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En el combate a la corrupción, el Estado oaxaqueño debe dejar de simular

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+ Para hacerlo, es necesario, mas no indispensable, el sistema anticorrupción  


Para saber quién protege a ex ediles acusados de innumerables actos de corrupción, como Galdino Huerta Escudero en Santa Lucía del Camino, o Héctor Santiago en Santa Cruz Xoxocotlán, no sólo habría que señalar a sus padrinos y protectores políticos, sino que también –y por sorprendente que parezca— habría que mencionar a todo el aparato institucional que, por acción u omisión, los protege. Al final, más que de la implementación de un sistema, el combate a la corrupción es un asunto de voluntad al que nadie le ha querido entrar, y ello es la base de esta tragedia social en Oaxaca.

En efecto, en los corrillos de la grilla local es ampliamente sabido que el hoy secretario General de Gobierno, Alejandro Avilés Álvarez, fue el protector y solapador de autoridades municipales corruptas como la de Santa Lucía del Camino. De hecho, en el caso de Huerta Escudero, fue Alejandro Avilés quien en su calidad de coordinador de la bancada priista y presidente de la Junta de Coordinación Política en el primero año de la LXIII Legislatura fue quien construyó el acuerdo político con el PSD para que Huerta asumiera la alcaldía de ese municipio.

Rápido quedó claro que dicho acuerdo incluía la protección institucional a todos los niveles para tanto para Huerta como para su ex contrincante, José García, a cambio de favores sobre los que siempre se habló pero que —obviamente— nunca se hicieron públicos tanto para Avilés como el PSD, que le había permitido el paso. A tanto llegó el acuerdo y la protección que Huerta no fue el único que terminó siendo acusado de pillerías en Santa Lucía, sino que prácticamente en la misma proporción terminó cuestionado García, a quien se le acusó de promover una cuadrilla de mototaxis, protección a giros negros, desvíos de recursos, y diversas actividades presuntamente ilícitas, realizadas lo mismo gracias al amparo de la autoridad municipal que ostentaba, que al acuerdo de no agresión con Huerta, y a la protección que se les brindó desde la Legislatura del Estado.

Algo muy similar pasó en Santa Cruz Xoxocotlán. A Santiago se le formularon todo tipo de acusaciones de desvío de recursos que nunca fueron indagadas, y que llegaron al grado de que no Santiago no realizó entrega-recepción, . La razón institucional, durante el gobierno de Gabino Cué, radicó en que su misma administración construyó un espacio de “equilibrios” —de ignominia— en los que el régimen le permitiría impunidad a ciertas autoridades emanadas del PRI, a cambio de que ellos no cuestionaran de fondo las irregularidades que se estaban cometiendo desde el Gobierno del Estado, y en algunos municipios cercanos al anterior régimen.

¿Y DESPUÉS?

El problema, claramente, es ahora, cuando ni Huerta ni Santiago —ni muchos otros, que fueron menos conocidos pero que enfrentan conductas y cuestionamientos similares o peores a los de esos dos estandartes de autoridades cuestionadas por corruptas— son ya autoridades municipales. El problema no es sólo que hayan robado, o que no hayan realizado entrega-recepción, o que —como se dice coloquialmente— hayan dejado a sus ayuntamientos “en banquitos”.

El problema de fondo es que nadie los está persiguiendo, y que las instancias que podrían estar haciendo algo se encuentran aparentemente distraídas en otras labores y grillas, y no están haciendo lo necesario para demostrarle a la ciudadanía que el sistema de justicia funciona, y que el Estado no premia los actos de corrupción con impunidad.

¿Qué ocurre? Que, por ejemplo, la Fiscalía General del Estado ha tenido serias resistencias para procesar las averiguaciones previas relacionadas con autoridades y ex autoridades municipales, independientemente de la comisión de delitos por los que se les acusan. Están, por ejemplo, los expedientes que la Auditoría Superior les ha consignado y que ellos siguen sin poder resolver sobre la procedencia de la acción penal correspondiente.

Algo muy similar ocurre con la Contraloría estatal, que en los seis años del gobierno de Gabino Cué no fue clara respecto a las acciones que pudiera emprender contra quienes ejercieran incorrectamente los recursos, y hasta el momento tampoco existen coordenadas concretas de esa dependencia en la nueva administración estatal. Al final, lo que parece es que con todos esos excesos juntos, y la inacción de las autoridades que deberían estar indagando y persiguiendo esos hechos y señalamientos, la percepción que queda es de que nadie está haciendo nada y que, por ende, los actos de corrupción se pueden seguir multiplicando y la ciudadanía debe confiar aún menos en sus autoridades.

En el fondo, lo que debiera ser de entendimiento común es que nadie, ni en el Poder Ejecutivo, ni en la Fiscalía, ni en la Auditoría Superior, ni en el Congreso local, ni en cualquier otra instancia relacionada con la fiscalización y la revisión de la actividad de las autoridades, es indispensable la implementación del Sistema Estatal Anticorrupción, para que actúen.

Pueden hacerlo, aún con limitaciones, con las herramientas jurídicas actuales siempre que haya voluntad. Eso es lo que deben demostrar. Pero, curiosamente, es a lo que más se han resistido a pesar de los incansables llamados de la ciudadanía para que se castigue a todos los que abusaron de las responsabilidades que se les confirió en las urnas.

QUE SE AUDITEN

Lejos de entrar en rejuegos políticos que en buena medida tienen como objeto encubrir su prolongada opacidad, el Congreso local debería hacer lo que cualquier empresa cuando le va a rendir cuentas al SAT: auditarse por un tercero, y hacer públicos los resultados. Eso sí demostraría que el buen juez por su casa empieza. Pero no. No lo harán. ¿Apuestan?

Poder Judicial: en su crisis, hay más razones que ahorcamiento de Sefin

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+ Tribunales contrastantes: carencias y sobrepoblación de alta burocracia


El ahorcamiento presupuestal decidido desde la Secretaría de Finanzas, es sólo la primera de las razones que explican la crisis por la que atraviesa el Poder Judicial del Estado. Junto a ella, hay otras causas que son igualmente determinantes para que hoy los tribunales de justicia de la entidad pasen no sólo por una situación crítica en su funcionamiento, sino también en su credibilidad y equidad interna. Cualquier estudio serio e integral de la situación que prevalece en los juzgados y salas de segunda instancia, así como de los demás tribunales que dependen del Poder Judicial, tendría que pasar por causas que hasta ahora todos han evadido.

En efecto, recientemente el presidente del Tribunal Superior de Justicia, magistrado Alfredo Lagunas Rivera, reconocía que el Poder Judicial del Estado atraviesa por una crisis económica profunda que se traduce en el retraso en el pago al personal, y también en la cobertura de pago a sus múltiples proveedores. Según sus palabras, el Poder Judicial tiene adeudos de meses, y hasta de años, a causa del ahorcamiento presupuestal generado por la Secretaría de Finanzas en la administración de Gabino Cué no sólo en contra de los tribunales de justicia locales, sino de prácticamente todo el aparato público estatal, que incluye a los tres poderes del estado y órganos autónomos que igualmente se quejan de los desfases en la ministración de los recursos que les correspondían.

