esto viene al caso por la insistencia de Avilés de seguirse candidateando como aspirante al Senado o como próximo delegado federal, y la lucha estéril que hoy libra con varios de los aspirantes a las candidaturas del PRI a la Cámara alta, o con gente como el delegado de la Secretaría de Desarrollo Social en la entidad, Martín Vásquez Villanueva.

Pues en esa idea del “PRI renovado” que muchos intentan impulsar para lavarle un poco la cara a su partido frente a la abrumadora realidad, ¿cómo podría encajar un candidato como Avilés, que carga con uno de los pasados y presentes más cuestionables de la clase política estatal? ¿Esa sería una demostración de que los excesos y los actos indebidos se perdonan, y hasta se premian? ¿Cómo pensarían sostener la idea de un “nuevo PRI”, pero que pondera los acuerdos entre grupúsculos por encima del deber mínimo de ofrecerle a la ciudadanía candidatos presentables y medianamente honorables? Incluso, ¿cómo hacer una comparación entre Avilés y Martín Vásquez Villanueva, sobre quién aún pesan innumerables interrogantes sobre su gestión como titular de los Servicios de Salud de Oaxaca en el periodo del gobernador también priista, Ulises Ruiz?

¿QUIÉN NO TIENE FUTURO?

Ahora, valdría también la pena reflexionar: ¿de veras vale tanto políticamente Avilés, como para que el Gobernador se juegue su propio futuro político con él, o con cualquier otro de los impresentables que día y noche ambicionan con seguir siendo candidatos a algo? La respuesta parece obvia. Porque además de todo, Alejandro Murat ha demostrado no estar dispuesto a pagar por los errores o los excesos de otros, y seguramente tampoco cederá, o cumplirá caprichos, porque su principal prioridad radica en seguir construyendo su propio futuro político. ¿Entonces?

Colusión en el transporte público local, contra los intereses de la ciudadanía

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+ Gobierno y concesionarios unen fuerzas y desmovilizan a los grupos afectados


 

El campanazo que la semana pasada dieron el gobierno estatal y los concesionarios del transporte urbano sobre el incremento a la tarifa del pasaje, es sólo el anuncio de un conjunto de movimientos que ahora comenzarán a preparar para consumar el alza. Los antecedentes de los últimos incrementos así lo indican; y —por medio de un “incendio controlado” de aparentes inconformidades— están preparando el terreno para que eso ocurra sin oposición alguna de la sociedad afectada.

En efecto, la semana pasada hubo un anuncio por parte de los concesionarios del transporte urbano y sub urbano, en el sentido de que estaban listos para incrementar la tarifa del pasaje en días próximos. Igual que frente a cada movimiento de esa naturaleza, adujeron una serie de circunstancias relacionadas con el incremento al costo del servicio y la atomización de sus utilidades frente al incremento en el costo de los combustibles e insumos.

Este anuncio era, además, el último eslabón en la serie de escaramuzas que han sostenido dos de los grupos de transporte público concesionado durante el presente año, no queda claro si por el control de una de las dos principales líneas camioneras que prestan el servicio en la capital y municipios conurbados, o si por conseguir la mayor injerencia posible en los asuntos del transporte, más allá de lo que la autoridad de papel —Sevitra, que encabeza Francisco García López— puede hacer en estos casos. A las pugnas legales y laborales habidas en meses anteriores al interior de Choferes del Sur, ahora se sumó la decisión unilateral de uno de los grupos —es decir, el grupo detractor a la pro gobiernista Aurora López Acevedo— por impulsar un tema en el que, lamentablemente, al final todos terminarán estando de acuerdo en detrimento del interés de la ciudadanía.

El movimiento dado en este caso por un grupo de concesionarios, ha sido el acostumbrado cuando ya traen entre manos la posibilidad de un incremento: lanzan el llamado al incremento, esperando de antemano que la autoridad lo detenga; luego realizan algunas acciones de presión específicamente en contra de la dependencia estatal encargada de la regulación del transporte público concesionado; y finalmente, en un acuerdo construido desde el inicio, por un lado los concesionarios legitiman su conquista del incremento a la tarifa tras algunas semanas —o meses— de espera; y finalmente la autoridad justifica su determinación de permitir el incremento aduciendo la respuesta política a las presiones y al reconocimiento de la realidad y las condiciones económicas.

