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La señal de cambio está en abatir la opacidad, no en bajar los salarios

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+ ASF refleja el tamaño del problema que tiene el país con la corrupción


En tiempos de crisis, los gobiernos pueden optar por medidas populistas o decisiones de fondo para enfrentar los problemas. México enfrenta varios problemas económicos graves, y ante esa complicada situación los tres ámbitos de gobierno deberían reconocer dónde están los verdaderos problemas y dejar de plantear soluciones absurdas y demagógicas que no sólo no contribuyen a combatir los males de fondo, sino que los esconden y los disimulan tras medidas que en realidad son intrascendentes. Eso debería quedarle claro a todos los que tienen funciones administrativas —y que según también tienen “compromiso con la ciudadanía”— en Oaxaca, y en nuestro país.

En efecto, el país enfrenta un problema económico muy grave que se deriva de varias circunstancias. El problema es que, frente a ello, políticos y partidos intentan ofrecer soluciones de solidaridad que en realidad no hacen sino alimentar las posturas demagógicas.

¿De qué hablamos? De que, en un primer término, el país está en el umbral de severos problemas financieros y presupuestales; y de que, frente a ello, nada en México ha pasado de ofrecer soluciones sólo aparentes como las de la llamada “austeridad” y la reducción de salarios que, en realidad, acaso podría ser un acto de solidaridad con los que ganan menos, pero que en realidad no contribuye a evitar de fondo la crisis que se avecina.

Y es que resulta que México está en el umbral de una crisis porque, a pesar de las promesas del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, el gobierno federal no ha podido reducir de forma importante el gasto público, ni tampoco le ha entrado a fondo al combate a la corrupción, y mucho menos ha conseguido relanzar la producción petrolera en México. Ese es un coctel que ya de por sí era explosivo, y que tendrá todavía más agravantes cuando se desacelere el consumo y la economía interna del país derivado de la crisis comercial que podría ocurrir a partir de la renegociación del Tratado de Libre Comercio.

Así, si México enfrenta ya un problema por tener un gasto público obeso, fuentes de financiamiento disminuidas derivado de la caída en la producción del petróleo y sus bajos precios internacionales, y una potencialmente menor capacidad de recaudación producto de que la gente comenzaría a dejar de gastar, el problema se vuelve doblemente complejo cuando además se comprueba que el dinero que se tiene no sólo no se está gastando bien, sino que las fugas de dinero continúan abiertas.

No obstante, hasta hoy la solución que el gobierno federal, y algunos gobiernos estatales le han ofrecido a la ciudadanía, han radicado justamente en algunas medidas de austeridad, que en los últimos dos meses las hemos visto desfilar a lo largo y ancho del país. Desde el Instituto Nacional Electoral, que decidió devolver los mil millones que tenía destinados para su nueva sede, hasta los ayuntamientos —como el de Oaxaca de Juárez— que, según para ahorrar, han anunciado que dejarán de ofrecer telefonía, vales de gasolina y otras prestaciones a algunos de sus empleados, hemos visto que en realidad frente a un problema de grandes proporciones sólo han ofrecido soluciones aparentes, demagógicas y poco provechosas.

GASTO DESCONTROLADO

A principios de 2016, el gobierno federal anunció un recorte presupuestal de alrededor de 120 mil millones de pesos. Casi un año después —o sea, en meses recientes— decidió dejar de subsidiar los combustibles por considerar que eso significaba una sangría para las arcas públicas, y que mantener la política de precios controlados de la gasolina y el diesel implicaría tener que aplicar nuevos recortes por alrededor de 200 mil millones de pesos a los programas sociales y al gasto tanto del gobierno federal como de las entidades federativas.

A la par de ello, comenzaron a surgir las medidas de austeridad antes citadas que, para efectos prácticos, no queda claro cuál es su utilidad real, qué tanto han generado ahorros a las arcas federales, y en qué medida han contribuido a aliviar las presiones fiscales que hoy imponen las circunstancias. Sea como sea, queda claro que aún haciendo los cálculos, esas reducciones salariales y de gastos de representación no representan el nivel de ahorros que verdaderamente el gobierno federal debía de tener, para considerar que están contribuyendo a la despresurización del presupuesto y, al contrario, muy probablemente estarían generando problemas de fomento a la corrupción.

En ese sentido, es clarísimo que la verdadera sangría al gasto federal está en la corrupción y no en el argumento demagógico de los salarios. Ayer, por ejemplo, al entregar la Cuenta Pública 2015, el auditor Superior de la Federación, Juan Manuel Portal, dijo que el órgano de fiscalización federal realizó observaciones o posibles daño al erario público, sólo en lo que corresponde a ese año, por aproximadamente 165 mil millones de pesos en el gasto del gobierno Federal y los estados y municipios.

Asimismo, Juan Manuel Portal detalló que aproximadamente detectaron hasta este momento 100 mil millones de pesos en erogaciones con irregularidades del Poder Ejecutivo, órganos descentralizados y organismos autónomos, y 65 mil millones de pesos en el gasto federalizado que utilizaron las entidades de los estados. Y puntualizó que para 2015, el monto observado a las entidades federativas se integra por 33 mil 449 millones de pesos derivados de subejercicios; y 31 mil 745 millones de pesos que se refieren a violaciones normativas en las que se presume un daño al erario público Federal.

Además, dijo, “en el sector central, en el Poder Ejecutivo, digamos que estamos hablando de cerca de 100 mil millones de pesos, pero están sujetas a este proceso de aclaración, justificación, etcétera, pueden acabar en observaciones, en pliegos o en ambos casos o en denuncias de hechos”, y dijo que lo más grave que encontraron fueron la persistencia o subsistencia de desviaciones o irregularidades en obras públicas, es decir, sin licitaciones, fallas en la planeación, falta de proyectos ejecutivos, desviaciones durante la ejecución de recursos oportunos y falta de licitaciones en algunos casos y mala calidad, incumplimiento de plazos.

¿Qué significa todo esto? Que, básicamente, el gasto mal ejecutado por parte de la federación y los estados, es mayor a todos los supuestos esfuerzos que ha hecho el gobierno federal por “apretarse el cinturón” y por implementar medidas de austeridad para supuestamente disminuir el gasto.

En ese marco, el gobierno se ha negado a reconocer que mientras pague peores salarios a sus funcionarios, éstos estarán más tentados a incurrir en actos de corrupción. Por eso, no sólo parece una estratagema, sino un juego perverso, el tratar de hacer creer a la ciudadanía que se contribuye a paliar los efectos de la crisis inminente reduciendo los salarios, cuando ésta es una medida que significa silenciosamente una invitación abierta a la comisión de aún más actos de corrupción.

GASTAR CORRECTAMENTE

Por eso en Oaxaca seguimos esperando los pronunciamientos no sólo sobre el gasto público, sino también contra la corrupción. ¿Qué medidas tomará el gobierno estatal para gastar mejor, para dejar de sub ejercer recursos federales, y para tener la certeza —frente a la ciudadanía, y frente a ellos mismos— de que gasta correctamente en el tiempo y la forma que señala la ley? ¿Cuáles son sus planes respecto a la corrupción pasada, presente y futura? Para el gobierno, el silencio está dejando de ser una opción: tienen que dejar en claro cuanto antes si podemos esperar algo de ellos.

Ante posible cierre de frontera norte, ¿cómo abordará el gobierno esa crisis?

 

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+ EU frenaría ilegales en su frontera, pero crearía crisis humanitaria en México


Hoy ya no resulta raro encontrar, entre la indigencia cotidiana de nuestra entidad, a personas que abiertamente piden dinero o caridad a partir del argumento de que son centroamericanos que están de paso en Oaxaca y que pretenden llegar a los Estados Unidos. Si la amenaza del gobierno del presidente estadounidense Donald Trump respecto a la frontera, es franca y abierta sobre la construcción del muro, entonces no sólo el gobierno federal, sino los estatales como el de Oaxaca —que tienen un problema importante pero encubierto de transmigración— deberían también comenzar a pensar qué harían ante una potencial crisis humanitaria.

En efecto, si la migración es un fenómeno ampliamente conocido en México, y constituye una de las bases sobre las cuales el actual gobierno norteamericano está tratando de perseguir a los mexicanos que permanecen ilegalmente en su territorio, también debería haber un reconocimiento más o menos similar al problema de la transmigración. Ésta se forma del desplazamiento de personas que ya vienen emigrando cuando se internan ilegalmente en nuestro país, pero que no lo hacen con la finalidad de quedarse aquí sino de continuar su marcha a los Estados Unidos.