Según la entrevista realizada por nuestro compañero Misael Sánchez, Lagunas Rivera reconoció que los problemas financieros y la falta de recursos para nómina no es una situación que afecte sólo al Poder Judicial sino que se presenta también en otros ámbitos de la estructura gubernamental del Estado, incluso a nivel nacional. “No es que nosotros de manera negligente tengamos el recurso guardado y no queramos pagar es una circunstancia imperante a nivel general en las finanzas del estado y a nivel nacional, lo que tenemos que hacer es ser prudentes y solidarios”, apuntó.

A esta situación habría que agregar la inversión que el Estado ha tenido que realizar en la infraestructura y tecnología necesaria para la implementación del sistema de justicia acusatorio adversarial, que también representó un problema para las arcas estatales, a grado tal de que luego de que Oaxaca fuera pionero a nivel nacional en la modificación de su sistema para la ejecución de los juicios del orden penal —en el año 2005—, tuvo muchos problemas para poder cumplir —y, de hecho, no lo ha hecho cabalmente— con la fecha dispuesta por la Constitución federal para la implementación plena del nuevo sistema, que venció en junio del año pasado.

MUCHA ALTA BUROCRACIA

Una de las cosas que nadie aborda en el Poder Judicial del Estado es el exceso de magistrados que tiene dicho poder. Según el directorio que publica el sitio web oficial del Tribunal Superior de Justicia del Estado (www.tribunaloaxaca.gob.mx), éste se encuentra integrado por 21 magistrados, de los cuales uno es el Presidente del Tribunal y los otros veinte son los integrantes del Pleno.

Junto a ellos hay otros tres magistrados que únicamente integran la Sala de Justicia Indígena, y otros cuatro que integran una Sala Auxiliar, que no son parte del Pleno pero que tienen la misma calidad de magistrados y, lo más importante, los mismos salarios y prestaciones que los demás magistrados. Éstos fueron los magistrados heredados del antiguo Tribunal Electoral, que fue desintegrado por la última reforma política, que disponía que los magistrados salientes fueran integrados a las estructuras del poder judicial que correspondiera.

En eso, el Tribunal ya tiene un problema de sobrepoblación de magistrados. Por ejemplo, la Sala Constitucional asumió las funciones de Cuarta Sala Penal, en alguna medida por el exceso de trabajo que tienen las otras tres salas penales, pero sobre todo, porque resultó un fracaso la implementación de una Sala Constitucional local, que a la fecha no ha conocido más que una docena de asuntos que, además, no revistieron ninguna relevancia para la justicia estatal y tampoco para el constitucionalismo local.

Ahí no termina el problema. Del Poder Judicial del Estado dependen también los doce magistrados que integran el Tribunal de lo Contencioso Administrativo y de Cuentas, cinco de los cuales son de la Sala Superior, y los otros siete de las salas de primera instancia —que, de hecho, deberían tener la calidad de jueces y no de magistrados. Esa abultada integración resulta de las sucesivas reformas que unificaron a los tribunales de Justicia Administrativas, y el de Fiscalización, y que mantuvieron en su estructura a toda la alta burocracia judicial que hoy indudablemente presiona el presupuesto del Poder Judicial del Estado.

CONTRASTES

Cada magistrado tiene un salario mensual superior a los 70 mil pesos, además de algunas prestaciones —varias de ellas, discrecionales, y no comunes a todos los magistrados— como choferes, vehículos, teléfonos celulares, escoltas y gastos de representación. Hay, a su vez, un claro contraste entre el cómodo salario de un magistrado, y los castigadísimos salarios de todos los demás trabajadores del Poder Judicial, que son los que verdaderamente trabajan y que son quienes más han resultado afectados por las carencias presupuestales. Algo que, indudablemente, debería ser reconocido y revisado al interior de los tribunales estatales, a la par del prolongado ahorcamiento decidido desde la Secretaría de Finanzas a lo largo del último año.

Manoseando a la ASE, inhiben el desarrollo del sistema anticorrupción

 

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+ Ciudadanía enojada; Legislatura podría enfrentar controversia federal


La semana pasada, la diputada del PAN Eufrosina Cruz Mendoza presentó una iniciativa que no tiene otro objetivo que la remoción de los integrantes de la Auditoría Superior del Estado. A pesar de que esta intención pudiera ser relativamente comprensible a la luz del nuevo régimen gobernante en la entidad, lo que en realidad despierta dudas es cómo en la LXIII Legislatura parecen estar desoyendo el llamado ciudadano sobre el combate a la corrupción, prefiriendo el cumplimiento de su agenda particular de temas. Esto tiene mucho de fondo y no hace falta más que entender el contexto de la iniciativa panista para comprender la dimensión del problema.

En efecto, en días pasados la Cruz Mendoza, presentó una iniciativa en la que propone una reforma constitucional para cambiar el nombre de la Auditoría Superior del Estado a “Auditoría Superior de Fiscalización del Estado de Oaxaca”. Según parece, en la iniciativa la única modificación es el cambio de nombre del órgano de fiscalización. Sin embargo, en sus artículos transitorios se prevé la designación de nuevos Titulares para esa Entidad.

Así, queda claro que el objetivo de la iniciativa no era propiamente el cambiar el nombre de la Auditoría, sino concretamente remover a los responsables de llevar a cabo de revisión y fiscalización superior, coincidiendo con el cambio de gobierno en el Estado. Y pudiera parecer que, en ese contexto, el abanico de posibilidades políticas se abre desde la idea de remover específicamente a Carlos Altamirano Toledo, hasta la también nada despreciable posibilidad de generar un nuevo órgano de fiscalización sexenal, con integrantes cercanos al nuevo régimen.

En todo esto, el recurso fácil podría apuntar a señalar que en estos años la ASE ha sido un órgano de fiscalización testimonial. Sin embargo, en esto habría que diferenciar entre los conflictos de interés —personales y políticos— que enfrenta el auditor Altamirano Toledo, con la tentación —porque esta no es una posibilidad— de hacer pagar institucionalmente a la Auditoría Superior por el cambio del régimen gobernante en la entidad. ¿De qué hablamos?

De que con todo y lo que se diga, como institución, la Auditoría Superior es un órgano bien calificado del que, además, se le reconoce la complejidad de la tarea que enfrenta en Oaxaca, al ser el órgano de fiscalización con más entes fiscalizables en el país (653, entre municipios, poderes del Estado y órganos autónomos) y ser, a su vez, la auditoría superior estatal que recibe menos recursos en todo el país, para el cumplimiento de sus funciones.