El problema, en este caso, es que en esa colusión —que bien puede ser entendida como una complicidad que si bien no rompe la ley, sí viola la equidad en una relación de esta naturaleza— que existe entre los concesionarios y la autoridad del transporte, la ciudadanía queda relegada porque es la única que no tiene relación ni intervención en las decisiones que se toman entre ellos. Queda claro que en ese conjunto de movimientos no aparece por ningún lado la defensa del interés ciudadano y tampoco la consideración a lo que la gente necesita.

Lejos de eso, lo que la autoridad y los concesionarios ofrecen son las mismas mentiras de siempre: además de sus reconocimientos mutuos —las presiones económicas y políticas que los incomodan a ellos—, le dicen permanentemente a la ciudadanía que habrá mejora en el servicio, mejores unidades de transporte, mayor capacitación a los conductores y demás representantes, y una serie de ofrecimientos que en realidad nunca han visto la luz y han servido como meros argumentos que justifican las decisiones tomadas a espaldas de la ciudadanía.

Así, aunque pareciera imposible un acuerdo entre ambos grupos que hoy libran una pugna abierta por el “liderazgo” (si es que se le puede llamar así) entre las empresas y los concesionarios —concretamente, el grupo que aún encabeza Alejandra Gómez Candiani, contra el de su prima, la ex secretaria de Transporte, Aurora López Acevedo, que al amparo del poder busca regresar por sus viejos y cuestionados fueros—, lo cierto es que bien puede ocurrir —y al final así terminará pasando— que puedan construir un acuerdo interlocutorio para beneficio mutuo.

En el fondo, el incremento a la tarifa les cae bien a todos; la autoridad puede terminar diciendo —como siempre lo ha hecho— que el alza era irremediable; y al final, la ciudadanía es quien nuevamente se quedaría desamparada frente a este acuerdo abusivo de autoridades y concesionarios, que sólo es cuestión de tiempo para que se concrete.

LA CIUDADANÍA, SOLA

Cuando ocurrió el último incremento a la tarifa del transporte público —a través de ese mecanismo del aviso previo, la aparente resistencia de la autoridad, y el mutuo acuerdo final para incrementar la tarifa—, una de las cosas que más se comentaban entre los propios concesionarios era que el entonces titular de la Secretaría de Vialidad y Transporte, Carlos Alberto Moreno Alcántara, había hecho perdediza una cantidad de dinero superior a los dos millones de pesos que habría de ocupar en el pago a los grupos de choque al interior de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, para mantenerlos controlados.

Esta es una vieja estrategia que de alguna forma es equiparable a la caja china, en la que utilizan a algunas de las supuestas organizaciones ciudadanas y estudiantiles para hacer creer a la propia ciudadanía que de todos modos el incremento es irremediable, aún con oposición. Pues en el momento en que se decreta el incremento de la tarifa, los mismos concesionarios buscan a algunos grupos porriles, y les pagan alguna cantidad de dinero para que hagan desmanes que, además, son tolerados por la autoridad estatal. En no pocas ocasiones, incluso les ofrecen algunas unidades viejas y destartaladas, para que esas sean las que destrocen, quemen o vandalicen, y con eso justifiquen las supuestas acciones de resistencia en contra del alza de la tarifa del transporte.

Pues en realidad, la ciudadanía está sola en esta conspiración orquestada por los concesionarios y la autoridad. Está sola porque hace muchísimo tiempo que los grupos más fuertes e influyentes al interior de la Universidad, fueron superados por los grupos porriles que son auténticos mercenarios al servicio de quien mejor les pague.

En otros tiempos, las nutridas y auténticas protestas estudiantiles fueron un verdadero dique en contra del pulpo camionero y la autoridad, porque las movilizaciones eran resultado de verdaderas acciones ciudadanas. Todo eso fue relevado, por un lado, por grupos verdaderamente violentos que responden a intereses económicos para la generación de una apariencia de inconformidad; y en el otro extremo fueron también superados por la complicidad de quienes hoy utilizan esos mecanismos para asestar verdaderos golpes a la lastimada economía familiar. Por eso, en realidad la ciudadanía esta sola frente a los incrementos y es en realidad muy poco lo que pueden hacer para contrarrestarlo.