Ese es un problema amplio y creciente en nuestro país, cuando menos en la última década. Desde el gobierno del presidente Felipe Calderón, el gobierno federal ha realizado importantes esfuerzos para frenar la migración de mexicanos hacia los Estados Unidos, y por eso hoy las tasas de salida e ingreso de connacionales indica que hay un porcentaje de migración de mexicanos muy cercano a cero. Es decir, hoy son más los mexicanos que regresan de los Estados Unidos, respecto a los que aún deciden intentar cruzar nuestra frontera norte de manera ilegal.

Sin embargo, junto a ese problema, la verdadera pesadilla mexicana ha estado en la transmigración. Hechos abominables como la matanza de San Fernando, Tamaulipas, en 2010 —en la que fueron ejecutados a mansalva 72 migrantes centro y sudamericanos a manos de la delincuencia organizada que operaba en aquella región—, puso en la escena nacional e internacional el infierno que vivían desde hace años los transmigrantes, y que a pesar de que era perfectamente conocido por el gobierno federal, y por los gobiernos estatales que eran parte de ese fenómeno, habían hecho prácticamente nada para frenar los abusos y los crímenes que se cometían en contra de los centro y sudamericanos que llegaban al país ilegalmente tratando de llegar a la frontera con Estados Unidos.

Esos transmigrantes tienen como origen países como Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, y varias naciones sudamericanas, que comienzan a viajar desde sus lugares de origen hasta llegar a México, como un último paso antes de alcanzar la frontera con Estados Unidos, que es su verdadero destino.

El problema es que desde hace mucho tiempo, ellos consideran a México como el lugar más peligroso, no sólo porque es el país más grande que deben cruzar, sino también porque o la colusión entre autoridades y delincuencia organizada, o el desinterés de los gobiernos por brindar ciertas garantías de seguridad a esas personas bajo el argumento de que no ingresaron de manera legal a territorio mexicano, los hace presa de la delincuencia organizada que los captura, secuestra, viola, explota, esclaviza o mata, sin que haya autoridad alguna capaz o dispuesta a enfrentar dichas calamidades.

Aunque la autoridad mexicana ha manifestado en diversos momentos que busca desalentar el ingreso de ilegales a través de la frontera sur, lo cierto es que nunca ha reconocido que ese es un proceso imparable por diversas razones. Una de ellas es que la frontera sur de México es una frontera completamente abierta. Otra, que la autoridad migratoria mexicana ni cercanamente tiene la capacidad de cuidar la frontera de la forma que sí lo hace la Patrulla Fronteriza en los Estados Unidos.

Una más, aún más importante, que la pobreza y las calamidades que se viven en muchos de los países centroamericanos todos los días provocan verdaderos éxodos humanos en busca de mejores condiciones de vida. Y, como si eso no fuera suficiente, hay una razón aún más poderosa: para las sociedades de varias de esas naciones centroamericanas, migrar a los Estados Unidos es un asunto de orgullo y de dignidad, por lo que a cierta edad la mayoría de las personas está dispuesta a emigrar, y a no volver a su país mientras no alcancen el ideal del sueño americano.

La combinación de esas razones explica, en alguna medida, por qué la transmigración hacia México desde el sur es prácticamente imparable, y por qué entre los centroamericanos hay una persistencia enorme por volver a intentarlo, a pesar de que en México encuentran criminales, policías corruptos, tratantes, traficantes y sicarios que intentan reclutarlos, o que los lastiman, explotan o violan —entre muchísimos otros actos verdaderamente indecibles—.

OAXACA, OMISO

A pesar de que Oaxaca nunca se ha caracterizado por tener, ni siquiera marginalmente, una política de protección o apoyo a los transmigrantes, hace algunos años era escasísima la posibilidad de encontrar centroamericanos en lugares que no eran los estrictamente conocidos como de paso en sus rutas hacia los Estados Unidos. El camino conocido era entrar por Chiapas, llegar en tren hasta la zona de Ixtepec, para de ahí continuar el viaje hasta Medias Aguas, en Veracruz, y de ahí seguir el viaje como polizones hasta la frontera norte, por la ruta ferroviaria de Tamaulipas.

En Oaxaca, por ejemplo, el fenómeno migratorio era bien visto únicamente en la zona del Istmo de Tehuantepec, desde Chahuites hasta Ixtepec, y marginalmente en ciudades como Juchitán y Tehuantepec, porque como se apuntaba, la intención de los transmigrantes nunca ha sido la de quedarse. En los albergues que existen en varias comunidades, únicamente se brindaba ayuda humanitaria temporal a las personas mientras lograban continuar su viaje. Esos albergues, vale decirlo, fueron fomentados y son sostenidos en gran medida por la Iglesia Católica. E incluso, al margen de la notoriedad que adquirió el sacerdote Alejandro Solalinde por la atención que captó por su labor humanitaria, es claro que la mayor parte del esfuerzo de solidaridad con los transmigrantes no ha sido del gobierno sino de asociaciones privadas o grupos religiosos.

En ese contexto, ¿el gobierno de Oaxaca estará claro que no puede continuar con su política de atención al migrante, sólo en la vertiente de los oaxaqueños que se encuentran en los Estados Unidos? Al final, puede argumentar que la migración es un asunto de competencia federal o que no es algo tan grave como para voltear la mirada. Sin embargo, es también cierto que hoy varias ciudades de la región del Istmo viven problemas de seguridad importantes derivados de la transmigración; y que en ciudades como la capital de Oaxaca hoy se ven por doquier a migrantes en la mendicidad y el abandono, que hasta hace poco no era una escena cotidiana.

CIERRE FRONTERIZO

Al final, el posible cierre de la frontera norte no frenará la transmigración que proviene desde el sur de México, pero sí provocará que cada vez más personas se queden aquí, y necesiten las provisiones mínimas para subsistir. Tijuana vive hoy un problema importante, aunque contextualmente distinto, con la migración proveniente de Haití. Pero nada indica que algo similar no pueda ocurrir en entidades como la nuestra a partir del endurecimiento de las políticas migratorias de los Estados Unidos. ¿Están conscientes de ello?

Fracaso de las manifestaciones antiTrump; signo de la división mexicana

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+ En EU, divididos por valores y anhelos; aquí lo estamos por mezquindades


El sonoro fracaso de las manifestaciones convocadas este fin de semana en nuestro país, para protestar en contra de las políticas del presidente de los Estados Unidos Donald Trump, son un reflejo de la división mexicana: esa que no se enfrenta por valores o por el contraste en las visiones del modelo de futuro, sino por simples pero profundas mezquindades. A pesar del apoyo retórico que se le dio al Presidente de México a partir del 20 de enero, queda claro que en realidad los mexicanos seguimos igual de divididos que siempre, y que en esas condiciones no sería raro que Trump terminara cumpliendo íntegramente su plan antimexicano dentro de los próximos cuatro años. Nuestras propias acciones —y silencios— le terminan dando la razón.

En efecto, luego de la toma de posesión de Trump, y el inicio de las hostilidades retóricas contra nuestro país, amplios sectores de la sociedad mexicana se dijeron a favor de respaldar al Presidente en el establecimiento de una posición de dignidad, aún frente a la desigualdad, ante el nuevo gobierno norteamericano. Políticos, empresarios, intelectuales y sociedad civil, se dijeron convencidos de otorgar un voto de confianza al presidente Enrique Peña Nieto, en la necesidad de hacer planteamientos consistentes a Trump, que dejaran en claro que la dignidad y la soberanía nacional de México no era un asunto sujeto a negociación.

Paradójicamente, esos mismos sectores de la sociedad mexicana se dijeron defraudados cuando vieron que el Presidente respondía con tibieza y tientos frente a las bravuconadas del gobierno norteamericano. Quizá tenían el deseo de ver a un Presidente mexicano contestatario y rudo —como lo estaba siendo Donald Trump—, sin considerar que México ha sido un país promovente de la pulcritud diplomática.

Pareció entonces que el grueso de la población no entendió que la prudencia no era sinónimo de debilidad de carácter sino posiblemente de serenidad, frente a los desplantes convulsivos del Mandatario norteamericano; y que esa, la de Peña Nieto, con todo y su tibieza, era una actitud más digna que la que estaba asumiendo Trump, que llegó asumiendo que insultaba a sus empleados y no que estaba hablando con Jefes de Estado de naciones que en el plano internacional se encuentran en un plano de igualdad política frente a los Estados Unidos.

Acaso eso explica por qué, después de los primeros desencuentros entre el Presidente de México y Donald Trump, fueron tan contrastantes las opiniones que se vertieron tanto en México como en Estados Unidos, sobre el encuentro. Mientras aquí propios y extraños no dudaron en calificar a Peña Nieto de timorato, de tibio y de pusilánime frente a Trump, en la Unión Americana permeó una opinión muy distinta a partir de que ellos vieron a su propio Presidente, iracundo y perdiendo rápidamente el control, frente a otro Mandatario que aún estando en una posición de desventaja supo mantener la prudencia hasta el último momento, y ha evitado entrar en confrontación directa con el norteamericano.