Así, por ejemplo, para la OCDE el Estado de Oaxaca cuenta con un órgano confiable para llevar a cabo la tarea de revisar y fiscalizar la gestión financiera de los Poderes del Estado, órganos autónomos constitucionales y Municipios, pues para otorgar dicha calificación se analizó el marco jurídico, la capacidad técnica, que se traduce que cuenten con el personal adecuado —al margen del titular de la ASE—, con experiencia y capacitación necesarios para analizar la información que le presenten lo sujetos auditados, su grado de autonomía frente a los poderes estatales, entre otros elementos.

CONTRASENTIDO

En Oaxaca hay un periodo de espera, que parece no tener para cuándo, respecto al proceso de armonización de la legislación estatal con la federal, para la implementación del Sistema Estatal Anticorrupción. En las reformas constitucionales y legales que serán necesarias para su implementación, el órgano de fiscalización superior jugará un papel preponderante al asumir diversas funciones y capacidades que serán propias de ese nuevo entramado institucional.

En ese sentido, queda claro que además de los cuestionamientos que tiene la iniciativa de reforma impulsada por la diputada Mendoza Cruz, por su evidente intención política de solo remover a los integrantes actuales de la ASE, el Congreso del Estado estaría también evadiendo la responsabilidad de entrar de lleno a los trabajos necesarios para el establecimiento constitucional y legal del Sistema Estatal Anticorrupción, y sólo estaría atendiendo una agenda particular de algunos partidos interesados inicialmente con remover a Carlos Altamirano Toledo y, quizá, con tratar de ganar espacios a través de un nuevo reparto de posiciones, pero sin abordar lo relativo al Sistema Estatal Anticorrupción.

Lo que resulta aún más grave es que este parece, además, un contrasentido frente a la propia ciudadanía, y al Presidente de la República, que hace apenas pocos meses se inconformaron por el intento de varios gobernadores —Quintana Roo y Veracruz— de heredar a funcionarios afines en esas áreas para tratar de generar un espacio de no-fiscalización y, por ende, de impunidad; y la reacción del Presidente que, obligado por las circunstancias, se vio en la necesidad de emprender una controversia constitucional para evitar que dichos gobernadores se abstuvieran de intervenir en los órganos autónomos de sus entidades hasta que no se llevara a cabo la implementación del Sistema Nacional Anticorrupción.

CASTIGAR A LAS INSTITUCIONES

Carlos Altamirano debe dejar de ser titular de la ASE, y debieran buscar la vía política para conseguirlo. Eso está claro prácticamente desde su designación. Sin embargo, pensar en que para lograr ese objetivo pueden manosear a las instituciones, resulta un cuestionamiento y una irresponsabilidad similar, que en realidad resulta en un castigo de fondo a las instituciones del Estado en Oaxaca.

¿El ‘gasolinazo’ debe ser pauta para reducir el número de legisladores?

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+ ¿Crisis de representación o de legitimidad de los diputados y senadores?


El trauma social que causa el incremento de los combustibles en el país, hoy debe servir también como oportunidad para abordar algunos temas que molestan desde hace mucho a la sociedad mexicana, pero que no habían encontrado la oportunidad para encauzarse. El llamado ‘gasolinazo’ del inicio del año —y los que vienen— sensibilizaron y han presionado al sector público respecto a las demandas de austeridad, de honestidad, de combate a la corrupción, y de reducción de los costos operativos del sector público. De entre todo eso, resalta la reaparición de una discusión actual y necesaria: ¿México necesita 500 diputados y 128 senadores?

En efecto, desde el inicio del año el país se ha desbordado en protestas, que han ido de las más pacíficas y civilizadas hasta los actos vandálicos que vimos en la primera semana del año. Una decisión tan compleja como la de incrementar el costo de los combustibles en el país, implica también aceptar el fracaso de las políticas de contención de la inflación de los últimos años, y también cargar con el costo de las promesas fallidas sobre la reforma energética y sobre la aspiración general de los mexicanos no sólo de poder ganar más, sino de lograr un mayor poder adquisitivo con el salario ganado por su trabajo. Junto a todos esos costos, está uno más que es el del repudio social contra los privilegios y las resistencias del gobierno para eliminarlos y combatir la corrupción.

De entre todo eso, muchos han sido los reproches: que si el Presidente no asume la misma actitud de austeridad y privación de algunos satisfactores que hoy debieron asumir la mayoría de las familias mexicanas; que si los servidores públicos ya no deben tener salarios y prestaciones de privilegio; que si se deben eliminar gastos superfluos en toda la administración pública; que si los diputados y senadores deben abstenerse de recibir salarios y bonos extraordinarios; y, en el fondo de todo eso, cuestionar también si el país necesita a tantos legisladores que, en apariencia, son más una carga que verdaderos servidores de la patria.

Pues resulta que de forma casi irremediable, esa será una de las discusiones que presionen a la agenda pública de los próximos meses, y que incluso pueda convertirse en uno de los temas de la agenda de los próximos candidatos presidenciales. Parece clara la urgencia de someter al escrutinio el tamaño y el costo operativo de las cámaras federales, con relación a los resultados que éstas le dan al país y al compromiso real de sus integrantes con la ciudadanía mexicana.

¿QUITAR LEGISLADORES?

En teoría, los diputados y senadores son algo así como la materialización, los primeros, de la representación del pueblo mexicano ante el supremo poder federal; y los segundos, son la representación de los estados de la república ante el pacto federal. El problema es que esos diputados y senadores tienen una de las peores reputaciones que existen en el país, incluso por encima de la opinión general que tiene la gente de los agentes de tránsito, los empleados de las ventanillas de atención al público (que ‘muerden’ a la menor provocación) y hasta del Presidente de la República. De ahí nace la interrogante de si no sería mejor eliminar a una parte de ellos de la representación legislativa. Y aunque la respuesta parece muy atractiva, lo que se debe ver es que en realidad no es necesario quitarlos sino claramente reducirles los privilegios.

¿De qué hablamos? De que un país con 120 millones de habitantes debe tener órganos legislativos con una representación acorde a la inmensa población nacional. Pensar en lo contrario significaría pensar también en un mayor empoderamiento de las élites gobernantes y de una reducción de las posibilidades de que un ciudadano común pueda representar a un distrito determinado. Quizá habría que reducir la representación proporcional y repensar el número de distritos electorales uninominales, para que haya más diputados electos por mayoría, y menos legisladores de representación proporcional.

Junto a todo eso, otro tema de la mayor relevancia es la reducción de los privilegios. ¿Qué agravió a la nación en los últimos días de 2016? Que se dio a conocer, primero, que los diputados habrían de recibir un ‘bono secreto’ por una cantidad que oscilaba en los 500 mil pesos. Vino el escándalo, y algunos diputados anunciaron que devolverían, o que no aceptarían dicho bono, y sólo algunos, como los de la fracción priista, dijeron que sí lo aceptaban bajo la justificación de que era para dar gratificaciones de fin de año a su personal de apoyo.