¿Y LAS VOCES LEGISLATIVAS?

Llama la atención que en todo este embrollo haya también reinado el silencio entre casi todos los diputados. La gran mayoría evadió el tema porque saben que al final terminarán arrollados por los intereses económicos y las conveniencias políticas que están en juego. Incluso, los diputados de Morena que tanto se dijeron en contra del alza del combustible y a favor de la economía familiar, se quedaron callados. El único que protestó fuerte fue el diputado Jesús Romero López, denunciando además las complicidades y el juego perverso sobre este incremento pactado. Con esas actitudes de la mayoría de los diputados, ¿cómo seguirse diciendo “representantes populares”?

Coalición PAN-PRD: vean el desastre de Oaxaca, por alianzas sin contenido

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+ Gobiernos de coalición, necesario normarlos luego de reestructurar al poder


Con toda candidez, las dirigencias nacionales del Partido Acción Nacional, y del de la Revolución Democrática, comienzan a esbozar la posibilidad de generar una coalición electoral rumbo a los comicios presidenciales del año próximo. Lo están haciendo como movimientos internos, pero también lo están haciendo a la vieja usanza. Es decir, pensando sólo en el proceso electoral y no en el programa de gobierno. Por eso, parece que siguen dando pasos sin ver que, al menos en las experiencias estatales, las coaliciones electorales en México han sido, recurrentemente, desastrosas.

En efecto, luego del resultado electoral en el Estado de México, Acción Nacional y el PRD no piensan en otra cosa que la posibilidad de una coalición. El resultado de la votación en aquella entidad, combinados con los resultados de los otros procesos electorales, parecieron dejarles —a las dirigencias de ambos partidos— la idea de que sólo unidos podrán ser competitivos en la elección federal de 2018.

A ello se unieron otros elementos, como el hecho de que el PRD recuperó terreno electoral en espacios que pensaba irremediablemente perdidos gracias a la frescura de su candidato en el Estado de México; o como que comenzaran a circular las primeras versiones sobre la buena competitividad que tendría el PAN si Margarita Zavala fuera su candidata. En cualquiera de los casos, parece que la única ruta que les queda disponible para cuando menos pensar en la posibilidad de hacer un papel decoroso en la elección presidencial, es la de la coalición.

En todo esto hay varios problemas que ya se vislumbran. El primero de ellos es la falta de criterios homogéneos, al interior de esos partidos, para impulsar las alianzas. Otro problema importante es que las respectivas rutas que están impulsando las dirigencias de los partidos no pasan por un proceso previo de la reforma al sistema político para poder hacer viables los gobiernos de coalición. Y un tercer problema, concomitante al anterior, radica en que tampoco están hablando de cuál sería el contenido de esos gobiernos de coalición que estarían impulsando al hablar de alianzas electorales, para poder ir al siguiente nivel de cómo han sido hasta ahora las alianzas electorales en México.

Para entender todo esto, es necesario ir por partes. Pues aunque en el primero de los temas hay declaraciones de las dirigencias nacionales al menos visualizando la posibilidad de alianzas, lo cierto es que esos están lejos de ser criterios homogéneos. En el caso del PRD, por ejemplo, hay más voces discordantes con el Comité Ejecutivo Nacional, que las que están de acuerdo con ellos. Básicamente hay dos razones: la primera, que es la menos recurrida, es la ideológica: hay muchos militantes del PRD que siguen viendo —con toda lógica— la unión con el PAN como una alianza contranatura, y que por ende se pronunciarán en rechazo prácticamente ante cualquier circunstancia.

La segunda razón es la electoral, a partir de la cual no parecen tener claro cuáles son sus espacios naturales para ser competitivos: el PRD estaría sacrificando la candidatura presidencial a cambio de pelear en la Ciudad de México con un candidato propio, acaso desconsiderando a Miguel Ángel Mancera que, con todo lo cuestionado que ha sido, es el mejor prospecto político que hoy tiene el perredismo, y ponderando el escenario del Estado de México, en el que Andrés Manuel López Obrador les ha dado sobradas muestras de ser quien en realidad tiene el control de los niños de votación en la capital del país.