Incluso pareciera que con ese primer affaire Trump-Peña Nieto, mexicanos y estadounidenses quedamos en evidencia: ellos habrían querido tener a su Presidente con la prudencia del mexicano; y seguramente nosotros hubiéramos querido tener al Mandatario rudo e intolerante, que encara a sus homólogos con groserías y desplantes. No se explica de otra forma, más que de ese modo, que en Estados Unidos hayan aplaudido a Peña Nieto, y que en México hayamos terminado descalificándolo —y con eso dándole silenciosamente la razón a Trump por humillarlo.

LOS PRESIDENTES Y LA GENTE

El sábado 21 de enero, un día después de la toma de posesión de Donald Trump como presidente, en todas las ciudades importantes de los Estados Unidos hubo manifestaciones simultáneas bajo el grito de “nasty woman”.

Esa, que podría traducirse como “mujer desagradable”, fue una frase que Trump lanzó en uno de los debates presidenciales en contra de su adversaria del Partido Demócrata, Hillary Clinton, y que las mujeres de prácticamente todo Estados Unidos tomaron como una humillación y una ofensa extensiva hacia ellas. Y por eso, al día siguiente de su unción, por miles salieron a marchar ya no sólo en protesta por la personalidad y las actitudes misóginas del Presidente, sino también para establecer frente a él un punto de referencia de la resistencia que habrán de ofrecer para que no replique conductas como la del debate presidencial mientras sea Presidente.

Esa, en ningún sentido puede considerarse como una actitud espontánea o pasajera: queda claro que en Estados Unidos hay un convencimiento profundo tanto de los asuntos que deben involucrar a la sociedad civil organizada, como de los valores que están en juego, y las amenazas que representa, que un hombre como Donald Trump haya llegado a la Presidencia.

Por esa razón, un día sí y otro también ha habido protestas en los Estados Unidos; y las perspectivas apuntan a que ésta será una dinámica inversamente proporcional a la pérdida de popularidad y desgaste político que vaya teniendo en el desarrollo de su gobierno. Es decir, que mientras más caiga su popularidad, más presión ejercerá la ciudadanía sobre él a través del rechazo y quizá de las manifestaciones en las calles, quizá hasta poder quitarlo de la Presidencia, aunque ese no parece un camino fácil ni una tarea sencilla.

Esto es muy contrastante con lo que ocurre en México. Hoy queda claro que el rechazo hacia Trump en nuestro país ha sido de dientes para afuera, y que los mexicanos no hemos perdido esa inicua tendencia a preferir la autodestrucción frente al enemigo exterior, antes que aceptar que podemos ser aliados temporales de nuestros adversarios domésticos cuando hay enfrente una calamidad que nos amenaza de forma común a todos.

Esto se reflejó en un acto tan sencillo pero simbólico como el del domingo. La convocatoria tenía que surgir de la sociedad civil, y pronto se vio que hasta ésta estaba dividida. Las fuerzas de izquierda descalificaron la manifestación argumentando que ésta significaba un apoyo disfrazado al Presidente de la República y, mezquinos como solemos ser los mexicanos, distinguimos más las ambiciones y las mezquindades electorales de cara al 2018, que la posibilidad de demostrarle desde el inicio al Presidente norteamericano que los mexicanos tenemos preocupaciones y convicciones que están por encima de nuestras diferencias, y que por eso nos habríamos manifestado de forma contundente a partir de una convocatoria lanzada desde la sociedad civil.

Lo más triste, en esta realidad desalentadora, es que ahora hay sectores de la sociedad mexicana —los convocantes a la manifestación, y el propio gobierno— que tienen miedo de que cualquier día de estos Donald Trump se refiera al fracaso de la marcha “Vibra México”, se burle de la desunión y mezquindad de los mexicanos, y decida mantener sus planes de odio y segregación, tanto contra nuestros paisanos allá en los Estados Unidos, como con nosotros mismos que habitamos al sur de su frontera, con cuestiones como la renegociación del Tratado de Libre Comercio, el establecimiento de las condiciones de pago del muro fronterizo, u otros planes aviesos que tiene contra nuestro país sólo para demostrarle al mundo la dureza de sus iniciativas.

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Si todo eso ocurre, no nos sorprendamos: con nuestra apatía, mezquindad y desunión, nosotros mismos le estamos dando la razón para que lo haga.

Magisterio y gobernabilidad: deben mandar señales más claras

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+ La percepción es que el gobierno capituló frente a la Sección 22

 

Aunque llama inicialmente la atención, no es extraño que en Oaxaca no se haya articulado ningún esfuerzo para replicar las marchas de unidad realizadas ayer en más de 15 ciudades del país en contra de las políticas del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Llama la atención porque éste fue un esfuerzo nacional, genuino, de búsqueda de identidad frente a los desafíos que vienen; pero el hecho de que nada haya ocurrido en Oaxaca no resulta extraño a partir de que el gran pivote de las acciones sociales es la Sección 22, que ayer sí marchó pero por otras causas. En ese escenario, es más importante que nunca que el gobierno estatal mande las señales correctas frente a esa silenciosa demostración de fuerza del magisterio oaxaqueño.

En efecto, hasta la tarde de ayer medios de la capital del país daban cuenta que al menos en 15 ciudades del país se realizaban acciones de protesta, a partir de la convocatoria lanzada por dos organizaciones de la sociedad civil tanto para llevar a cabo esa manifestación en la Ciudad de México, como para que otros grupos se organizaran en el interior del país para replicar el esfuerzo. La idea era simplemente salir a marchar, como una forma pacífica y ciudadana de responder a los improperios y políticas lanzadas por Donald Trump contra nuestro país, y para refrendar la idea de la unidad frente a las adversidades que podrían derivar de la nueva relación con los Estados Unidos.

En Oaxaca, la Sección 22 convocó a una marcha, pero que nada tenía que ver con el tema de Trump. Según la convocatoria para la manifestación de ayer domingo, el objetivo de la manifestación fue recibir a la Caravana “Teniendo 43 esperanzas”, que encabezan los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos desde hace más de dos años.

Efectivamente, la manifestación se realizó ayer pasadas las 12 horas a lo largo de céntricas calles de la capital oaxaqueña; pero tal como lo había anunciado la Sección 22, ésta no tuvo ningún contenido relacionado con las otras manifestaciones que se desarrollaban simultáneamente en el país. Y no hubo registro de que alguna otra organización de la sociedad oaxaqueña convocara a la réplica de la marcha “Vibra México”, por lo que al menos en la entidad dicha manifestación pasó prácticamente desapercibida.

En ese escenario, el primer punto que resulta llamativo es cómo, aún cuando hubo difusión masiva de la convocatoria para las manifestaciones anti Trump en el país, en Oaxaca ninguna organización, partidista, corporativa o de la sociedad civil, haya tenido capacidad de articular alguna acción coordinada con las de la Ciudad de México, y otras ciudades importantes del país, para replicar un esfuerzo que siempre fue presentado como ciudadano, a pesar de las descalificaciones de algunos partidos de izquierda, que consideraron que esas manifestaciones eran un apoyo disfrazado al Presidente de la República. Lo cierto es que ni ellos, ni el PRI, ni las organizaciones que trabajan o se identifican políticamente con el gobierno estatal o con el partido gobernante, tuvieron disposición alguna para hacer algo.

Si eso ya resulta una cuestión interesante –que ni el oficialismo ni el priismo local, a todos sus niveles, haya hecho algo por demostrarle lealtad o apoyo al Presidente—, lo que resulta todavía más llamativo es que al mismo tiempo la Sección 22 haya desahogado un punto similar de su agenda particular, primero sin pasar por las manifestaciones anti Trump —cuestión que para nada es extraordinaria en ellos— pero también demostrando silenciosamente que son ellos quienes tienen el poder de convocatoria y que lo pueden utilizar prácticamente para lo que sea.

Eso quedó claro con el hecho de que hubo, sí, una convocatoria, pero que nada tenía que ver con lo que se supone que podría ser un tema importante y de interés nacional. Si se ve desde la lógica de que la Sección 22 jamás respaldará al Presidente, es comprensible; pero si se aprecia desde la perspectiva de que apoyan a quien quieren, y que también pueden no hacerlo, esto se pone aún más interesante a la luz de la gobernabilidad y de la capacidad de movilización de los grupos sociales más importantes de la entidad. De todo eso, queda claro, ellos un factor particularmente importante en Oaxaca.

 

¿Y EL GOBIERNO?

Paralelamente a ello, el gobierno estatal entabló una nueva relación con la Sección 22 que, según parece, ha enviado señales poco claras tanto de sus derroteros como de las condiciones en que ésta ocurrirá. ¿De qué hablamos? De que por un lado el Gobierno del Estado ha reconocido la necesidad de entablar una nueva dinámica democrática con el magisterio, aunque al mismo tiempo ha dejado ver —o ha cuidado poco su discurso— la intención de generar una especie de cogobierno con la Coordinadora.