Y luego, a pesar de ello, se supo que recibirían otro bono de 150 mil pesos por los remanentes en la operación de la cámara. Antes, cuando se discutió el paquete económico 2017, se cuestionó que, también, los diputados tuvieran ‘bolsas’ de recursos, para disponer de ellos para obra pública, según sus intereses políticos —y, todos sabemos, sus moches y otras prácticas igualmente repudiadas socialmente por corruptas.

REDUCIR PRIVILEGIOS

Básicamente, lo que debería reducirse —para no afectar el sensible tema de la representación nacional— es el enorme cúmulo de privilegios que hoy tienen los legisladores. Una discusión concomitante a esa, tendría que ser la de la eliminación, en el futuro cercano, de los senadores de representación proporcional que, en un contrasentido a la propia naturaleza del Senado, no representan a ninguna entidad federativa, ni a la ciudadanía, sino solamente a las cúpulas e intereses de sus partidos.

Segego y Avilés deben atender gobernabilidad, además de grilla partidista

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+ Necesario, que la Segego unificada tenga un solo rumbo a favor de Oaxaca


Hay varias coordenadas que refuerzan el llamado a que Alejandro Avilés Álvarez se ponga verdaderamente a trabajar a favor de la gobernabilidad del Estado, y deje de invertir tanto tiempo en las grillas de los partidos políticos. Tiene varias circunstancias a su favor. Lo único que le falta es reconocer esas oportunidades y ponerse a trabajar a favor de Oaxaca, en una dimensión mayor al tiempo y los recursos que le invierte a los intereses de su grupo político.

En efecto, el miércoles el pleno de la LXIII Legislatura local demandó al secretario Avilés Álvarez que “se ponga a trabajar” y que “desquite su sueldo y atienda los diversos conflictos existentes en varias comunidades de distintos municipios que incluso han dejado muertos y decenas de desplazados”.

Los diputados de las diversas fracciones parlamentarias coincidieron en señalar que es lamentable que el secretario General de Gobierno no haya instalado las mesas de diálogo en los municipios en conflicto, y esperan que la Segego atienda con prontitud los problemas que ya son graves. Uno de esos problemas agrarios, dijeron, es el existente entre San Mateo y Santa María del Mar, en Juchitán, en donde recientemente hubo tres muertos derivados de la persistencia de un bloqueo que obliga a los habitantes de Santa María a desplazarse sólo por vía marítima con las demás comunidades cercanas.

Pues resulta que, en realidad, esas omisiones son reflejo fiel de las debilidades y fortalezas personales y políticas del ahora Titular de la Segego, que en estos poco más de cuarenta días al frente de esa dependencia, le ha dado particular preferencia a la atención de los asuntos políticos y de gobernabilidad que involucran a partidos, pero que al mismo tiempo ha evitado involucrarse en otros temas que también son relevantes en la agenda de la gobernabilidad del estado, y que no necesariamente tienen que ver con las relaciones entre partidos o facciones políticas.

¿De qué hablamos? De que con el paso del tiempo, y de forma casi natural, la Secretaría General de Gobierno ha ido perdiendo relevancia como instancia conductora de las relaciones del gobierno con los partidos. La razón es lógica: la vida democrática ha ido remarcando la autonomía de la oposición, y las relaciones se conducen cada vez más en otros campos que no son los de la discrecionalidad de la Secretaría de Gobierno.

Sin embargo, resulta que así como la Segego ha ido perdiendo relevancia en la conducción de esas tareas, proporcionalmente ha ido ganando importancia en la conducción de los verdaderos temas de fondo de la gobernabilidad estatal, tales como los conflictos agrarios; las discordancias entre comunidades ya sea por cuestiones políticas, sociales o religiosas; los asuntos relacionados con los sindicatos y las relaciones laborales de los trabajadores; la protección civil y, en general, las cuestiones que ponen en riesgo la seguridad, la paz o la concordia entre las comunidades.

A eso es a lo que el secretario Avilés debería dedicarse antes que seguir invirtiendo tiempo y atención en los temas que conoce, pero que hoy pierden relevancia ante lo abultado de la verdadera agenda política de Oaxaca.

HACER FUNCIONAR LA SEGEGO

Quién sabe si Avilés reconozca la ventaja que hoy tiene con una Secretaría General integrada prácticamente según sus necesidades, y no como funcionó durante toda la administración anterior. Pues, de hecho, durante prácticamente todo el gobierno de Gabino Cué, la Segego funcionó fraccionada y con titulares que sólo incidían en una parte de la estructura orgánica de la dependencia pero sin poder realmente articular un trabajo encaminado según su criterio o necesidades. ¿De qué hablamos?

De que hoy, con excepción de la Subsecretaría de Gobierno, Alejandro Avilés prácticamente integró toda la Secretaría según sus intereses, afinidades y personal de confianza. Ello abre un margen importante de certidumbre respecto a que él tiene a la mayor parte de la estructura orgánica de la dependencia trabajando según sus disposiciones y a favor de un proyecto —se supone que— más o menos homogéneo.

Esto, en la administración anterior, ocurrió parcialmente quizá sólo en el último tramo de la gestión de Alfonso Gómez Sandoval, y también de forma parcial en el periodo de Carlos Santiago Carrasco. Siempre fue parcial, porque desde el inicio, Gabino Cué nombró subsecretarios que siempre asumieron que sus cargos no estaban subordinados al Secretario General de Gobierno y entonces actuaban de forma autónoma.

Esto fue por demás visible en las gestiones de Irma Piñeyro y Jesús Martínez Álvarez, que fueron titulares débiles por el hecho mismo de que sólo contaban con la colaboración de su staff, pero no con la ayuda —y mucho menos con el trabajo coordinado— de las subsecretarías que, en los hechos, funcionaban como pequeñas secretarías autónomas de la potestad del Secretario de Gobierno en turno.

PONERSE A TRABAJAR

Por eso, lo menos que puede hacer Alejandro Avilés es dejar las grillitas en las que se siente cómodo involucrándose —colonizar sin derroteros a la oposición, por ejemplo—, y aprovechar las fortalezas que el diseño institucional, y el Gobernador, le permitieron en la dependencia que encabeza. Oaxaca siempre ha tenido la gobernabilidad al filo del conflicto, y lo que hoy necesita Alejandro Murat es un Secretario de gobierno que lo ayude, y no que sea un lastre para su prestigio, y para los buenos resultados que prometió y debe entregarle a los oaxaqueños.