En esa lógica, el panismo tendría un escenario mucho más cómodo, ya que “sacrificarían” a la Ciudad de México —donde tienen una presencia meramente testimonial, que incluso riñe con la casi desaparecida presencia del PRI en la capital del país— a cambio de la candidatura presidencial quizá con Margarita Zavala, que parece la mejor posicionada en las encuestas. Aunque hoy perredistas y panistas digan misa, lo cierto es que la ecuación es a todas luces desigual y desventajosa en diversos puntos para ambos partidos. Y por eso la construcción de una alianza electoral tendría que ser mucho menos simplista y reduccionista de cómo hoy la quieren presentar a la sociedad mexicana.

REFORMAR AL PODER

Hay, además, aspectos aún más complejos. Por ejemplo, para hacer realmente operantes a las coaliciones, antes tendría que haber una reforma profunda al poder para quitarle los candados que hoy tiene respecto a los gobiernos concentrados y de minoría. A nivel estatal, muchos gobernadores han sido electos por coaliciones, que luego no logran sostener un programa de gobierno por la falta de estructuras institucionales para el cumplimiento de esos compromisos conjuntos, tanto respecto a ellos mismos y frente a la sociedad.

Si acudimos al ejemplo de Oaxaca podremos ver que los partidos que llevaron a Gabino Cué al gobierno, intentaron construir un gobierno de coalición que terminó en un desastre. No ha sido el único caso en el país. ¿Por qué fue un fiasco? Porque los compromisos fueron meramente potestativos y porque nadie asumió realmente la necesidad de que esos gobiernos de coalición fueran algo más que las poses que sirven para las fotos y para los discursos sobre los “momentos históricos”.

Es decir, esos “programas de gobierno” no eran sino documentos potestativos e irrealizables, y su falta de cumplimiento no implicaba sanción alguna tanto para los partidos como para los integrantes del gobierno. Por eso, volviendo a Oaxaca, una vez que Gabino Cué llegó a la gubernatura, tomó la ruta fácil de convertir a la administración estatal en un gobierno de parcelas, que discrecionalmente entregó a sus aliados para que ellos hicieran lo que quisieran, mientras él continuó gobernando sobre una estructura vertical e inamovible que le permitió no cumplir la gran mayoría de sus compromisos políticos y democráticos, y aún así tener la posibilidad de terminar cómodamente su administración a pesar de haberse quedado sin el apoyo de sus antiguos aliados, y con una debilitada mayoría legislativa que sólo respondía a sus intereses cuando les era conveniente.

¿Qué tendría que cambiar? Primero, que el propio poder lograra quitarse por lo menos algunos de los visos del sistema presidencial que hace fuerte al Poder Ejecutivo y lo convierte en un espacio de poder inamovible, independientemente de las circunstancias. Como los partidos de coalición no forman parte del gobierno, y éste no depende o de la mayoría, o de la confianza, de los partidos de coalición, entonces los espacios que se les entrega a las fuerzas coaligadas se convierten en verdaderas parcelas. Ahí está el caso de la Secretaría del Trabajo en Oaxaca, fue entregada por Cué como una parcela su aliado, el Partido del Trabajo, y su titular, Daniel Juárez López, incurrió en cualquier cantidad de prácticas indebidas sin consecuencia alguna.

Luego tendrían también que normarse de manera específica los programas y los gobiernos de coalición, para quitarles el velo de lo potestativo y lo no vinculante, y establecer entonces los mecanismos para el establecimiento de compromisos obligatorios y por ende necesarios de cumplir para la permanencia del gobierno de Coalición.

SÓLO SUEÑOS

Por eso, para no hablar sólo de pragmatismo y de coaliciones que sólo tienen como objeto un triunfo electoral, tendríamos que hablar de una verdadera reforma al poder público, como el paso previo a la construcción de candidaturas. Mientras, todos los ensayos no dejan de ser demostraciones concretas de ambición por el poder, y de ganas de sólo ganar elecciones independientemente de cuál sea el precio —o las consecuencias funestas— de éstas.