Esto, en general, ha sido muy mal recibido tanto por la opinión pública como por las voces especializadas. Es perfectamente conocido en Oaxaca, y en el gobierno federal, lo engañosa que resulta la idea de que se puede cogobernar con la Sección 22, y aún más de que ese cogobierno puede darse cediendo espacios de privilegio para el magisterio. La larga experiencia oaxaqueña en el tratamiento del conflicto educativo, como una condicionante permanente para la gobernabilidad, ha demostrado reiteradamente que no es posible cogobernar con ellos; que las únicas dos relaciones posibles, excluyentes entre sí, entre el gobierno y la 22, es la del sometimiento, o la de la disputa abierta.

Todo eso se ha venido reiterando, y quedó perfectamente delineado en la administración pasada: durante los cuatro primeros años de gobierno, Gabino Cué no cogobernó sino que se sometió al mandato de la Sección 22; y el 21 de julio de 2015 decidió que la nueva relación con el magisterio —respaldado por el gobierno federal— sería la de la disputa abierta. Si bien ninguna de las dos es una fórmula perfecta, sí queda claro que la única forma que tuvieron los gobiernos estatal y federal de que la reforma educativa diera sus primeros pasos fue sólo a través del escenario de la confrontación abierta.

Eso explica por qué, hoy que el gobierno de Alejandro Murat habla de generar una nueva relación de bilateralidad con la Sección 22, la generalidad de las voces que se dedican a analizar el conflicto educativo consideren que eso se trata de una capitulación —es decir, una rendición— disfrazada.

No ayuda el hecho de que el gobierno estatal esté siendo tan poco cuidadoso en la construcción de la narrativa de esta nueva relación, y que la Sección 22 —que sí entiende a la perfección este nuevo contexto— esté completamente desbordada aprovechando su posición de fuerza y la percepción a su favor, contribuyendo a la idea de que el diálogo con el gobierno de Oaxaca no es más que la formalización de un nuevo periodo —o la recuperación— de supremacía magisterial sobre el Gobierno del Estado.

 

SILENCIO FEDERAL

En todo esto, hasta el momento las expresiones del gobierno federal respecto a la situación que prevalece en el sector educativo de Oaxaca no ha sido muy consistente. Ellos se han limitado a señalar que la implementación de la reforma educativa continúa con normalidad y que no hay ningún cambio en las condiciones en que se aplica la Ley del Servicio Profesional Docente. Fuera de eso, han evitado involucrarse en las suspicacias que generan las nuevas sinergias gobierno-magisterio en Oaxaca, quizá porque saben que volver a formalizar la relación de los temas educativos con la gobernabilidad, es algo así como jugar con fuego. Y como eso es justamente lo que hoy están haciendo en Oaxaca, parece que por eso están optando por el silencio.

Una grosera ocurrencia, propuesta de desaparecer plurinominales en Oaxaca

 

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+ Los diputados desperdician el tiempo, y se presionan entre ellos, con bravatas


Sólo los partidarios de las propuestas demagógicas, y los simpatizantes de los discursos antisistema, podrían aplaudir la ocurrencia planteada por la Fracción Parlamentaria del PRI en la LXIII Legislatura, en el sentido de desaparecer las diputaciones por el principio de Representación Proporcional. Más allá cualquier filia o fobia, es evidente que con esos planteamientos los legisladores exhiben su ignorancia y le terminan dando la razón a los mismos a quienes quieren agradar, demostrando que no tienen ni idea de lo que dice la Constitución y de cómo está construido el sistema de partidos en México.

En efecto, el pasado miércoles el diputado Manuel León Sánchez presentó una iniciativa, respaldada por su partido, en el sentido de reformar la Constitución Política del Estado de Oaxaca, para desaparecer la figura de los diputados de representación proporcional. En la exposición de los motivos de su propuesta, el diputado León dijo que buscaba “cambiar la historia política de Oaxaca y del país, atendiendo a un auténtico reclamo de la sociedad”. Calificó, además, de “aparatosos” a los Congresos frente a los reclamos sociales de racionalizar el gasto público. Fuera de esos, que son meros lugares comunes, el Legislador local no alcanzó a vislumbrar la dimensión de su propuesta y mucho menos a contextualizarla en un escenario real, tanto en lo político como en lo constitucional.

¿Por qué? Porque según la propuesta, la intención del promovente consiste únicamente en reformar la Constitución del Estado para cristalizar su supuesta iniciativa de vanguardia. Quizá nadie le dijo al diputado León que el principio de la representación proporcional en la integración de los órganos legislativos, no es ni una ocurrencia ni un acto potestativo de las legislaturas locales, sino que éste constituye un robusto mandato de la Constitución de la República que, de entrada, es lo primero que tendría que reformarse para poder intervenir en un principio como el ahora señalado.

En ese sentido, el tercer párrafo de la fracción II, del artículo 116 de la Constitución federal, establece: “Las legislaturas de los Estados se integrarán con diputados electos, según los principios de mayoría relativa y de representación proporcional, en los términos que señalen sus leyes. En ningún caso, un partido político podrá contar con un número de diputados por ambos principios que representen un porcentaje del total de la legislatura que exceda en ocho puntos su porcentaje de votación emitida…”.

Como bien se sabe, el artículo 116 de la Constitución federal establece las bases de la organización política de las entidades federativas, partiendo del régimen interior de la división de poderes en los estados, y estableciendo los principios fundamentales por los que habrá de regirse cada uno de ellos.

En esa lógica, el artículo 116 es un artículo programático cuyo contenido puede ser ampliado por las Constituciones de los Estados, pero no restringido. En esa lógica se inscribe la disposición transcrita en el párrafo anterior, ya que como bien puede distinguirse, en ningún punto del precepto se dice que las Legislaturas de los Estados tienen la facultad potestativa de instituir un régimen de representación proporcional, o de prescindir de él.

Más bien, lo que establece con toda claridad es un mandato para que los Congresos estatales se integren por diputados de mayoría relativa, y de representación proporcional, y en seguida dicta las bases de su organización entre las que se encuentran las cláusulas particulares de la representación y de la sobrerrepresentación de los partidos, de la gobernabilidad interior del Congreso, y otras reglas que son comunes e indispensables para el funcionamiento de todos los poderes legislativos estatales en el país.

Por esas razones, es evidente que una Constitución local, ni una Legislatura estatal, podrían eliminar la representación proporcional, simplemente porque eso no está dentro de su marco de facultades. Más bien, tendrían que impulsar una reforma a la Constitución federal no sólo para eliminar sino para prohibir la representación proporcional tanto a nivel federal como local —a partir del principio de que las entidades federativas pueden ampliar los términos constitucionales federales, pero no restringirlos—; luego, modificar toda la estructura del sistema de representación democrática reglamentado en la Ley General de Partidos Políticos; y finalmente, proceder a las reformas constitucionales locales para también eliminar dicho principio, que ya para entonces sería inconstitucional a la luz de esas reformas a la Constitución federal.

REFORMA, IMPOSIBLE

Es muy probable que el diputado León Sánchez no lo sepa, pero para que su iniciativa tuviera un mínimo de seriedad y credibilidad —y no terminar siendo el chiste que es— debió presentarse y fundamentarse como una propuesta que buscara que la Legislatura del Estado de Oaxaca presentara, a su vez, una iniciativa de reforma a la Constitución federal para eliminar de raíz el sistema de la representación proporcional no sólo en Oaxaca, sino en el país.

Quizá no lo sepa él ni los diputados de su partido —que no llamaron a la prudencia al autor de tal despropósito ante el riesgo de quedar exhibido—, pero la fracción III del artículo 71 de la Constitución de la República le reconoce a las Legislaturas de los Estados la facultad de iniciar leyes y decretos en el orden federal, y por esa razón, y por las implicaciones federales que tiene el tema, esa debió ser una vía inicial si lo que querían era hacer una propuesta seria, y no meter un calambre a algunos partidos de oposición que en las últimas sesiones han demostrado la ineficacia e incapacidad de interlocución de la Coordinadora de la Fracción del PRI, María de las Nieves García Fernández frente a las demás fuerzas políticas.

Pues, en esa lógica, esta propuesta adquiere cierta coherencia: los diputados del PRI están buscando generar discusiones bizantinas dentro del Congreso para evitar que algunos de los partidos de oposición sigan presionando al gobierno estatal para que acceda a cumplir con algunos requerimientos y explicaciones relacionadas con la situación financiera actual de la entidad o con el proceso de entrega-recepción de la administración estatal, entre varios otros temas en los que han intentado presionar y mayoritear al PRI, en algunos casos consiguiéndolo hasta con cierta facilidad.