Sevitra debe evitar que el pulpo vuelva a timar a la ciudadanía oaxaqueña

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+ Hasta ahora, incrementos han sido por pactos políticos, no por la inflación


El alza a los precios de los combustibles es caldo de cultivo para los oportunistas, no sólo en los partidos políticos y las organizaciones sociales. Lo es, de forma destacada, para los sectores económicos que de alguna forma sí dependen del costo de los energéticos pero que, sobre todo, los utilizan como estratagema para decidir los incrementos. Uno de ellos es el sector del transporte concesionado de pasajeros en Oaxaca, que siempre utiliza el costo de los insumos como un pretexto para los incrementos, aunque en realidad siempre los acuerda a través de presiones o de intereses políticos.

En efecto, el mega gasolinazo del 1 de enero tuvo efectos devastadores en el estado de ánimo de la ciudadanía, que se sintió agraviada no sólo por los pesos que subió el precio de la gasolina y el diesel, sino por el hecho de que el gobierno pareció desentenderse de su deber de corresponsabilidad en las medidas de austeridad. Por si eso fuera poco, el solo bosquejo de la posibilidad de un incremento a los combustibles, fue suficiente para que diversos sectores de la economía anticiparan una escalada de precios tomando como base el encarecimiento del costo del transporte de los bienes y servicios que se comercian.

Uno de esos sectores fue, en el caso de Oaxaca, el del transporte público concesionado. Desde el 1 de enero, algunas empresas del llamado ‘pulpo camionero’, y otras organizaciones de taxistas citadinos y de transporte foráneos, dejaron ver una intención clara de incrementar el costo del pasaje. El pretexto fue que el insumo principal de las unidades de transporte —el combustible— se había encarecido hasta un veinte por ciento, y que ello hacía insostenible la tarifa actual.

Momentáneamente, la Secretaría de Vialidad y Transporte, que encabeza Francisco García López, pudo contener la escalada de precios particularmente en el transporte urbano y suburbano; aunque en realidad le ha sido imposible controlar a las modalidades de transporte que no utilizan tarifas fijas, sino que son más bien discrecionales, las cuales van desde los mototaxis hasta el servicio de alquiler de la capital oaxaqueña, que inmediatamente escaló sus tarifas sin considerar los llamados de la instancia reguladora a mantener los costos al público de 2016.

Esto es apenas el aviso de que, si bien el incremento no se dio por el oportunismo del inicio del año, sí ocurrirá irremediablemente en los meses siguientes de 2017. A partir de ahora, y hasta que lo logren, los transportistas tratarán de presionar al gobierno para que paulatinamente vaya cediendo a la posibilidad de incrementar la tarifa.

En esto, el verdadero riesgo es que, como ha pasado en otras ocasiones, el alza en los precios del pasaje se decrete sin que existan a su vez medidas de corresponsabilidad por parte de los concesionarios. Pues en todas las ocasiones anteriores, o la autoridad del transporte termina timada por los transportistas, o bien termina coludida con ellos para darles el incremento como parte de un acuerdo político —y no de una necesidad apremiante—, y básicamente a cambio de nada.

EL USUARIO NO IMPORTA

Hace apenas poco más de un año que ocurrió el último incremento a la tarifa del transporte público, y en aquel entonces el aumento fue proporcionalmente muy superior a la tasa de la inflación, e incluso también superior al incremento al precio anualizado de los combustibles. En noviembre de 2015 —y luego de un intento de madruguete, ocurrido en mayo de ese mismo año, cuando los concesionarios acordaron el alza con el entonces titular de Sevitra, Carlos Moreno Alcántara, y luego fueron frenados por el Gobernador del Estado—, el gobierno estatal finalmente les autorizó el incremento de un peso a la tarifa a cambio de diversas mejoras al servicio al usuario que, como suele ocurrir siempre, terminaron no ocurriendo.

En aquel momento, noviembre de 2015, la Sevitra prometió cosas que no cumplieron. En el comunicado que entonces emitieron para justificar el incremento a la tarifa, dijeron: “con el propósito de instrumentar un conjunto de mejoras en el transporte público concesionado, los empresarios se comprometieron a trabajar por la calidad del servicio, a través de la renovación y modernización de sus unidades, capacitación y exámenes antidoping a conductores, verificación vehicular, programas de medicina preventiva en el transporte, revisión físico-mecánica, reparación de unidades y la salida de automotores que no cumplan con las normas establecidas”.

Hoy, los concesionarios del pulpo no tardan en comenzar a presionar —de hecho, el lunes pasado ya tuvieron un primer intento que fracasó— para lograr el incremento. Lo harán no porque lo necesitan o porque sea irremediable, sino porque utilizarán el pretexto del gasolinazo para elevar sus utilidades. Buscarán, como siempre lo han hecho, el pacto político disfrazado de necesidad, para conseguirlo. Es sólo cuestión de tiempo para corroborarlo.

¿Y LA AUSTERIDAD?

Nadie en el sector público oaxaqueño —estatal y municipal— se ha acordado que el país está en crisis, y que la ciudadanía espera que también la burocracia de primer nivel se apriete el cinturón al menos para solidarizarse con la gente que sí está haciendo esfuerzos cada día más grandes para salir adelante. Nadie habla de eso. Quizá todos están atenidos a que sea sólo el Presidente, y el gobierno federal, quienes paguen el costo de la irritación ciudadana. Bisoños.

El gobierno de EPN desoye a la ciudadanía, ¿y aún así le pide lealtad?

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+ El enojo no es sólo por el gasolinazo, sino por la ignorar la corrupción


Aunque parece uno más de los actos reflejos por la molestia nacional, la decisión de Coparmex de no atender el llamado del presidente Enrique Peña Nieto a la firma de un acuerdo nacional de emergencia ante la irritación social —por los claros efectos económicos, que causó, y que seguirá generando el incremento al precio de los combustibles en el país—, es una representación clara de lo que está ocurriendo a todos los niveles en el país ante los llamados gubernamentales. No atenderlos, así como no creerle al Presidente, es hoy el resultado de un gobierno que con soberbia supuso que la ciudadanía tenía la obligación, mas no la potestad, de atender al llamado gubernamental y de asumir las consecuencias de sus disposiciones. No es así, y por eso la credibilidad del Presidente está en caída libre.

En efecto, frente al llamado del presidente Peña Nieto a todos los sectores económicos y productivos del país para la firma de un acuerdo de emergencia que mantenga el empleo, los precios de la canasta básica y la movilidad económica, la Confederación Patronal de la República Mexicana aseguró que su posición de no firmar el llamado Acuerdo de Fortalecimiento Económico, presentado el pasado lunes 9 por el Presidente, fue debido a que es insuficiente y “demasiado corto” a lo que se necesita, por lo que señalaron estar a favor de un acuerdo de mayor alcance e incluyente.

Asimismo, Coparmex reprochó que el país sí necesita un compromiso pero que no responda a intereses políticos o mediáticos, sino a la verdadera realidad que vive la población, especialmente lo que menos tienen; por lo que dio a conocer la propuesta que ponen en la mesa y que calificó como “un acuerdo por el desarrollo económico y la cohesión social” que no intenta establecer una agenda única de temas, dijo, sino que son líneas de acción para debatir a nivel nacional.

Según el presidente del organismo, Gustavo de Hoyos, ellos están a favor de un acuerdo sólo “cuando sea fruto de la participación ciudadana, y escuchar las propuestas de los diferentes sectores donde cada uno nos hagamos responsables de lo que nos corresponde aportar para tener un país unido frente a los importantes retos que nos impone la realidad actual, que impulse la competitividad y productividad de todos, que impulse a las pequeñas empresas, emprendedores y a la innovación”, cuestión que en su opinión no se cumple de forma real con el contenido del acuerdo al que el lunes llamó el Presidente a firmar, de cara al incremento de los combustibles y del previsible disparo de la inflación para los próximos meses.

En este sentido, es claro que independientemente del contenido del acuerdo y de los razonamientos a partir de los cuales la Coparmex decidió no acudir a la firma del documento, lo más relevante resulta del hecho mismo de que, como muy pocas veces ocurre en el país, uno de los más importantes organismos empresariales nacionales decide no sólo no atender un llamado presidencial, sino incluso criticar el contenido de su propuesta.

Ello hace que esta decisión del organismo empresarial sea no sólo un acto reflejo del enojo social, sino un referente de la forma en que muchos mexicanos vemos hoy a un gobierno que no supo atender las coordenadas del enojo social, y de la demanda ciudadana de cuando menos iniciar, pero sí con denuedo, las tareas para el establecimiento de mecanismos y voluntades para atacar temas como la corrupción y la impunidad. El gobierno de Enrique Peña Nieto no lo hizo, y estas son hoy las consecuencias.

CIUDADANÍA ENOJADA

En las formas tradicionales del Estado en México, era común que aunque los sectores más importantes del país no estuvieran de acuerdo con el contenido o las formas políticas presidenciales, acudieran a los llamados del Ejecutivo federal por la importancia que éste revestía, e incluso por temer a las consecuencias de desairar la convocatoria para un tema delicado en el que estaba relacionado la legitimidad presidencial o la necesidad de demostración de que al gobierno de la República lo respaldaban los factores económicos, sociales, políticos, y hasta de fuerza, más importantes del país.

Esto ha dejado de ocurrir en México, primero como una saludable forma democrática en la que la pluralidad implica la posibilidad de hacer pública la discordancia con el gobierno; pero, en segundo término, esa desatención al llamado presidencial tiene una trascendencia mayor cuando lo que implica es un reflejo del abierto enojo frente a las decisiones presidenciales.

En este caso, la ciudadanía ha reprochado al Presidente no sólo el hecho del alza en el precio de los combustibles —incluso, ese parece ser el pretexto— sino sobretodo el empecinamiento federal por tratar de mantener el estado de cosas —y privilegios— para algunos, mientras pide solidaridad y comprensión a la gran mayoría, que sí tiene que hacer esfuerzos importantísimos para mantener saludable a una clase política que, además de sus privilegios, está decidida a continuar sin entrarle de lleno al combate a la corrupción.

PRESIDENTE AGONIZANTE

Eso, que parece algo tan simple, es lo que el Presidente —y la clase gobernante en el país, y también en las entidades federativas— sigue sin comprender: no se puede exigir esfuerzos reiterados a la gente, cuando desde el gobierno se refleja corrupción, impunidad y convicción por el no-cambio. El gasolinazo no debe verse a la luz del bolsillo, sino de los bonos millonarios, los privilegios dispendiosos, el silencio federal frente al combate a la corrupción. Y Moreira. Y Borge. Y los Duarte. Y Gabino Cué. Y todas las demás representaciones de corrupción e impunidad que a diario se presentan como una burla al esfuerzo de los mexicanos.

Si Seculta ya liquidó a la OSO, que también clausure el CIMO

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+ Oaxaca sigue sin proyecto cultural, y sin recursos para la gente


Es una triste noticia para Oaxaca, que la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca (Seculta) haya decidido prácticamente liquidar a la Orquesta Sinfónica de Oaxaca (OSO), al concluir que no existen recursos económicos disponibles para continuar su operación. Ante tal decisión, y como una forma práctica de reencauzar su presupuesto, la secretaria Ana Vásquez Colmenares debería aprovechar para cerrar el también recién inaugurado Centro de Iniciación Musical de Oaxaca (CIMO). Sin proyecto cultural, y sin un derrotero más o menos claro para los músicos de carrera en Oaxaca, no sirve de nada la inversión pública en la formación de nuevos músicos.

En efecto, una nota del portal cultural Sucedió en Oaxaca daba cuenta ayer del triste final de la Orquesta Sinfónica de Oaxaca. “Sin director, sin gerente, sin concertino, sin programa de trabajo 2017, sin presupuesto y sin 35 de sus principales atrilistas, contratados por honorarios para reforzar cada una de sus secciones, la Sinfónica de Oaxaca se encuentra materialmente desmantelada”, decía la nota firmada por Elisa Ruiz, mientras señalaba que el nuevo subsecretario de Seculta, Ignacio Toscano, se reunió con los integrantes de la Sinfónica para informarles que no había recursos para continuar con los trabajos de la OSO.

“A dicha reunión —dice la nota— asistieron todos los integrantes de la Orquesta, tanto los fijos como los de honorarios. Los primeros para solicitar su homologación de salarios con los de honorarios, y los segundos para revisar el tema de su recontratación, para lo cual, precisó la violinista Martha Moreyra, ellos tienen conocimiento de un fondo remanente para al menos dos meses de trabajo: enero y febrero. En respuesta, “Nacho” Toscano, les comentó que desconocía la existencia de tal fondo, y que luego de una revisión al tema se había concluido que el gasto de la Orquesta Sinfónica era excesivo”.

Según la información, en dicha reunión los músicos resaltaron los buenos resultados de la OSO en los últimos meses. Pues más allá de lo que se cuestione a la administración anterior, y de en ello resalten las deficiencias de Alonso Aguilar como titular de la dependencia, es claro que la Sinfónica tuvo resultados notables, como la reintegración completa del número de músicos que son necesarios para que una orquesta pueda considerarse como Sinfónica, además de haber realizado una temporada completa de conciertos en Oaxaca, un programa anual de trabajo en el país, y la presencia de un número muy importante de músicos invitados.

Evidentemente, la apuesta de Aguilar con la OSO fue por demás arriesgada, a partir de que el sostenimiento de una Orquesta Sinfónica representa una inversión importante de recursos, en una entidad que tiene una riqueza musical inmensa a través de las bandas de música de las comunidades, y de que también requiere inversiones permanentes para acercar la cultura a las regiones del estado.