En ese sentido, pareciera que la poca capacidad de la diputación priista está intentando generar ciertas presiones en sus contrapartes para desviar ciertas discusiones sobre temas que ellos creen que podrían no serles cómodos, como el de la desaparición de la representación proporcional de la que se beneficiaron fracciones como la del PAN, PT y Morena, independientemente de sus resultados en la elección de diputados de mayoría relativa.

LA CAJA CHINA

Recordemos, finalmente, que están pendientes varias reformas importantes para el gobierno estatal que no han salidos porque no ha habido capacidad de generar consensos con los partidos de oposición. Cuando eso ocurre, comienzan las presiones y también las maniobras para generar cajas chinas que viren la atención hacia discusiones retóricas. El problema, en este caso, es que la propuesta es tan deficiente que no da un solo elemento para una discusión seria y sí termina exhibiendo a quienes se quieren presentar como grandes reformistas.

El gobierno de Oaxaca debe clarificar qué va a negociar con la Sección 22

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+ Error de comunicación, dejar al garete margen de especulación con plazas


El 2 de diciembre pasado el gobierno de Oaxaca, la SEP, y la Sección 22 del SNTE pactaron la regularización de alrededor de tres mil 600 plazas docentes. Ese fue el acuerdo más importante que ha firmado el Estado mexicano —los gobiernos estatal y federal son parte de él— con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, pero pareciera que de entonces a la fecha a nadie le ha quedado claro qué es lo que se sigue dialogando con la Sección 22 y cuáles son los derroteros concretos de la aparente nueva relación del gobierno estatal con el magisterio.

En efecto, hace algunos días medios nacionales publicaron información en el sentido de que la administración estatal habría pactado con la Sección 22 y con la CNTE, la entrega de alrededor de 700 nuevas plazas de trabajo a normalistas recién egresados. La nota distintiva de la información radicaba en señalar que dicha entrega se hacía por un compromiso político y no a través de los mecanismos de evaluación y competencias establecidos en la Ley General del Servicio Profesional Docente. Junto a eso, se recuperó el contenido del acuerdo del 2 de diciembre, en el que, según las versiones difundidas, el gobierno estatal habría también pactado con la Coordinadora la entrega de esa cantidad de plazas docentes al margen de las disposiciones de la reforma educativa.

Parece que, en todo esto, el gobierno de Oaxaca ha tenido un problema importante a la hora de transmitir el sentido y la finalidad de los acuerdos alcanzados con la Sección 22 —cabeza de playa de la Coordinadora en el país—, y que tiene también un problema grave para comunicar las razones por las que está instalando sendas mesas de trabajo con el magisterio oaxaqueño.

Por un lado, son evidentes los fallos gubernamentales en sus estrategias de socialización —a todos los niveles— de las razones que ha tenido para emprender esta peligrosa tarea de negociar con el magisterio; pero por el otro, es también un hecho que no parecen estar considerando en su magnitud real el alto nivel de desconfianza —por los negros y ventajosos antecedentes de la Coordinadora, al negociar con el gobierno— que tiene la Sección 22 frente a la ciudadanía.

¿De qué hablamos? De que, por ejemplo, ni el gobierno estatal ni el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca han sido lo suficientemente eficaces para comunicar correctamente que el famoso primer acuerdo del 2 de diciembre entre la administración estatal y la Sección 22, no era para entregar nuevas plazas laborales sino para reconocer al personal que ya se encontraba trabajando, pero que por alguna causa su situación laboral era irregular.

En esa lógica, ni el gobierno estatal ni la SEP tuvieron el cuidado de puntualizarle a la ciudadanía, a la opinión pública, y a las voces más influyentes en la discusión de los temas educativos, que la finalidad del acuerdo no estaba en el incremento de la burocracia sino en un acto tardío de reconocimiento de miles de personas que, por la razón que fuera, se corroboró física y documentalmente que ya laboraban en el sector educativo sin el reconocimiento respectivo.

Eso dejó un primer espacio abierto a la especulación que, lamentablemente, nadie se ha preocupado por atajar. Han descuidado, en general, aquella vieja máxima de que todo espacio de silencio o incertidumbre en la comunicación de un hecho relevante, es ocupado por la especulación o por la información intencionada —y, la mayoría de las veces, por información malintencionada—. Y eso en nada ayuda a la legitimación de dichas decisiones.

¿QUÉ NEGOCIAR?

Otro de los frentes que están en el descuido, es el del contenido de las mesas de trabajo entre el gobierno y la Coordinadora. Los espacios de silencio han sido también determinantes a partir de una razón ampliamente comprensible: cada que una administración ha intentado negociar con la Coordinadora, ésta ha tomado ventaja para aprovecharse del contexto de la negociación y obtener ventajas desmedidas a cambio de nada.

Fue un primer aliciente el intento de que dichas negociaciones fueran abiertas y públicas. Sin embargo, fue clara la resistencia de la Sección 22 a esa apertura, y eso se ha reflejado en el hecho de que los encuentros verdaderamente importantes han sido a puerta cerrada y con la decisión conjunta, del gobierno y el magisterio, de suministrar muy pocos elementos a la opinión pública para conocer los detalles y las características de dichas mesas de negociación.

En esa lógica, son claros los temores que tiene la gente: desde hace años, la primera parte de todos los pliegos de exigencias —que no de demandas— de la Sección 22 es ocupado por planteamientos de orden político. Éstos van desde temas ideológicos hasta la exigencia de que se abroguen leyes, se reforme la Constitución, se desaplique o se derogue la reforma educativa, se destituya a servidores públicos o se decrete la libertad de personas que están siendo procesadas, y que se encuentran en prisión, por la comisión de delitos como el de secuestro.

A eso le tiene mucho recelo la ciudadanía: a que dichas mesas de negociación sirvan para que la Sección 22 presione al gobierno al cumplimiento de esas demandas, y que éste —porque así ha sido en el pasado, desde hace décadas— termine pactando con la Coordinadora a espaldas de la ciudadanía, temas tan sensibles como la liberación de un grupo de integrantes de la Sección 22 a los que se les responsabiliza del secuestro de dos menores de una familia conocida de la capital oaxaqueña, pero a los que la Coordinadora considera como “presos políticos y de conciencia” del gobierno federal, y por tanto exige su liberación incondicional.

Lamentablemente, ese recelo generalizado, está fundado en la realidad y en los propios antecedentes de las relaciones entre el gobierno y la Sección 22. Y por esa misma razón, los espacios de silencio y especulación que deja la administración estatal alrededor de qué temas se están negociando en las mesas de trabajo con la Coordinadora, permiten que se alimente el morbo y las versiones intencionadas sobre el contenido de las negociaciones.

Esta situación, al final, no debe convertirse en el signo distintivo de la nueva relación del gobierno de Oaxaca con la Sección 22 y con la Coordinadora. Es muy lamentable que por haber dejado esos espacios descuidados hoy el común sean las interrogantes —en la prensa local, y en la de la Ciudad de México— sobre qué se está negociando, qué es lo que potencialmente puede acordarse, y qué temas siguen vedados de las mesas de trabajo porque el gobierno no puede ya ceder a presiones políticas relacionadas con temas como la asignación discrecional de plazas docentes.

El problema es que hasta ahora no hay señales ni decisiones claras para impedir que eso termine ocurriendo. Y de ser así, entonces los espacios vacíos le ganarán la batalla de las percepciones al gobierno estatal que, independientemente de lo que termine negociando y consiguiendo en su relación con la Coordinadora, será perseguido por el cuestionamiento y la duda de lo que habría acordado discrecionalmente a cambio de conseguir cordialidad o el trabajo pacífico —¡vaya paradojas!— por parte del magisterio.

AJENOS A TODO

Curioso, pero en estos tiempos en los que se intenta exacerbar el sentimiento patriótico y de unidad, nadie desde las trincheras políticas en Oaxaca ha buscado hacer algo. Nadie: ni el gobierno o su partido; ni las fuerzas opositoras, ni el empresariado y tampoco la sociedad civil. Parece que a nadie le importa que Oaxaca funciona en gran medida por el dinero de las remesas, o que haya pueblos enteros de oaxaqueños en los Estados Unidos. Nadie. Sólo silencio. Algo que resulta algo sospechoso y muy desalentador.

+ El gobierno de Peña Nieto pide la unidad nacional, pero no sabe para qué

 

epnytrump

+ Régimen priista carece de sustento y visión de Estado para encarar a Trump


Hace mucho tiempo que no se veía un movimiento en México a favor de la unidad nacional, como ha ocurrido en los últimos días frente a las amenazas que representa el gobierno estadounidense de Donald Trump para nuestro país. Hace mucho que no había estas expresiones genuinas y de amplio consenso a favor de que el país se vuelva uno, para enfrentar las amenazas del exterior. El problema es que una vez que pase la euforia de la unidad nacional, todo volverá a la misma situación de mezquindad ya conocida. La única posibilidad de que eso no pase es que se impulse un derrotero claro de utilidad para esa unidad nacional.