No obstante, la OSO ha justificado siempre su existencia, a partir del funcionamiento del CIMO. Para cualquier industria cultural, pública o privada, siempre es necesaria la existencia de un centro de formación que la provea y nutra de nuevos talentos, para que a su vez, esa industria cultural tenga la capacidad de estimular la movilidad de sus integrantes. Así, se supone que el CIMO es el semillero de talentos de la Sinfónica y de las bandas de música de la entidad, las cuales tendrían que ser sendos escaparates para que sus integrantes lograran alistarse en orquestas o bandas de mayor envergadura, en México o el extranjero.

CIERREN EL CIMO

Evidentemente, el funcionamiento del CIMO, de la OSO, y de las bandas de música estatales, corresponde a una visión cultural específica, que ni es homogénea, ni tampoco es la única que existe en Oaxaca. Quizá la nueva Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca tenga un nuevo proyecto cultural, o esté decidida a reformar desde sus cimientos la infraestructura y la visión de cómo se deben fomentar las actividades e industrias culturales en la entidad. El problema es que hasta el momento no ha establecido claramente los qués, y mucho menos ha dado pauta de los cómos.

En ese contexto, la posible desaparición de la Orquesta Sinfónica podría dar alguna pauta, que necesariamente tendría que venir acompañada de otras decisiones difíciles, como el cierre del CIMO. Es duro aceptarlo: pero al eliminar la única posible fuente de empleo y expresión de los niños y jóvenes que ahora se forman en el Centro de Iniciación Musical —y que lo hacen no por hobby, sino para llegar a ser músicos profesionales y para tener en eso una forma digna de vida—, es claro que el Estado tampoco debería realizar esa inversión y mejor canalizar los recursos a otras formas de formación cultural.

El problema es que seguramente lo que está pasando es que están decidiendo a ciegas sobre la Sinfónica, sin siquiera reparar en las implicaciones que tiene esa decisión, y en el enorme contrasentido que tendría para la administración actual, lucirse con un renovado Centro de Iniciación Musical que no sería sino una fuente de fuga de talentos no por circunstancias sino por obligación: si esos músicos no tienen aquí en Oaxaca un derrotero laboral, tendrían irremediablemente que emigrar para cumplir con el objetivo de su formación, que es integrar una orquesta o una banda del nivel para el que fueron formados.

¿Y ENTONCES, QUÉ CULTURA?

Si la visión cultural actual es esa, entonces el impulso tendría que ir hacia la cultura en las comunidades de Oaxaca. ¿Ya sabe entonces la Secretaria de las Culturas cuántas casas de la cultura hay, cuántas casas de pueblo; cuánto se necesita para dignificarlas; y cuál sería el impacto —positivo o negativo— para la cultura en la entidad?

+ UABJO: ¿hasta cuándo dejarán vivo el conflicto en Derecho?

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+ Tema de gobernabilidad estatal, no de autonomía universitaria


Uno de los temas ineludibles de la agenda política de 2017 en Oaxaca, es la atención y resolución, al más alto nivel, del conflicto por el que atraviesa la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UABJO. El tema es tan relevante, por lo sintomático que resulta de la situación política que prevalece en la Máxima Casa de Estudios. Ahí, el conflicto intrauniversitario están contenido circunstancialmente, y sólo falta algún motivo coyuntural para reactivarse. En el momento que vive Oaxaca, y el país, el dejar desatendido ese conflicto equivale convalidar la existencia de una bomba de tiempo de resultados impredecibles para la gobernabilidad de Oaxaca.

En efecto, en este inicio de año el país entero pasa por un momento crítico en cuanto a la gobernabilidad y la paz social. En ese contexto, es muy importante no generar —o nutrir— problemas añadidos a los que ya existen. En general, la ciudadanía se siente abandonada y agraviada no sólo por el gasolinazo, sino por varias situaciones del sector gubernamental que se han hecho públicas —bonos excesivos, aguinaldos estratosféricos, nombramientos controvertidos, verdades a medias, etcétera— y que reflejan una enorme contradicción entre lo que hacen y los sacrificios que le piden hacer a la población para ajustarse a las nuevas reglas de mercado en el sector energético, que impacta en todos los rubros de la economía.

Esa discordancia ha provocado enojo, malestar y desánimo; pero también ha sido el caldo de cultivo para el oportunismo que se ha manifestado a través de las protestas violentas, los saqueos y las amenazas, de las cuales hemos visto ya diversas expresiones en la última semana. Afortunadamente, hasta ahora los factores que en Oaxaca sirven de indicador para el termómetro social se han mantenido prudentes: por un lado, el gobierno estatal, el IEEPO, y el gobierno federal, han invertido tiempo y recursos valiosos para dialogar con la Coordinadora, y establecer un marco de entendimiento que permita márgenes de gobernabilidad para la entidad. Por eso, incluso frente al llamado ‘gasolinazo, la CNTE ha mantenido en Oaxaca una actitud prudente, que ha impedido la acción de grupos que se montan en sus protestas para generar disturbios.

El otro factor de ese termómetro social, es la Universidad. La UABJO, nos guste o no reconocerlo, refleja la mayor concentración de pluralidad y crítica dentro del sector educativo no controlado por la Coordinadora, y es también un reflejo del estado de ánimo colectivo de los oaxaqueños.

La diferencia entre la atención gubernamental que ha tenido el conflicto magisterial en el sector de la educación básica y media básica, y los problemas universitarios, es que los primeros han sido atendidos con prontitud; y el conflicto universitario continúa prácticamente al garete, esperando sólo alguna circunstancia para reactivarse. La situación real así lo indica, y por ello resulta grave la poca atención que se le ha puesto al emblema del conflicto universitario, que es la crisis de la Facultad de Derecho.

CONFLICTO LATENTE

El conflicto actual en la UABJO no inició cuando se realizó la elección de director de la Facultad de Derecho en noviembre pasado, sino que data de la solución de fuerza que aplicó el gobierno de Gabino Cué a la elección de rector, en el mes de mayo del año pasado. En aquella ocasión, la llamada ‘familia real’ —la que gobierna la universidad desde tiempos de Francisco Martínez Neri, que llegó a su clímax con Eduardo Martínez Helmes, y que busca perpetuarse a través del rectorado actual de Eduardo Bautista—, aplastó a todos sus opositores a través de una elección plagada de irregularidades, y que luego fue respaldada por el Gobierno del Estado, que lejos de buscar algún tipo de concertación intrauniversitaria, arrinconó a las expresiones perdedoras para afianzar el control de la administración universitaria a favor de la ‘familia real’.

La elección de la Facultad de Derecho fue algo así como el ‘segundo round’ de esa contienda. De nuevo, la familia real derrotó a sus opositores pero en una elección mucho más compleja y competida, y utilizando como principal maniobra para asegurar el triunfo, la descalificación del adversario principal de la contienda, el mismo día de la elección.

Eso dividió a la Universidad, y fue lo que a la postre provocó el enfrentamiento que derivó en la quema de la puerta lateral del Edificio Central Universitario. Aún así, el rector Bautista Martínez se ha negado a entablar cualquier tipo de diálogo con los grupos que buscan la fundación de una nueva Facultad de Derecho, e insiste en reducir una inconformidad que dividió a la escuela más grande de la UABJO, a las acciones de un grupo de agitadores.