En efecto, Donald Trump lleva 19 días siendo presidente de los Estados Unidos, y México ha sido uno de los blancos favoritos para sus ofensas y amenazas. No sólo respecto a la construcción del muro fronterizo o a la renegociación del TLCAN, sino también por los intentos de humillación al Presidente mexicano previo a su malograda primera visita de Estado a la Unión Americana, y las filtraciones de que habría sugerido, en una llamada telefónica con Peña Nieto, enviar “tropas” de su ejército para combatir a los “bad hombres” que las fuerzas armadas de nuestro país no han podido combatir.

Todo eso ha generado un entorno a favor del Presidente en la defensa de la soberanía y la dignidad nacional, que Enrique Peña Nieto —el depositario inercial de esa voluntad— no habría creído en prácticamente cualquier otro contexto. Una vez que comenzaron los desplantes y amenazas de Trump, amplios sectores de la sociedad mexicana se pronunciaron a favor de respaldar al Presidente en la determinación de no negociar la dignidad ni la soberanía nacional.

Así, del 20 de enero a la fecha, por la contingencia, Peña Nieto se ha reposicionado en el ánimo de la ciudadanía, a pesar de que algunos sectores insisten en señalar que su defensa de la dignidad nacional no ha sido lo suficientemente decidida. Incluso, existen convocatorias abiertas para manifestar públicamente ese sentimiento de la unidad nacional a través de manifestaciones ciudadanas. Una de ellas, la más importante, espera convocar a la gente en las ciudades más importantes del país a través de una iniciativa denominada “Vibra México”.

En esa lógica, hasta ahora el gobierno federal ha sido por demás cauteloso en cualquier intento de capitalizar ese sentimiento de la unidad nacional. El presidente Peña Nieto, por ejemplo, ha insistido en señalar que las expresiones ciudadanas deben ser a favor del país y no del Presidente. No obstante, es claro que esa aparente modestia y prudencia con la que actúa Peña Nieto, en realidad parece esconder el pasmo que tiene el gobierno federal por no saber qué hacer, ni cómo encauzar, esas expresiones de unidad nacional.

Esto es por demás importante. Pues de forma objetiva, es claro que de nada va a servir que la gente salga a manifestarse a las calles —ni siquiera con ríos de personas en contra de Trump— porque en sí mismo eso carece de potencial para hacer que cambie, o cuando menos influir, en el estado de cosas. Es evidente que, conducido o no por el gobierno, la unidad nacional debe tener un derrotero concreto, así como causas que constaten que México está organizado en torno a algo específico. Mientras esa última parte no exista, seguirá siendo dolorosa la realidad de que después de la manifestación, ahí seguirán los desplantes, las amenazas y las humillaciones de Donald Trump hacia el Presidente, y hacia México.

UNIDAD CON CAUSA

Quizá no había, por un motivo político, un sentimiento de unidad nacional tan pronunciado como el que se vive actualmente, desde que el presidente Lázaro Cárdenas anunció la decisión de expropiar la industria petrolera. La diferencia entre aquellos tiempos, y ahora, es que el presidente Cárdenas sí entendió los tiempos que vivía, y utilizó a su favor las expresiones ciudadanas, políticas y corporativas que lo respaldaban en su determinación de hacer valer el dictado de la Constitución (cuarto párrafo del artículo 27 original) sobre la propiedad originaria de la nación sobre el suelo nacional, y todo lo que pudiera resultar aprovechable de él; y que el petróleo y sus derivados constituían un área de dominio directo de la nación.

Eso lo estableció la Constitución federal desde su emisión en 1917. Sin embargo, ninguno de los Presidentes entre aquella fecha y 1938 tuvo la fuerza, el respaldo suficiente, y el contexto favorable, para hacer valer el dictado constitucional frente a la capacidad económica de las petroleras estadounidenses e inglesas, y frente a la protección que les brindaban a sus inversiones los gobiernos de aquellos países.

En aquel año, Cárdenas leyó correctamente el escenario internacional, en el que estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, y entendió que era un momento en que tenía que buscar el respaldo para materializar el dictado de la Constitución, o simplemente permitir que México viviera dominado por el poder económico de las petroleras, y los gobiernos de donde procedían las inversiones, en un periodo que sería de grandes cambios para el mundo.

Así fue como el presidente Cárdenas propició y aprovechó las expresiones de unidad nacional que manifestaron la gente y los sectores más influyentes del país, y los unificó a través de la corporativización del partido hegemónico; y en la convocatoria a la gente para que contribuyera económica y socialmente para hacer frente a los compromisos de pago, y amenazas que podrían derivar del exterior, ante la decisión de nacionalizar la industria petrolera.

Ese fue el tiempo en el Partido Nacional Revolucionario se convirtió en Partido de la Revolución Mexicana; y junto con el cambio de nombre vino sobre todo la transformación de sus estructuras, pues mientras el PNR significaba la conjunción de las más relevantes expresiones post revolucionarias (caudillos, grupos armados, y cacicazgos locales, entre otros), el PRM buscaba la organización social a través de sectores. De ese mismo tiempo data el surgimiento de los sectores obrero, campesino y popular que se aglutinaron como organizaciones adheridas al partido oficial, y que le dieron el basamento social del que hasta entonces carecía, y se ubicaron al lado de los caudillos y expresiones armadas que habían dominado al PNR desde su creación.

Esos aglutinamientos sectoriales fueron importantísimos, porque ahí encauzó el general Cárdenas las expresiones de la unidad nacional, y las canalizó en respaldo a favor de la expropiación petrolera, y contra las amenazas del exterior. La expropiación petrolera ocurrió sólo después de que esos sectores identificados con el partido en el poder, respaldaron al Presidente en las decisiones que ya tenían tomadas, legitimaron la aventura de la expropiación de la industria petrolera, y la recuperación de la rectoría estatal sobre los energéticos del país. Por eso, ante el anuncio, la gente común contribuyó con su propia riqueza para respaldar la decisión del general Cárdenas y nadie puso en duda la legitimidad de la decisión tomada a pesar de las amenazas del exterior que éstas implicaban.

UNIDAD SIN CAUSA

En este escenario, preocupa que el gobierno federal no tenga claro qué hará para encauzar esas expresiones de unidad nacional, en torno a derroteros concretos. Si no sabemos para qué respaldamos al Presidente, y si éste no sabe cómo utilizará esa legitimidad que la ciudadanía le está expresando, entonces será una unidad estéril que pronto se disolverá para seguir en nuestras mismas mezquindades de siempre.

El despilfarro legislativo debe arreglarse con voluntad y con reformas legales

 

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+ Se deben superar los espacios de opacidad, discrecionalidad e improvisación


Hay varios cuestionamientos que, juntos, hacen ver —y con sobrada razón— al Congreso de Oaxaca como uno de los más anárquicos y dispendiosos del país: al mismo tiempo, la Legislatura del Estado gasta millonarios recursos en rubros de gestión social que no tienen ningún tipo de control sobre su destino; ellos mismos estimulan la opacidad, al resistirse a rendir cuentas y permitir la realización de auditorías; tienen una voluntad resuelta por no permitir que la Auditoría Superior deje de actuar como un ente subordinado y realmente les pida cuentas; y, por si algo faltara, ellos son los principales responsables —por acción y omisión— del desorden administrativo y de personal que desde hace años impera en el Congreso. Cualquier agenda seria para revertir el caos del Poder Legislativo debía pasar cuando menos por esos temas.

En efecto, pareciera que en Oaxaca las experiencias sobre el desempeño de la Junta de Coordinación Política, han sido todas negativas. Desde que se instauró ese modelo de gobierno interno del Poder Legislativo del Estado, sus únicos rasgos distintivos han sido la opacidad, la discrecionalidad, el desorden y la improvisación en todas sus áreas de responsabilidad.

En su momento —al inicio de la LXI Legislatura—, se liquidó formalmente la figura de la Gran Comisión, y se estableció la de la Junta de Coordinación Política, como una forma de adecuar la organización interna del Congreso a los tiempos de pluralidad que iniciaban. Fue en aquella Legislatura cuando el PRI dejó de tener la mayoría de diputados, y el control político y administrativo del Congreso, y por eso se buscó la figura de la Junta para que, en la pluralidad, pudiera haber también entendimientos y funcionalidad en la gestión legislativa.

Los resultados marcan todo lo contrario. A aquella LXI Legislatura, el gobierno de Gabino Cué prácticamente le duplicó los recursos para la operación, aunque ello nunca fue equilibrado a través de mecanismos de control, obligatoriedad de auditorías, o algún mecanismo de rendición de cuentas. Más bien, a la Junta se le dio todo el poder para administrar los recursos, y quedó intocado todo lo relativo a las facultades de control que debía ejercer la Auditoría Superior para corroborar que la aplicación de los recursos fuera más o menos legal y transparente.

Al mismo tiempo, pronto los tres coordinadores parlamentarios integrantes de la Junta en la LXI Legislatura —primero Martín Vásquez Villanueva, y luego Francisco Javier García López (hoy titular de Sevitra) por el PRI; Juan Mendoza Reyes por el PAN, y primero Carol Antonio Altamirano, y luego Emanuel Alejandro López Jarquín por el PRD— se pusieron de acuerdo para llevar a la quiebra al Poder Legislativo. ¿El mecanismo? Pactar, entre ellos, el uso discrecional de los recursos y los cargos administrativos en aras de mantener un orden y equilibrio político, pero al margen de cualquier consideración sobre la legalidad y la legitimidad de las medidas adoptadas.

Así, aquella LXI Legislatura quedó marcada no sólo por la opacidad y la resistencia a la rendición de cuentas, sino que también quedó en evidencia cuando salió a la luz el enorme dispendio de recursos que propiciaron los líderes parlamentarios: al menos sobre García López (PRI) y a López Jarquín (PRD) recayeron filtraciones —procedentes del propio Congreso— en las que se comprobaba que había transferencias de recursos sin justificación alguna a sus cuentas personales; o cómo había crecido exponencialmente su patrimonio particular sin que eso tuviera relación de proporcionalidad con lo que ellos mismos decían que percibían por concepto de dieta, como legisladores.

Así, a pesar de las reiteradas denuncias y exigencias ciudadanas de que el Congreso rindiera cuentas, durante toda la LXI Legislatura hubo opacidad y, de hecho, ellos mismos atajaron cualquier posibilidad de que se hicieran revisiones de los recursos públicos que les eran transferidos para su funcionamiento, a pesar de que no había justificación para la duplicación presupuestal que recibieron al inicio del gobierno de Gabino Cué.

LXII LEGISLATURA, AÚN PEOR

Luego vino la LXII Legislatura, que fácticamente fue presidida siempre por Alejandro Avilés. Ésta prometió, al inicio de la Legislatura, clarificar el escándalo que había generado la constatación de las millonarias transferencias de las que habían sido beneficiarios Francisco García López y Alejandro López Jarquín en la Legislatura previa, las cuales no sólo no tenían ninguna explicación posible sino sobre las que, además, no había rastro alguno a pesar de que esos debieran ser parte de la información que oficiosamente debía dar a conocer el Congreso del Estado como parte de sus obligaciones de transparencia.

Nada de eso ocurrió y, al contrario, a Avilés se le hizo fácil actuar de la misma forma que sus antecesores. De hecho, el presupuesto del Congreso en la LXII Legislatura —luego de hacer una absurda e inexplicable reforma constitucional para justificar la “irreductibilidad” del presupuesto legislativo— creció hasta los 600 millones de pesos anuales. De ese monto, más de 200 estaban etiquetados bajo el rubro de “gestión social”, a partir de lo cual cada legislador recibían una cantidad discrecional de dinero en efectivo mensual para que supuestamente realizara donaciones y actos de caridad en las comunidades correspondientes a su distrito… o para que lo gastaran de la forma que quisieran.

Lo mismo ocurrió con el rubro de los asesores legislativos. A cada diputado se le entregaba —y así sigue ocurriendo— un monto de dinero en efectivo para que ellos llevaran a cabo la contratación del número de asesores que quisieran. Nunca iba a haber calidad y eficacia legislativa, si la contratación de personal de apoyo quedaba a discreción de cada legislador, y por eso había entre los asesores, lo mismo gente profesional que personas que no tenían ningún conocimiento del quehacer legislativo, pero que eran contratados por los diputados —sin ninguna estabilidad ni relación laboral clara— por tener con ellos algún lazo de amistad, afectivo o de “compromiso político”.

En todo eso, nunca hubo seriedad para encauzar tanto lo relacionado con el gasto para gestión social, como para clarificar lo relacionado con el personal legislativo que sigue estando bajo un régimen brutal de discrecionalidad. Y en lo relativo al personal, sigue siendo una demanda ignorada por parte de las tres bancadas principales del Congreso, el establecimiento de un servicio de apoyo legislativo de carrera, que diera certeza tanto al Congreso sobre las tareas técnico-legislativas que realiza, como a los diputados del personal calificado que los asesoraría en el cumplimiento de sus tareas como legisladores.

SUEÑOS IRREALIZABLES

Lamentablemente, son muy pocas las certezas de que esto cambie en algo: en sus afanes de ambición, más son los diputados que quieren cambiarle el nombre a la Auditoría Superior para ganar un espacio en esa institución, que los que verdaderamente han propuesto esquemas de fortalecimiento institucional al órgano de fiscalización. Algo muy similar ocurre con la posibilidad del establecimiento de un servicio de carrera: más irían por la chamba, que por generar un espacio verdaderamente profesional —que le urge al Congreso— para eliminar esos espacios tan amplios de discrecionalidad, opacidad e improvisación que hoy son el sello distintivo del Congreso del Estado en Oaxaca.

La Constitución cumple 100 años, y nosotros ni uno solo de conocerla

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+ ¿Cómo pensar que se respetará la ley cuando muy pocos la conocen?


Ayer la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos cumplió 100 años de existencia, y a pesar de que ha sido un referente fundamental en la vida institucional del país, todavía hay muchos que no la conocen, que no la valoran y que tampoco entienden su trascendencia y capacidad de transformación. Los lugares comunes llevan a muchos a asumir posturas como la del “no sirve para nada” o “necesitamos una nueva Constitución”. En lugar de eso deberíamos asumir lo importante que es la Constitución para cualquier país, pero también el enorme problema en el que estamos simplemente porque no la conocemos.

En efecto, dentro de las muchas formas en que podemos entender a la Constitución, resaltan dos que en la actualidad parecen excluyentes: una, es la de los actores, partidos y factores políticos del país, que lo mismo han visto en la Constitución como un elemento de dominación, que como un grillete que impide el cumplimiento de sus ambiciones e intereses. La otra visión, es la de las personas comunes que tienen la idea de que la Constitución es un conjunto abigarrados de artículos y leyes incomprensibles, y que por esa razón otros son los obligados a entenderla, y cumplirla. Es evidente que ante esas dos visiones, lo que nos queda es una gran derrota colectiva.

¿De qué hablamos? De que, en el primero de los casos, la Constitución ha sido, como en las viejas visiones marxistas, un instrumento de dominación que lo mismo ha servido para legitimar a regímenes autoritarios, que para convalidar fraudes electorales. Esa perspectiva, simplista y hasta peligrosa, ha sufrido importantes cambios en las últimas décadas a partir de la culminación del régimen de partido hegemónico, y de la transformación de la vida institucional en el irremediable tránsito hacia la democracia. El México de hoy nada tiene que ver con el de los años setentas, en los que el PRI era capaz de ganar todos los cargos de elección popular del país, y que de la mano con la Constitución legitimaba a un régimen que permitía la competencia y participación de sus opositores pero que les cerraba todas las vías constitucionales para acceder al poder.

Eso se terminó, y desde entonces la Constitución dejó de ser un instrumento para convertirse en el límite favorito a vencer. Esto, por una razón simple: desde el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari, todas las inconformidades políticas, líos post electorales y enfrentamientos entre partidos, se han dirimido reformando la Constitución.

LA CONSTITUCIÓN PAGA

Eso fue lo que pasó desde principios de los noventas, cuando se decidió reformar la Constitución para apaciguar a quienes defendían el triunfo electoral del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Luego ocurrió lo mismo cuando se volvieron a enfrentar los partidos luego del tormentoso inicio de la década de los noventas, y particularmente de 1994: la Constitución fue nuevamente reformada para establecer las leyes electorales que permitieran la certeza de la elección de aquel año, y pudiera haber un ganador legítimo.

Luego, durante prácticamente todo el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, la Constitución no fue un instrumento sino un grillete. Sí, porque desde entonces estaba en el plan de la Presidencia de la República impulsar un paquete amplio de reformas que permitiera la apertura de ciertos sectores de la industria y la economía nacional a los capitales privados, y que le diera las bases al sistema económico y bancario para poder superar la profunda crisis económica de 1994.

Con todo y la enorme capacidad de gestión financiera que tuvo el gobierno de Zedillo, no fue capaz de sacar adelante un programa reformista robusto y sólo pudo ir capoteando las situaciones que se le fueron presentando, hasta que en 1997 perdió la mayoría legislativa en la cámara baja. Desde entonces, Zedillo se dedicó a torear la crisis y eso quizá haya sido uno de los factores por los que en el año 2000 fue uno de los partidarios de la alternancia de partidos en la Presidencia de la República.