En esas condiciones, lo único que queda claro es que la administración universitaria no tiene interés ni capacidad —ni legitimidad— para avenir una solución razonada a ese conflicto. Más bien, ha seguido presionando a sus adversarios al punto de tratar de ahogarlos, a pesar de la capacidad de convocatoria y resistencia que han demostrado.

PROBLEMA DE GOBERNABILIDAD

¿Van a esperar hasta que haya otro acto de provocación, de cualquiera de los bandos, para intervenir? ¿O van a seguir negando la existencia de una discordancia que tiene enconada a la Universidad desde hace casi un año, hasta que la presión sea incontenible y explote? Este es un tema del que no deben ser ajenos ni la administración de Eduardo Bautista, ni el Gobierno del Estado: al final, el día que haya otra crisis, otro incendio, o muertos, heridos o descalabrados, la opinión pública nacional sólo hablará de la negligencia del Rector, y de la desidia e incapacidad de quienes tienen bajo su responsabilidad la conducción de la política interna en el Estado.

Tras los saqueos por el gasolinazo, sólo hay diversas formas de oportunismo

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+ Ninguna revolución: sólo grupos de choque, desmovilizadores y pandillerismo


Luego del enfrentamiento entre la Policía Federal, e integrantes de la Sección 22 y organizaciones sociales en Nochixtlán, el 19 de junio, en varias regiones de la entidad ocurrieron saqueos a comercios y disturbios que son muy parecidos a los que estos días han venido ocurriendo en el centro del país, como aparente respuesta ciudadana a los “gasolinazos”. Ante los hechos de los últimos días hay desde quienes dicen que esas son expresiones genuinas del enojo popular, hasta quien habla de la infiltración del gobierno en las protestas, y quien dice que es el inicio de una revolución. En realidad, no hay más que oportunismo en diversas formas.

En efecto, llama la atención que cuando en junio del año pasado ocurrieron los saqueos a comercios en Oaxaca —muy parecidos a los de los últimos días en la capital del país y el Estado de México—, nadie responsabilizó al gobierno y rápidamente la Sección 22 se desmarcó de esas acciones, con lo que la autoría de los hechos quedó reducida a grupos que aprovecharon los enfrentamientos entre grupos, y la inacción de la autoridad, para perpetrar los asaltos a las tiendas de autoservicio.

La diferencia de entonces y ahora, es que hay quien trata de encontrar la autoría de los hechos en una nueva acción conspiradora. Pero queda claro que quienes saquean tiendas ni son gente enojada por el gasolinazo, ni es el gobierno infiltrando la protesta social, y mucho menos es el comienzo de una nueva revolución en México.

¿Qué pasó en Oaxaca? Que antes y después del enfrentamiento de Nochixtlán, el 19 de junio, en varias ciudades de la entidad organizaciones sociales y maestros tomaron el control de ciertas zonas para instalar bloqueos carreteros y barricadas. Eso no es la primera vez que ocurría en la entidad, y por eso todos lo asumimos con cierto entendimiento de lo que sucedía.

La diferencia vino cuando, en el Istmo de Tehuantepec, un grupo de supuestos manifestantes decidió ir más allá de los bloqueos y las barricadas, y tomaron por asalto particularmente tres tipos de comercios: una sucursal de una empresa que vende electrodomésticos (Coppel), algunas tiendas de abarrotes y servicios (Oxxo), y alguna sucursal de una cadena de refaccionarias y partes automotrices denominada Autozone.

Lo intentaron en una ocasión, y lograron introducirse y saquear por completo uno de los comercios. Como vieron que no hubo ninguna respuesta por parte de la autoridad —en esos casos, los cuerpos policiacos reciben la orden de acuartelarse, justamente para evitar roces o actos de provocación con los manifestantes— entonces decidieron replicar las acciones una y otra vez hasta que generaron una especie de tendencia, en la que esos comercios se volvieron los favoritos para la rapiña.

Así llegó el 19 de junio, cuando la Policía Federal se enfrentó a los inconformes en Nochixtlán, y esa misma tarde-noche marchó hasta la capital oaxaqueña. En Hacienda Blanca tuvo un nuevo enfrentamiento. Y una vez que las fuerzas federales ingresaron a la ciudad, de nuevo fueron saqueadas las sucursales de esos mismos comercios que los manifestantes hallaron tras el paso de las fuerzas federales en la zona de Santa Rosa Panzacola, y algunas del Centro Histórico —también de Coppel y Oxxo— hasta donde ya no ingresó el contingente de elementos federales.

OPORTUNISMO, NADA MÁS…

En aquella ocasión nadie supuso nada respecto a aquellos actos de rapiña. Todos lo tomaron como lo que fueron: acciones de oportunistas que aprovecharon el vacío de autoridad en la entidad, y el espacio de impunidad que implícitamente les abrió la inconformidad de la Coordinadora, para perpetrar actos que, como los de ahora, no tenían ninguna base de inconformidad social sino el solo aprovechamiento del momento de “euforia social” para cometer actos vandálicos protegidos por una masa amorfa que sabía que en ese momento podía incurrir en esos ilícitos, y que además lo hacía incluso replicando los comercios y las formas que días antes habían sido ensayadas en el Istmo para perpetrar los saqueos.

Por eso mismo, lo que ahora está pasando tiene las características que reducen a eso el supuesto nacimiento de una nueva revolución por el gasolinazo. Hay mucho oportunismo en México —social, y de partidos políticos— que exacerba el sentimiento natural de inconformidad de las personas por el alza de un producto esencial para la movilidad, como los combustibles.

Sin embargo, eso no es equivalente a la invitación al saqueo, sino que más bien es resultado de quien saca provecho del momento y de quien sabe que, también por el momento, difícilmente habrá una respuesta dura del gobierno. A esos grupos les queda claro que el gobierno difícilmente actuará con firmeza, porque está particularmente preocupado por la irritación social que provocó con el gasolinazo y no estaría dispuesto a que una acción de orden, además, fuera tomada como represión por alguno de los grupos que ya de por sí están estimulando la ira social.

ENOJADOS, PERO…

El enojo no necesariamente lleva a la violencia entre la gente común. Al ciudadano común, le enoja un incremento decretado por el gobierno, que mientras toma esas decisiones no da muestras de sensibilidad reduciendo los privilegios de la clase gobernante, o emprendiendo una verdadera lucha contra la impunidad y la corrupción, que ahogan al país. Eso enoja, sí, pero no es una carta de porte hacia el vandalismo. Éste más bien surge del oportunismo que siempre ha estado presente, y que lejos de reivindicar, desnaturaliza las expresiones de irritación social ante decisiones difíciles como la del gasolinazo.