Después vino el gobierno de Vicente Fox, que no logró sino algunas reformas aisladas. Quizá una de las más importantes fue la que concretó al artículo 2 de la Constitución para el reconocimiento de los derechos de los pueblos y comunidades indígenas. Sin embargo, Fox también tenía en su agenda llevar a cabo una reforma fiscal, financiera, energética y varias más que nunca lograron concretarse. Eso mismo le pasó a Felipe Calderón, que gobernó seis años con una minoría legislativa en ambas cámaras, y su margen de maniobra fue siempre limitado, además de que nunca logró entablar una relación constructiva con el Congreso federal. Acaso su obra más importante fue la reforma electoral que hizo nuevamente para calmar a la oposición, que reclamaba un fraude electoral.

Acaso la excepción fue Enrique Peña Nieto en el inicio de su gobierno. Éste impulsó un acuerdo amplio, denominado Pacto por México, en el que quiso emular al Pacto de la Moncloa español.

¿Sus similitudes? Que ambos pactos buscaban concretar un programa amplio de reformas en las que había concesiones múltiples y recíprocas para lograrlo; ¿las diferencias? Que el Pacto por México no dejó de ser un programa reformista coyuntural que no pasó por las corresponsabilidades ni por el involucramiento de todos los factores de poder en las tareas de gobierno. Por eso, tan pronto como cambió el escenario de las conveniencias, y comenzó a desgastarse la legitimidad presidencial, los propios firmantes del Pacto por México se lanzaron en contra de sus antiguos aliados e incluso se desdijeron de las porciones de responsabilidad que habían asumido cuando llevaron a cabo la firma del Pacto.

¿Cuál ha sido el resultado, a la luz de la Constitución? Que con esta historia de desencuentros, la Constitución ha sido quien ha pagado las consecuencias de los acuerdos y desavenencias entre fuerzas políticas. Así, cada crisis institucional se ha resuelto con una reforma. A pesar de que hoy vemos que eso ha sido inútil como un mecanismo para conseguir una mejor convivencia.

CIUDADANÍA AJENA

Desde el lado ciudadano también hay un problema grave: las personas no conocemos la Constitución; en la escuela, a los niños, no se les enseña ni se les acerca a la Constitución, no como una clase de temas legales sino como un asunto de civilidad y de construcción de ciudadanía. Más bien, lo que hacen maestros, padres y la gente en general, es decir que la Constitución no sirve y que no vale la pena leerla o conocerla porque de todos modos es algo que no se cumple.

Hay un error enorme en esa idea. En otros países, a los niños en la escuela se les enseña la Constitución a la luz de sus derechos como personas, como niños, como futuros ciudadanos, y como integrantes de una sociedad en la que debe imperar la ley.

¿Qué pensar, sin embargo, cuando en la escuela sólo se les enseñan los derechos de los niños, sin explicarles que esos derechos son una extensión de sus derechos como personas, y que así como tienen un conjunto de derechos también tienen un catálogo de obligaciones al que toda su vida deberán estar ceñidos?

Quizá por eso las encuestas sobre cultura constitucional en México muestran la existencia de un gran desconocimiento sobre la Constitución, y una enorme desconfianza en ella. Empero, ¿cómo confiar en lo que no se conoce? Ahí nosotros los ciudadanos tenemos una enorme tarea, para hacer a la Constitución parte de la vida cotidiana, y no aislarla como un hecho histórico que no nos sirve para nada. Si entendemos eso entonces habremos logrado algo positivo y contribuido a que este centenario de la Constitución, no pase desapercibido.

Administradores: una figura que debe ir de salida de la ley en Oaxaca

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+ El Ejecutivo reprueba a la Segego, por decidir sin recabar su acuerdo


No es común que un gobernante deje sin efecto sus propios actos. No lo es, y tampoco tendría por qué serlo, a partir de que existe un mandato constitucional en el sentido de que todos los integrantes de la administración pública deben recabar el acuerdo del Titular del Poder Ejecutivo antes de dictar disposición alguna en el área de su competencia (artículo 89 de la Constitución de Oaxaca), y por esa razón se supone que toda decisión importante para el gobierno debe ser consultada con el Gobernador por sus funcionarios para recabar su autorización. Queda claro, según los hechos, que nada de ello ocurrió con la designación de los administradores municipales.

En efecto, en las últimas semanas la capital oaxaqueña se ha visto lastimada por el arribo de protestas por conflictos postelectorales que terminaron en la designación de administradores municipales. De los primeros 17 ayuntamientos a los que se les designó una autoridad provisional, al menos 10 han venido hasta la capital a externar su inconformidad y a generar algún tipo de protesta. El límite llegó el pasado martes cuando la capital se vio ahogada por siete protestas simultáneas, varias de las cuales tenían que ver con personas inconformes provenientes de poblaciones sobre las que recayó la designación de un administrador municipal.

La respuesta del Gobernador vino el miércoles. En conferencia de prensa hizo suya una disposición del Tribunal Estatal Electoral, en el sentido de que los administradores sólo deben durar un mes en el cargo, y luego implícitamente dejó sin efecto las instrucciones dadas por el titular de la Secretaría General de Gobierno, Alejandro Avilés Álvarez, al reconocer que el mandato superior en esas comunidades debe ser que prevalezca la voluntad popular en la elección de sus autoridades municipales.

“Hoy giro instrucciones a la Secretaría General de Gobierno y a los Administradores Municipales para que apoyen al IEEPCO y generen las condiciones necesarias para la realización de elecciones extraordinarias,  en los municipios que la autoridad jurisdiccional en materia electoral determine”, dijo el Mandatario, al tiempo que remarcaba la necesidad de no dejarles el camino de la discrecionalidad a los enviados como administradores, al instruir expresamente a la Secretaría de la Contraloría “para que supervise la actuación de los administradores, en tanto se realicen las elecciones municipales extraordinarias y se constituyan las autoridades respectivas”.

IMPLICACIONES POLÍTICAS

¿Qué significa todo esto? De entrada, que fue el propio Gobernador quien reconoce que la figura del administrador municipal, como se conoce actualmente, va de salida; segunda, que sus instrucciones fueron precisas respecto al periodo (30 días) en el que los administradores deben contribuir a la realización de elecciones, y ahora habrá que ver en qué medida cumplen —o desafían— al Mandatario con tal de tratar de continuar con el negocio y el (pequeño) coto de poder que significa una administración municipal.

Tercero, que esta decisión constituye también un reconocimiento implícito del Gobernador a la idea que tienen muchas comunidades —aunque en la mayoría de los casos, es una realidad—, de que los administradores municipales son esencialmente picapleitos, y no facilitadores de los procesos de avenencia democrática, por la razón simple de que mientras persista el conflicto estará justificada la permanencia del administrador.

Cuarto —aunque no por ello menos relevante—, también queda claro que la decisión del Gobernador de salir al paso en este tema, constituye una desaprobación clara al hecho de que la decisión y la lista de administradores nombrados, no pasó por su acuerdo. Es evidente que si bien la figura jurídica en sí misma del administrador genera incomodidad en las comunidades, en este caso gran parte de la molestia no radicó en el ejercicio de la facultad de nombramiento, sino que la gran mayoría de los administradores designados son gente relacionada con Alejandro Avilés y que, además, han dejado una estela de quebrantos y agravios en otras comunidades, por lo que en este caso hubo un consenso casi unánime de los municipios en conflicto de no admitir a los administradores porque, además, Avilés no respetó el mandato de consensar con las comunidades o de al menos explicarles las razones objetivas por las que estaban nombrando a esas personas, y no otras, en las administraciones provisionales.

Una quinta implicación tiene que ver con el fin de la pésima costumbre de Alejandro Avilés de decidir sin consultar ni consensar sus decisiones. Cuando no había Gobernador priista, Avilés se sintió un pequeño virrey que tenía plena capacidad de decidir según sus intereses. Así lo hizo en la LXII Legislatura; igualmente lo hizo cuando fue Presidente del PRI estatal; pero también debe irle quedando claro que esos tiempos de la autonomía de sus intereses, quedaron atrás.

LASTRE JURÍDICO

Al final, la persistencia de la figura del administrador municipal en la Constitución local, en sus condiciones actuales, es una vergüenza para la democracia y la civilidad institucional en Oaxaca. Si hoy tanto el Tribunal Electoral, como el Ejecutivo, están convencidos de la urgencia de su transformación, deben buscar junto con el Congreso, formas más novedosas y equilibradas para replantearlo. Oaxaca no puede seguir siendo rehén de disposiciones constitucionalizadas como esa, que difícilmente se justificarían en una necesidad o contingencia, y que sí le generan muchos problemas y tentaciones a quienes tienen en las manos las tareas de la gobernabilidad del Estado.